lunes, 26 de diciembre de 2011

Don Juan Tenorio

Galería de Inmortales

               DON JUAN TENORIO
                                      Francisco Chaves Guzmán
Me hacéis reír,
don Gonzalo,
pues venirme a provocar
es como ir a amenazar
a un león con un mal palo.
(Don Juan Tenorio, J. Zorrilla)

     Estamos en un patio andaluz que parece un decorado de los Álvarez Quintero. Es decir, estallan geranios, resplandecen rejas y Don Juan se abanica, sentado en un sillón de enea. Yo ocupo otro igual, en ángulo recto con el suyo, junto a un botijo. Sobre la mesa, frente a nosotros, un encaje hecho a ganchillo, y sobre éste dos catavinos con manzanilla. Junto a la escalera que se abre al piso principal, un gato sestea. Estamos en Sevilla.
     Don Juan me pregunta si me manda traer un abanico. Le contesto que en mi región no se lleva el que los hombres se abaniquen. Ríe con suficiencia.

     Don Juan.- Pues no sabe lo que se pierde... claro que yo no voy a tratar de desengancharle de sus costumbres. Pero al grano, ¿qué desea que le cuente?
     Periodista.- Todo
     Don Juan.- ¿Todo? Ese todo está en docenas de poemas, de obras de teatro, de novelas. En cientos de ensayos, en miles de artículos. ¿Qué más pretende que conozcan sus lectores?
     P.- Algo inédito sobre su alma sevillana.
     Don Juan.- ¿Alma sevillana? Pero si yo nací norteño. Aprendí a andar en las cantigas gallegas, después emigré a Europa, en los cantares de gesta. Y sólo vine al sur cuando la fama se desparramaba de mis alforjas. Vivo en Sevilla de mis rentas.
     P.- Me refiero a su alma sevillana por adopción.
     Don Juan.- Mire: yo soy un ciudadano del mundo que acrecienta su hacienda cada vez que un escritor se decide a imaginar unas cuantas tonterías sobre mí. ¡Se han escrito tantas!
     P.- Pero la fama de usted depende de ellos.
     Don Juan.- ¡Lo sé! Y les estoy agradecido... aunque escriban tonterías. Sin embargo existen diferencias: hace quinientos años quedaban fascinados por mi reputación, hace doscientos y trescientos querían manipularme políticamente, ahora sólo pretenden el sueldo de una editorial. El mundo está degenerando.
     P.- No tiene usted buena opinión de los tiempos actuales, me parece.
     Don Juan.- ¿Y cómo quiere que la tenga si los comendadores de hoy dan por restablecido el honor de sus hijas cuando un juez fija una cantidad económica como compensación? Junto al honor se ha perdido la inocencia.
     P.- Es una forma civilizada de arreglar los contenciosos, de conseguir la paz social.
     Don Juan.- ¿Usted cree? Yo antes pienso que la Justicia, empecinada en llevar los ojos vendados, no observa en su propio espejo cómo adopta los rasgos del alcahuete, que en absoluto le atañen. Yo no entro en ese mercadeo.
     P.- ¿Quiere decir que se ha retirado? ¡Esa sí que es una primicia para mis lectores!
     Don Juan.- Ya empieza a inferir tonterías... como casi todos. ¡Genio y figura!... hasta la sepultura. Existen, entre los mares y los montes, tantas formas de burlar...
     P.- ¿Sigue siendo, pues, su divisa esa tan cínica de "largo me lo fiáis"?
     Don Juan.- Con más razón que nunca: en la galería de los inmortales el tiempo es infinito.
     P.- Y doña Brígida, ¿le sigue echando una mano de vez en cuando?
     Don Juan.- ¡Calle! Está como enfurecida desde que le ha salido tanta competencia desleal... ¡Pobre! Con los servicios que ha prestado a la humanidad...
     P.- Sí que es triste condición... ¿qué le interesa más, las conquistas o la inmortalidad?
     Don Juan.- La inmortalidad, que me permite conquistas infinitas. A veces no hace falta ni mover un dedo, ¿sabe?
     P.- ¿Quién cree usted que ha prestado mejores servicios a su inmortalidad, Tirso o Zorrilla?
     Don Juan.- Todos por igual. Mi caso es un continuo histórico, en el que todos han intervenido como piezas de un engranaje perfecto. ¿Qué me dice de Byron, de Molière? Sin embargo, tengo una debilidad, Mozart. ¡Qué prueba de amistad, llevarme a la ópera, a mí, que no tengo la menor sensibilidad musical!
     P.- ¿Y Said Armesto?
     Don Juan.- Su aportación fue muy importante. Otra pieza insustituible del engranaje. Pero él no me amaba.
      P.- ¿Le amaba acaso Marañón? ¿O Gonzalo Lafora?
      Don Juan.- No hay peor plaga para la humanidad que los científicos con ínfulas metafísicas. Carecen de poesía.
      P.- Como su espada.
      Don Juan.- Mi espada es juego y es poesía, porque está al servicio de la imaginación. Pero mi éxito no depende de la esgrima, sino del arte de la seducción.
      P.- ¿No ahondamos en Marañón?
      Don Juan.- ¿Para qué? Todo auténtico poeta tiene tras de sí miles de marañones fabricando pruebas falsas.
      P.- Que, a veces, coinciden con la realidad.
      Don Juan.- ¿Es usted un hombre o una estatua de piedra?
      P.- ¿Como el comendador?
      Don Juan.- Usted lo ha dicho. Pero aquello fue únicamente una obra de teatro: una utilización política.
      P.- A la que usted se prestó.
      Don Juan.- En la que yo me reí de la bobaliconería y beatería de muchos de ustedes.
      P.- Dicen que usted es un " intuitivo del amor", que una simple mirada le basta para descubrir, estudiar e hipnotizar a su presa. ¿Es cierto?
      Don Juan.- Lo dijo Gonzalo Lafora, pero es cierto. También dijo: "su ojo inquieto es certero como el de un matador de toros, que averigua al momento la psicología de su enemigo, apenas le ha trasteado con un pase de prueba". También es cierto. Aunque yo cambiaría la palabra "psicología" por la palabra "debilidades". Tenga en cuenta que mi arte no se basa en la utilización de una pócima mágica, sino en el conocimiento del alma humana.
      P.- ¿Podemos lanzar desde aquí un mensaje de tranquilidad a los papás, las mamás y las asistentas sociales?
      Don Juan.- En absoluto. Le recordaré un verso de Miguel Hernández: "¿quién al huracán retuvo prisionero en una jaula?".
      P.- ¿Es usted una fuerza de la naturaleza?
      Don Juan.- Véalo por sí mismo: no se pueden poner puertas al campo.
      P.- Le noto muy embebido de sí mismo.
      Don Juan.- Estoy seguro de que seré santo y seña de la próxima revolución. Le apuesto lo que quiera.
      P.- No me atrevo a apostar en su contra.
      Don Juan.- Así evita perder.
     En el reloj cercano suenan las doce, la hora del Ángelus. Don Juan da por concluida nuestra charla: “He de irme, no debo dejar que pase sin mi presencia el tiempo del recogimiento... ¡Ah, soy devoto de mi oficio!... y no olvide llevar un poco de optimismo a sus pobres lectores”.
     El gato continúa sesteando junto a la escalera, mientras las campanas tañen anunciando la llegada de Don Juan a su reclinatorio en la iglesia.

Publicado en Diario Lanza el 26 de Diciembre de 2011

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