martes, 15 de diciembre de 2009
Francisco Martín Casado, Comunicador de Emociones
ESPIRALES ELÍPTICAS
Comunicador de Emociones
Por: Francisco Chaves Guzmán
Dice Paco Martín Casado encontrarse en imperecedera deuda con el paisaje manchego. Con las inmensas profundidades de su llanura. Con su infinita paleta de amarillos, ocres y rojos. Confiesa que este paisaje, que tantas dificultades y trampas tiende al pintor, le ha servido a él como acicate, como estímulo para su esfuerzo en el continuo aprendizaje.
Los viajes por Europa, las visitas a sus colegas pintores portugueses y franceses, el contacto con realidades estéticas de diferente armonía han constituido en complemento ideal. Complemento necesario para afianzarse en su propia noción pictórica y también para la comprensión de inquietudes distintas y de presupuestos técnicos en principio alejados de lo que fueron sus primeros pasos.
Sus primeros pasos, lentos y a tientas, como correspondía a un niño autodidacta que a sus catorce años, con un cuaderno de dibujo sobre las rodillas, hacía retratos a carboncillo de los amigos y vecinos. Luego, con la vocación artística ya instalada de manera indeleble, tuvo en la Escuela de Artes y Oficios dos profesores, Antonio López Torres y Jerónimo López Salazar, que moldearon y dirigieron esa vocación hacia caminos de entusiasmo y perfeccionamiento.
Pero cincuenta años después, fiel a sí mismo, Paco Martín Casado continúa desarrollando nuevos conceptos cuya búsqueda le ha permitido una reedición personal, un afianzamiento, que le faculta para avanzar decididamente en el escalafón artístico. Es ahí donde se instala el homenaje que le dedicó la Diputación Provincial de Ciudad Real, un reconocimiento público a su trayectoria, en forma de libro, que lleva por título “Martín Casado. 50 Años de Pintura”. Su obra también figura, elogiosamente tratada, tanto en el “Catálogo Nacional de Arte” y en el “Diccionario de Arte del Siglo XX” como en “Pintores y Escultores Taurinos” y en la monumental “El Arte en los albores del Siglo XXI”. Así pues, nos encontramos ante un pintor que goza de una amplia consideración, acorde con la magnitud de su obra, con la calidad de la misma y con su encomiable afán de superación.
Por otra parte, no es para nadie un secreto que Martín Casado es un pintor de raíces clásicas, que siente admiración por el Renacimiento italiano y por el Barroco holandés y español. Miguel Ángel, Rembrandt y Velázquez son para él los grandes maestros de la pintura universal, la fuente donde han de beber cuantos tengan el valor de enfrentarse a un lienzo virgen.
Piensa que el dibujo es la base de la pintura, y dice: “Yo no estoy en contra de la pintura moderna, allá cada cual con sus ideas y su forma de plasmarlas, pero no puedo compartir ciertas teorizaciones, sobretodo en el caso de la abstracción y del minimalismo”.
Sin embargo, la constante búsqueda de formas narrativas a que ha dedicado su vida le ha llevado al terreno del impresionismo, en cuya sutileza y juego de colores ha encontrado un semillero de inspiración. Estimo sinceramente que en la utilización de los conceptos de este movimiento artístico es un magistral innovador y que solo es cuestión de tiempo que así sea admitido por los críticos y el público.
¡El Público! Que juzga, se emociona y valora. Lo que más le interesa, puesto que el objetivo artístico de Martín Casado es comunicar emociones: la perfección técnica es nada al lado de la capacidad de crear vínculos, de habilitar una vía de diálogo con el destinatario de su obra. Un diálogo fluido, enriquecedor para ambos, en el que el triunfador es el arte puesto que su finalidad ha sido cumplida.
Para Martín Casado, el motor que mueve su pintura es el tesón en forma de perseverancia. Y la consecuencia es la satisfacción de quien vive una aventura y corona con éxito su peripecia por el mundo de los significados y los significantes. Además, la pintura es para él una droga dura, un vicio, una debilidad que es su fortaleza, un aliciente que es su compromiso, una manera de vivir.
Publicado en Diario Lanza el 14 de Diciembre de 2009
lunes, 30 de noviembre de 2009
El Realismo Abstracto
ESPIRALES ELÍPTICAS
El Realismo Abstracto
Por: Francisco Chaves Guzmán
Ocurre a veces, y esta es una de ellas, en que la fortuna se alía con alguien para ayudarle a descubrir lo oculto, para desvelarle la existencia de cosas, personas o sucesos que merecía la pena conocer.
Así es como, gracias al azar —cuyo empeño en sorprender y transformar es universalmente notorio—, supe hace unas semanas que Ángeles María Aranda era persona merecedora de atención y artista con múltiples recursos. Fue en el transcurso del Festival de Cine de Ciudad Real —que con tanto acierto ha dirigido Álvaro Vielsa— que asistí a la proyección de un cortometraje de Ángeles Aranda, “Experimentación Sensorial”, un videoarte sin argumento que expresa a través de la imagen la panoplia de sensaciones que el ser humano puede percibir a través de todos los sentidos. Con una fotografía cuidadísima, un montaje muy efectivo y una gran delicadeza, “Experimentación Sensorial” constituía un cine nuevo, arriesgado, trufado de emociones intensas, lleno de valentía.
Era necesario conocer a Ángeles Aranda, su directora.
De una juventud resuelta y contundente. Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid. Natural de Bolaños de Calatrava. Culta y refinada, con una comprobable aureola intelectual. Este podría ser su retrato, si lo elaboramos de manera sucinta, con pinceladas contundentes y efectos sólidos, a la manera de los iconoclastas impresionistas. Las sutiles insinuaciones de la materia de los sueños y la transformación paulatina de los límites de los objetos son ya obra de la directora.
He visto durante los últimos días otros tres cortometrajes realizados por ella. “Revelación” es obra de ficción en la que muestra un asesinato cometido en el castillo de los Calatravos hace siete siglos. Muy lograda en el plano técnico, cuenta con excelentes interpretaciones y un ritmo trepidante. “In-Tetuán” es un documental sobre la inmigración, elaborado con atención a las diversas posiciones ideológicas y de una factura exquisita. “El despertar del sueño” es un descenso al infierno de la violencia de género, a través del fotomontaje.
Pero no todo es cine en esta realizadora que se declara subyugada por las películas de Alejandro Amenazar y David Linch. Ángeles Aranda es artista de múltiples facetas, una intelectual multidisciplinar que necesita diferentes medios expresivos para poner de manifiesto sus sentimientos, dudas y certezas. Para gritar su desolación. Para clamar contra la marginación y la injusticia. Para luchar por una sociedad abierta y tolerante. A sus veinticinco años es una mujer comprometida, rebelde, que utiliza su trabajo artístico como fuerza emancipadora.
Por eso, como fotógrafa, utiliza reflejos y disonancias que aplica al retrato psicológico con el fin de destacar los rasgos de personalidad más esclarecedores. Y una intermitencia entre realismo y abstracción que ayuda a poner de relieve las contradicciones y trampas que acechan por doquier. Puesto que piensa que el arte es, ante todo, comunicación, sus fotografías son discursos sobre la naturaleza humana.
También dice que en el arte se produce un bucle entre la frustración creativa y la creatividad frustrante en el que se haya la energía que pone en funcionamiento la maquinaria de la producción artística. Según ella, su trabajo como pintora, que liga realismo y surrealismo, depende fundamentalmente de esa fuerza generadora. Cuyos resultados están determinados por influencias de Velázquez, Monet y Kandinsky.
Alguien de espíritu tan combativo tenía, asimismo, que navegar por las bravas aguas de la literatura, donde le gusta pacer en las ubérrimas novelas García Márquez y Paul Auster. Sus cuentos y guiones cinematográficos beben de estas fuentes. Y, como poeta, sus versos libres aúnan torbellinos de fuerza con delicadezas al límite.
Esta es la Ángeles Aranda que el Primer Festival de Cine de Ciudad Real me ha permitido conocer. Aunque solo fuese por ello, ya habría valido la pena la existencia del Festival. No ha sido premiada, pero tal cosa carece de importancia, porque los premios suelen ser consecuencia de la oportunidad y la suerte.
Publicado en Diario Lanza el 26 de Noviembre de 2009
domingo, 25 de octubre de 2009
Frenández Menor, Juegos de Luz y Color
ESPIRALES ELÍPTICAS
Juegos de Luz y Color
Por: Francisco Chaves Guzmán
En ese arrobamiento ante los juegos de luz que preceden al crepúsculo hay que buscar otra de las características de su estilo. Se refiere al tratamiento del color, pues considera él mismo que el arte radica en su cuidadosa manipulación para dar vida a los objetos. Tanto en el retrato como en el paisaje utiliza colores fuertes, vivos, muy contrastados, de una radicalidad feroz —cercana al fauvismo de André Derain— y de una vitalidad desestructurada —en la línea del futurismo de Carlo Carrá—. Lo que permite que los objetos adquieran connotaciones aparentemente lejanas a su propia naturaleza, pero que, en realidad, no hacen sino multiplicar sus capacidades expresivas de cara al espectador.
Si tenemos en cuenta que Fernández Menor considera que cualquier superficie es apta para plasmar su pintura, que cualquier material puede suplir al óleo o a la acuarela y que cualquier utensilio es capaz de estar a la altura del pincel y la espátula, habremos obtenido el retrato de un pintor tremendamente moderno, no anquilosado, valientemente innovador. Un pintor en el que clasicismo y vanguardia se unen de forma casi musical para pergeñar una obra de arte personal y sugestiva.
A todo esto es preciso añadir que el pensamiento artístico de Fernández Menor se basa en tres axiomas fundamentales. Primero, que el artista debe disfrutar de una absoluta libertad de creación. Segundo, que el deber ineludible del poder político es el fomento de la cultura. Y tercero, que un pueblo culto es un pueblo libre, educado, pacífico y próspero.
Publicado en Diario Lanza el 23 de Octubre de 2009
Juegos de Luz y Color
Por: Francisco Chaves Guzmán
Para comprender la obra de José Ángel Fernández Menor no es disparatado comenzar por oírle decir, trascendente y concentrado: “mi perro se llama Perro”. Porque esta frase no es una salida graciosa ni un pleonasmo. Aparte de que, en realidad, su perro se llama Perro, y que no es lo mismo ser que llamarse, dicha frase tiene valor proverbial, ya que nos ilumina sobre dos características del estilo del poeta-pintor, el humor y la concisión. Porque, ¿qué necesidad tiene nadie de llamar a su perro Aristófanes, por citar un nombre cualquiera?
Del mismo modo que su perro se llama Perro, su pintura se llama Pintura y su poesía lleva por nombre Poesía. Con mayúscula. Más allá de tendencias, modas o escuelas. Porque toda su obra creativa denota fuertes dosis de personalidad y carácter.
Cuando hace algunos años, armado con una cerilla y una lata de gasolina, en un descampado de La Poblachuela, condenó a la hoguera buena parte de su producción última hubo quien lo vio como un iluminado, preso de juvenil piromanía. Incluso varios bienintencionados vecinos rescataron de las llamas algunos de sus cuadros. Pero, lejos de un arrebato, aquella ceremonia llevaba en sí misma la profundidad de un ritual. Purificada por el fuego, era su propia idea de creación la que ardía, para procurar así un resurgimiento, un renacimiento de su condición de pintor. Aquella misma noche, cuando las pequeñas ascuas aún revoloteaban por los caminos, un Fernández Menor limpio y renovado volvía a sus instrumentos de trabajo para iniciar una nueva etapa en su labor artística.
He citado deliberadamente La Poblachuela. Porque es allí donde Fernández Menor confiesa haberse hecho pintor, atraído por la poesía que emanaba de sus atardeceres. Azules, naranjas, amarillos, ocres, blancos, rojos se complementan en el cielo de manera irrepetible cada puesta de sol. Esta interna excitación estética le ha llevado a una relación íntima y amorosa con la llanura manchega. Con los paisajes, huertos, rocíos, fogones y gentes.En ese arrobamiento ante los juegos de luz que preceden al crepúsculo hay que buscar otra de las características de su estilo. Se refiere al tratamiento del color, pues considera él mismo que el arte radica en su cuidadosa manipulación para dar vida a los objetos. Tanto en el retrato como en el paisaje utiliza colores fuertes, vivos, muy contrastados, de una radicalidad feroz —cercana al fauvismo de André Derain— y de una vitalidad desestructurada —en la línea del futurismo de Carlo Carrá—. Lo que permite que los objetos adquieran connotaciones aparentemente lejanas a su propia naturaleza, pero que, en realidad, no hacen sino multiplicar sus capacidades expresivas de cara al espectador.
Si tenemos en cuenta que Fernández Menor considera que cualquier superficie es apta para plasmar su pintura, que cualquier material puede suplir al óleo o a la acuarela y que cualquier utensilio es capaz de estar a la altura del pincel y la espátula, habremos obtenido el retrato de un pintor tremendamente moderno, no anquilosado, valientemente innovador. Un pintor en el que clasicismo y vanguardia se unen de forma casi musical para pergeñar una obra de arte personal y sugestiva.
A todo esto es preciso añadir que el pensamiento artístico de Fernández Menor se basa en tres axiomas fundamentales. Primero, que el artista debe disfrutar de una absoluta libertad de creación. Segundo, que el deber ineludible del poder político es el fomento de la cultura. Y tercero, que un pueblo culto es un pueblo libre, educado, pacífico y próspero.
martes, 20 de octubre de 2009
Inocente Blanco, La Mirada Creativa
ESPIRALES ELÍPTICAS
La Mirada Creativa
Por: Francisco Chaves Guzmán
He defendido siempre que la calidad de un artista no viene determinada por el virtuosismo técnico, sino por la capacidad que su mirada tenga para captar la realidad que lo circunda.
Entiéndase: el dominio de los instrumentos propios de su actividad es necesario. Necesario, sí, pero no suficiente. Porque la función del artista no estriba en copiar la realidad inmediata, sino en sacar a la luz destellos de una realidad más profunda, que suele tener tendencia a camuflarse entre la hojarasca de lo manifiesto. Por eso el artista ha de tener una mirada especial que le permita descubrir aquellas relaciones que permanecen ocultas. Pinceles, buriles y lápices son meros instrumentos de los que se sirve para comunicar sus hallazgos.
Este párrafo introductorio me da pie para decir que, según los parámetros que personalmente valoro, considero a Inocente Blanco de la Rubia como un excelente comunicador de emociones, lo que en mi caso equivale a considerarle un excelente artista.
Y no solo, naturalmente, por la minuciosidad que habita su pintura, por la habilidad y contundencia de su trazo, por la profundidad que da vida a sus composiciones, por la elección refinada de los materiales que utiliza…
Sino también, y sobretodo, por su capacidad para imbuirse del mundo que le ha tocado vivir, del pasado huidizo y del presente fáctico. En suma, por las innegables muestras que ofrece de “saber mirar”.
Pero este “saber mirar” no es nunca una casualidad, no nace por generación espontánea. Muy al contrario: es consecuencia de una receptividad que ancla sus bases antes que nada en la percepción —poniendo en juego los sentidos— y luego en el conocimiento —tamizando la información sensorial por medio de voliciones y afectos—. Es decir, que el artista se hace a través de resortes que ponen a prueba su sensibilidad y su voluntad, que son, a la vez, la piedra angular de su relevancia.
Así, el templo del arte que ha edificado Inocente Blanco se levanta sobre cuatro columnas: La espiritualidad —que no se debe confundir con religiosidad ni misticismo— del Extremo Oriente, personificada en las enseñanzas del pintor Shintao. La perspectiva que alumbraron los grandes maestros del renacimiento Italiano. Las revolucionarias aportaciones del Arte Moderno, especialmente las elucubraciones plásticas de Matisse y Cézanne. Y los silencios y luces, siempre renovados y sugestivos, del Campo de Calatrava.
Esta luz y este silencio son dos de las preocupaciones máximas de Inocente Blanco como artista. También lo es el vacío, como semillero de luz y de plenitud. O el ser humano, siempre presente en sus cuadros, aunque no esté directamente representado. O la naturaleza, tan maltratada, al final triunfante de todas las insidias. Y la memoria, sustento final de toda su obra.
Es precisamente en la memoria donde echan raíces sus dos grandes series, “Paisajes Imaginarios” y “Paisaje y Arquitectura”, pues sus cuadros no son copias del natural, sino rememoraciones de lo vivido, reconocimientos íntimos, apropiaciones esenciales, simulaciones imprescindibles, fructíferos diálogos con los campos de su infancia y con los sueños de madurez.
Inocente Blanco, natural de Granátula, Licenciado en Prehistoria y Arqueólogo, dedica su vida a la creación artística y considera la pintura como el fundamento de su manera de ser. Es, por otra parte, un reconocido muralista, actividad en la que destaca su monumental instalación para el Museo Arqueológico de Almería, fresco esquemático que narra las peripecias de supervivencia y progreso de la humanidad.
Para él, que entiende la pintura como un dibujo manchado de color, para quien el impulso creador es la rueda que mueve su existencia, que considera que el arte es siempre un retrato interior, existe una exigencia ineludible: la exigencia de un enorme respeto por la naturaleza y por el ser humano. Para que “las culebras de la memoria”, en palabras de nuestro gran poeta Félix Grande, “no te espanten el espejo”.
Publicado en Duiario Lanza el 19 de Octubre de 2009
La Mirada Creativa
Por: Francisco Chaves Guzmán
He defendido siempre que la calidad de un artista no viene determinada por el virtuosismo técnico, sino por la capacidad que su mirada tenga para captar la realidad que lo circunda.
Este párrafo introductorio me da pie para decir que, según los parámetros que personalmente valoro, considero a Inocente Blanco de la Rubia como un excelente comunicador de emociones, lo que en mi caso equivale a considerarle un excelente artista.
Sino también, y sobretodo, por su capacidad para imbuirse del mundo que le ha tocado vivir, del pasado huidizo y del presente fáctico. En suma, por las innegables muestras que ofrece de “saber mirar”.
Pero este “saber mirar” no es nunca una casualidad, no nace por generación espontánea. Muy al contrario: es consecuencia de una receptividad que ancla sus bases antes que nada en la percepción —poniendo en juego los sentidos— y luego en el conocimiento —tamizando la información sensorial por medio de voliciones y afectos—. Es decir, que el artista se hace a través de resortes que ponen a prueba su sensibilidad y su voluntad, que son, a la vez, la piedra angular de su relevancia.
Así, el templo del arte que ha edificado Inocente Blanco se levanta sobre cuatro columnas: La espiritualidad —que no se debe confundir con religiosidad ni misticismo— del Extremo Oriente, personificada en las enseñanzas del pintor Shintao. La perspectiva que alumbraron los grandes maestros del renacimiento Italiano. Las revolucionarias aportaciones del Arte Moderno, especialmente las elucubraciones plásticas de Matisse y Cézanne. Y los silencios y luces, siempre renovados y sugestivos, del Campo de Calatrava.
Esta luz y este silencio son dos de las preocupaciones máximas de Inocente Blanco como artista. También lo es el vacío, como semillero de luz y de plenitud. O el ser humano, siempre presente en sus cuadros, aunque no esté directamente representado. O la naturaleza, tan maltratada, al final triunfante de todas las insidias. Y la memoria, sustento final de toda su obra.
Es precisamente en la memoria donde echan raíces sus dos grandes series, “Paisajes Imaginarios” y “Paisaje y Arquitectura”, pues sus cuadros no son copias del natural, sino rememoraciones de lo vivido, reconocimientos íntimos, apropiaciones esenciales, simulaciones imprescindibles, fructíferos diálogos con los campos de su infancia y con los sueños de madurez.
Para él, que entiende la pintura como un dibujo manchado de color, para quien el impulso creador es la rueda que mueve su existencia, que considera que el arte es siempre un retrato interior, existe una exigencia ineludible: la exigencia de un enorme respeto por la naturaleza y por el ser humano. Para que “las culebras de la memoria”, en palabras de nuestro gran poeta Félix Grande, “no te espanten el espejo”.
Publicado en Duiario Lanza el 19 de Octubre de 2009
viernes, 4 de septiembre de 2009
Prado Donoso, la Fotografía Experimental
ESPIRALES ELÍPTICAS
La Fotografía Experimental
Por: Francisco Chaves Guzmán
“El Arte es el sendero apasionante por el que caminan nuestros más profundos pensamientos”.
Esta es la frase que gusta utilizar como divisa, como estandarte, Prado Donoso Mazuelas, licenciada en Bellas Artes, para quien la fotografía es algo más que una pasión, pues es la pasión convertida en entronque vital, en cauce para el conocimiento.
Cabría preguntarse: ¿hacia dónde transitan esos profundos pensamientos? Yo creo que la respuesta está en sus propias fotografías: hacia el entendimiento de cuanto nos rodea, la comprensión de los actos y motivaciones de los humanos, con una mirada original, utilizando para ello técnicas tanto tradicionales como novedosas, investigando de forma experimental cada vez que se decide a apretar el botón del obturador.
Porque Prado Donoso, lejos de limitarse a mostrar en cada una de sus fotografías un trozo de la realidad, explica ésta a través de metáforas visuales. No es, pues, casualidad que entre sus referentes haya un sitio de honor para los mágicos Cartier-Bresson y Gudzowaty, así como para el paisajista Ansel Adamns.
Y esta pulsión experimental tiene mucho que ver con su formación como pintora. Fue precisamente un súbito encantamiento producido por la obra de Caspar Friedrich lo que la llevó a ingresar en la Facultad de Bellas Artes. La maestría de Friedrich en la utilización de la luz y su perfección en la composición desataron su vocación. Más tarde fue el paulatino descubrimiento de Van Gogh, con sus rabiosos colores intuitivamente contrastados y la desestructuración de lo real, en una explosión tanto física como mental, lo que la animaron en la búsqueda de vías expresivas emergentes.
¡Qué lejos aquel tiempo en que el poeta Baudelaire arremetía contra la fotografía como corruptora del Arte! ¡Qué lejos aquel tiempo en que el pintor Delaroche vaticinaba, entre llantos, la desaparición de la Pintura, vilmente engullida por el infernal y fagocitador daguerrotipo!
¡Pues no! Lo que ocurrió fue que los pintores imaginaron nuevas formas y “de –ismo en –ismo” crearon lenguajes revolucionarios al servicio del discernimiento y de la interpretación. Los fotógrafos, por su parte, siguieron una evolución parecida y, dejando a un lado la mera reproducción de los objetos, se embarcaron en la portentosa aventura de mostrar las caras ocultas de tales objetos.
Ahora numerosos creadores utilizan la pintura y la fotografía como lenguajes expresivos alternativos, ambos llenos de posibilidades comunicativas y una similar consideración en cuanto a sus cualidades artísticas.
Prado Donoso es uno de ellos. Todo el mundo sabe que en fotografía hay unos principios técnicos básicos que condicionan la forma en que entra la luz en la cámara oscura. Luego está la elección de los objetos y su disposición dentro de los límites del encuadre. Lo propio del artista es aprovechar las sinergias que se producen en el encuentro de todas estas variables independientes hasta conseguir un estilo propio, una voz inconfundible.
Esta voz personal, la distintiva del artista, es la que pone en juego Prado Donoso Mazuelas para sus investigaciones y experimentos, que no tienen otro fin que sacar a la luz, como decía más arriba, lo que tiende a permanecer oculto.
Publicado en Diario Lanza el 3 de Septiembre de 2009
La Fotografía Experimental
Por: Francisco Chaves Guzmán
“El Arte es el sendero apasionante por el que caminan nuestros más profundos pensamientos”.
Esta es la frase que gusta utilizar como divisa, como estandarte, Prado Donoso Mazuelas, licenciada en Bellas Artes, para quien la fotografía es algo más que una pasión, pues es la pasión convertida en entronque vital, en cauce para el conocimiento.
Porque Prado Donoso, lejos de limitarse a mostrar en cada una de sus fotografías un trozo de la realidad, explica ésta a través de metáforas visuales. No es, pues, casualidad que entre sus referentes haya un sitio de honor para los mágicos Cartier-Bresson y Gudzowaty, así como para el paisajista Ansel Adamns.
¡Qué lejos aquel tiempo en que el poeta Baudelaire arremetía contra la fotografía como corruptora del Arte! ¡Qué lejos aquel tiempo en que el pintor Delaroche vaticinaba, entre llantos, la desaparición de la Pintura, vilmente engullida por el infernal y fagocitador daguerrotipo!
¡Pues no! Lo que ocurrió fue que los pintores imaginaron nuevas formas y “de –ismo en –ismo” crearon lenguajes revolucionarios al servicio del discernimiento y de la interpretación. Los fotógrafos, por su parte, siguieron una evolución parecida y, dejando a un lado la mera reproducción de los objetos, se embarcaron en la portentosa aventura de mostrar las caras ocultas de tales objetos.
Prado Donoso es uno de ellos. Todo el mundo sabe que en fotografía hay unos principios técnicos básicos que condicionan la forma en que entra la luz en la cámara oscura. Luego está la elección de los objetos y su disposición dentro de los límites del encuadre. Lo propio del artista es aprovechar las sinergias que se producen en el encuentro de todas estas variables independientes hasta conseguir un estilo propio, una voz inconfundible.
Esta voz personal, la distintiva del artista, es la que pone en juego Prado Donoso Mazuelas para sus investigaciones y experimentos, que no tienen otro fin que sacar a la luz, como decía más arriba, lo que tiende a permanecer oculto.
Publicado en Diario Lanza el 3 de Septiembre de 2009
sábado, 22 de agosto de 2009
Paco Alberola, un Cómico Delirante
ESPIRALES ELÍPTICAS
Un Cómico Delirante
Por: Francisco Chaves Guzmán
Transparente y llano, dotado de un gran sentido del humor, en constante lucha con su timidez, solidario hasta la extenuación, proclive a la empatía, tolerante, responsable, amistoso…
Tal sería un retrato de Paco Alberola en su calidad de hombre de la calle, de ciudadano medio. Pero, ¿quién es el Paco Alberola que sube al escenario para transformarse en personaje mágico? Un cómico delirante, un histrión exagerado, un duende malicioso, un irreverente mimo.
Con sus propias palabras: “lo que pretendo es llegar al corazón de la gente, y para mí es más sencillo y estimulante hacerlo a través del chiste, de la parodia, pues la risa nos hace más humanos y más juiciosos”. Esta es la razón por la que se siente cercano a la comedia y por la que ha interpretado tantos papeles en las disparatadas obras de los Quintero, Arniches, Llopis, Mihura, Paso o Muñoz Seca. Y también explica por qué, en la tragedia, suelen asignarle el personaje del “gracioso”, como el Ciutti del Tenorio, papel en el que brilló especialmente.
Cabe, pues, imaginar a Paco Alberola en un escenario griego, entre columnas jónicas o corintias, más allá de la orquestra, sobre coturnos de madera y camuflado tras la máscara. Pero no para interpretar las sesudas tragedias de Sófocles o Esquilo, ni tampoco las del avanzado Eurípides, ni siquiera las comedias políticas y maledicentes de Aristófanes. Sino las desenfadadas de Menandro, con sus tipos callejeros de fanfarrones y hetairas.
Esto es así porque, en la histórica lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco, el actor Paco Alberola ha optado por Dionisos y sus bacantes, lo que lleva aparejado la transgresión y la fanfarria.
Estas referencias a lo báquico sirven para comprender a Paco Alberola cuando dice: “para mí, el teatro es una droga dura, que me tiene totalmente enganchado, que me ha cambiado la vida y de la cual ya no puedo prescindir”. Y es que el teatro le ha servido para domesticar el miedo y la vergüenza, para perfeccionar la dicción, para encontrar la necesaria confianza en sí mismo. Y para crear, según confesión propia, una bestia interior que se siente feliz cuando es centro de atención de un auditorio. En mi opinión, tal es su adicción que de buena gana convertiría cada calle y cada plaza en un escenario radiante de oropeles en el que improvisar desaforados personajes salidos de su magín.
Naturalmente, puesto que su vocación teatral fue sobrevenida y casual, Paco Alberola tiene la fe del converso. En términos culturales cercanos cayó del caballo al encontrarse con la compañía “Bohemios”, lo que le abrió las puertas de una galaxia desconocida, y llegó al paroxismo en las filas de la compañía “Amigos del Teatro”, que potenció el encantamiento.
Y, últimamente, una nueva vuelta de tuerca también inesperada le ha llevado al mundo del cine. Donde ha representado pequeños papeles para los directores Alvar Vielsa y José Luis Margotón. Incluso intervino, junto a Javier Fesser, en “Camino”.
Pero Paco Alberola es muy consciente de encontrarse en fase de aprendizaje. Confía en que un salto cualitativo en madurez y formación le permita afrontar retos hoy todavía distantes, nuevos registros que completen al actor que nace.
Entonces será el momento de comprobar en su propia piel de actor que el teatro no es sólo un divertimento, sino también, y sobretodo, un motor de emancipación social y personal. Que la farándula y la bohemia no son sino el envoltorio lúdico de algo muy profundo, muy valioso. Que tras las bambalinas se esconden las pesadillas y las quimeras de la humanidad.
Yo deseo que las musas Talía y Melpómene le muestren la ruta hacia el dios Apolo, complemento imprescindible de Dionisos.
Publicado en Diario Lanza el 19 de Agosto de 2009
Un Cómico Delirante
Por: Francisco Chaves Guzmán
Transparente y llano, dotado de un gran sentido del humor, en constante lucha con su timidez, solidario hasta la extenuación, proclive a la empatía, tolerante, responsable, amistoso…
Tal sería un retrato de Paco Alberola en su calidad de hombre de la calle, de ciudadano medio. Pero, ¿quién es el Paco Alberola que sube al escenario para transformarse en personaje mágico? Un cómico delirante, un histrión exagerado, un duende malicioso, un irreverente mimo.
Con sus propias palabras: “lo que pretendo es llegar al corazón de la gente, y para mí es más sencillo y estimulante hacerlo a través del chiste, de la parodia, pues la risa nos hace más humanos y más juiciosos”. Esta es la razón por la que se siente cercano a la comedia y por la que ha interpretado tantos papeles en las disparatadas obras de los Quintero, Arniches, Llopis, Mihura, Paso o Muñoz Seca. Y también explica por qué, en la tragedia, suelen asignarle el personaje del “gracioso”, como el Ciutti del Tenorio, papel en el que brilló especialmente.
Esto es así porque, en la histórica lucha entre lo apolíneo y lo dionisiaco, el actor Paco Alberola ha optado por Dionisos y sus bacantes, lo que lleva aparejado la transgresión y la fanfarria.
Estas referencias a lo báquico sirven para comprender a Paco Alberola cuando dice: “para mí, el teatro es una droga dura, que me tiene totalmente enganchado, que me ha cambiado la vida y de la cual ya no puedo prescindir”. Y es que el teatro le ha servido para domesticar el miedo y la vergüenza, para perfeccionar la dicción, para encontrar la necesaria confianza en sí mismo. Y para crear, según confesión propia, una bestia interior que se siente feliz cuando es centro de atención de un auditorio. En mi opinión, tal es su adicción que de buena gana convertiría cada calle y cada plaza en un escenario radiante de oropeles en el que improvisar desaforados personajes salidos de su magín.
Naturalmente, puesto que su vocación teatral fue sobrevenida y casual, Paco Alberola tiene la fe del converso. En términos culturales cercanos cayó del caballo al encontrarse con la compañía “Bohemios”, lo que le abrió las puertas de una galaxia desconocida, y llegó al paroxismo en las filas de la compañía “Amigos del Teatro”, que potenció el encantamiento.
Pero Paco Alberola es muy consciente de encontrarse en fase de aprendizaje. Confía en que un salto cualitativo en madurez y formación le permita afrontar retos hoy todavía distantes, nuevos registros que completen al actor que nace.
Entonces será el momento de comprobar en su propia piel de actor que el teatro no es sólo un divertimento, sino también, y sobretodo, un motor de emancipación social y personal. Que la farándula y la bohemia no son sino el envoltorio lúdico de algo muy profundo, muy valioso. Que tras las bambalinas se esconden las pesadillas y las quimeras de la humanidad.
Yo deseo que las musas Talía y Melpómene le muestren la ruta hacia el dios Apolo, complemento imprescindible de Dionisos.
Publicado en Diario Lanza el 19 de Agosto de 2009
lunes, 10 de agosto de 2009
Manuel Plaza, el Arte Democrático
ESPIRALES ELÍPTICAS
El Arte Democrático
Por: Francisco Chaves Guzmán
En todo ser humano habita, camuflado, el germen de un artista. Esto ya lo proclamaba Nietzsche, en sus memorables páginas dedicadas a la adquisición de la capacidad estética: “el acceso a la experiencia de la belleza es una conquista del ser humano”. De todos los seres humanos: en la contemplación e interpretación de la realidad circundante está latente la posibilidad de admirar lo bello y transformarlo en arte.
Y lo sabe Manuel Plaza Trenado, para quienes los mejores espectadores de una obra de arte son los niños. Dice: “ve a un museo, observa a qué atienden los chiquininos y sabrás dónde hay arte”. Tal vez porque los niños aún no están influenciados por los juicios y prejuicios de los críticos, los técnicos y los historiadores.
Puede que sea esta la razón por la que disfruta con la obra de los principiantes, de quienes confiesa aprender tanto como de los pintores consagrados. Sí. Manolo Plaza, el pintor de la serenidad, el estudioso del cromatismo, el analista de la pincelada, admira la espontaneidad y el ingenio de los pintores noveles, de los aprendices. Pienso que tal admiración tiene una relación causal con su dedicación a la enseñanza, tanto en los cursos reglados del Museo López Villaseñor como la que imparte en su propio estudio para alumnos particulares.
Desde luego, la primera idea que les hace llegar es una sentencia de Umberto Eco: “cada cuadro es distinto del anterior, tiene sus propias leyes y, por supuesto, se cierra en sí mismo. Se cierra físicamente, pero permanece abierto a las reelaboraciones del espectador”.
Pero, ¿en qué ámbito se mueven las leyes de un cuadro? Manolo Plaza lo tiene claro. En primer lugar que, puesto que la imagen es un engaño, la sensación debe prevalecer sobre la percepción, tanto por parte del autor como del espectador. En segundo lugar que, dado que la sensación es subjetiva, los juicios sobre la realidad y su traducción artística dependen de la singularidad de los actores implicados antes que de la materia objetiva, necesariamente individualizada en los procesos de creación e interpretación. Y, en tercer lugar, como corolario, que la sintaxis de un cuadro es, o debe ser, irrepetible, obedeciendo sólo al camino que dicte la enajenación del autor en el momento de la creación y la enajenación del espectador en el momento de la reinterpretación.
Sin embargo, en aparente contradicción con lo anterior, el verdadero artista deja indeleble su huella personal, su factura, en toda su obra, de cuadro a cuadro, de época a época, de motivo en motivo. Esta huella, tanto en los artistas plásticos como en los literatos o en los músicos, es la que los hace reconocibles al espectador, por encima de las circunstancias que condicionan la realización de cada una de sus obras.
Llegados a este punto, habrá que preguntarse: “¿cuál es la huella que define la pintura de Manolo Plaza?
Aquí es necesario tener en cuenta que él es un ferviente admirador de Giorgio di Morandi y de Ángel Andrade, a quienes considera maestros de la composición y por los que se siente personalmente más influido. También que la mezcla óptica de los colores, propia del Puntillismo, indica el nacimiento de una pintura puramente plástica, por encima de condicionamientos ideológicos. Que considera al Fauvismo, con su explosión de colores fortísimos, un paso adelante en la misma dirección. Que aplaude la iconoclasta revelación del Dadaísmo —¡el Arte ha muerto, viva el Arte!—, defenestrador de camarillas elitistas autocomplacientes y democratizador de la actividad artística, por lo que supone de liberación del academicismo encorsetado y repetitivo. Y que se siente fascinado por la fábrica de sueños que es el surrealismo, en el que las deformaciones están al servicio del conocimiento de la realidad.
Manolo Plaza plasma en sus obras sus convicciones artísticas: la posible y necesaria coexistencia entre figurativismo y abstracción; la convivencia de la tradición y la vanguardia; la certeza de que la calidad de un objeto no radica en sí mismo, sino en la mirada que lo examina, y, por lo tanto, cualquiera de ellos puede estar en el punto de mira del artista.
Es en todos estos planteamientos donde hecha raíces su huella, su factura. Porque lo que hace identificable la obra toda de Manolo Plaza es la pincelada producto de un riguroso estudio, la cadencia rítmica que anima cada una de sus composiciones, la atención a las pequeñas cosas, el contraste simultáneo de los colores y la coherencia interna. Y para mí, como espectador atento, una gran sensación de serenidad y sosiego.
Manolo Plaza, licenciado en Bellas Artes, profesor de dibujo artístico, tras docenas de exposiciones y repetidamente premiado a lo largo y a lo ancho de toda la geografía española, no se cansa de desafiar a cuantos se cruza: “¿Y tú porqué no pintas?”. Como Akira Kurosawa hiciera decir al Van Gogh de su película “Los Sueños”.
Publicado en Diario Lanza el 8 de Agosto de 2009
El Arte Democrático
Por: Francisco Chaves Guzmán
En todo ser humano habita, camuflado, el germen de un artista. Esto ya lo proclamaba Nietzsche, en sus memorables páginas dedicadas a la adquisición de la capacidad estética: “el acceso a la experiencia de la belleza es una conquista del ser humano”. De todos los seres humanos: en la contemplación e interpretación de la realidad circundante está latente la posibilidad de admirar lo bello y transformarlo en arte.
Y lo sabe Manuel Plaza Trenado, para quienes los mejores espectadores de una obra de arte son los niños. Dice: “ve a un museo, observa a qué atienden los chiquininos y sabrás dónde hay arte”. Tal vez porque los niños aún no están influenciados por los juicios y prejuicios de los críticos, los técnicos y los historiadores.
Desde luego, la primera idea que les hace llegar es una sentencia de Umberto Eco: “cada cuadro es distinto del anterior, tiene sus propias leyes y, por supuesto, se cierra en sí mismo. Se cierra físicamente, pero permanece abierto a las reelaboraciones del espectador”.
Pero, ¿en qué ámbito se mueven las leyes de un cuadro? Manolo Plaza lo tiene claro. En primer lugar que, puesto que la imagen es un engaño, la sensación debe prevalecer sobre la percepción, tanto por parte del autor como del espectador. En segundo lugar que, dado que la sensación es subjetiva, los juicios sobre la realidad y su traducción artística dependen de la singularidad de los actores implicados antes que de la materia objetiva, necesariamente individualizada en los procesos de creación e interpretación. Y, en tercer lugar, como corolario, que la sintaxis de un cuadro es, o debe ser, irrepetible, obedeciendo sólo al camino que dicte la enajenación del autor en el momento de la creación y la enajenación del espectador en el momento de la reinterpretación.
Sin embargo, en aparente contradicción con lo anterior, el verdadero artista deja indeleble su huella personal, su factura, en toda su obra, de cuadro a cuadro, de época a época, de motivo en motivo. Esta huella, tanto en los artistas plásticos como en los literatos o en los músicos, es la que los hace reconocibles al espectador, por encima de las circunstancias que condicionan la realización de cada una de sus obras.
Llegados a este punto, habrá que preguntarse: “¿cuál es la huella que define la pintura de Manolo Plaza?
Aquí es necesario tener en cuenta que él es un ferviente admirador de Giorgio di Morandi y de Ángel Andrade, a quienes considera maestros de la composición y por los que se siente personalmente más influido. También que la mezcla óptica de los colores, propia del Puntillismo, indica el nacimiento de una pintura puramente plástica, por encima de condicionamientos ideológicos. Que considera al Fauvismo, con su explosión de colores fortísimos, un paso adelante en la misma dirección. Que aplaude la iconoclasta revelación del Dadaísmo —¡el Arte ha muerto, viva el Arte!—, defenestrador de camarillas elitistas autocomplacientes y democratizador de la actividad artística, por lo que supone de liberación del academicismo encorsetado y repetitivo. Y que se siente fascinado por la fábrica de sueños que es el surrealismo, en el que las deformaciones están al servicio del conocimiento de la realidad.
Manolo Plaza plasma en sus obras sus convicciones artísticas: la posible y necesaria coexistencia entre figurativismo y abstracción; la convivencia de la tradición y la vanguardia; la certeza de que la calidad de un objeto no radica en sí mismo, sino en la mirada que lo examina, y, por lo tanto, cualquiera de ellos puede estar en el punto de mira del artista.
Es en todos estos planteamientos donde hecha raíces su huella, su factura. Porque lo que hace identificable la obra toda de Manolo Plaza es la pincelada producto de un riguroso estudio, la cadencia rítmica que anima cada una de sus composiciones, la atención a las pequeñas cosas, el contraste simultáneo de los colores y la coherencia interna. Y para mí, como espectador atento, una gran sensación de serenidad y sosiego.
Manolo Plaza, licenciado en Bellas Artes, profesor de dibujo artístico, tras docenas de exposiciones y repetidamente premiado a lo largo y a lo ancho de toda la geografía española, no se cansa de desafiar a cuantos se cruza: “¿Y tú porqué no pintas?”. Como Akira Kurosawa hiciera decir al Van Gogh de su película “Los Sueños”.
Publicado en Diario Lanza el 8 de Agosto de 2009
jueves, 23 de julio de 2009
Damián Manzanares, el Poeta Ensimismado
ESPIRALES ELÍPTICAS
El Poeta Ensimismado
Por: Francisco Chaves Guzmán
A veces, los versos fluyen del poeta con la naturalidad de las cosas cotidianas, sin visible esfuerzo, mansamente unos días, estrepitosos otros, entre gritos y susurros, con la sonoridad de una cascada o con la paz de un remanso.
Así es la poesía de Damián Manzanares, palabras en enjambre dibujando cabriolas, que parecen seguir la “Preceptiva Poética” de León Felipe. Porque su poesía nace de un interno fulgor, de una pulsión ignota que utiliza el verso como vehículo, las palabras como cauce y las ideas como mapa. Pero no es verso, ni palabra, ni idea, sino una necesidad vital que se manifiesta a su través.
Esta es la razón por la que yo no veo en Damián Manzanares lo que algunos críticos ven o dicen ver: un poeta social, un poeta amoroso, un poeta místico. No. Yo en Damián Manzanares sólo encuentro un poeta. Un poeta ensimismado, exiliado en sí mismo. Que vive, sueña y ama al albur de la poesía. En la que su pensamiento, sus lágrimas y su manera de estar son ya poesía.
Este Doctor en Filología Hispánica, de una destreza depuradísima, no pone su poesía al servicio de la técnica, sino ésta a las órdenes del universo poético que lo anima, de tal forma que sus composiciones resultan de una sencillez exquisita, desnudas de abalorios, de una exactitud casi matemática y de una austeridad casi monacal. Dadas estas premisas, debe quedar claro que sus poemarios devienen plácidos, pero no rigurosos, y exultantes. A quien esto le parezca una contradicción no tiene nada más que zambullirse en ellos para comprobar con qué admirable tino la resuelve. Que no es otro que el de su vitalidad poética, a la que me refería anteriormente, encarnada en versos, palabras e ideas.
Esta materialización, que no es su poesía, sino la expresión externa de ella, es la que se sirve de la técnica para darla a conocer y crear un puente codificable que la acerque al lector.
Ahí nace su total desapego por la rima, que utiliza en contadísimas ocasiones, como si la considerase una forma ajena a la poesía, una simple aliteración malabarista que otros emplean para captar y encantar al lector, que se vería atrapado en sus redes. Por el contrario, el ritmo que impone a sus poemas está profundamente estudiado, tal vez porque piensa que música y poesía comparten idénticos principios de belleza y vigor: la versificación en diverso metros, del bisilábico al alejandrino, le sirve para expresar diversos estados de ánimo, alegría y tristeza, esperanza y abatimiento, excitación y mesura. Porque su poesía intimista es un compendio de pasiones, dudas, heroísmo, amor, virtud, tropiezos. Un tobogán de percepciones y sensaciones que lo catapulta a la trascendencia.
Todo ello es factible encontrar en las páginas de su trilogía Aires Nuevos, que es mi preferida, compuesta por los libros Río de Cielo, En tu regazo y Loas a Vela. Y también en sus posteriores poemarios De celestes amores y Poemas blancos, este último magníficamente prologado por Mari Carmen Matute.
Creo objetivo añadir que estas líneas son, también, un homenaje a nuestra inveterada amistad. Una amistad no basada en las coincidencias, sino en el mutuo respeto a trayectorias bien diferentes y bifurcantes. Una sana amistad, en las antípodas del amiguismo clientelista.
Publicado en Diario Lanza el 20 de Julio de 2009
El Poeta Ensimismado
Por: Francisco Chaves Guzmán
A veces, los versos fluyen del poeta con la naturalidad de las cosas cotidianas, sin visible esfuerzo, mansamente unos días, estrepitosos otros, entre gritos y susurros, con la sonoridad de una cascada o con la paz de un remanso.
Así es la poesía de Damián Manzanares, palabras en enjambre dibujando cabriolas, que parecen seguir la “Preceptiva Poética” de León Felipe. Porque su poesía nace de un interno fulgor, de una pulsión ignota que utiliza el verso como vehículo, las palabras como cauce y las ideas como mapa. Pero no es verso, ni palabra, ni idea, sino una necesidad vital que se manifiesta a su través.
Esta es la razón por la que yo no veo en Damián Manzanares lo que algunos críticos ven o dicen ver: un poeta social, un poeta amoroso, un poeta místico. No. Yo en Damián Manzanares sólo encuentro un poeta. Un poeta ensimismado, exiliado en sí mismo. Que vive, sueña y ama al albur de la poesía. En la que su pensamiento, sus lágrimas y su manera de estar son ya poesía.
Esta materialización, que no es su poesía, sino la expresión externa de ella, es la que se sirve de la técnica para darla a conocer y crear un puente codificable que la acerque al lector.
Ahí nace su total desapego por la rima, que utiliza en contadísimas ocasiones, como si la considerase una forma ajena a la poesía, una simple aliteración malabarista que otros emplean para captar y encantar al lector, que se vería atrapado en sus redes. Por el contrario, el ritmo que impone a sus poemas está profundamente estudiado, tal vez porque piensa que música y poesía comparten idénticos principios de belleza y vigor: la versificación en diverso metros, del bisilábico al alejandrino, le sirve para expresar diversos estados de ánimo, alegría y tristeza, esperanza y abatimiento, excitación y mesura. Porque su poesía intimista es un compendio de pasiones, dudas, heroísmo, amor, virtud, tropiezos. Un tobogán de percepciones y sensaciones que lo catapulta a la trascendencia.
Todo ello es factible encontrar en las páginas de su trilogía Aires Nuevos, que es mi preferida, compuesta por los libros Río de Cielo, En tu regazo y Loas a Vela. Y también en sus posteriores poemarios De celestes amores y Poemas blancos, este último magníficamente prologado por Mari Carmen Matute.
Creo objetivo añadir que estas líneas son, también, un homenaje a nuestra inveterada amistad. Una amistad no basada en las coincidencias, sino en el mutuo respeto a trayectorias bien diferentes y bifurcantes. Una sana amistad, en las antípodas del amiguismo clientelista.
Publicado en Diario Lanza el 20 de Julio de 2009
martes, 7 de julio de 2009
Jesús Millán, la Danza de los Colores
ESPIRALES ELÍPTICAS
La Danza de los Colores
Por: Francisco Chaves Guzmán
La paleta de Jesús Millán Cueva esconde una gama muy amplia de colores, pero en ella predominan los que son fuertes, puros, abrasadores. Frente a su caballete, se conmueve al ritmo de la música de Brahms, de Mozart, de Chopin, de Albinoni. Y deja que la fantasía vague deslizándose sobre el lienzo virgen, capturando las hermosas imágenes que conformarán la obra. Y es que él jamás comienza un trabajo con una idea preconcebida, sino que se deja arrastrar por los guiños que le devuelve el propio lienzo, con el que guarda una relación de abierta complicidad.
Creo necesario señalar ahora que la primera vez que visité una exposición de Jesús Millán —hará unos quince años, en el Palacio Medrano de Ciudad Real— tuve la impresión de asistir a un espectáculo de danza, en el que cada uno de los cuadros allí colgados ponía en escena un ballet insondable, de hondas reminiscencias oníricas, tal era la arrasadora fuerza que emanaba.
Desde entonces me ocurre siempre al enfrentarme a sus obras. Cuando se lo comenté hace pocos días, en lo que fue preludio de este artículo, me miró con ojos incrédulos, como si le estuviese hablando de una pintura para él desconocida: tal vez en ese momento olvidamos ambos que la obra del artista es siempre interpretada según el código del espectador, que el artista es un intermediario entre éste y la idea que lo ha movido.
Por lo que es muy probable que esa música que a Jesús Millán le gusta escuchar mientras su pincel trabaja continúe viva en sus cuadros, mezclada con el óleo. También que, en cierta forma, las influencias de sus referentes pictóricos —el cromatismo de Mogdigliani y el análisis cubista de Picasso— animen sus lienzos de una manera especial. Aunque dice que sus verdadera influencia y vocación vino de su abuelo Rafael, “un hombre cultísimo y gran artista, que me enseñó a convivir con el arte y la belleza allá en mi pueblo natal, Argamasilla de Alba, durante los años de mi infancia”.
Y es precisamente su sentido de la belleza el que le ha hecho elegir Almagro como ciudad adoptiva, en cuyos rincones encuentra la necesaria paz estética que permite fluir audazmente sus ensoñaciones, espoleadas por el extraño mestizaje entre la arquitectura monacal y umbría de los Calatravos y la arquitectura jovial y heliotrópica de los Fugger.
Tal vez este maridaje entre los Calatravos y los Fugger haya servido de caldo de cultivo en el que se han potenciado las características que desde siempre definieron su pintura: el frenético ritmo interno que subyace en todas las composiciones, la refinada sensualidad que brota libremente de las figuras femeninas, la perfecta armonía del color procurando efectos de plenitud, la simbiosis creativa entre las elementales fuerzas de la naturaleza y las sofisticadas de la imaginación, el profundo sentido poético que anima cada uno de sus cuadros…
No es, por tanto, casualidad que sus ratos libres los dedique a la composición poética. Desgraciadamente, por un prurito de pudor, sus poemas intimistas nunca han visto la luz y se mantienen en el más absoluto de los secretos, cuando bien podrían aportar una visión complementaria a los conocedores de su obra pictórica.
Jesús Millán, que se define como “paridor de pinturas”, abomina del mercantilismo en el arte (“yo no vivo de la pintura, sino para la pinturas”) y tiene un carácter fuerte, que le lleva a proclamar que “hay que decir siempre la verdad, aunque duela”. Su pintura es verdad. También defiende que la mayor fortuna consiste en tener buenos amigos. Eso es ir con la verdad por delante.
Y yo, ensimismado espectador, sigo pensando que su pintura es, como decía más arriba, una danza frenética, en que la musicalidad de los colores me lleva a un hondo disfrute estético. Sensación que se acentúa en la contemplación de sus admirables murales.
Publicado en Diario Lanza el 5 de Julio de 2009
La Danza de los Colores
Por: Francisco Chaves Guzmán
La paleta de Jesús Millán Cueva esconde una gama muy amplia de colores, pero en ella predominan los que son fuertes, puros, abrasadores. Frente a su caballete, se conmueve al ritmo de la música de Brahms, de Mozart, de Chopin, de Albinoni. Y deja que la fantasía vague deslizándose sobre el lienzo virgen, capturando las hermosas imágenes que conformarán la obra. Y es que él jamás comienza un trabajo con una idea preconcebida, sino que se deja arrastrar por los guiños que le devuelve el propio lienzo, con el que guarda una relación de abierta complicidad.
Creo necesario señalar ahora que la primera vez que visité una exposición de Jesús Millán —hará unos quince años, en el Palacio Medrano de Ciudad Real— tuve la impresión de asistir a un espectáculo de danza, en el que cada uno de los cuadros allí colgados ponía en escena un ballet insondable, de hondas reminiscencias oníricas, tal era la arrasadora fuerza que emanaba.
Desde entonces me ocurre siempre al enfrentarme a sus obras. Cuando se lo comenté hace pocos días, en lo que fue preludio de este artículo, me miró con ojos incrédulos, como si le estuviese hablando de una pintura para él desconocida: tal vez en ese momento olvidamos ambos que la obra del artista es siempre interpretada según el código del espectador, que el artista es un intermediario entre éste y la idea que lo ha movido.
Por lo que es muy probable que esa música que a Jesús Millán le gusta escuchar mientras su pincel trabaja continúe viva en sus cuadros, mezclada con el óleo. También que, en cierta forma, las influencias de sus referentes pictóricos —el cromatismo de Mogdigliani y el análisis cubista de Picasso— animen sus lienzos de una manera especial. Aunque dice que sus verdadera influencia y vocación vino de su abuelo Rafael, “un hombre cultísimo y gran artista, que me enseñó a convivir con el arte y la belleza allá en mi pueblo natal, Argamasilla de Alba, durante los años de mi infancia”.
Y es precisamente su sentido de la belleza el que le ha hecho elegir Almagro como ciudad adoptiva, en cuyos rincones encuentra la necesaria paz estética que permite fluir audazmente sus ensoñaciones, espoleadas por el extraño mestizaje entre la arquitectura monacal y umbría de los Calatravos y la arquitectura jovial y heliotrópica de los Fugger.
Tal vez este maridaje entre los Calatravos y los Fugger haya servido de caldo de cultivo en el que se han potenciado las características que desde siempre definieron su pintura: el frenético ritmo interno que subyace en todas las composiciones, la refinada sensualidad que brota libremente de las figuras femeninas, la perfecta armonía del color procurando efectos de plenitud, la simbiosis creativa entre las elementales fuerzas de la naturaleza y las sofisticadas de la imaginación, el profundo sentido poético que anima cada uno de sus cuadros…
No es, por tanto, casualidad que sus ratos libres los dedique a la composición poética. Desgraciadamente, por un prurito de pudor, sus poemas intimistas nunca han visto la luz y se mantienen en el más absoluto de los secretos, cuando bien podrían aportar una visión complementaria a los conocedores de su obra pictórica.
Y yo, ensimismado espectador, sigo pensando que su pintura es, como decía más arriba, una danza frenética, en que la musicalidad de los colores me lleva a un hondo disfrute estético. Sensación que se acentúa en la contemplación de sus admirables murales.
Publicado en Diario Lanza el 5 de Julio de 2009
sábado, 20 de junio de 2009
El Museo López Villaseñor, Monumento a lo Universal
ESPIRALES ELÍPTICAS
Monumento a lo Universal
Por: Francisco Chaves Guzmán
En la que fue casa natal y residencia renacentista de Hernán Pérez de Pulgar señorea hoy el aristocrático porte de un obrero del lienzo, de un mago de los espacios, de un ensamblador de las pequeñas cosas.
De la belleza de las pequeñas cosas y de la trascendencia de las ideas grandes. Del gran compromiso. Si Ciudad Real tiene ahora un templo en el que pueden sumergirse las nuevas generaciones de artistas, éste es, sin duda, el Museo Manuel López Villaseñor, desde donde el maestro del trazo y de la composición continúa impartiendo lecciones magistrales, igual que lo hiciera, en vida, como catedrático de la Universidad Complutense.
Mas sépase que para tener acceso a las enseñanzas de Villaseñor no es necesario poseer un cargamento de muérdago, ese talismán diseñado por los cabalistas para encontrar tesoros ocultos, sino una manera de ver. Porque sus tesoros artísticos no fueron concebidos para solaz de una secta de iniciados — ¡que más quisieran los críticos!— sino para seres sensibles y valientes, que careciesen del miedo que impide enfrentarse cara a cara con la realidad.
Pues, aún siendo un pintor vanguardista, sus lienzos son de un realismo estremecedor. Villaseñor se enfrentó a la vida, vio la suya y la de los otros, las plasmó en cada una de sus obras a través de un grito desgarrado, cada vez más rotundo y cósmico. Eso explica su evolución de niño prodigio a desvelador de la infamia y de la tristeza.
Infamia y tristeza. La congelación del instante, la ingravidez del mal, la angustia de los oprimidos, los muros espectrales, la sordidez de las cárceles, la soledad de los perdedores. Todo ello puede encontrarse en sus cuadros, sin tapujos, sin falsas componendas. Esa es la razón por la que hay que armarse de valor para acercarse a las historias que cuenta.
Incluso en la paz hogareña, último refugio contra la desolación que lo aprisiona, Villaseñor muestra en los bodegones que no hay rosas sin espinas. Y la sutil belleza de las frutas en sazón está contrarrestada por la crueldad de las flores ajadas, marchitas, preludio de la catástrofe inevitable.
Ahí se forma su paleta siempre rebosante de grises, los ocres desvaídos y mates, los multiplicados ángulos rectos de sus composiciones, el hieratismo decrépito de las figuras que exigen respuestas al espectador. Y los espacios cerrados, las salas de autopsias, la tierra desnuda, los hospitales psiquiátricos, los trenes centroeuropeos de la emigración cargados de humillante hambruna.
Villaseñor fue un testigo directo, un emisario superdotado, un rescatador de memorias. Que nos invita a un viaje a los infiernos dantescos de la marginación, de la decadencia, de la ruina, de la muerte. De la muerte, tal vez, como liberación de la angustia y del sufrimiento.
Y lo hace en el contexto de una extraordinaria audacia formal, adquirida con el mestizaje entre el renacimiento italiano y las vanguardias, en su época de estudiante en Roma. Pues Villaseñor es un pintor nacido en La Mancha, pero no un pintor manchego. No en la acepción provinciana que la expresión muchas veces connota. Antes bien, es un ciudadano del mundo, porque sus preocupaciones y sus técnicas van más allá de las fronteras del terruño y se involucran con las emociones que embargan a todos los seres humanos.
Para quienes han tenido una experiencia enriquecedora lejos de su tierra y de sus vecinos la vuelta es siempre una prueba de amor, pero de un amor no exento de espíritu crítico. Les emociona el olor de los campos, las tonalidades de luz, los sonidos de la noche canicular, los sabores familiares de un guiso, el recuerdo del roce de una piel. Pero les resulta imposible asumir la estructura social de la que una vez se liberaron.
Por todo ello, cualquier futuro intento de convertir en provinciano a este pintor cosmopolita se dará de bruces con la realidad impactante que brota de sus propios cuadros, guardianes también de su actitud vital y de su idiosincrasia. El Museo López Villaseñor es un monumento a lo universal.
Publicado en Diario Lanza el 18 de Junio de 2009
Monumento a lo Universal
Por: Francisco Chaves Guzmán
En la que fue casa natal y residencia renacentista de Hernán Pérez de Pulgar señorea hoy el aristocrático porte de un obrero del lienzo, de un mago de los espacios, de un ensamblador de las pequeñas cosas.
De la belleza de las pequeñas cosas y de la trascendencia de las ideas grandes. Del gran compromiso. Si Ciudad Real tiene ahora un templo en el que pueden sumergirse las nuevas generaciones de artistas, éste es, sin duda, el Museo Manuel López Villaseñor, desde donde el maestro del trazo y de la composición continúa impartiendo lecciones magistrales, igual que lo hiciera, en vida, como catedrático de la Universidad Complutense.
Mas sépase que para tener acceso a las enseñanzas de Villaseñor no es necesario poseer un cargamento de muérdago, ese talismán diseñado por los cabalistas para encontrar tesoros ocultos, sino una manera de ver. Porque sus tesoros artísticos no fueron concebidos para solaz de una secta de iniciados — ¡que más quisieran los críticos!— sino para seres sensibles y valientes, que careciesen del miedo que impide enfrentarse cara a cara con la realidad.
Pues, aún siendo un pintor vanguardista, sus lienzos son de un realismo estremecedor. Villaseñor se enfrentó a la vida, vio la suya y la de los otros, las plasmó en cada una de sus obras a través de un grito desgarrado, cada vez más rotundo y cósmico. Eso explica su evolución de niño prodigio a desvelador de la infamia y de la tristeza.
Incluso en la paz hogareña, último refugio contra la desolación que lo aprisiona, Villaseñor muestra en los bodegones que no hay rosas sin espinas. Y la sutil belleza de las frutas en sazón está contrarrestada por la crueldad de las flores ajadas, marchitas, preludio de la catástrofe inevitable.
Ahí se forma su paleta siempre rebosante de grises, los ocres desvaídos y mates, los multiplicados ángulos rectos de sus composiciones, el hieratismo decrépito de las figuras que exigen respuestas al espectador. Y los espacios cerrados, las salas de autopsias, la tierra desnuda, los hospitales psiquiátricos, los trenes centroeuropeos de la emigración cargados de humillante hambruna.
Villaseñor fue un testigo directo, un emisario superdotado, un rescatador de memorias. Que nos invita a un viaje a los infiernos dantescos de la marginación, de la decadencia, de la ruina, de la muerte. De la muerte, tal vez, como liberación de la angustia y del sufrimiento.
Y lo hace en el contexto de una extraordinaria audacia formal, adquirida con el mestizaje entre el renacimiento italiano y las vanguardias, en su época de estudiante en Roma. Pues Villaseñor es un pintor nacido en La Mancha, pero no un pintor manchego. No en la acepción provinciana que la expresión muchas veces connota. Antes bien, es un ciudadano del mundo, porque sus preocupaciones y sus técnicas van más allá de las fronteras del terruño y se involucran con las emociones que embargan a todos los seres humanos.
Para quienes han tenido una experiencia enriquecedora lejos de su tierra y de sus vecinos la vuelta es siempre una prueba de amor, pero de un amor no exento de espíritu crítico. Les emociona el olor de los campos, las tonalidades de luz, los sonidos de la noche canicular, los sabores familiares de un guiso, el recuerdo del roce de una piel. Pero les resulta imposible asumir la estructura social de la que una vez se liberaron.
Por todo ello, cualquier futuro intento de convertir en provinciano a este pintor cosmopolita se dará de bruces con la realidad impactante que brota de sus propios cuadros, guardianes también de su actitud vital y de su idiosincrasia. El Museo López Villaseñor es un monumento a lo universal.
Publicado en Diario Lanza el 18 de Junio de 2009
domingo, 7 de junio de 2009
Alvaro Vielsa, la Pasión de Rodar
ESPIRALES ELÍPTICAS
La Pasión de Rodar
Por: Francisco Chaves Guzmán
Acabo de ver, poniendo toda la atención del mundo, el trabajo Fin de Carrera que Alvar Vielsa ha presentado en la Escuela de Cinematografía de Sevilla. Se trata de dos cortometrajes en los que hay mucho de lo que lleva dentro, pues, a la necesaria pulcritud técnica y estética que la ocasión requería, añade su propia concepción de la sociedad y de las relaciones humanas que en ella se dan. Todo ello con ironía y sin cortarse un pelo. El primero de los cortometrajes, Silencio Se Ruega, es una denuncia de la incomunicación, favorecida por los poderosos y asumida por los ciudadanos. El segundo, Egostatus, constituye una sátira contra la concepción guerrera que se tiene de la competencia en el mundo laboral. Algo desacostumbrado en este tipo de trabajos académicos.
Y ahora, ¿qué? Alvar Vielsa lo tiene claro: ahora, hacer cine. Igual que tenía claro, cuando se marchó a la Escuela de Cine de Sevilla, que su objetivo no era conseguir el título de director para ponerle un marco, sino aprender las técnicas necesarias que le facilitarían rodar el cine que él deseaba.
La verdad es que he seguido la trayectoria de Alvar Vielsa desde que era un adolescente, cuando presentó su primer corto. Se trataba de un juguete infantil, como correspondía a sus quince años. Pero un juguete en el que los jurados de varios certámenes cinematográficos se fijaron lo suficiente como para otorgarle diversos premios. Desde entonces, su evolución ha sido constante en la búsqueda de un lenguaje que le permitiese exponer sus concepciones ideológicas y estéticas. Destacan entre sus obras dos largometrajes: La Fundación Del Rey Sabio, documental histórico rodado en 2006; y La Crisálida, drama urbano llevado a la pantalla en 2007. Pero siente especial predilección por el cortometraje La Semilla De Abel, realizado en 2005, al que considera punto de inflexión en su técnica narrativa y primera obra realmente adulta.
Así pues, este joven director de cine, con un par de docenas de films amasados en su cámara y un saco de premios, se declara luchador y aventurero nato. Yo añadiría que tiene la fuerza de un tigre y la sensibilidad de un gorrión, capaz de destrozar las jaulas que imponen la censura y la autocensura.
Otra de sus actividades artísticas es la interpretación, habiendo desarrollado papeles con los más diversos registros en multitud de obras cinematográficas, destacando su papel protagonista en Ensayo General, dirigido por José Luis Margotón. Y también en teatro, donde sus interpretaciones en Baudelaire y La Prisión fueron magníficas. Recuerdo que la primera vez que le vi en un escenario me dejó impactado por la profunda transformación que en él se había producido: los lenguajes kinésico y verbal pertenecían realmente al personaje. Él mismo dice que, como actor, el escenario le ofrece más seguridad y libertad que el plató.
Perseverante en su concepción del arte, descalifica el cine y el teatro concebidos como narcóticos de multitudes, el imperio ideológico que lo promueve, la utilización del artista como herramienta del engranaje. Pero está seguro de que es posible abrirse paso en la enmarañada selva de intereses: a fuerza de trabajo y de imaginación. La fuerza que se mencionaba unas líneas más arriba. La que le hace ser portavoz de Castilla La Mancha en la Red Nacional de Teatros Alternativos. La que le lleva a asumir la dirección del Festival de Cine de Castilla La Mancha, que tendrá lugar en Ciudad Real el próximo otoño.
Hablar de Alvar Vielsa es hablar de pasión. En su caso, y parafraseando el título de la mítica película de Ken Russell, la pasión de rodar. Y es que Russell y Pasolini, tan distintos y distantes entre ambos, son las referencias estéticas que él intenta incorporar a su trabajo.
Referencias que están presentes en su última película, Joven, un ataque frontal contra el egoísmo y el pasotismo, en un guión de su propia cosecha. Película de la que se muestra especialmente orgulloso y que se estrena este viernes en el Teatro de la Sensación.
El hecho de haber participado junto a él en varios proyectos me ha hecho valorar en su medida a este hombre diligente y capaz, con mucho cine en sus venas, con un gran futuro a la altura de sus aptitudes.
Publicado en Diario Lanza el 4 de Junio de 2009
La Pasión de Rodar
Por: Francisco Chaves Guzmán
Acabo de ver, poniendo toda la atención del mundo, el trabajo Fin de Carrera que Alvar Vielsa ha presentado en la Escuela de Cinematografía de Sevilla. Se trata de dos cortometrajes en los que hay mucho de lo que lleva dentro, pues, a la necesaria pulcritud técnica y estética que la ocasión requería, añade su propia concepción de la sociedad y de las relaciones humanas que en ella se dan. Todo ello con ironía y sin cortarse un pelo. El primero de los cortometrajes, Silencio Se Ruega, es una denuncia de la incomunicación, favorecida por los poderosos y asumida por los ciudadanos. El segundo, Egostatus, constituye una sátira contra la concepción guerrera que se tiene de la competencia en el mundo laboral. Algo desacostumbrado en este tipo de trabajos académicos.
Y ahora, ¿qué? Alvar Vielsa lo tiene claro: ahora, hacer cine. Igual que tenía claro, cuando se marchó a la Escuela de Cine de Sevilla, que su objetivo no era conseguir el título de director para ponerle un marco, sino aprender las técnicas necesarias que le facilitarían rodar el cine que él deseaba.
Así pues, este joven director de cine, con un par de docenas de films amasados en su cámara y un saco de premios, se declara luchador y aventurero nato. Yo añadiría que tiene la fuerza de un tigre y la sensibilidad de un gorrión, capaz de destrozar las jaulas que imponen la censura y la autocensura.
Otra de sus actividades artísticas es la interpretación, habiendo desarrollado papeles con los más diversos registros en multitud de obras cinematográficas, destacando su papel protagonista en Ensayo General, dirigido por José Luis Margotón. Y también en teatro, donde sus interpretaciones en Baudelaire y La Prisión fueron magníficas. Recuerdo que la primera vez que le vi en un escenario me dejó impactado por la profunda transformación que en él se había producido: los lenguajes kinésico y verbal pertenecían realmente al personaje. Él mismo dice que, como actor, el escenario le ofrece más seguridad y libertad que el plató.
Perseverante en su concepción del arte, descalifica el cine y el teatro concebidos como narcóticos de multitudes, el imperio ideológico que lo promueve, la utilización del artista como herramienta del engranaje. Pero está seguro de que es posible abrirse paso en la enmarañada selva de intereses: a fuerza de trabajo y de imaginación. La fuerza que se mencionaba unas líneas más arriba. La que le hace ser portavoz de Castilla La Mancha en la Red Nacional de Teatros Alternativos. La que le lleva a asumir la dirección del Festival de Cine de Castilla La Mancha, que tendrá lugar en Ciudad Real el próximo otoño.
Hablar de Alvar Vielsa es hablar de pasión. En su caso, y parafraseando el título de la mítica película de Ken Russell, la pasión de rodar. Y es que Russell y Pasolini, tan distintos y distantes entre ambos, son las referencias estéticas que él intenta incorporar a su trabajo.
Referencias que están presentes en su última película, Joven, un ataque frontal contra el egoísmo y el pasotismo, en un guión de su propia cosecha. Película de la que se muestra especialmente orgulloso y que se estrena este viernes en el Teatro de la Sensación.
El hecho de haber participado junto a él en varios proyectos me ha hecho valorar en su medida a este hombre diligente y capaz, con mucho cine en sus venas, con un gran futuro a la altura de sus aptitudes.
Publicado en Diario Lanza el 4 de Junio de 2009
sábado, 30 de mayo de 2009
Macario Polo, Ingeniería Narrativa
ESPIRALES ELÍPTICAS
Ingeniería Narrativa
Por: Francisco Chaves Guzmán
Me permitiré comenzar diciendo, como prólogo de este artículo, que conocí a Macario Polo Usaola a finales de 1996. Formaba yo parte del jurado del Certamen de Relatos que había convocado la Asociación Cultural La Fragua, al que él presentó un trabajo titulado "Lo Primero Que Uno Escribe". Aquí es necesario comentar que el resto de concursantes tuvo muy mala suerte, pues, aunque el nivel medio fue de gran altura y algunos de los relatos tenían notable calidad, la presencia en el certamen de Macario Polo les cerró todas las posibilidades. Ganó él, por unanimidad del jurado y sin necesidad de debate. “Premio súbito” para un ingeniero informático que amaba la voz de María Callas y la prosa de Juan José Millás.
"Lo Primero Que Uno Escribe" era un breve artilugio satírico, cargado de humor y muy inteligente, que ponía en entredicho la capacidad de discernimiento literario tanto de los críticos como del público. Y, por supuesto, del jurado que valoraría la obra. Entre sus líneas se intuía la existencia de un escritor valiente, directo y dotado de espléndidos recursos narrativos.
Su título era "La Ruta No Natural", aparentemente una novela juvenil al uso, con rijosidades escabrosas y escatologías compulsivas. Pero no. Esta falsa novela de adolescentes es en realidad un perfecto artefacto literario que se pregunta sobre la substancia y significado de la vida, sobre las categorías de la libertad, sobre la manipulación de los entramados sociales. Con ironía y humor, construye un válido retrato de los personajes, que, incapaces de comprender el mundo real, dudan hasta de su propia existencia y sueñan con un mundo virtual, al que acceden a través de la huída, en esta ocasión provechosa y con valor iniciático. Es también un compendio de metaficción. Y el palíndromo del título constituye una broma con mucho sentido común.
Y de nuevo un largo silencio. Esta vez de ocho años, hasta darlo irremediablemente por perdido. Pensábamos que sus nuevas responsabilidades vitales y, sobretodo, su trabajo como profesor de la Escuela Superior de Ingeniería Informática, en la que es director del Departamento de Tecnologías y Sistemas, le absorbía todo su tiempo.
Mas no era así. Con su acostumbrada tendencia a la sorpresa, Macario Polo ha publicado un nuevo trabajo en la Editorial Luarna, desde cuya página www.luarna.com puede descargarse. Lleva por título Fuera De Ningún Sitio y se trata de una novela policíaca, con tintes sociológicos y fuerte carga psicológica. Está salpicada, además, de referencias cinematográficas y literarias cultísimas, con elementos intertextuales magníficamente desarrollados. Y, por si fuera poco, contiene unas claves meta literarias que explican el edificio creativo en que se desenvuelve la novela. Un trabajo de ingeniería narrativa que trasciende la trama y en el que lo cíclico marca las peripecias de los personajes. Y marca también la totalidad de la obra del autor, pues el final se conecta con aquel relato, Lo Primero Que Uno Escribe, con que ganó el certamen de la Asociación Cultural La Fragua.
Macario Polo —a quien reconforta ser leído por un desconocido, para quien la actitud es la prueba vital decisiva, que juega con futuros pretéritos, que tiene un poso de rebeldía y sueña con el romanticismo bohemio— merece una creativa lectura.
Publicado en Diario Lanza el 28 de Mayo de 2009
Ingeniería Narrativa
Por: Francisco Chaves Guzmán
Me permitiré comenzar diciendo, como prólogo de este artículo, que conocí a Macario Polo Usaola a finales de 1996. Formaba yo parte del jurado del Certamen de Relatos que había convocado la Asociación Cultural La Fragua, al que él presentó un trabajo titulado "Lo Primero Que Uno Escribe". Aquí es necesario comentar que el resto de concursantes tuvo muy mala suerte, pues, aunque el nivel medio fue de gran altura y algunos de los relatos tenían notable calidad, la presencia en el certamen de Macario Polo les cerró todas las posibilidades. Ganó él, por unanimidad del jurado y sin necesidad de debate. “Premio súbito” para un ingeniero informático que amaba la voz de María Callas y la prosa de Juan José Millás.
"Lo Primero Que Uno Escribe" era un breve artilugio satírico, cargado de humor y muy inteligente, que ponía en entredicho la capacidad de discernimiento literario tanto de los críticos como del público. Y, por supuesto, del jurado que valoraría la obra. Entre sus líneas se intuía la existencia de un escritor valiente, directo y dotado de espléndidos recursos narrativos.
Tras recibir su premio, Macario Polo, que tenía veinticinco años, se sumó a la tertulia de la Asociación La Fragua. Y fue entonces cuando supimos que dos años antes había obtenido el segundo premio en el Certamen de Novela de la Universidad de Sevilla. Para nosotros, los de La Fragua, la noticia era un regalo, pues corroboraba nuestro buen olfato literario.
La novela con que consiguió tal galardón llevaba por título "Tendiendo Al Equilibrio", historia de amores ciertos, desamores temidos, grandes fidelidades, pequeñas traiciones, personajes abnegados, comparsas veletas. El telón de fondo de la novela estaba dibujado a grandes pinceladas por el mundo del cine, contraponiendo dosis de “glamour” y cotidianeidad familiar durante el rodaje de una película, cuya trama se yuxtaponía con la vida real de los actores. Las páginas de "Tendiendo Al Equilibrio" guardan, además, una sorpresa muy agradable. La de que entre sus párrafos se vislumbra un gran guión cinematográfico, que tiene como colofón un desenlace espectacular, ejemplo de lo que podríamos llamar “un final made in Hollywood”. Y, de repente, el formidable narrador que intuíamos entró en hibernación literaria. Su continuado silencio nos hizo temer que, como tantos otros, hubiese sido abandonado por las musas y las letras. Pero cuatro años después, de
forma sorprendente, pues desconocíamos la noticia de su embarazo, dio a luz una nueva novela, esta vez de mayor enjundia y madurez.Su título era "La Ruta No Natural", aparentemente una novela juvenil al uso, con rijosidades escabrosas y escatologías compulsivas. Pero no. Esta falsa novela de adolescentes es en realidad un perfecto artefacto literario que se pregunta sobre la substancia y significado de la vida, sobre las categorías de la libertad, sobre la manipulación de los entramados sociales. Con ironía y humor, construye un válido retrato de los personajes, que, incapaces de comprender el mundo real, dudan hasta de su propia existencia y sueñan con un mundo virtual, al que acceden a través de la huída, en esta ocasión provechosa y con valor iniciático. Es también un compendio de metaficción. Y el palíndromo del título constituye una broma con mucho sentido común.
Y de nuevo un largo silencio. Esta vez de ocho años, hasta darlo irremediablemente por perdido. Pensábamos que sus nuevas responsabilidades vitales y, sobretodo, su trabajo como profesor de la Escuela Superior de Ingeniería Informática, en la que es director del Departamento de Tecnologías y Sistemas, le absorbía todo su tiempo.
Mas no era así. Con su acostumbrada tendencia a la sorpresa, Macario Polo ha publicado un nuevo trabajo en la Editorial Luarna, desde cuya página www.luarna.com puede descargarse. Lleva por título Fuera De Ningún Sitio y se trata de una novela policíaca, con tintes sociológicos y fuerte carga psicológica. Está salpicada, además, de referencias cinematográficas y literarias cultísimas, con elementos intertextuales magníficamente desarrollados. Y, por si fuera poco, contiene unas claves meta literarias que explican el edificio creativo en que se desenvuelve la novela. Un trabajo de ingeniería narrativa que trasciende la trama y en el que lo cíclico marca las peripecias de los personajes. Y marca también la totalidad de la obra del autor, pues el final se conecta con aquel relato, Lo Primero Que Uno Escribe, con que ganó el certamen de la Asociación Cultural La Fragua.
Macario Polo —a quien reconforta ser leído por un desconocido, para quien la actitud es la prueba vital decisiva, que juega con futuros pretéritos, que tiene un poso de rebeldía y sueña con el romanticismo bohemio— merece una creativa lectura.
Publicado en Diario Lanza el 28 de Mayo de 2009
viernes, 15 de mayo de 2009
José Lémus, el Músico Transfigurado
ESPIRALES ELÍPTICAS
El Músico Transfigurado
Por: Francisco Chaves Guzmán
Imaginemos a este serio y concienzudo profesor universitario en el acto de convertirse en sí mismo. En la sala de conciertos se oye el tintineo de las copas entre conversaciones y risas, los focos barren lentamente el escenario, una guitarra precede a nuestro personaje. Tras un leve rasgueo de cuerdas, la transformación se produce en nanosegundos: el cuerpo se tensa, el rostro se endurece, incluso el nombre ha cambiado. Ante ustedes, José Lémus, cantautor.
De raíces andaluzas, traspasadas a la llanura manchega en los albores de la infancia, José Lémus trasciende ambos orígenes y, sin renunciar en absoluto a ellos, podría decir con Gabriel Celaya que “…somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos…”. Porque es un ciudadano del mundo, arraigado en lo universal, sin otras fronteras que las que impulsa la propia conciencia, sin otro credo que el delimitado por el diálogo, el amor y la justicia.
Tal vez por todo ello, en sus canciones resuenan influencias de quienes fueron sus primeras referencias musicales, Pablo Milanés, Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez… sobretodo Silvio Rodríguez, cuya canción Quién Fuera confiesa que derribó los esquemas musicales concebidos en la infancia. Ahora, con su propia personalidad y estilo, el poso que dejaron aquellos míticos cantautores, aún pugna por abrirse paso en sus composiciones.
Pero, en realidad, un autodidacta de la guitarra como él es, tiene más fácil marcar su propia impronta, que lo diferencia del resto, que le permite subrayar los rasgos musicales enraizados en su carácter. Esto es comprobable tanto oyéndole tocar la guitarra española como la guitarra acústica. Y que está potenciado por ser el autor de la letra y la música de sus canciones.
Hasta el momento, José Lémus ha editado dos trabajos de estudio. El primero, del año 2003, lleva por título Un Día Cualquiera, y es un homenaje a la “Trova Cubana”. El segundo, del año 2006, se llama Presente Continuo, de mayor madurez artística y mucho más personal.
Con las canciones que componen estos dos trabajos se ha presentado en importantes salas de concierto a lo largo y a lo ancho de la geografía española, habiendo tenido éxitos clamorosos en Libertad 8, Barcelona 8 y Trovadict@. En Ciudad Real es invitado recurrente en Pachamama y el pasado sábado obtuvo una concluyente acogida en Chamberí.
Estriban buena parte de sus logros en la complicidad con el público, a quien José Lémus sabe que es necesario hacer participar en el concierto. Pues el público no es un conjunto de espectadores pasivos que pasa el rato distraídamente mientras saborea una cerveza. No. Es necesario que participe de manera activa, que se comprometa con las canciones, que se vea envuelto en un proceso de “feed-back” que de alguna forma lo convierta en coautor de letras y músicas. Como en el teatro, o en el aula de la Universidad, el público es el personaje principal en sus conciertos.
A veces, me sorprendo a mí mismo cautivado por la ensoñación, que me produce una sonrisa, de imaginar a José Lémus enseñando a sus alumnos derivadas e integrales al ritmo de una balada. Esto me ocurre, sin duda, porque comparto con él la idea de lo que debe ser un auditorio. Y también el convencimiento de que las ciencias y las artes no habitan compartimentos estancos, sino que están unidas por una maraña de vasos comunicantes y son meras formas de expresión alternativas de inquietudes básicas.
Por otra parte, José Lémus complementa su actividad artística ejerciendo de productor de las obras de sus amigos y compañeros de giras Adrián Usero y Juan López Jamar. Y también ejerce de programador en la sala Pachamama, donde presenta asiduamente primeras figuras del panorama musical español.
Y, ahora, público expectante, extremen su atención. La transfiguración se ha completado. Todo está listo. Cuando el cantautor les salude con un acorde y un guiño de ojos significa que el concierto va a comenzar.
Publicado en Diario Lanza el 14 de Mayo de 2009
El Músico Transfigurado
Por: Francisco Chaves Guzmán
Imaginemos a este serio y concienzudo profesor universitario en el acto de convertirse en sí mismo. En la sala de conciertos se oye el tintineo de las copas entre conversaciones y risas, los focos barren lentamente el escenario, una guitarra precede a nuestro personaje. Tras un leve rasgueo de cuerdas, la transformación se produce en nanosegundos: el cuerpo se tensa, el rostro se endurece, incluso el nombre ha cambiado. Ante ustedes, José Lémus, cantautor.
De raíces andaluzas, traspasadas a la llanura manchega en los albores de la infancia, José Lémus trasciende ambos orígenes y, sin renunciar en absoluto a ellos, podría decir con Gabriel Celaya que “…somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos…”. Porque es un ciudadano del mundo, arraigado en lo universal, sin otras fronteras que las que impulsa la propia conciencia, sin otro credo que el delimitado por el diálogo, el amor y la justicia.
Pero, en realidad, un autodidacta de la guitarra como él es, tiene más fácil marcar su propia impronta, que lo diferencia del resto, que le permite subrayar los rasgos musicales enraizados en su carácter. Esto es comprobable tanto oyéndole tocar la guitarra española como la guitarra acústica. Y que está potenciado por ser el autor de la letra y la música de sus canciones.
Hasta el momento, José Lémus ha editado dos trabajos de estudio. El primero, del año 2003, lleva por título Un Día Cualquiera, y es un homenaje a la “Trova Cubana”. El segundo, del año 2006, se llama Presente Continuo, de mayor madurez artística y mucho más personal.
Con las canciones que componen estos dos trabajos se ha presentado en importantes salas de concierto a lo largo y a lo ancho de la geografía española, habiendo tenido éxitos clamorosos en Libertad 8, Barcelona 8 y Trovadict@. En Ciudad Real es invitado recurrente en Pachamama y el pasado sábado obtuvo una concluyente acogida en Chamberí.
Estriban buena parte de sus logros en la complicidad con el público, a quien José Lémus sabe que es necesario hacer participar en el concierto. Pues el público no es un conjunto de espectadores pasivos que pasa el rato distraídamente mientras saborea una cerveza. No. Es necesario que participe de manera activa, que se comprometa con las canciones, que se vea envuelto en un proceso de “feed-back” que de alguna forma lo convierta en coautor de letras y músicas. Como en el teatro, o en el aula de la Universidad, el público es el personaje principal en sus conciertos.
A veces, me sorprendo a mí mismo cautivado por la ensoñación, que me produce una sonrisa, de imaginar a José Lémus enseñando a sus alumnos derivadas e integrales al ritmo de una balada. Esto me ocurre, sin duda, porque comparto con él la idea de lo que debe ser un auditorio. Y también el convencimiento de que las ciencias y las artes no habitan compartimentos estancos, sino que están unidas por una maraña de vasos comunicantes y son meras formas de expresión alternativas de inquietudes básicas.
Por otra parte, José Lémus complementa su actividad artística ejerciendo de productor de las obras de sus amigos y compañeros de giras Adrián Usero y Juan López Jamar. Y también ejerce de programador en la sala Pachamama, donde presenta asiduamente primeras figuras del panorama musical español.
Y, ahora, público expectante, extremen su atención. La transfiguración se ha completado. Todo está listo. Cuando el cantautor les salude con un acorde y un guiño de ojos significa que el concierto va a comenzar.
Publicado en Diario Lanza el 14 de Mayo de 2009
miércoles, 6 de mayo de 2009
Ángel Romera, Curiosidad y Constancia
ESPIRALES ELÍPTICAS
Curiosidad y Constancia
Por: Francisco Chaves Guzmán
Vaya por delante que el espíritu investigador de Ángel Romera es difícil de entender si no se ha comprendido antes que nos encontramos frente a un hombre en las antípodas de la bohemia, ajeno a lo histriónico, impermeable al narcisismo. Precisamente por ello, lo que más admiro en él es su extraordinaria capacidad de trabajo. Incansable, lo que le permite afrontar al mismo tiempo diversas tramas de su labor de indagación.
Por otra parte, lo que más me gusta de Ángel Romera es una especie de barroquismo que no utiliza para adornar la frase, algo en él inconcebible, sino para proporcionar matices que procuren al lector la esencia de su discurso.
Hay una anécdota en su juventud que indica claramente un rasgo decisivo de su carácter: Siendo estudiante en Madrid consiguió una entrevista personal con el Ministro de Asuntos Exteriores, a fin de solicitar permiso para fotocopiar un documento que se guardaba en el Ministerio, permiso que le había sido denegado en todos los escalones inferiores. Lo consiguió. Su fe en sí mismo y su bendita tozudez le abrían las puertas de lo que más tarde sería la pasión de su vida.
Ese documento era nada menos que el manuscrito de un poeta manchego de principios del siglo XIX, Carlos de Praves, de quien se había perdido toda memoria. Acaba de publicarse la edición crítica de las "Obras Completas" de este poeta recobrado, a cargo naturalmente de Ángel Romera, por el Instituto de Estudios Manchegos.
Tirando del ovillo de esa primera madeja, Ángel Romera, cual Ariadna de nuestros tiempos, encontró a otro desaparecido, el escritor alcazareño Juan Calderón, del que ha publicado las ediciones críticas de su "Autobiografía" y de su "Cervantes Vindicado".
Y en un escondite del ovillo apareció el periodista y dramaturgo de Ciudad Real Félix Mejía, a quien consagró las tres mil quinientas páginas de su tesis doctoral, "Vida y Obra de Félix Mejía", tesis por la que obtuvo el Premio Nacional NIFO de Estudios Humanísticos. Ahora está en prensa la edición crítica del Teatro Histórico y Social de Félix Mejía.
Otros muchos escritores manchegos han sido recobrados para la memoria colectiva en el transcurso de estas investigaciones, ilustrados y liberales del siglo XIX, la mayoría de ellos represaliados, perseguidos y emigrados a Francia, Inglaterra y América. Toda esta generación de grandes escritores condenados al olvido, que ha sido rescatada por Ángel Romera escarbando en Universidades y Bibliotecas de medio mundo, es el objetivo de su ensayo "Ilustración y Literatura en Ciudad Real", editado por la Biblioteca de Autores Manchegos. En la ampliación de este ensayo trabaja ahora, con el objetivo de completar una Historia de la Literatura Manchega a partir del siglo XIV.
También ha publicado el ensayo "Estudios sobre Literatura e Historia". Así como numerosos artículos en revistas especializadas sobre otros escritores malditos de esta tierra.
Por supuesto que este trabajo de investigación se encuentra complementado por la actividad creativa. Destacaré el poemario "Palabras Acabadas", de una palpable desolación cubista y romántica. Y la colección de relatos "El Marco de la Noche", de un simbolismo gótico, con reminiscencias, en mi opinión, de Allan Poe.
También es preciso mencionar que ha dirigido las Revistas de Literatura "Ucronía" y "Línea Abierta". Sin olvidar su labor docente como profesor de Lengua y Literatura Española, algo absolutamente vocacional, pero que no le impide lanzar envenenados dardos contra el sistema educativo en general y contra los planes de estudio en particular.
El talante liberal de Ángel Romera le lleva a poner continuamente en tela de juicio las decisiones del poder y de sus acólitos. Su espíritu crítico, a desconfiar de la amigocracia y el pasilleo. Su trabajo como investigador, a ensalzar las virtudes de la Lentitud y de la Paciencia. Su curiosidad insaciable, a tener la certeza de que nada en el mundo le es ajeno. Su sentido de la justicia, a la comprensión y la tolerancia. Y su diligencia, a escalar las cimas que se propone.
Ahora recuerda con sonrisa irónica los tiempos en que sus obras eran sistemáticamente rechazadas por los editores. “Mi problema actual”, dice, “es el contrario: que no puedo satisfacer a todos los que desean publicar mis trabajos”.
Un ejemplo de constancia.
Publicado en Diario Lanza 4 de Mayo de 2009
Curiosidad y Constancia
Por: Francisco Chaves Guzmán
Vaya por delante que el espíritu investigador de Ángel Romera es difícil de entender si no se ha comprendido antes que nos encontramos frente a un hombre en las antípodas de la bohemia, ajeno a lo histriónico, impermeable al narcisismo. Precisamente por ello, lo que más admiro en él es su extraordinaria capacidad de trabajo. Incansable, lo que le permite afrontar al mismo tiempo diversas tramas de su labor de indagación.
Por otra parte, lo que más me gusta de Ángel Romera es una especie de barroquismo que no utiliza para adornar la frase, algo en él inconcebible, sino para proporcionar matices que procuren al lector la esencia de su discurso.
Hay una anécdota en su juventud que indica claramente un rasgo decisivo de su carácter: Siendo estudiante en Madrid consiguió una entrevista personal con el Ministro de Asuntos Exteriores, a fin de solicitar permiso para fotocopiar un documento que se guardaba en el Ministerio, permiso que le había sido denegado en todos los escalones inferiores. Lo consiguió. Su fe en sí mismo y su bendita tozudez le abrían las puertas de lo que más tarde sería la pasión de su vida.
Ese documento era nada menos que el manuscrito de un poeta manchego de principios del siglo XIX, Carlos de Praves, de quien se había perdido toda memoria. Acaba de publicarse la edición crítica de las "Obras Completas" de este poeta recobrado, a cargo naturalmente de Ángel Romera, por el Instituto de Estudios Manchegos.
Tirando del ovillo de esa primera madeja, Ángel Romera, cual Ariadna de nuestros tiempos, encontró a otro desaparecido, el escritor alcazareño Juan Calderón, del que ha publicado las ediciones críticas de su "Autobiografía" y de su "Cervantes Vindicado".
Y en un escondite del ovillo apareció el periodista y dramaturgo de Ciudad Real Félix Mejía, a quien consagró las tres mil quinientas páginas de su tesis doctoral, "Vida y Obra de Félix Mejía", tesis por la que obtuvo el Premio Nacional NIFO de Estudios Humanísticos. Ahora está en prensa la edición crítica del Teatro Histórico y Social de Félix Mejía.
También ha publicado el ensayo "Estudios sobre Literatura e Historia". Así como numerosos artículos en revistas especializadas sobre otros escritores malditos de esta tierra.
Por supuesto que este trabajo de investigación se encuentra complementado por la actividad creativa. Destacaré el poemario "Palabras Acabadas", de una palpable desolación cubista y romántica. Y la colección de relatos "El Marco de la Noche", de un simbolismo gótico, con reminiscencias, en mi opinión, de Allan Poe.
También es preciso mencionar que ha dirigido las Revistas de Literatura "Ucronía" y "Línea Abierta". Sin olvidar su labor docente como profesor de Lengua y Literatura Española, algo absolutamente vocacional, pero que no le impide lanzar envenenados dardos contra el sistema educativo en general y contra los planes de estudio en particular.
El talante liberal de Ángel Romera le lleva a poner continuamente en tela de juicio las decisiones del poder y de sus acólitos. Su espíritu crítico, a desconfiar de la amigocracia y el pasilleo. Su trabajo como investigador, a ensalzar las virtudes de la Lentitud y de la Paciencia. Su curiosidad insaciable, a tener la certeza de que nada en el mundo le es ajeno. Su sentido de la justicia, a la comprensión y la tolerancia. Y su diligencia, a escalar las cimas que se propone.
Ahora recuerda con sonrisa irónica los tiempos en que sus obras eran sistemáticamente rechazadas por los editores. “Mi problema actual”, dice, “es el contrario: que no puedo satisfacer a todos los que desean publicar mis trabajos”.
Un ejemplo de constancia.
Publicado en Diario Lanza 4 de Mayo de 2009
sábado, 18 de abril de 2009
Paco Carrión, la Bohemia Ilustrada
ESPIRALES ELÍPTICAS
La Bohemia Ilustrada
Por: Francisco Chaves Guzmán
Piensa Paco Carrión, al igual que López Villaseñor, que si no se hubiera alejado de Ciudad Real, se habría ahogado (la misma idea expresó en un poema Ángel Crespo, pero de forma más abrupta). No en vano López Villaseñor fue su primer maestro, de quien aprendió no sólo la técnica de los pinceles y colores sino también una filosofía del arte y de la vida.
Así que, para no ahogarse, cuando Paco Carrión acabó el doctorado en Bellas Artes decidió explorar nuevos horizontes y marchó a Barcelona. Allí he tenido la fortuna de ser su invitado recientemente.
Está ubicado su Estudio, Taller de Pintura le gusta a él llamarlo, en la séptima planta de un antiguo edificio en la Plaza de Cataluña y tiene las paredes tan altas que han permitido la construcción de un tablado sobre el cual Paco Carrión se enfrenta a caballetes y lienzos. Y arenga a los amigos, que, dos metros más abajo, escuchan pasmados sus endemoniadas teorías sobre “mecenas, manipuladores, galeristas, críticos y demás fauna que pulula alrededor del talento de los artistas y que, además, están absolutamente convencidos de que los artistas son ellos”.
El Estudio, en su mayor parte diáfano, alberga cientos de cuadros, estatuas, instrumentos musicales y objetos exóticos de todas las culturas. Y libros, libros, libros, muchísimos libros. Es un templo dedicado al arte y al conocimiento, peregrinación obligatoria de la Barcelona bohemia e intelectual. Desde sus enormes ventanales se ofrece una panorámica de la ciudad que abarca desde la Catedral al Tibidabo. Todos los días, al amanecer, Paco Carrión sale a la terraza, se transmuta en águila y levanta el vuelo. Desde los ventanales puede seguírsele, ya planeando, ya lanzándose en picado, inspeccionando el amplio territorio sobre el que ha levantado su reino. Hasta que se posa sobre el cemento, convertido ahora en Titán gigantesco, como salido de un cuadro de Goya, y camina erguido por las grandes avenidas, cuyos edificios no le llegan a la cintura.
Su reino. Porque Paco Carrión es el Rey de la República Sintónica. Por doble motivo. Uno, porque está terminando el rodaje de la monumental película “El Rey de la República”, panoplia de experiencias vitales con un metraje ya superior a las veinte horas. Dos, porque escribe sin descanso su ensayo sobre el “Sintonismo”, personalísimo manifiesto en torno al papel del arte y del artista en el terreno de la política y de la filosofía.
Y es que él es un artista ecléctico y vital, polifacético, comprometido, defensor de la libertad frente a la manipulación, del pensamiento frente al dirigismo, del lúdico quehacer frente al trabajo agónico.
Pero es, ante todo, pintor. Se declara entusiasmado por la sabia pincelada de Velázquez, por el intenso dramatismo de Goya, por el humor corrosivo de Dalí, por los armoniosos colores de Klimt. Y por la denuncia sistemática del dolor y de la injusticia que hizo su antiguo maestro, López Villaseñor. Por la conjunción de todas estas habilidades y sensibilidades lucha cotidianamente Paco Carrión. De ahí nace su pintura. Narrativa, pasional. De colores valientes, potentes, mazazos de amplísima gama. En las antípodas de la abstracción posmoderna y del decorativismo infantiloide.
Como forma alternativa de expresar estas inquietudes y emociones ha encontrado nueva vía en el mundo del “comic”, donde pone al servicio de las ideas sus dibujos salvajes en la forma, apoyados en guiones de singular dureza. Destaca entre ellos la serie “Atrocerdades”, que narra las atrocidades llevadas a cabo por un grupo de cerditos escatológicos para defender sus prebendas.
Pero no sólo de pintura vive el artista. Por tal razón ha creado su propia compañía de teatro, “la Droguería”, que escenifica a los clásicos, desde Shakespeare a Maquiavelo. Y su Cabaret-Concierto, depositario de la sátira de altos vuelos y voz baja. Como no podía ser menos, también toca el bajo en un grupo de Rock’n’Roll.
En definitiva, Paco Carrión representa al tipo de artista total, capaz de expresarse en múltiples registros y diferentes tonalidades. Un punto renacentista. Ilustrado, por su extenso acervo cultural y experiencia vital. Bohemio, pues le gusta frecuentar las tabernas del Barrio Gótico, del Raval y del mercado de la Boquería.
Y una frase contundente, que le sirve como tarjeta de presentación: “Un verdadero artista ha de vomitar sobre la época que le toca vivir”.
Publicado en Diario Lanza el 16 de abril de 2009
La Bohemia Ilustrada
Por: Francisco Chaves Guzmán
Piensa Paco Carrión, al igual que López Villaseñor, que si no se hubiera alejado de Ciudad Real, se habría ahogado (la misma idea expresó en un poema Ángel Crespo, pero de forma más abrupta). No en vano López Villaseñor fue su primer maestro, de quien aprendió no sólo la técnica de los pinceles y colores sino también una filosofía del arte y de la vida.
Así que, para no ahogarse, cuando Paco Carrión acabó el doctorado en Bellas Artes decidió explorar nuevos horizontes y marchó a Barcelona. Allí he tenido la fortuna de ser su invitado recientemente.
Está ubicado su Estudio, Taller de Pintura le gusta a él llamarlo, en la séptima planta de un antiguo edificio en la Plaza de Cataluña y tiene las paredes tan altas que han permitido la construcción de un tablado sobre el cual Paco Carrión se enfrenta a caballetes y lienzos. Y arenga a los amigos, que, dos metros más abajo, escuchan pasmados sus endemoniadas teorías sobre “mecenas, manipuladores, galeristas, críticos y demás fauna que pulula alrededor del talento de los artistas y que, además, están absolutamente convencidos de que los artistas son ellos”.
Su reino. Porque Paco Carrión es el Rey de la República Sintónica. Por doble motivo. Uno, porque está terminando el rodaje de la monumental película “El Rey de la República”, panoplia de experiencias vitales con un metraje ya superior a las veinte horas. Dos, porque escribe sin descanso su ensayo sobre el “Sintonismo”, personalísimo manifiesto en torno al papel del arte y del artista en el terreno de la política y de la filosofía.
Pero es, ante todo, pintor. Se declara entusiasmado por la sabia pincelada de Velázquez, por el intenso dramatismo de Goya, por el humor corrosivo de Dalí, por los armoniosos colores de Klimt. Y por la denuncia sistemática del dolor y de la injusticia que hizo su antiguo maestro, López Villaseñor. Por la conjunción de todas estas habilidades y sensibilidades lucha cotidianamente Paco Carrión. De ahí nace su pintura. Narrativa, pasional. De colores valientes, potentes, mazazos de amplísima gama. En las antípodas de la abstracción posmoderna y del decorativismo infantiloide.
Como forma alternativa de expresar estas inquietudes y emociones ha encontrado nueva vía en el mundo del “comic”, donde pone al servicio de las ideas sus dibujos salvajes en la forma, apoyados en guiones de singular dureza. Destaca entre ellos la serie “Atrocerdades”, que narra las atrocidades llevadas a cabo por un grupo de cerditos escatológicos para defender sus prebendas.
Pero no sólo de pintura vive el artista. Por tal razón ha creado su propia compañía de teatro, “la Droguería”, que escenifica a los clásicos, desde Shakespeare a Maquiavelo. Y su Cabaret-Concierto, depositario de la sátira de altos vuelos y voz baja. Como no podía ser menos, también toca el bajo en un grupo de Rock’n’Roll.
En definitiva, Paco Carrión representa al tipo de artista total, capaz de expresarse en múltiples registros y diferentes tonalidades. Un punto renacentista. Ilustrado, por su extenso acervo cultural y experiencia vital. Bohemio, pues le gusta frecuentar las tabernas del Barrio Gótico, del Raval y del mercado de la Boquería.
Y una frase contundente, que le sirve como tarjeta de presentación: “Un verdadero artista ha de vomitar sobre la época que le toca vivir”.
Publicado en Diario Lanza el 16 de abril de 2009
domingo, 5 de abril de 2009
Alberto Muñoz, Melómano y Juglar
ESPIRALES ELÍPTICAS
Melómano y juglar
Por: Francisco Chaves Guzmán
Es preciso comenzar diciendo que la verdadera pasión de Alberto Muñoz, profesor de la Universidad de Castilla la Mancha y presidente del Círculo de Bellas Artes de Ciudad Real, es la música: a quienes compartimos con él charlas e inquietudes nos resulta difícil imaginarlo ayuno de su cotidiana ración de ópera y dodecafonía.
Por esta razón, la reciente presentación en “Pachamama” de una selección de sus cortos cinematográficos ha podido sorprender a muchos que no estaban al tanto de su trayectoria. Pero no hay nada de inaudito en ello: Alberto Muñoz lleva varios años indagando en la capacidad que tiene el cine como transmisor de ideas y compromisos, lo que ha hecho de espoleta en el nacimiento de su nueva afición.
Y es precisamente su condición de melómano la que le permite crear entramados en los que se levantan historias muy sólidas, que tienen como denominador común un ritmo frenético, auspiciado por la combinación de música electrónica, melódica, étnica, dodecafónica, coral, jazzística e, incluso, sonido de campanarios y ruidos informes. Todo ello condimentado con distorsiones muy efectivas que no dan tregua al espectador.
Estos cimientos musicales permiten a Alberto Muñoz exponer en la pantalla sus más hondas preocupaciones morales y estéticas. Su defensa a ultranza del patrimonio natural y del patrimonio cultural, su ataque a los depredadores de la riqueza colectiva en el siniestro altar del beneficio personal, su convencimiento de que la devastación es inevitable si las relaciones ecológicas, en el sentido que a la ecología le otorga la teoría del Materialismo Cultural de Marvin Harris, no son sometidas a un profundo cambio estructural.
Naturalmente, su sentido del ritmo y sus instancias éticas no serían suficientes para alumbrar una obra consistente. Para asentarla, Alberto Muños cuenta con su inteligencia natural, entendiendo por inteligencia no la suma de conocimientos propia del erudito, sino la capacidad de relacionar los datos disponibles de forma creativa, estableciendo muy lúcidas interconexiones.
Por otra parte, en sus cortos hay una aparente despreocupación por la forma, sensación conscientemente buscada por el autor en su afán de no abrumar al espectador. Y, sin embargo, lo que consigue es un estilo propio, muy personal, cargado de guiños de una extraordinaria fuerza intelectual.
Prueba de ello es el cortometraje "Luz y Aire", homenaje al pintor Manuel López Villaseñor, en el que recrea con singular acierto el universo estético del pintor, desde el primer al último plano, a través de una serie de imágenes oníricas de gran belleza.
Por otra parte, tampoco falta un humor muy fino, que, en mi opinión, constituye prueba genuina de creatividad en todas las artes: los seres abismales y pútridos que han expulsado a los inocentes humanos en el falso documental "Mancha Ominosa", lo certifica.
En resumen: en compañía de Alberto Muñoz se está muy lejos de la “cultureta” engañosamente candorosa. Y muy cerca del espíritu juglaresco que sembraba los caminos de juegos y canciones para solaz e instrucción del paisanaje.
Publicado en Diario Lanza el 2 de abril de 2009
Melómano y juglar
Por: Francisco Chaves Guzmán
Es preciso comenzar diciendo que la verdadera pasión de Alberto Muñoz, profesor de la Universidad de Castilla la Mancha y presidente del Círculo de Bellas Artes de Ciudad Real, es la música: a quienes compartimos con él charlas e inquietudes nos resulta difícil imaginarlo ayuno de su cotidiana ración de ópera y dodecafonía.
Por esta razón, la reciente presentación en “Pachamama” de una selección de sus cortos cinematográficos ha podido sorprender a muchos que no estaban al tanto de su trayectoria. Pero no hay nada de inaudito en ello: Alberto Muñoz lleva varios años indagando en la capacidad que tiene el cine como transmisor de ideas y compromisos, lo que ha hecho de espoleta en el nacimiento de su nueva afición.
Y es precisamente su condición de melómano la que le permite crear entramados en los que se levantan historias muy sólidas, que tienen como denominador común un ritmo frenético, auspiciado por la combinación de música electrónica, melódica, étnica, dodecafónica, coral, jazzística e, incluso, sonido de campanarios y ruidos informes. Todo ello condimentado con distorsiones muy efectivas que no dan tregua al espectador.
Naturalmente, su sentido del ritmo y sus instancias éticas no serían suficientes para alumbrar una obra consistente. Para asentarla, Alberto Muños cuenta con su inteligencia natural, entendiendo por inteligencia no la suma de conocimientos propia del erudito, sino la capacidad de relacionar los datos disponibles de forma creativa, estableciendo muy lúcidas interconexiones.
Por otra parte, en sus cortos hay una aparente despreocupación por la forma, sensación conscientemente buscada por el autor en su afán de no abrumar al espectador. Y, sin embargo, lo que consigue es un estilo propio, muy personal, cargado de guiños de una extraordinaria fuerza intelectual.
Prueba de ello es el cortometraje "Luz y Aire", homenaje al pintor Manuel López Villaseñor, en el que recrea con singular acierto el universo estético del pintor, desde el primer al último plano, a través de una serie de imágenes oníricas de gran belleza.
Por otra parte, tampoco falta un humor muy fino, que, en mi opinión, constituye prueba genuina de creatividad en todas las artes: los seres abismales y pútridos que han expulsado a los inocentes humanos en el falso documental "Mancha Ominosa", lo certifica.
En resumen: en compañía de Alberto Muñoz se está muy lejos de la “cultureta” engañosamente candorosa. Y muy cerca del espíritu juglaresco que sembraba los caminos de juegos y canciones para solaz e instrucción del paisanaje.
Publicado en Diario Lanza el 2 de abril de 2009
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