lunes, 2 de abril de 2012

Bernarda Alba

Galería de Inmortales

                Bernarda Alba
                                        Francisco Chaves Guzmán

Es así
como se tiene que hablar
en este maldito pueblo sin río,
pueblo de pozos, donde siempre
se bebe el agua con miedo
de que esté envenenada.
(La Casa de Bernarda Alba,
F. García Lorca)

     En el patio de su casa de siempre, a la sombra de una parra, Bernarda Alba escudriña mi rostro y mi atuendo, como tratando de adivinar quién es este periodista capaz de marinar en su mar de luto. Las olas son los vestidos negros, ligeramente mecidos por la brisa, que contrastan con las blancas paredes y con los geranios que pueblan varias filas de macetas.
     La Poncia nos ha servido limonada, para desaparecer luego como una sombra, murmurando, hasta refugiarse detrás de la puerta. Muy cerca, las campanas de la iglesia llaman a los fieles. Bernarda se santigua.
     Bernarda Alba.- Bueno, pues usted dirá.
     El Periodista.- Antes de nada, señora, quiero agradecerle su deferencia al admitirme en la intimidad de su hogar.
     Bernarda.- Es usted el primer hombre que cruza el umbral de esta casa desde...
     P.- ¿Desde que murió su marido?
     Bernarda.- Desde que huyó Pepe el Romano, saltando aquella tapia del fondo.
     P.- Así pues, existió Pepe el Romano, aunque jamás apareciese en escena.
     Bernarda.- ¡Existió! Y en caso contrario hubiésemos tenido que inventarlo. No se consigue la paz, la unidad de la casa sin un enemigo del que defenderse.
     P.- Un enemigo muy apuesto, según parece.
     Bernarda.- El diablo suele adoptar formas bellas en su afán por conseguir que se le abran las puertas. Y, cuando ya está dentro, deshecha el disfraz y destruye la honra y la armonía.
     P.- Pero usted no es creyente.
     Bernarda.- Yo me limito a cumplir mis obligaciones de mujer decente: pago al tendero, lapido a las deshonestas y me santiguo ante el altar.
     P.- Sin embargo, tiene usted un punto de rebeldía. Al abominar de la injusta condición femenina...
     Bernarda.- ¡Ya sé lo que va decirme! Que tal rebeldía está en contradicción con el acatamiento puntilloso de mi papel.
     P.- Me ha leído el pensamiento.
     Bernarda.- Es fácil leerles el pensamiento a ustedes, los ciudadanos de este siglo.
     P.- ¿Qué intenta decirme?
     Bernarda.- Que ustedes también acatan su papel, igual que nosotros hicimos con el nuestro. Eso es lo que interesa al que manda: la obediencia al dictado de turno, sea éste el que sea. Y, para colmo, ustedes no se rebelan ni siquiera en sus sueños.
     P.- Es usted muy dura.
     Bernarda.- Es un rasgo de mi carácter. Conozco el mundo... lo conozco. ¿A quién esperaba encontrar, a una Bernarda Alba acoquinada y enquencle?
     P.- Pero sus hijas se han ido, han salido, viven en un mundo diferente, lleno de posibilidades y expectativas. Sus hijas se han liberado del yugo que la sociedad, los hombres y usted misma les impusieron.
     Bernarda.- No me haga reír. ¿Un mundo diferente? ¿Está seguro? Mis hijas se dedican ahora a velar por la virtud de los hombres de la misma manera que antes se velaba por la de ellas. Ahora es de los hijos, no de las hijas, de quienes se vigilan las salidas de casa.
     P.- ¿Quién le ha contado eso?
     Bernarda.- Yo no necesito separarme de este pozo para saber cuanto pasa en el mundo.
     P.- Mundo que es muy distinto...
     Bernarda.- No sea ingenuo: la Poncia sigue escuchando tras de las puertas, los hombres siguen haciendo alarde de sus conquistas y mis hijas siguen zurrándose por cualquier barbilampiño que se les cruza.
     P.- ¿Intuía todo esto García Lorca?
     Bernarda.- ¿Don Federico? ¡Pues claro! ¿Por qué cree que escenificó la vida de mi casa? Pues porque era un hombre cabal, sensible. Un hombre libre que soñaba con un mundo en el que los hombres y las mujeres disfrutaran de la libertad. Un hombre que odiaría tanto el entramado manipulador que ustedes han construido como la manipulación caciquil que conoció de primera mano.
     P.- Por eso lo mataron.
     Bernarda.- Por eso: por sus ideas políticas y por su forma de existencia. ¿Cree que don Federico sería hoy menos perseguido, menos acosado, que lo fue en su tiempo? ¿Dónde se encuentra la diferencia?
     P.- Muchos historiadores dicen que sus preocupaciones eran estéticas, literarias, no políticas.
     Bernarda.- ¡Los historiadores...! También dicen que yo soy una simple mujer de pueblo... ¿Sabe por qué? Para desactivarme, para robar mi aureola de mito.
     P.- Sus declaraciones no van a caer nada bien entre los filólogos.
     Bernarda.- ¡Que el diablo se los lleve! Yo fui su gran heroína, la mujer fuerte con quien él contaba para derribar las alambradas físicas y mentales. ¿Cree usted que Bernarda Alba es un monstruo autoritario? ¡En absoluto! Bernarda Alba es el banderín de enganche que, mostrando la represión y la dictadura, debería llevar a las mujeres hacia la igualdad.
     P.- Todo esto me recuerda una frase de Lorca: "Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura..."
     Bernarda.- "...para ayudar a los que buscan las azucenas". Pero no pudo ser.
     P.- ¿Por qué está tan segura?
     Bernarda.- Porque siempre ganan los que arrasan las azucenas.
     P.- ¿No estaremos ahogándonos en un vaso de agua?
     Bernarda.- Estamos en un pozo sin fondo.
     P.- ¿Hay que nadar y guardar la ropa?
     Bernarda.- Es preciso esperar a que amaine la tormenta.
     P.- Pero este lago es un espejo en calma.
     Bernarda.- ¡Líbrenme los dioses de las aguas mansas, que de las bravas me libro yo!
     P.- ¿No estaremos haciendo rayas en el agua?
     Bernarda.- Gato escaldado, del agua fría huye.
     P.- ¿No tiene esperanza?
     Bernarda.- ¡Oh, sí! Tendremos que volver a empezar por rebelarnos interiormente.
     P.- Tal vez sus nietas...
     Bernarda.- Mucho tendrían que cambiar... pero no hay nada imposible.
     P.- Si las cosas están así, ¿qué le vamos a hacer?
     Bernarda.- No bromee. Pero esa es la frase que más se oye a través de estas paredes.
     P.- ¿Silencio?
     Bernarda.- ¡Silencio! Estamos en un mar de fango.
     Las campanas de la iglesia avisan para la novena del patrón del pueblo. Mi anfitriona se disculpa: “Tengo que ir, ¿me comprende? Es preciso hacerse pasar por modelo de virtudes hasta que llegue el momento. La verdadera diferencia radica en que, mientras yo no creo en los curas, mis nietas sí creen en los pinchadiscos. ¡Habrá que esperar!”.
     La Poncia aparece en la puerta trayendo una toquilla negra.

Publicado en Diario Lanza el 2 de Abril de 2012

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