lunes, 19 de marzo de 2012

Lázaro de Tormes

Galería de Inmortales

           Lázaro de Tormes
                                Francisco Chaves Guzmán


Ni yo pude
con su trote
durar más. Y por esto
y por otras cosillas,
que no digo, salí dél.
(Lazarillo de Tormes,
Anónimo)

 
     Un ventanuco de verdosa pintura descascarillada enmarca la torre iluminada de la Catedral. A través de él nos llegan los gritos obscenos y las notas estridentes de los discobares que abarrotan Toledo. Hay un jergón, dos sillas desvencijadas. Entre los desconchones de la pared, carteles que muestran jugadores de fútbol, mujeres semidesnudas y una moto de gran cilindrada.
     Lázaro tiene mal afeitadas las mejillas hundidas, afiebrados los ojos y por sonrisa una mueca entre irascible y derrotada. Sobre la mesa quedan unas migajas de pan y una botella de vino vacía.
     Lázaro.- ¿De qué vas, tío? ¿Buscas un camello, un lazarillo, un criado, un paje, un pregonero o un chapero?
     El Periodista.- Un momento, un momento. Estoy desolado. Yo te pensaba en mejor condición, felizmente casado con la barragana del arcipreste y sin más pesares que los propios del consentidor.
     Lázaro.- No dura la fiesta en casa del pobre. El arcipreste, mi benefactor, murió al poco tiempo a causa de una comilona. Ya sabes, de grandes cenas están las sepulturas llenas... Y yo, una vez más, sin despensa y sin holganza. Porque mi mujer se largó sin decir palabra y no he vuelto a tener noticias suyas.
     P.- Tal vez contrajiste matrimonio demasiado pronto, sin saber mucho de la vida.
     Lázaro.- ¿Demasiado pronto, dices? ¿Con veinte años? A ver si te crees que la infancia duraba entonces hasta la treintena, como parece ser que está de moda hoy día.
     P.- Tal vez duraba demasiado poco.
     Lázaro.- ¡Ca! Dura siempre lo mismo: hasta el momento en que levanta el vuelo el pajarito.
     P.- Tal vez sea la precocidad la causante de tus desdichas pasadas y presentes.
     Lázaro.- ¡No jodas, tío! La culpa de mis males la tiene la pobreza, no el haber dejado de ser un infante.
     P.- ¿Sí?
     Lázaro.- Conozco a muchos adultos, infinitamente más precoces que yo, que viven de buten.
     P.- Veo que estás al día, que has introducido nuevas palabras en tu vocabulario.
     Lázaro.- ¿Por lo de buten? Pero si ya la utilizábamos hace cuatrocientos años... ¿no lo sabías?
     P.- Pues no.
     Lázaro.- Es del argot de la germanía.
     P.- Yo creía que era cheli.
     Lázaro.- El cheli no es argot, pues lo conoce todo el mundo. Luego no sirve para nada. Lo utilizan desde los policías hasta los mismísimos hijos de cristianos viejos sin mezcla de sangre...
     P.- ¿...que desean pasar por marginales?
     Lázaro.- Pero algunos se quedan en ello. En lo de marginales, digo.
     P.- ¿Has conocido muchos que, jugando, se hayan quedado?
     Lázaro.- ¡Cantidad! Los siglos no pasan en balde.
     P.- A mis lectores les gustaría conocer las aventuras que has corrido desde que fuiste abandonado por tu mujer.
     Lázaro.- No estoy autorizado a contarlas sin el permiso de quien me dio vida literaria.
     P.- ¿Puedes decirme quién fue?
     Lázaro.- Es un secreto entre él y yo. Quienes hoy dicen haberlo descubierto no son de mi confianza.
     P.- ¿Puedes decirme, al menos, si es desde entonces que te hallas postrado en tan inmensa miseria?
     Lázaro.- La vida de un pícaro suele ser una sucesión incomprensible de grandes vaivenes. Yo he pasado por momentos buenos, menos buenos y espantosos, como éste.
     P.- ¿Te consideras a ti mismo un pícaro?
     Lázaro.- ¡Por supuesto! Y tengo mucha honra en ello, pues mi único delito es intentar sobrevivir. No como otros. Esquilmadores que buscan el mal del prójimo. O trepadores, que intentan pisar las alfombras de los palacios, con sus albarcas sucias. O pendencieros, que llevan la desgracia allí donde van. No, nosotros, los pícaros, sólo tenemos la desdicha de que la fortuna nos ha sido adversa.
     P.- ¿Siempre adversa?
     Lázaro.- ¡Siempre no, hombre! Yo tuve la suerte de ser lazarillo de un ciego, que me enseñó mucho. Y marido de una guapa muchacha, que me quitó de pasar hambre durante unos meses.
     P.- Admiro tu capacidad para encontrar el lado bueno de las personas y de las experiencias.
     Lázaro.- Soy de natural agradecido y me conformo con poco. Pero al clérigo no le encontré nada que agradecer... porque nunca me enseño nada, al contrario que el ciego; ni me alimentó, como hizo el que vendía las bulas; ni me tenía la buena fe del pobre escudero.
     P.- Y al fraile, ¿le dejaste por las cosillas que no cuentas?
     Lázaro.- Mayormente por los trotes que me daba.
     P.- ¿No serás un poco vago?
     Lázaro.- ¡Hombre!, es que hay trotes y trotes...
     P.- ¿Y luego?
     Lázaro.- Luego vinieron los de la leva y me mandaron a la guerra. Estuve preso en tierra de moros donde pude medrar con cierto esmero. A la vuelta me encerraron en prisión por robar una gallina, y por otras cosillas que tampoco digo. Más tarde tuve otros amos, otros compinches, otros amoríos. No puedo decir más sin permiso.
     P.- Opino que tu anónimo creador nos dejó con la miel en los labios, que puso fin a tu biografía con excesiva brusquedad. ¿Tal vez tuvo miedo?
     Lázaro.- Es muy probable: les estaba buscando las vueltas a los inquisidores. Pero aún es más probable que se cansase de mí; o yo de él. La mudanza y la inestabilidad son mi sino. Nunca duro demasiado con nadie. ¡Qué le vamos a hacer!
     P.- Está la cosa muy chunga, parece ser.
     Lázaro.- Cada vez es más difícil encontrar un amo que te dé buenos consejos o buenos palos, buenos chorizos o buenos trotes. Así no hay quien viva.
     P.- ¿Los echas de menos?
     Lázaro.- La verdad, estoy harto de tanta independencia y tanta emancipación.
     P.- Ahora eres más libre.
     Lázaro.- Soy más libre de morirme de asco...
     P.- ¿Cómo te ganas la vida?
     Lázaro.- Con algún tirón por los alrededores de la puerta de Bisagra. Pasando costo a las niñas bien. De meter la pata y armar broncas en ciertos bares que no molan.
     P.- ¿Te pagan por reventar locales? ¿Hay alguien que paga por eso hoy día?
     Lázaro.- ¡No lo sabes tú bien!
     P.- Pero, ¿quién?
     Lázaro.- No puedo darte pistas sobre los que tienen montado el rollo... tal vez otro día... en que me sienta más valiente... o más suicida.
     P.- Pero esa no es la labor del pícaro.
     Lázaro.- ¡Cosa de los tiempos, tío! Nuestra profesión está en declive.
     Al salir a la calle, los alrededores del Teatro Rojas son un hervidero de jovenzuelos extasiados por sonidos discotequeros. Camino de Zocodover, Lázaro me ofrece compartir el único lujo que puede permitirse: “¿mola un peta?”.
     Prefiero invitarle a unas birras en una taberna silenciosa en una desierta calleja de otras épocas, lejos del bullicio y de los traficantes de sueños.

Publicado en Diario Lanza el 19 de Marzo de 2012

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