lunes, 19 de diciembre de 2011

Max Demian

Galería de Inmortales

                         MAX DEMIAN
                                                         Francisco Chaves Guzmán

Ningún hombre ha sido nunca
por completo él mismo.
Pero todos aspiran
a llegar a serlo.
(Demian, Herman Hesse)

      Cinco meses me ha hecho esperar Max Demian, al otro lado de la línea telefónica. Para comunicarme, por boca de un lacayo -"el señor no quiere que le moleste: usted sería la última persona a la que concedería una entrevista"- que me había hecho perder el tiempo.
     Pero no soy de los que se dejan amilanar por las malas maneras: así pues, he decidido inventarme este diálogo e imaginar que tiene lugar con un tablero de ajedrez entre ambos, con las fichas en posición de batalla. Alguien podría pensar que tal cosa no es muy ética, pero yo estoy decidido a no perder esta entrevista. Cosas peores se han hecho para conseguir una exclusiva

     Max Demian.- Le advertí que no deseaba recibirle. Tengo muy malas referencias suyas.
     El Periodista.- Ha intentado tomarme el pelo una vez más, dándome largas innecesariamente.
     Max.- Usted no tiene derecho...
     P.- ¿Que no? Dialogar con los personajes de los libros es un derecho inalienable del lector.
     Max.- Que yo no le concedo.
     P.- No querrá que los lectores nos traguemos, sin ponerlo en duda, todo cuanto un escritor quiera contarnos. Una obra de arte, considerada así, se parecería mucho a una consigna totalitaria.
     Max.- Usted no es aceptado en nuestra casa.
     P.- Ni usted en la mía. Una vez puesta de relieve la enemistad que nos une, ¿le importaría decirme qué buscaba usted en Emil Sinclair, su protegido?
     Max.- Ayudarle. Franz Kromer intentaba, haciendo uso de la fuerza, convertirlo en su esclavo.
     P.- No mienta: cuando usted hizo amistad con Sinclair, todavía no sabía de la existencia de Kromer.
     Max.- Sinclair estaba en peligro.
     P.- Sí: le acechaba el peligro de preguntarse qué había más allá del estrecho trozo de mundo que le habían asignado.
     Max.- ¡Exacto!
     P.- Y usted lo conjuró impidiendo que Kromer, hijo y nieto de obreros, tuviese influencia sobre él.
     Max.- Fue necesario.
     P.- ¿Y cómo consiguió quitarlo de enmedio?
     Max.- Es un secreto.
     P.- Que yo conozco.
     Max.- ¿Usted?
     P.- ¡Sí! Le amenazó con hacer públicos sus inconfesables pecadillos adolescentes. Es usted un chantajista de la peor ralea. Desde luego, mucho peor que Kromer.
     Max.- No le consiento que me insulte. Kromer intentaba llevar a Sinclair por los caminos de la depravación y la subversión.
     P.- ¿Cómo supo tal cosa? ¿Sólo casualmente?
     Max.- Esa insinuación es inaceptable. Yo salvé al muchacho de la peor de las desdichas, de una vida alejada de la virtud.
     P.- ¿Es usted un ángel?
     Max.- Sinclair me consideraba así.
     P.- ¿Cómo lo consiguió? ¿Contándole historias bíblicas trucadas, heterodoxas en apariencia?
     Max.- Necesitaba un juego que le alejase de sus incipientes malos pasos.
     P.- ¿O mostrándole sus músculos curtidos al aire libre y desarrollados en el gimnasio?
     Max.- Tuve que aplicarle pequeñas cantidades de virus de maldad para inmunizarle contra el mal. Le vacuné contra sí mismo.
     P.- Y luego le incitó a llevar a cabo un largo periplo de aprendizaje.
     Max.- Los jóvenes necesitan pisar el mundo, desasosegarse, vadear el lodazal.
     P.- Siempre que tengan un ángel-guía, ¿verdad? Y, más tarde, usted desapareció completamente de su vida para que él, consciente de su abandono, tuviera mala conciencia, ya que usted era su conciencia.
     Max.- Yo no le hubiese aportado nada en esos momentos. Podría pensar que le coartaba, impidiéndole ejercer su búsqueda.
     P.- Pero el viaje iniciático también estaba trucado.
     Max.- ¿Por qué piensa tal cosa?
     P.- Porque un rito de iniciación sirve para partir desde una nueva base, no para volver al mismo sitio.
     Max.- Es usted un demagogo.
     P.- Y usted un embaucador.
     Max.- Es un juicio carente de pruebas.
     P.- Usted engañó a Sinclair haciéndole creer que su viaje le llevaba a otro lugar. Sin embargo, al final del camino, encontró el mismo mundo burgués, los mismos prejuicios, las mismas creencias anquilosadas. Se había convertido en aquel de quien huía, no en aquel a quien buscaba. Luego estaba trucado, bien trucado.
     Max.- Es ahora un hombre responsable, honesto, casto y comedido.
     P.- No cabe duda: es usted un verdadero personaje de Herman Hesse.
     Max.- Hesse fue un gran hombre. Y un gran escritor.
     P.- Yo, contrariamente a lo que me dice, en cada ocasión que veo a un muchacho con un libro suyo bajo el brazo, me echo a temblar.
     Max.- Es usted un subversivo.
     P.- Y usted un moralista, que vive de vender pastillas de moralina en las puertas de los institutos. Y me parece que con nefastas consecuencias: ha dejado enganchados a muchos.
     Max.- Para mi mayor gloria. He conseguido arrinconar a todos los de su ralea, a cuantos se le parecen a usted.
     P.- Usted no puede disfrutar de su gloria.
     Max.- ¿Por qué no? ¿Quién me lo impedirá? ¿Alguno que se le parezca?
     P.- Usted es un espíritu puro, y los espíritus puros ni sufren ni disfrutan. En resumen, que usted no existe.
     Max.- ¿Que no existo?
     P.- Yo sé por qué no quiso concederme esta entrevista. No podía: porque no existe.
     Max.- Está diciendo disparates.
     P.- En absoluto. Herman Hesse quiso engañar al lector, indicando que el personaje de Sinclair era autobiográfico. Mentira: el personaje autobiográfico, el ángel-fuhrer, era usted. Y como Hesse ha muerto, usted no existe.
     Max.- Es usted una cloaca de perversiones.

      Imagino ahora que la entrevista finaliza en medio del estruendo formado por la patada que Max Demian ha propinado al tablero de ajedrez. Cuyas fichas vuelan a cámara lenta, para volver a caer en posiciones que presagian mi triunfo.
      ¡Jaque mate!, le digo. Y su imagen se desvanece.

Publicado en Diario Lanza el 19 de Diciembre de 2011

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