lunes, 2 de enero de 2012

Santiago Nasar

Galería de Inmortales

                SANTIAGO NASAR
                                                        Francisco Chaves Guzmán

La gente
que regresaba del puerto,
alertada por los gritos,
empezó a tomar
posiciones en la plaza
para presenciar el crimen.
(Crónica de una Muerte Anunciada,
Gabriel García Márquez)

      Cientos de kilómetros al sur de su tierra natal, en una vieja ciudad de la Cordillera Occidental, tiene su domicilio Santiago Nasar. A través de los ventanales abiertos entra en su casa la brisa, que huele a pólvora, y los ruidos de la calle, en su mayor parte secos estampidos con que las fuerzas litigantes se destrozan mutuamente.
      Regulares, paras, narcos, guerrilla... han hecho de Colombia una ensalada cuyos genuinos sabores se convierten en indetectables, porque la sangre con que ha sido aliñada los ha enmascarado.

     Santiago Nasar.- ¿Que con quién estoy? Si me lo hubiera preguntado hace cincuenta años, cuando vivía con mi madre entre la Guajira y Cartagena, le hubiese mentido diciéndole que no entendía de política. Ahora, no. He visto mucho y carezco de miedo. Sólo puedo estar con los campesinos sojuzgados. Ellos son mi gente.
     El Periodista.- ¿Abrazó, pues, la causa revolucionaria? Usted era un vástago de familia acomodada.
     Nasar.- ¿Acomodada? Una familia campesina, a la que la Fortuna había otorgado cierto desahogo. Pero campesinos. ¿Sabe?, no creo que mi labor sea abrazar causas, pero no puedo evitar ser un testigo muy objetivo. Y, en último caso, estoy con quien está mi creador.
     P.- Pero García Márquez, su creador, como usted dice, huyó de Colombia cuando vinieron mal dadas.
     Nasar.- Yo diría que muy prudentemente.
     P.- ¿Porque estaba su muerte anunciada?
     Nasar.- Por supuesto. A diferencia mía, que fui el último en enterarse de que le iban a matar, García Márquez lo supo con tiempo suficiente para poner tierra por medio. Luego volvió, cuando el peligro había pasado para él.
     P.- ¿Por qué le mataron a usted? ¿Tiene su muerte alguna explicación?
     Nasar.- ¡Naturalmente! En su tierra, en Castilla, manejan ustedes un dicho popular que puede aclararla.   
     P.- Dígame cuál.
     Nasar.- Pues que "entre todos la mataron y ella sola se murió". Es lo que me pasó a mí.
     P.- ¿Y cuándo tuvo conciencia de la relación entre el dicho y su asesinato?
     Nasar.- En el mismo momento en que me enteré de que me iban a matar, supe también que mi muerte era segura. Al intentar escapar, obedecí al instinto, pero estaba racionalmente seguro de que no había solución.
     P.- ¿Por qué?
     Nasar.- Porque fui el último en enterarme, lo que significa que el pueblo necesitaba sangre. ¿Ve?, entre todos me mataron, como en el dicho castellano.
     P.- ¿El pueblo? A usted lo mataron dos hombres ebrios y descerebrados.
     Nasar.- Está equivocado. Los hermanos Vicario hicieron honor a su apellido. Ángela, al acusarme de la pérdida de su doncellez, y sus hermanos Pedro y Pablo, al asestarme las puñaladas, obraron por cuenta ajena, vicariamente.
     P.- ¿Por cuenta del pueblo?
     Nasar.- Exactamente.
     P.- Pero usted era muy querido, y su familia respetada. De hecho, la mayoría de sus vecinos intentó evitar la tragedia.
     Nasar.- Pero no lo consiguieron. Cuando el alma colectiva de un pueblo necesita un chivo expiatorio, todas las demás consideraciones resultan vanas. No me irá usted a decir que en el país en que vive no ocurre lo mismo.
     P.- No me atrevo a contestarle que no.
     Nasar.- ¿Se da cuenta? Cuando se necesita sangre ritual no es difícil encontrar un testigo y un verdugo.
     P.- ¿Ritual?
     Nasar.- Sí.
     P.- ¿....?
     Nasar.- Sí. Porque lo importante, entonces, no radica en la verdad de los hechos, ni en la importancia del delito, sino que la ejecución se convierta en un Auto de Fe, en que la colectividad sea atemorizada y uniformada por la naturaleza catártica de la venganza. ¿Verdad que no es muy distinto a las maniobras que puso en marcha la Inquisición en Europa?
     P.- Con otros métodos.
     Nasar.- Lo que cuenta es el resultado. Y la indefensión de la víctima.
     P.- Y... ¿por qué precisamente usted?
     Nasar.- Me tocó la china.
     P.- ¿El destino?
     Nasar.- ¡No! Es más lógico pensar que, al tener yo alguna notoriedad, el ejemplo sería más contundente.
     P.- ¿Hubo, pues, una conspiración?
     Nasar.- ¿En contra mía? De ninguna manera. La conspiración es permanente, caiga quien caiga.
     P.- ¿Sabe que la teoría de la conspiración está considerada como inverosímil y paranoica?
     Nasar.- No son necesarias las acciones puntuales cuando todo el mundo ha interiorizado su deber.
     P.- ¿Sedujo usted a Ángela Vicario?
     Nasar.- Puedo asegurarle que no. Pero carece de importancia. Ángela pudo perder el himen en accidente doméstico o ser amante de docenas de hombres. Sigue careciendo de importancia. La inmensa mayoría de las muchachas no finalizan vírgenes la adolescencia. Luego es un asunto trivial.
     P.- Y a usted lo matan acusándole falsamente de una trivialidad...
     Nasar.- Le repito que a la colectividad no le importa en absoluto. Lo esencial es que quede claro quién tiene el poder. Y han de hacerlo recordar de vez en cuando.
     P.- ¿Me va a decir quién lo tiene?
     Nasar.- No es necesario. Usted y yo ya sabemos quienes condenan a los hombres a la miseria económica y la miseria sexual.
     P.- ¿Guarda rencor a los hermanos Vicario?
     Nasar.- No. Eran dos pobres brutos que no sabían qué hacían ni por qué lo hacían.
     P.- A quienes la Justicia declaró inocentes...
     Nasar.- ¡Claro! Estaban apuntalando la paz social...
     P.-... a pesar de que el juez instructor sí conocía bien los hilos.
     Nasar.- Jamás olvidaré sus palabras: "Dadme un prejuicio y moveré el mundo". Pero, ¿qué puede hacer un pobre juez?
     P.- ¿Qué hacer?
     Nasar.- ¿Qué hacer?
     Afuera, los disparos aislados se han convertido en ráfagas de ametralladora. Nos hemos visto obligados a refugiarnos en el sótano, rodeados de hombres y de niños cuyos horrorizados rostros son la imagen de la guerra interminable.
     No he tenido tiempo de comentarle a Santiago Nasar que la Crónica de una Muerte Anunciada es la novela que más me ha hecho llorar. No por un exceso de sensiblería. He llorado mucho por no haberla escrito yo. Sana envidia.

Publicado en Diario Lanza el 2 de Enero de 2012

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