lunes, 12 de diciembre de 2011

Sally la Atómica

Galería de Inmortales

                      SALLY LA ATÓMICA
                                                     Francisco Chaves Guzmán

El muchacho:
"¿Por qué no te convertiste
en muchacha?"
El Fénix:
"Porque te amo a ti
tal como eres".
(Samarkanda, Antonio Gala)

 
     Un club de alterne, en una carretera de montaña de cualquier parte. Lo que llaman música es un ruido estridente y repetitivo. En las mesas cercanas a la nuestra, las chicas y sus clientes ponen precio a las caricias entre arrumacos esperpénticos. El deseo sexual y el deseo económico tejen algo así como una cortina de intereses alrededor de cada pareja, lo que nos permite ser invisibles durante nuestra plática.
     Enfrente de mí, Sally bebe té con hielo en un vaso de whisky. Va muy pintada, casi grotescamente pintada, y su cuerpo aparece enfundado en un mínimo vestido negro por cuyo escote rebosan dos esferas puntiagudas, que tienen vida propia. Cada vez que toma la palabra, hace un brusco movimiento de cabeza, hacia la izquierda y hacia lo alto, que le permite ondear su melena oxigenada. Al retomar la cabeza su posición normal, los ojos grises se pierden en un círculo mareante.
     Sally.- ¡Pero qué pasa! ¿Dice que me quiere hacer una entrevista?
     El Periodista.- Pues sí.
     Sally.- Mira que me han propuesto cosas en las casas de putas, pero esta novedad es el acabose.
     P.- Déjeme que le explique.
     Sally.- ¿Y en qué idioma piensa entrevistarme, en francés o en griego? Mire que no estoy para perversiones. Supongo que esto de no tutearnos formará parte de su rollo fetichista, para excitarse cuando me pregunte por la primera vez en que mi vecinito...
     P.- No me interesa usted como puta.
     Sally.- ¡Anda éste! ¿Pues como te intereso entonces, rico, como profesora de italiano? ¡Que te follen! Lo mejor será que te presente a Flori la Desesperada, especialista en bichos raros...
     P.- Quien me interesa es Sally la Atómica.
     Sally.- ¡Quién es usted! ¿Cómo conoce mi antiguo nombre de guerra?
     P.- El libro, la obra de teatro.
     Sally.- Yo no sé nada de libros.
     P.- “Samarcanda”. ¿No le dice nada ese título?
     Sally.- Es el único libro que tengo, el único que he leído y el único que hojeo todos los días de mi vida.
     P.- ¿Para comprenderse a sí misma?
     Sally.- ¿Cómo ha podido encontrarme?
     P.- Porque soy periodista. Y mi trabajo consiste en sacar a la luz las cosas que están escondidas.
     Sally.- No comprendo qué busca en mí.
     P.- La obra me ha hecho reflexionar...
     Sally.- Reflexión es lo que pedía su autor en el prólogo. Pero yo únicamente soy un personaje secundario, una ramera de paso, más insignificante que el perro Zegrí.
     P.- Me parece que no estoy de acuerdo. Creo que usted, Sally, es muy importante en la obra.
     Sally.- Por favor, no me llame Sally aquí. Ahora tengo otro nombre y no quiero que nadie conozca mi pasado.
     P.- De acuerdo, ha sido una falta de tacto. Como le decía, creo que usted es fundamental en la trama.
     Sally.- Pero, ¿qué quiere realmente?
     P.- Que me ayude a comprender los actos de Bruno y Diego. Nada más.
     Sally.- Pero si está clarísimo. Me di cuenta enseguida.
     P.- Ya lo imaginaba, aunque sobre el escenario usted parecía no enterarse de nada.
     Sally.- Oiga, que yo soy puta, pero no tonta. Y a los hombres los conozco con mirarles los zapatos.
     P.- Hábleme de ellos.
     Sally.- A Bruno le cogí la pluma en cuanto lo vi por primera vez.
     P.- ¿Sí?
     Sally.- A pesar de su apariencia de chulo, de duro, de vividor.
     P.- ¿Y a Diego?
     Sally.- Con él tardé un poquito más. Sólo un poquito más.
     P.- Pero usted se enamoró de ambos.
     Sally.- No es la palabra ni el sentimiento exacto. En realidad, deseaba colgarme una medalla.
     P.- ¿Qué...?
     Sally.- Imagínese un pistolero, en una película del Oeste, haciendo una muesca en su arma, cada vez que se carga a un tipo.
     P.- ¿...?
     Sally.- Nosotras hacemos una muesca en el pintalabios por cada maricón al que le cambiamos el gusto.
     P.- ¿Por qué?
     Sally.- Piense en el papelón que haríamos las putas si a los tíos les diese por enrollarse entre ellos. ¡La ruina!
     P.- ¿Y tiene muchas muescas?
     Sally.- ¡Ja, ja! ¡Montones! Pero no es sólo eso, que también interviene un cierto orgullo, una sensación de poder.
     P.- ¿Nada más?
     Sally.- Y también la obra buena que poder presentar a san Pedro en las puertas del Paraíso.
     P.- ¿Es creyente?
     Sally.- No lo dude. Y devota de la Blanca Paloma. ¿Se imagina a una puta atea?
     P.- De cualquier modo, en el caso de Bruno y Diego no tuvo usted éxito.
     Sally.- No lo tuve. Y eso que me lo monté con uno, luego con el otro y después con los dos juntos. Pero me equivoqué, perdí el tiempo. Claro que, al principio, yo no sabía nada.
     P.- ¿Del amor que se tenían entre sí?
     Sally.- Cuando dos tíos se cuelgan tanto, la experiencia dice que no hay nada que hacer.
     P.- Por eso se marchó.
     Sally.- Me di por vencida cuando empezaron a sentirse celosos por mi culpa.
     P.- ¿Siendo tan distintos entre ellos?
     Sally.- Tan distintos y tan iguales.
     P.- Uno, acción e individualismo. El otro, introspección y altruismo
     Sally.- A veces pienso que no eran sino las dos caras de una misma moneda. Que eran la misma persona con dos comportamientos distintos, pero no contradictorios, sino complementarios.
     P.- Y que es por esa razón que el segundo cayó muerto por los disparos dirigidos al primero.
     Sally.- Y por lo que se llamaban con montones de nombres distintos durante su conversación.
     P.- Porque pensaban que su dualidad constituía una característica común a todos los hombres.
     Sally.- Por eso murieron juntos, aunque uno aparentase permanecer vivo.
     P.- Pero, en ese caso, ¿por qué la utilizaron a usted como compañía sexual?
     Sally.- Porque los hombres tienen miedo. Para conjurarlo, tienden a negarse a sí mismos.
     P.- ¿Qué pintan en todo esto el hachís y la cocaína?
     Sally.- Los utilizaban con el mismo objetivo, el de entretenerse para no confesarse su amor.
     P.- Usted también tiene miedo.
     Sally.- Únicamente tengo miedo de dejar de ser puta. Por favor, váyase y no vuelva.
     En el aparcamiento se mezclan pesadamente los olores del tomillo, la gasolina y la marihuana. Algunos clientes maduros se hablan a gritos con voz etílica mientras orinan entre los automóviles. Un grupo de jóvenes ríe a carcajadas junto al porche. Un perro de raza indefinida pasea errabundo entre las ruedas.
     Se oye la voz de Sally: “Zegrí, Zegrí, bonito, ven aquí. Zegrí, ¿dónde estás?”

Publicado en Diario Lanza el 12 de Diciembre de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario