jueves, 29 de marzo de 2012

María Teresa Sánchez

   
     María Teresa Sánchez ha inaugurado en la taberna-café “La Dolores” la exposición pictórica EL MUNDO DE LAS HADAS.
     EL MUNDO DE LAS HADAS es una colección de acuarelas y grafitos, en donde la preocupación por hechos relevantes para la condición humana se muestra a través de la introspección y de lo mágico, que se trasluce desde lo onírico.
     En sus palabras de presentación, María Teresa hizo una breve exposición sobre la naturaleza del arte y la utilización de este de manera espuria. Para lo que tuvo la ayuda del actor Paco Alberola.
     Este interpretó magníficamente, en un improvisado escenario, un monólogo escrito por la propia Maria Teresa, en el que se ridiculizan ciertas obsesiones y manipulaciones del arte.
     Intervinieron también Teresa Pareja Sánchez –su hija- y José Luis Huertas, que interpretaron al violonchelo unas piezas musicales.

lunes, 26 de marzo de 2012

Lucien Fleurier

Galería de Inmortales

                  Lucien Fleurier
                                              Francisco Chaves Guzmán

Tú te subes a los trenes,
pero tienes buen cuidado
en escoger los que
se quedan en la estación.
(La Infancia de un Jefe,
Jean Paul Sartre)

     Ocupamos una mesita al fondo de un “bistrot” en la Place du Châtelet. A través del amplio ventanal nos llegan las sombras del atardecer. Casi difuminadas por una ligera bruma, contrastadas con un cielo levemente anaranjado, están presentes las torres gemelas de Nôtre Dame. Como todos los días a esta hora, la Rive Droite pierde el ritmo histérico de los turistas y de las boutiques de lujo. Se vuelve afable, casi soñadora. Frente a mí, Lucien Fleurier, elegante y melancólico, saborea un cigarrillo con lentitud diríase que estudiada. Tiene una mirada clara, directa y tímida, dura pero suave, propia de un adolescente que conjuga la ambigüedad del púber con la firmeza del adulto.
     Todo en él es pose, una pose dual, pues trasluce la sensibilidad del poeta y la frialdad del verdugo.
     Lucien.- No soy nadie. Así que dígame que desea de mí y acabemos rápido.
     El Periodista.- Si me permite la broma, pretendía saber si, por fin, se había dejado crecer el bigotito.
     Lucien.- Ya ve que sí. Pero lo he dejado crecer y lo he afeitado multitud de veces.
     P.- ¿Según su estado de ánimo?
     Lucien.- Sólo al principio. Luego por las ventoleras que da el hartazgo. Tenga en cuenta que llevo medio siglo poniendo y quitando bigotes, patillas, perillas, barbas y flequillos.
     P. Alrededor de setenta años.
     Lucien.- ¡Sí! Y únicamente tengo dieciocho. La verdad, me he dejado influir por todas las modas con que me he cruzado.
     P.- Si le ha servido para sentirse integrado...
     Lucien.- Solamente para llegar al hastío total. Le repito que no soy nada, absolutamente nada. Bueno, tal vez un proyecto.
     P.- Pero pareció que usted se decidía por tomar partido, por superar de una vez sus confusiones adolescentes.
     Lucien.- ¿Usted cree?
     P.- Se hizo fascista.
     Lucien.- Nunca lo fui. A pesar de ser uno de los fascistas literarios más famosos de toda la historia.
     P.- No me irá a negar que se dedicaba a propinar palizas, junto a sus colegas, a quien les parecía débil y marginal.
     Lucien.- No puedo negarlo, ya que está escrito... es difícil de explicar. Mis compañeros del grupo de acción sí eran auténticos fascistas, pero yo no.
     P.- Usted tenía fama de ser el más arrogante, el más pendenciero, el más extremista, el más cruel.
     Lucien.- Sólo para hacerme respetar, para conseguir que me aceptaran.
     P.- ¿Que le aceptaran? ¿A usted, que era un joven guapo, inteligente y rico?
     Lucien.- Un burguesito asustado.
     P.- No le comprendo.
     Lucien.- ¿Sabe en qué se diferencia un joven burgués de un joven obrero? En que mientras el burgués tiene poco que ganar y mucho que perder, el obrero tiene poco que perder y mucho que ganar. Esa es la razón por la que los mecánicos son más atrevidos que los estudiantes.
     P.- No me convence. Los universitarios suelen ser las avanzadillas de los cambios históricos.
     Lucien.- O los que desean cambiar todo para que todo siga igual, como decía Lampedusa.
     P.- No me cambie de novela, por favor.
     Lucien.- Citaba con fines pedagógicos.
     P.- Lo que sí me parece notar es un giro progresista en su actitud política.
     Lucien.- Como usted sabe, yo estoy destinado a convertirme en un jefe, en el dueño de la fábrica de mi padre.
     P.- Sí.
     Lucien.- Tal responsabilidad requiere una gran capacidad de adaptación a las circunstancias. En casos extremos, es preciso utilizar la violencia, cuando el orden económico peligra. O bien el humanismo transigente, en tiempos de bonanza.
     P.- Le agradezco que sea tan sincero conmigo. Pero, ¿no teme enseñar sus cartas con estas declaraciones?
     Lucien.- He aprendido que las masas, bien dirigidas, tienden a olvidar las razones por las que se desgañitaban en la manifestación de la semana anterior. Lo más probable es que cualquiera que lea su entrevista piense que he fabricado un chiste malévolo. Así que puedo ser sincero, incluso cínico.
     P.- Ahora me doy cuenta de que sigue usted siendo un auténtico fascista.
     Lucien.- ¿Porque digo la verdad? Tal vez estoy en unos de los momentos más clarividentes de toda mi existencia.
     P.- ¿De su existencia? ¿Está seguro de que existe?
     Lucien.- Ya sabe usted que no. Dudo que yo exista y que existan los demás.
     P.- ¿Existieron Berliac y Bergère?
     Lucien.- No ha debido hacerme esa pregunta.
     P.- ¿No me va a contestar?
     Lucien.- Sí. Existieron, pero tengo muy mala memoria.
     P.- Acaba de decirme que se encontraba en un momento muy lúcido.
     Lucien.- Que ya ha pasado. También en eso soy inconstante. La verdad, no deseo hablar de ellos.
     P.- ¿Y de Maud?
     Lucien.- Fue un capricho pasajero.
     P.- Usted se creyó un héroe el día en que realizó un coito con ella.
     Lucien.- Por aquel entonces aún no sabía que tal heroicidad está al alcance de cualquiera. Créame, de la sexualidad sólo me interesa su aspecto reproductivo. Algún día, el hijo que tenga también heredará la fábrica.
     P.- ¿Y el placer?
     Lucien.- Eso queda para los seres inferiores. Todo lo que no produce consumo y riqueza es intrínsecamente perverso.
     P.- ¿Sabe que a esa forma de pensar se le llama un prejuicio burgués?
     Lucien.- Me he topado en la vida con multitud de anarquistas que enarbolan los mismos prejuicios burgueses.
     P.- Sin embargo, hubo un tiempo en que usted leía a los poetas malditos.
     Lucien.- Pecados de juventud.
     P.- Más bien parecía un muchacho sensible.
     Lucien.- Lo era. Introspectivo e imaginativo. Tal vez escrupuloso en exceso. Me analizaba demasiado.
     P.- Y se aficionó al psicoanálisis.
     Lucien.- Lógico corolario de mi falta de madurez. ¿Sabe una cosa? Que estas dudas juveniles me han servido para conocer mejor al enemigo. No hay mal que por bien no venga.
     P.- ¿Se encuentra ya suficientemente preparado para acceder a la condición de jefe?
     Lucien.- Aún no. Mis cambios de carácter, mi inconstancia, ya ve... lo propio de un adolescente.
     P.- Permítame que le diga que su adolescencia parece perpetua.
     Lucien.- Me he amoldado a los tiempos que corren... soy como cualquier muchacho de ahora. Lo que tiene como ventaja poder aparentar disconformidad en lo accesorio mientras se es obediente en lo fundamental.
     P.- ¿Qué es para usted lo fundamental?
     Lucien.- El respeto a la pirámide jerárquica, al líder y a las instrucciones que de él emanan.
     P.- Sin independencia de criterio.
     Lucien.- Lo importante no es lo que se hace, sino hacer lo que se ordena.
     P.- Sin la menor tolerancia.
     Lucien.- Ya le he dicho que también hay un tiempo para la tolerancia. ¿Por qué cree que he consentido esta entrevista con alguien como usted?
     Le he dejado con la palabra en la boca. Yo no admito que se me tolere, como decía su compatriota Jean Cocteau. Pero él, levantándose, mas sin cambiar de tono de voz, me ha dicho: “Póngase de nuestra parte. Está amaneciendo nuestro siglo”.
     Subo lentamente por el boulevard de Sebastopol. Afortunadamente, París ofrece suficientes alegrías como para olvidar las amenazas.

Publicado en Diario Lanza el 26 de Marzo de 2012

domingo, 25 de marzo de 2012

Juan Carlos Sánchez-Belmonte

     Juan Carlos Sánchez-Belmonte, que estrenó CUENTO DE NAVIDAD hace tres meses en el Teatro Quijano, ha visto como su obra era seleccionada para competir en el Certamen de Teatro Clásico de Moratalaz.
     CUENTO DE NAVIDAD es una versión de Sánchez-Belmonte del relato homónimo de Charles Dickens. Bajo su propia dirección, la compañía Amigos del Teatro se ha encargado de llevarla a las tablas.
     Cabe destacar en ella una excelente puesta en escena, una decoración muy acorde con el espíritu de la versión, una buena interpretación por parte del elenco de la compañía y la perfecta sincronización de los números musicales con la trama..
     Es muy gratificante comprobar, una vez tras otra, como el vigor creativo, en especial el de nuestros amigos, vence dificultades y se enfrenta a retos difíciles, como en este caso ha hecho Juan Carlos Sánchez-Belmonte con su CUENTO DE NAVIDAD

lunes, 19 de marzo de 2012

Lázaro de Tormes

Galería de Inmortales

           Lázaro de Tormes
                                Francisco Chaves Guzmán


Ni yo pude
con su trote
durar más. Y por esto
y por otras cosillas,
que no digo, salí dél.
(Lazarillo de Tormes,
Anónimo)

 
     Un ventanuco de verdosa pintura descascarillada enmarca la torre iluminada de la Catedral. A través de él nos llegan los gritos obscenos y las notas estridentes de los discobares que abarrotan Toledo. Hay un jergón, dos sillas desvencijadas. Entre los desconchones de la pared, carteles que muestran jugadores de fútbol, mujeres semidesnudas y una moto de gran cilindrada.
     Lázaro tiene mal afeitadas las mejillas hundidas, afiebrados los ojos y por sonrisa una mueca entre irascible y derrotada. Sobre la mesa quedan unas migajas de pan y una botella de vino vacía.
     Lázaro.- ¿De qué vas, tío? ¿Buscas un camello, un lazarillo, un criado, un paje, un pregonero o un chapero?
     El Periodista.- Un momento, un momento. Estoy desolado. Yo te pensaba en mejor condición, felizmente casado con la barragana del arcipreste y sin más pesares que los propios del consentidor.
     Lázaro.- No dura la fiesta en casa del pobre. El arcipreste, mi benefactor, murió al poco tiempo a causa de una comilona. Ya sabes, de grandes cenas están las sepulturas llenas... Y yo, una vez más, sin despensa y sin holganza. Porque mi mujer se largó sin decir palabra y no he vuelto a tener noticias suyas.
     P.- Tal vez contrajiste matrimonio demasiado pronto, sin saber mucho de la vida.
     Lázaro.- ¿Demasiado pronto, dices? ¿Con veinte años? A ver si te crees que la infancia duraba entonces hasta la treintena, como parece ser que está de moda hoy día.
     P.- Tal vez duraba demasiado poco.
     Lázaro.- ¡Ca! Dura siempre lo mismo: hasta el momento en que levanta el vuelo el pajarito.
     P.- Tal vez sea la precocidad la causante de tus desdichas pasadas y presentes.
     Lázaro.- ¡No jodas, tío! La culpa de mis males la tiene la pobreza, no el haber dejado de ser un infante.
     P.- ¿Sí?
     Lázaro.- Conozco a muchos adultos, infinitamente más precoces que yo, que viven de buten.
     P.- Veo que estás al día, que has introducido nuevas palabras en tu vocabulario.
     Lázaro.- ¿Por lo de buten? Pero si ya la utilizábamos hace cuatrocientos años... ¿no lo sabías?
     P.- Pues no.
     Lázaro.- Es del argot de la germanía.
     P.- Yo creía que era cheli.
     Lázaro.- El cheli no es argot, pues lo conoce todo el mundo. Luego no sirve para nada. Lo utilizan desde los policías hasta los mismísimos hijos de cristianos viejos sin mezcla de sangre...
     P.- ¿...que desean pasar por marginales?
     Lázaro.- Pero algunos se quedan en ello. En lo de marginales, digo.
     P.- ¿Has conocido muchos que, jugando, se hayan quedado?
     Lázaro.- ¡Cantidad! Los siglos no pasan en balde.
     P.- A mis lectores les gustaría conocer las aventuras que has corrido desde que fuiste abandonado por tu mujer.
     Lázaro.- No estoy autorizado a contarlas sin el permiso de quien me dio vida literaria.
     P.- ¿Puedes decirme quién fue?
     Lázaro.- Es un secreto entre él y yo. Quienes hoy dicen haberlo descubierto no son de mi confianza.
     P.- ¿Puedes decirme, al menos, si es desde entonces que te hallas postrado en tan inmensa miseria?
     Lázaro.- La vida de un pícaro suele ser una sucesión incomprensible de grandes vaivenes. Yo he pasado por momentos buenos, menos buenos y espantosos, como éste.
     P.- ¿Te consideras a ti mismo un pícaro?
     Lázaro.- ¡Por supuesto! Y tengo mucha honra en ello, pues mi único delito es intentar sobrevivir. No como otros. Esquilmadores que buscan el mal del prójimo. O trepadores, que intentan pisar las alfombras de los palacios, con sus albarcas sucias. O pendencieros, que llevan la desgracia allí donde van. No, nosotros, los pícaros, sólo tenemos la desdicha de que la fortuna nos ha sido adversa.
     P.- ¿Siempre adversa?
     Lázaro.- ¡Siempre no, hombre! Yo tuve la suerte de ser lazarillo de un ciego, que me enseñó mucho. Y marido de una guapa muchacha, que me quitó de pasar hambre durante unos meses.
     P.- Admiro tu capacidad para encontrar el lado bueno de las personas y de las experiencias.
     Lázaro.- Soy de natural agradecido y me conformo con poco. Pero al clérigo no le encontré nada que agradecer... porque nunca me enseño nada, al contrario que el ciego; ni me alimentó, como hizo el que vendía las bulas; ni me tenía la buena fe del pobre escudero.
     P.- Y al fraile, ¿le dejaste por las cosillas que no cuentas?
     Lázaro.- Mayormente por los trotes que me daba.
     P.- ¿No serás un poco vago?
     Lázaro.- ¡Hombre!, es que hay trotes y trotes...
     P.- ¿Y luego?
     Lázaro.- Luego vinieron los de la leva y me mandaron a la guerra. Estuve preso en tierra de moros donde pude medrar con cierto esmero. A la vuelta me encerraron en prisión por robar una gallina, y por otras cosillas que tampoco digo. Más tarde tuve otros amos, otros compinches, otros amoríos. No puedo decir más sin permiso.
     P.- Opino que tu anónimo creador nos dejó con la miel en los labios, que puso fin a tu biografía con excesiva brusquedad. ¿Tal vez tuvo miedo?
     Lázaro.- Es muy probable: les estaba buscando las vueltas a los inquisidores. Pero aún es más probable que se cansase de mí; o yo de él. La mudanza y la inestabilidad son mi sino. Nunca duro demasiado con nadie. ¡Qué le vamos a hacer!
     P.- Está la cosa muy chunga, parece ser.
     Lázaro.- Cada vez es más difícil encontrar un amo que te dé buenos consejos o buenos palos, buenos chorizos o buenos trotes. Así no hay quien viva.
     P.- ¿Los echas de menos?
     Lázaro.- La verdad, estoy harto de tanta independencia y tanta emancipación.
     P.- Ahora eres más libre.
     Lázaro.- Soy más libre de morirme de asco...
     P.- ¿Cómo te ganas la vida?
     Lázaro.- Con algún tirón por los alrededores de la puerta de Bisagra. Pasando costo a las niñas bien. De meter la pata y armar broncas en ciertos bares que no molan.
     P.- ¿Te pagan por reventar locales? ¿Hay alguien que paga por eso hoy día?
     Lázaro.- ¡No lo sabes tú bien!
     P.- Pero, ¿quién?
     Lázaro.- No puedo darte pistas sobre los que tienen montado el rollo... tal vez otro día... en que me sienta más valiente... o más suicida.
     P.- Pero esa no es la labor del pícaro.
     Lázaro.- ¡Cosa de los tiempos, tío! Nuestra profesión está en declive.
     Al salir a la calle, los alrededores del Teatro Rojas son un hervidero de jovenzuelos extasiados por sonidos discotequeros. Camino de Zocodover, Lázaro me ofrece compartir el único lujo que puede permitirse: “¿mola un peta?”.
     Prefiero invitarle a unas birras en una taberna silenciosa en una desierta calleja de otras épocas, lejos del bullicio y de los traficantes de sueños.

Publicado en Diario Lanza el 19 de Marzo de 2012

lunes, 12 de marzo de 2012

Violet Venable

Galería de Inmortales

           Violet Venable
                                 Francisco Chaves Guzmán

Creo que,
 por lo menos,
debemos tener en cuenta
la posibilidad de que...
eso que dice la muchacha...
pueda ser cierto.
(De Repente, el Último Verano,
Tennessee Williams)

     Sentada en un sillón de mimbre cuyo alto respaldo sobrepasa su cabeza, la señora Venable saborea un frío daiquiri. Pasan un par de minutos de la cinco de la tarde. Hace un calor húmedo, muy húmedo, con el que las plantas del jardín tropical, las tortugas de las islas Galápagos y los pájaros exóticos se sienten a sus anchas.
     La elegante dama me observa con detenimiento, recuperado el porte de gran señora que tan cerca estuvo de perder tras la muerte de su hijo Sebastian y las confesiones de su sobrina Katherine. No es que el tiempo borre las penas ni apague el odio, pero ayuda a disfrazar los sentimientos, sobre todo si la economía doméstica es favorable. Y, como todo el mundo sabe, la señora Venable siempre ha sido inmensamente rica.
     Mrs. Venable.- De verdad, no lo comprendo. ¿Por qué se empecinan en no respetar el dolor de una madre que tanto ha sufrido?
     El Periodista.- Créame, señora, yo no me atrevería a molestarla si usted no llevase tantísimos años paseando sus desgracias por los escenarios y el celuloide.
     Mrs. Venable.- ¿No tengo derecho a honrar la memoria de mi hijo?
     P.- Ahí radica el problema. En que la muerte de su hijo ha dejado de ser un asunto privado.
     Mrs. Venable.- ¡Cómo! La vida y la muerte de mi hijo me pertenecen a mí, nada más que a mí.
     P.- Lamento llevarle la contraria... desde que Tennessee Williams escribió sobre ustedes, ya no se pertenecen a sí mismos, sino que forman parte del acervo cultural de la humanidad. Y el público quiere saber...
     Mrs. Venable.- Pues pregúntele a Tennessee, ese afeminado dispuesto a llevar todas las aguas a su propio molino.
     P.- Claro que, si todo hubiese quedado en el drama de Tennessee, la historia de ustedes no habría traspasado los límites de le élite intelectual. Pero luego llegó a todos los rincones, cuando Gore Vidal escribió el guión cinematográfico para Mankievick.
     Mrs. Venable.- Dos comunistas inmorales, dispuestos a trastocar el orden universal, dos peligrosos terroristas.
     P.- Veo que pertenece a esa clase de personas que tildan de afeminados y comunistas a quienes no comparten sus opiniones.
     Mrs. Venable.- Gore Vidal es el demonio.
     P.- Le recuerdo, señora, que Gore Vidal es primo de un reciente vicepresidente de su país y que fue amigo íntimo del asesinado presidente Kennedy.
     Mrs. Venable.- ¿Ha leído sus recientemente publicadas Memorias? Es la obra de un maníaco, de un hombre sin Dios ni Patria.
     P.- Las he leído, señora Venable, y me parecen tremendamente lúcidas e instructivas.
     Mrs. Venable.- No se lo tomo en consideración. Ya se sabe que los periodistas tienen un ramalazo de locura, sobre todo si son europeos, como usted. Pero vamos al grano, ¿qué desea saber?
     P.- Pues verá... resulta que mis lectores no están convencidos de que su hijo Sebastian fuese precisamente un gran poeta...
     Mrs. Venable.- ¿Que no lo creen? ¿No es poético que un muchacho dedique su vida a viajar, buscando las huellas de la verdad, a vivir rodeado de belleza?
     P.- Piensan que se trataba de un señorito desocupado.
     Mrs. Venable.- ¿Y sus maravillosos poemas? Usted sabe que escribía uno cada verano.
     P.- Quieren pruebas, señora Venable. Quieren conocer esos pocos poemas para así tener un elemento de juicio.
     Mrs. Venable.- ¡De ninguna manera! ¿Cómo voy a desprenderme del alma desnuda de Sebastian, de lo único que me queda de él?
     P.- Comprenderá que, en ese caso, hay motivos para tener una duda razonable...
     Mrs. Venable.- ¿No se fían de mí, de la palabra de la madre?
     p.- Me temo que no.
     Mrs. Venable.- Pues no los conocerán nunca. Esos seres insensibles no están capacitados para comprender el fuego sagrado que ardía en el alma de Sebastian.
     P.- Y lo peor, señora, es que también tienen serias dudas de que su hijo fuese ese modelo de muchacho ingenuo y casto que usted ha presentado.
     Mrs. Venable.- ¡Qué tropelía! ¡De qué forma inhumana se juega a manchar su nombre! ¿Quién se atreve a poner máculas sobre su memoria? ¡Qué indignidad!
     P.- Créame, no trato de herirla...
     Mrs. Venable.- ¡Oh, no trata de herirme! Pero no tiene reparos en repetir en mi presencia las maledicencias que corren por ahí. ¡Oh!
     P.- Le suplico que no se altere.
     Mrs., Venable.- Sepa que mi Sebastian era como un niño, que lloraba ante la maldad y ante la injusticia. Tenía un corazón de oro, ayudaba a los necesitados, era un espíritu elegante y distinguido...
     P.- ¿...y?
     Mrs. Venable.- Y veía a Dios, hablaba con Dios. ¡Oh! Estas lágrimas que ve rodar por mis mejillas son las lágrimas de Sebastian. ¡Hablaba con Dios! Sí, hablaba con Dios a través de las pequeñas cosas, de sus poemas, de sus amigos, de los árboles y de las estrellas.
     P.- Y era tan cándido que usted debía protegerlo...
     Mrs. Venable.- ¡Claro! Contra las artimañas de la gente que se aprovechaba de su bondad. Le perseguían, en busca de su dinero. Tuve que recorrer el mundo junto a él para impedir que la gente malvada le hiciese daño.
     P.- Hasta que, de repente, aquel último verano, quien le acompañó en su viaje fue Katherine.
     Mrs. Venable.- ¡Esa zorra!
     P.- Ella también le quería.
     Mrs. Venable.- ¡Quería su dinero, su posición!
     P.- Tengo entendido que ella quería salvarle.
     Mrs. Venable.- ¡No! ¿De qué iba a salvarle?
     P.- De las malas compañías que su hijo buscaba por todos los países que visitaba. Pero no consiguió apartarlo de ellas.
     Mrs. Venable.- Sólo yo podía salvarle... ¡oh!... ella lo asesinó al apartarlo de mí, al robármelo.
     P.- Ella, Katherine, no pudo evitar que aquella pandilla de muchachos famélicos le linchase en Cabeza de Lobo.
     Mrs. Venable.- ¡Es mentira! Katherine inventó esa historia cuando, muerto él, tuvo que renunciar a su dinero.
     P.- Por cierto, he averiguado dónde está Cabeza de Lobo, el lugar en que murió su hijo.
     Mrs. Venable.- Por favor... no me interesa.
     P.- En España, mi propio país. Por esa razón, la película de Mankievick fue prohibida por nuestra censura.
     Mrs. Venable.- Mi Sebastian era bueno y puro.
     P.- Su hijo, señora, fue sacrificado, como San Sebastián, por una banda de chacales.
     Mrs. Venable.- No. No como San Sebastián.
     P.- ¿Qué explicación tiene, entonces, que la playa de Cabeza de Lobo llevase el nombre de San Sebastián?
     Mrs. Venable.- ¡No! ¡No!
     P.- Usted no puede obstinarse en negar que sabía lo que su hijo buscaba en sus viajes.
     Mrs. Venable.- ¡No es cierto! ¡No es cierto lo que ocurrió aquel verano!
     P.- Dígame, pues, qué ocurrió.
     Mrs. Venable.- Ocurrió... que de repente... aquel último verano... Tennessee Williams y Gore Vidal... ¡qué fieras, qué fieras!... celosos de la bondad de Sebastian... decidieron vengarse de él... le humillaron... le calumniaron... ¡oh!... y le asesinaron... ¡oh!... le asesinaron...
     El llanto de la anciana aristócrata continúa resonando, aunque los escenarios y las pantallas del mundo hayan dejado de representar su tragedia. Como si nuestra vieja censura se hubiera extendido por doquier para salvar los eternos valores a los que sirve.
     Pero me da pena, auténtica pena, Violet Venable, víctima también de la telaraña de prejuicios con que intentaba salvaguardar su propia posición. ¡Pobre mujer!

Publicado en Diario Lanza el 12 de Marzo de 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

Segismundo

Galería de Inmortales

             Segismundo
                                      Francisco Chaves Guzmán

Tres veces son
las que ya me admiras,
tres las que ignoras
quién soy,
pues las tres me viste
en diverso traje y forma.
(La vida es sueño,
Calderón de la Barca)

     Un enorme salón de cuyas paredes cuelgan grandes espejos, que las cubren casi en su totalidad. De hecho, solamente quedan los huecos ocupados por dos ventanales y, al fondo, una puerta de madera labrada. Frente a los ventanales, también hay un lugar para dos retratos al óleo, que representan de cuerpo entero las figuras de Felipe II y de Calderón de la Barca, cuyos reflejos se multiplican por toda la estancia. Desde donde nos encontramos se observa sin dificultad la inmensa mole que el Rey hizo levantar en El Escorial, velada por una ligera llovizna.
     Como preámbulo a la entrevista que me ha concedido, Segismundo me habla de las veleidades del alma humana, de las mudanzas de la fortuna, del honor menoscabado, la traición, la justicia, la lealtad, la prudencia, la lucha y el amor. Sus ojos nerviosos y fugaces me escrutan profundamente, mientras con un leve movimiento de la mano derecha parece querer ahuyentar alguna idea descabellada.
     Segismundo.- Le confieso que tengo ciertas dudas sobre si he acertado al recibirle. Llevo una vida casi monástica. Y, además, desconozco quién es usted.
     El Periodista.- Puedo asegurarle que vengo con la mejor de las intenciones. Que soy su amigo.
     Segismundo.- Si bien recuerdo, usted me dijo haber leído la historia de mi vida docenas de veces... luego ya sabe todo sobre mí. ¿Para qué este encuentro?
     P.- Le voy a ser sincero. Está en la calle el rumor de que usted ha dado a entender que es hijo de Felipe II. Esa es la razón de mi visita.
     Segismundo.- ¡Qué disparate! ¿Dónde ha oído tal cosa? ¡Jamás hice tal insinuación! Mi único padre es Calderón y, por cierto, tengo a gran gala esa ascendencia.
     P.- No me puede negar que usted ha proclamado que Calderón se inspiró en el Infante Don Carlos.
     Segismundo.- No me cabe la menor duda sobre ello. Mas inspiración y paternidad son dos cosas bien diferentes.
     P.- Pues la verdad, yo no veo claro que Calderón tuviese tal intencionalidad política.
     Segismundo.- Está en su derecho a pensar así. Pero dígame por qué.
     P.- Porque se admite generalmente que Calderón carecía de perspectiva histórica.
     Segismundo.- Lo que ocurre es que muchos críticos y filólogos desdeñan toda creación artística que no sea meramente diletante. Tratan, pues, de negar los contenidos sociales de toda obra de arte.
     P.- Tenga en cuenta que cuando escribió "La vida es sueño" había pasado casi un siglo desde la desgracia del Infante Carlos. ¿Qué interés tendrían ya acontecimientos tan pretéritos?
     Segismundo.- Le recuerdo que Calderón ya se había referido a Felipe II en una obra anterior, en el drama "Amor después de la muerte".
     P.- Donde se hacía mención explícita al Rey. ¿Por qué no en la Vida es Sueño?
     Segismundo.- Usted lo ha dicho: por ser el Rey. ¿Puede alguien pensar que un escritor del siglo XVII se atreviese a dudar públicamente sobre la legalidad de una decisión regia? Sólo con la suficiente distancia temporal y geográfica.
     P.- ¿Por eso Polonia?
     Segismundo.- ¡Ya lo creo! Parece como si Polonia fuese un inaccesible país de leyenda al que se extradita temporalmente al oponente político. No olvide que aún hoy, desde Castilla, se llaman polacos a los catalanes.
     P.- Me deja usted atónito.
     Segismundo.- ¿Quiere que le cuente el por qué del nombre de mi padre putativo?
     P.- Lo estoy deseando.
     Segismundo.- Basilio, en griego, significa rey. Luego Rey Basilio quiere decir Rey-Rey, Rey de Reyes. Un nombre perfecto para ocultar a quien en su imperio nunca se ponía el sol.
     P.- Y su propio nombre, Segismundo, ¿tiene también alguna implicación especial?
     Segismundo.- Mi nombre hace honor a San Segismundo, monarca medieval que mandó dar muerte a su hijo y heredero. ¿Qué le parece la casualidad?
     P.- Me veo obligado a pensar que las razones de Basilio y Felipe para encarcelar a sus hijos debieron ser parecidas.
     Segismundo.- Las habladurías, las patrañas. ¿No piensa que un oráculo es el más grave de los chismorreos?
     P.- De acuerdo. Mas, ¿qué delito cometieron para provocar tanta ira en sus padres?
     Segismundo.- Nacer.
     P.- ¿El pecado original?
     Segismundo.- Si usted desea mezclar religión y política...
     P.- Esa mezcla no tiene nada de extraordinario en la historia de los humanos.
     Segismundo.- Ciertamente.
     P.- ¿Por qué no me cuenta las verdaderas razones de la venganza paterna?
     Segismundo.- Porque muerte tendría que darte si sabes que sé que sabes flaquezas mías.
     P.- Muy teatral.
     Segismundo.- Muy consecuente. ¿Qué puede usted esperar del principal personaje de un drama histórico? Es una de mis frases más conocidas.
     P.- Y también la primera frase que dirige a Rosaura.
     Segismundo.- Cuando ella aún vestía con atuendo masculino. A una dama se la debe tratar con más delicadeza.
     P.- Le noto muy civilizado. Cuando salió de la torre estaba usted hecho un auténtico cafre.
     Segismundo.- Una fiera entre los hombres. ¿Qué puede esperarse de alguien que ha sido condenado a vivir como tal? Pero pronto, cuando me sentí humano, la belleza de Rosaura me ayudó a convertirme en un caballero.
     P.- Si con tanta vehemencia la amaba, ¿por qué se la entregó a Astolfo?
     Segismundo.- Por honor.
     P.- ¿Por el de Rosaura?
     Segismundo.- Y por el mío. El matrimonio de un rey debe estar encaminado a proporcionar descendencia. Y Rosaura no era fértil, no podía darme esos hijos.
     P.- ¡Qué novedad! No había noticia de ello. Calderón nos hurtó un dato importante.
     Segismundo.- Si un escritor diese todos y cada uno de los pormenores de sus personajes, ¿qué lugar quedaría para la controversia? ¿Qué interés tendría yo para usted, como periodista o como lector, si todos mis actos pudieran ser comprendidos sin ningún género de duda?
     P.- Ningún interés, lo acepto. ¿Tiene inconveniente en decirme qué admiraba más en ella?
     Segismundo.- En absoluto: sus manos. Recuerdo embelesado los dedos de Rosaura desgranando graciosamente las cuentas del rosario.
     P.- ¡Extraordinario! Rosaura y rosario. Acabo de caer en la cuenta de la similitud etimológica.
     Segismundo.- Una coincidencia, fruto de la casualidad, que se ha deslizado en la conversación.
     P.- Me encuentro predispuesto a buscar analogías tras oír las sorprendentes confidencias que me ha regalado.
     Segismundo.- Es lógico. Uno tiende a dejarse llevar mentalmente por los flujos coloquiales.
     P.- ¿No me va a contar las ocultas razones de la ira del rey Basilio?
     Segismundo.- Es preferible mimar el misterio. Demos a sus lectores la gozosa posibilidad de averiguarlo por sí mismos.
     La ligera y blanda lluvia hace de las calles de El Escorial un irregular espejo por el que discurren formas alargadas, tal vez con la intención de romper la estricta geometría herreriana, tal vez para recrear fantasmas en los que los turistas, mayoritariamente devoradores de instantáneas, no pensaron nunca.
     He olvidado contarle, a Segismundo, que yo, a los trece años, recitaba de corrido La vida es sueño. Y que la primera vez, en plena adolescencia, que subí a un escenario, lo hice para interpretar su personaje.

Publicado en Diario Lanza el 5 de Marzo de 2012