lunes, 23 de abril de 2012

Tolín

Galería de Inmortales

                  Tolín
                               Francisco Chaves Guzmán

¿Es preciso contar
cómo destrozó el amor,
cómo desgarró la amistad,
cómo desmoronó sonrisas,
cómo exterminó palabras,
cómo despedazó caricias?
(Retrato del Héroe Sumiso,
Francisco Chaves)

     Confieso que si me encuentro en un carromato de circo, rodeado de objetos innecesarios y contradictorios, es con la esperanza de captar la curiosidad de ustedes e incitarles a leer mi novela “Retrato del Héroe Sumiso”, cuyo número de lectores no es aún el adecuado. Tal vez porque soy más ducho en la muy alegre ceremonia de la fabulación que en la tristísima del marketing y del pasilleo.
     No debería ser preciso decir que estoy aquí de incógnito, disfrazado de pies a cabeza para que Tolín, su protagonista, no me reconozca, concediéndole así un sosiego del que tal vez no disfrutaría delante de su creador. Tolín me sirve café en una taza descascarillada y ennegrecida, sobre una mesa mugrienta, mientras se oye una charanga que trata de llamar la atención de los probables y deseados espectadores.

     Tolín.- Perdone, pero aquí no se vive en la abundancia ni en la pulcritud.
     El Periodista.- No se preocupe. Lo entiendo perfectamente: la vida nómada suele acarrear ciertos inconvenientes.
     Tolín.- ¡Y que lo diga! Para mí, hecho al “dolce far niente” y a la molicie, ha sido muy duro acostumbrarme a esto.
     P.- Efectivamente, su creador no le dejó en muy buena posición.
     Tolín.- ¡Qué le vamos a hacer! Cada cual ha de arrastrar la cruz que le ha colgado el destino.
     P.- Y el sambenito.
     Tolín.- ¡Qué me va a decir usted! Por cierto, estoy asombrado: pensé que nadie había leído esta novela. Y más asombrado aún de que un periodista se preocupe por ella y por mí.
     P.- Su creador me ha pedido que le haga esta entrevista, a ver si entre todos conseguimos multiplicar el número de lectores de la obra. Pequeños favores que nos hacemos entre escritores: hoy por ti, mañana por mí.
     Tolín.- ¿No se le llama a eso prevaricación literaria?
     P.- Todavía no. Pero se llamará algún día. No puede usted imaginarse la cantidad de literatos que han llegado al Parnaso por el sólo hecho de arrimarse al sol que más calienta.
     Tolín.- He oído hablar de ello. Yo tenía un amigo, creo que se llamaba Miguel, que me hablaba de estas cosas.
     P.- Se llamaba Miguel. ¿Qué tipo de relación tuvieron?
     Tolín.- Tumultuosa.
     P.- ¿Es usted meramente ambiguo?
     Tolín.- Mire usted, yo soy un muchacho del montón, un muchacho que tuvo la mala suerte de servir de campo de batalla para una lucha entre diversas facciones. Mi familia, mis amigos, mis amigas, todas las instituciones de la ciudad, hasta el mismo escritor, libraron una guerra cruentísima sobre mi piel.
     P.- Y usted se creyó muy importante, incluso ayudó a diversas milicias, cambiando de bando según el curso de los acontecimientos.
     Tolín.- Sí. Creí que disputaban por mí, cuando en realidad no era sino un instrumento que todos utilizaron para exhibir sus armas y su poder.
     P.- ¿También Miguel?
     Tolín.- Prefiero no tocar ese tema, si no le importa.
     P.- Está usted en su derecho.
     Tolín.- Muchas gracias.
     P.- Hay quien dice que el autor no hizo sino tomar a un muchacho real y trasvasarlo a la novela.
     Tolín.- No es cierto, yo tengo mi propia personalidad. Lo que pasa es que los escritores no crean sobre el vacío, sino sobre unas situaciones sociales y políticas dadas. Con esas premisas, no resulta difícil encontrar parecidos. Ya le he dicho que soy un muchacho del montón.
     P.- ¿Intenta convencerme de que lo que se cuenta en la novela, en contra de lo que se podría pensar, no es un suceso extraordinario, sino algo cotidiano que puede ocurrir en cada esquina?
     Tolín.- Significa que refleja un hecho sociológico, no una anécdota individual.
     P.- Donde a usted le toca el papel de tontito.
     Tolín.- Unos hacen de asesinos, otros de valientes, otros...
     P.- ¿Y la voluntad?
     Tolín.- Nosotros, los personajes de ficción carecemos de voluntad. Los humanos sí la tienen, pero no suelen activarla. ¿Cree que yo asesiné a Miguel por gusto? No podía sublevarme contra los dictados externos.
     P.- Veo que no es usted un ignorante.
     Tolín.- Tuve un buen maestro.
     P.- Y Miguel un mal discípulo.
     Tolín.- No lo niego. Pero él trató de convertirme en un ser humano y yo tengo, decididamente, vocación de marioneta.
     P.- ¿Por eso está en el circo?
     Tolín.- Porque al escritor se le pasó por el magín dejarme aquí, aunque tengo que reconocer que a mí esto de la farándula siempre me ha gustado. Algún día haré teatro en serio.
     P.- Está soñando.
     Tolín.- Me gusta soñar: sólo entonces veo un atisbo de libertad. En eso sí me parezco a un ser humano.
     P.- ¿Y qué personaje le gustaría encarnar?
     Tolín.- El de Adela, la hija menor de Bernarda Alba. Ella pudo hacer lo que deseó, en lo que se nota que era el ojito derecho de Lorca.
     P.- Pero ella murió.
     Tolín.- Yo cambiaría esta inmortalidad de papel que tengo por poder amar de nuevo a quien realmente me gusta.
     P.- Usted amó mucho a las tres arpías.
     Tolín.- No me haga reír: ellas también formaban parte del guión. En realidad, he pasado toda mi vida representando un personaje, siempre el mismo, obligado a repetir obedientemente, hasta la saciedad, incluso las menores inflexiones de voz. Las arpías hicieron exactamente lo mismo. Son también personajes que se repiten, como cacatúas.
     P.- En cuanto a los dos alcaldes gemelos, cree que podríamos...
     Tolín.- Lo siento. La función de noche está a punto de comenzar. ¿Le importaría dejarme solo para prepararme?
     P.- En absoluto.
     Tolín.- ¡Ah!... puede volver cuando quiera... continuaríamos esta conversación tan agradable... me recuerda usted a alguien... no, no sé a quién... tengo tan mala memoria...
     P.- Le confieso que sería un placer poder continuar esta charla con menos prisas.
     Tolín.- El placer será mío.
     Fuera del carromato, payasos, equilibristas, domadores, toda la “troupe” se arremolina sin sentido, lanzándose requiebros y órdenes. A lo lejos, la multitud festiva espera, con las entradas en la mano, a que se abran las puertas.
     Junto a los músicos, que afinan sus instrumentos, cabriola el garañón negro, aquel que unas veces volaba y otras bailaba sevillanas. Veo muy difícil que sea capaz de acompañar a Tolín en su número de funambulismo, pues está completamente borracho.

Publicado en Diario Lanza el 23 de Abril de 1012, Día del Libro

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