domingo, 17 de julio de 2011

¿Quién Teme a Virginia Woolf?

ESPIRALES ELÍPTICAS

                         ¿Quién teme a Virginia Wolf?
 
                                                    Por: Francisco Chaves Guzmán



            Cuando, en 1961, Edward Albee publicó su drama “¿Quién teme a Virginia Woolf?” estaba poniendo sobre la mesa una cuestión crucial sobre los caminos que el feminismo había explorado hasta entonces: la diferencia ideológica entre las propias feministas, la contraposición entre el feminismo político e intelectual de las pioneras y el feminismo consumista e intrascendente que fue instalándose en los Estados Unidos tras la segunda guerra mundial. La obra de Albee fue llevada a la gran pantalla por Mike Nichols, constituyendo un éxito rotundo y un escándalo memorable.

            Solo hacía veinte años de la muerte de Virginia Wolf, tiempo suficiente para que las tendencias históricas hubiesen hecho de ella un personaje de leyenda.

            Sobre el mismo tema, el de la contraposición de mentalidades feministas, mis amigos José Luis Margotón y Alvaro Vielsa han llevado al cine “La Crisálida”, sobre una novela que el primero publicó en 2004. Sin éxito ni escándalo esta vez, pues en la actualidad todo se tapa con paternalismo e indiferencia.
            Sirven los párrafos precedentes para traer a colación a una escritora que me ha perseguido desde mi época de estudiante y que acabó felizmente por atraparme con el magnetismo de su prosa comprometida y brillante: Virginia Woolf.
            Cayó por entonces en mis ávidas fauces de lector adolescente y omnívoro una novela que llevaba por título “Las Olas”. Fue para mi una revelación: era posible escribir lejos de los manidos cánones que nos habían enseñado en el bachillerato, llenar folios y folios de ideas y de ritmo, montar una historia con pinceladas de genio, y que aquello tuviese la consistencia de un puente romano y lo etéreo de las sombras. Los monólogos teatrales y engarzados que articulan la novela constituyen al mismo tiempo una clase magistral del arte de la escritura y una exquisitez para gourmets literarios.
            La posterior lectura de “El Cuarto de Jacob” y “La Señora Dalloway” vino a confirmarme esa impresión, la de encontrarme ante las páginas geniales de alguien que te invitaba a sobrevolar la realidad provisto de un sistema perceptivo capaz de visualizar y comprender relaciones que hasta entonces habían pasado desapercibidas.
            Pero la obra en que aparece de forma patente y directa  toda su fuerza ideológica, toda su lucha por los derechos de su género, es “Una Habitación Propia”, ensayo en el que denuncia la tutela a que son sometidas las mujeres, su utilización por el conservadurismo, su consideración como meros objetos. Y aboga por una emancipación real, que empieza precisamente por disponer de un espacio propio, capaz de permitirles una independencia que les lleve a poner en funcionamiento sus capacidades vitales y creativas. Ese es el camino que posteriormente ahondarían dos grandes de las letras francesas, Simone de Beauvoir y Violette Leduc.
            Sin embargo, en mi opinión, la obra maestra de Virginia Wolf es “Orlando”. En ella, Orlando, el protagonista, que tiene dieciséis años, cuenta en primera persona su peripecia vital desde el desastre de los españoles de la Armada Invencible hasta los prolegómenos del colapso bursátil de Nueva York en 1929. Mientras el mundo estalla por doquier, mientras las gentes y los imperios desaparecen en la montaña rusa de la Historia, él conserva el esplendor de su juventud y es testigo destacado de las turbulencias que zarandean al mundo durante esos trescientos cincuenta años. Destacado, porque no se limita a observar los acontecimientos, sino que participa en ellos con todo entusiasmo. Así, hoya los surcos de todas las naciones, conoce todas las condiciones, diserta con todos los pensadores, litiga con todos los arrogantes y comparte todos los lechos.
            “Orlando” es también un homenaje a “Como Gustéis”, comedia de Shakespeare que es un alucinante juego de espejos, en la que los disfraces físicos y mentales de los personajes producen una sensación de distorsión e irrealidad capaz de conducir, al mismo tiempo, hasta el asombro y la carcajada.
            He de confesar que de todas aquellas grandes mujeres que intentaron cambiar la mentalidad y las costumbres en el primer tercio del siglo XX quien más huella ha dejado en mí ha sido Virginia Wolf. Bueno, ella y Alfonsina Storni, cuyo poema “Tu Me Quieres Blanca” debería convertirse en Himno Universal.
            ¿Quién teme a Virginia Wolf? Toda esa ingente masa que presume de modernidad sin haberse movido de su cuadrícula. Todos los fundamentalistas, los puritanos, los liberticidas. Todo ese conglomerado que tiene más prejuicios burgueses o rurales que sus tatarabuelos comerciantes o campesinos. Aunque lleven disfraces propios de una comedia de Shakespeare.        
     

lunes, 11 de julio de 2011

Ramón Gallego Gil

        Ramón Gallego Gil ha presentado en el Museo López Villaseñor el libro SUBIDO A UN NOGAL. El acto ha estado presidido por sus compañeros de tertulia literaria Esteban Rodríguez y Eugenio Arce.
        SUBIDO A UN NOGAL es una recopilación de artículos periodísticos que Ramón Gallego ha venido publicando en el Diario La Tribuna durante los últimos años y que ofrecen su personal visión de Ciudad Real. Para ello, encaramado a un simbólico nogal, echa mano de exquisita sensibilidad, espontánea prosa, tino literario y compromiso por encima de diversos avatares.
        Ramón Gallego sigue soñando con un mundo y una ciudad mejores y ese es el gran regalo que supone toda su obra literaria.