lunes, 9 de enero de 2012

Maurice

Galería de Inmortales

                    MAURICE
                                       Francisco Chaves Guzmán

¿Es que no veis
cuál es mi situación?
¿Es que acaso no veis
que aquí inventamos
historias que sólo pueden ocurrir
entre estas cuatro paredes?
(Severa Vigilancia, Jean Genet)

     La celda donde Maurice cumple su perpetua condena antes parece habitación de hospital que cuchitril carcelario. La cama de hierro está cubierta por sábanas muy blancas, la ducha disimulada tras impolutas cortinas, el ventanal de doble cristalera carece de rejas. Hay un televisor y una estantería repleta de libros perfectamente ordenados. Sin embargo, las paredes están cubiertas por amarillentos recortes de prensa desde donde nos miran, con duras facciones, los más afamados bandidos. Uno de ellos, que tiene por apodo Ojos Verdes, reina en solitario sobre la cabecera de la cama. Entre los dientes tiene un racimo de lilas, sus flores preferidas, que alguien ha pintado con un rotulador.
     Acorde con lo observado por Jean Genet, Maurice es un joven guapito y bajo. Más bien delgado, pero fuerte, con mejillas sonrosadas y mentón lampiño. En el labio superior se adivina una esperanza de bozo.
     Maurice.- ¿Me presta unos cigarrillos?
     El Periodista.- Sólo tienes diecisiete años. Deberías saber que el reglamento no permite fumar a los menores.
     Maurice.- ¡Pamplinas! ¿Cree que soy menor?
     P.- No. No lo creo.
     Maurice.- Llevo fumando desde la época del charlestón y se les ocurre ahora que soy demasiado joven. ¡Majaderos!
     P.- Pienso como tú.
     Maurice.- ¡Y mafiosos! ¿Sabe cuánto cuesta un paquete de Gitanes en el mercado negro? ¿Y una botella de vino?
     P.- No me digas que se puede conseguir aquí todo eso... en un módulo de reinserción considerado ejemplar.
     Maurice.- ¡Qué manía con llamar módulos a las cárceles! Y sí, se puede conseguir. Y cigarrillos de cocaína cortada con arsénico. Y vino de alcohol metílico. Igual que en la calle.
     P.- Y prohíben los Gitanes...
     Maurice.- ¡Para que compremos toda esa mierda!
     P.- Toma un cigarrillo.
     Maurice.- Gracias, señor. ¿Sabe?, no entiendo qué ha visto en mí. Mejor hubiera entrevistado a Ojos Verdes. ¡Qué rico el cigarrillo!
     P.- Te ha salido un ovillo perfecto.
     Maurice.- Antes los hacía de distintos tamaños y colaba el pequeño por el centro del grande. Ya no tengo práctica, como no nos dejan fumar...
     P.- Me interesas porque te considero un personaje clave en la obra de Genet.
     Maurice.- Los hay mucho mejores. Como Querelle, como Stilitano, como Divers. Al fin y al cabo Severa Vigilancia es una de sus obras menos importantes.
     P.- Es una obra de juventud: Genet tenía tu edad cuando la escribió.
     Maurice.- Cuando era un menor...
     P.- Tenía bastantes más años, pero continuaba siendo un adolescente ingenuo y soñador.
     Maurice.- ¿Como yo?
     P.- Creo que tú eres el molde de los personajes que has nombrado. Sin duda ellos están más elaborados, más compactos, pero tienes ya los rasgos psicológicos que los han hecho inconfundibles.
     Maurice.- Es lo más bonito que me han dicho nunca.
     P.- En tu alma habita ya el alma de todos ellos.
     Maurice.- ¡Lástima que no sea usted un asesino!
     P.- ¿Por qué?
     Maurice.- Porque recortaría su fotografía de un periódico y la pondría junto a todas estas. Junto a la de Ojos Verdes, a la cabecera de la cama. Me mola usted.
     P.- No comparto vuestro estilo de vida.
     Maurice.- Pura casualidad. Una mala racha de viento podría haberle puesto una chirla en la mano.
     P.- Tú no llegaste a tanto.
     Maurice.- Un simple tirón. Pero tengo agallas para el crimen, créame. Lo que pasa es que Jean Genet truncó mi carrera al dejarme aquí dentro para siempre.
     P.- ¡Vamos, vamos...!
     Maurice.- A los demás les permitía pasear por el mundo entre condena y condena, para realizar todo tipo de fechorías. ¡Yo hubiese sido mejor que Querelle!
     P.- ¿También en la traición?
     Maurice.- ¡Por supuesto! Asesinato, violación y traición son las tres pruebas de los auténticos duros.
     P.- ¿Para qué tanto horror?
     Maurice.- Para hacerse respetar y amar. Para que tu fotografía esté en todas las celdas de las prisiones. ¿Verdad que son cabezas como la mía, con mi carita de gamberro, las que todos querrían recortar de los periódicos?
     P.- No comprendo por qué.
     Maurice.- Porque las fotografías de los asesinos huelen a sangre, a semen, a sudor, a flores, a lluvia, ¿no lo sabía?
     P.- Deberías intentar salir de aquí.
     Maurice.- ¿Y qué, si lo intentase? Nadie puede sacarme de donde me dejó Genet, se lo repito.
     P.- ¿Quieres, acaso, convertirte en el rey de la cárcel?
     Maurice.- En la cárcel ya no hay reyes, sólo pringaos. Camellos temblorosos, ladrones de guante blanco, homicidas locos... y yo, un tironero de tres al cuarto. ¿Quién va a ser el rey de esta cárcel?
     P.- Pero pasarán cosas...
     Maurice.- En la cárcel se cuentan demasiadas historias, pero pasar, lo que se dice pasar, no pasa nada. Ya no es como antes, cuando yo compartía celda con tipos duros, corridos, capaces de cometer todos los crímenes.
     P.- Estas mejor así, en tu celda individual...
     Maurice.- Aburriéndome como una ostra, sin nadie a quien admirar, salvo a los de las fotos, que me las dejan tener porque los guardianes de ahora desconocen su significado.
     P.-... con gente de tu edad...
     Maurice.- Papanatas modernillos sin el menor interés.
     P.-... y seguro.
     Maurice.- ¿Y para qué sirve tanta seguridad?
     P.- Digo yo que para que nadie se aproveche de tu juventud.
     Maurice.- Está visto. Ustedes, los periodistas de este tiempo, tienen más prejuicios que las beatas de hace un siglo. De mí no se aprovecha nadie si yo no quiero.
     P.- Pero...
     Maurice.- ¿No habíamos quedado al principio de la entrevista en que no me consideraba un crío? Páseme otro cigarrillo, por favor.
     P.- Toma.
     Maurice.- Todo es cuestión de mala suerte.
     P.- ¿Es una excusa?
     Maurice.- En absoluto. ¿Se imagina a un duro yendo a la cárcel sin haber tenido mala suerte?
     P.- ¿Por haberse dejado coger?
     Maurice.- Por ser un muerto de hambre obligado a demostrar toda la vida que no es un blando, que no es un arrugao.
     P.- Aquí también hay gente de clase acomodada.
     Maurice.- Unos advenedizos. No son de los nuestros.

     Tras la mirilla de la puerta, el vigilante nos avisa que ha concluido nuestro tiempo. Subrepticiamente, dejo en la mano de Maurice dos paquetes de Gitanes.
     En su despacho, el director de la prisión se interesa por el éxito de mi entrevista. Le prometo enviarle un ejemplar del periódico: “No le va a gustar”. Me contesta que está seguro de ello: “No soy partidario de esta relajación de la disciplina. Su visita no va a mejorar la reinserción del muchacho”. Puede que tenga razón, pero tampoco la empeorará.

Publicado en Diario Lanza el 9 de Enero de 2012

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