lunes, 23 de enero de 2012

Lo - Li - Ta

Galería de Inmortales

              LO – LI - TA
                                      Francisco Chaves Guzmán


Quiero protegerte, querida,
de todos los horrores
que ocurren a las niñas
bajo los cobertizos
de los caminos.
(Lolita, Vladimir Nabokov)

     La sala es un batiburrillo de patines, raquetas, peluches, calcetines, revistas ilustradas, zapatillas deportivas, carteles de cine, azules vaqueros desgastados, horteras postales turísticas y pintalabios de todos los colores. En un tocadiscos, el vinilo gira a treinta y tres revoluciones por minuto. Los sonidos que produce se mezclan con los chillidos agudos de los dibujos animados que pasan por una cadena de televisión. Un sol crepuscular se filtra por los visillos de la ventana, chillonamente decorados con dibujos de Micky Mouse, produciendo un efecto desconcertante.
     En una baja mesa rectangular hay abiertas tres bolsas de palomitas, que Lolita devora mecánicamente, mientras que su mano derecha sostiene un gigantesco helado de fresa.
     Lolita.- ¿Quiere que le presente a Dick, mi marido?
     P.- No he venido para entrevistar a Dolly Schiller, sino a Dolly Haze.
     Lolita.- ¡Es tan bueno mi Dick! Un corderito. Y tiene un nombre tan precioso, tan estimulante. Fue lo primero que me atrajo de él.
     P.- ¿Dick? ¡Ah, ya!
     Lolita.- Veo que conoce el inglés arrabalero.
     P.- Prefiero el francés.
     Lolita.- ¿Habla francés? Comme est belle cette langue!
     P.- Bellísima, sin lugar a dudas.
     Lolita.- ¡Bien! ¿Y qué desea saber de Dolly Haze?
     P.- ¿Podríamos prescindir durante unos minutos de la televisión, la radio y la música disco?
     Lolita.- ¡Oh, perdone... estoy tan acostumbrada! ¿Quiere tomar unas palomitas?
     P.- ¿Es cierto que tu padre...?
     Lolita.- Llamémosle Humbert.
     P.- De acuerdo. ¿Es cierto que Humbert te destrozó la vida?
     Lolita.- Sí. Muy cierto.
     P.- Al abusar de ti reiteradamente.
     Lolita.- ¡Oh, no! Él era incapaz de tal cosa.
     P.- ¡No me digas...!
     Lolita.- Mi padre, bueno, Humbert, era un hombre muy conservador y extremadamente religioso.
     P.- No eran esas mis noticias.
     Lolita.- Él deseaba representar el prototipo de americano medio, con todos sus prejuicios y miedos.
     P.- Pero si era un inmigrante reciente.
     Lolita.- Precisamente por eso. Quería integrase en su nuevo ambiente, y ponía en ello la dedicación propia del neófito.
     P.- ¿Por qué, entonces, esas memorias autoinculpatorias, en que se declara raptor, violador y asesino?
     Lolita.- ¿No recuerda usted que, en el último capítulo de ellas, pide a la Justicia que sea dura con respecto a las violaciones y benévola con los otros delitos? ¡He ahí la cuestión!
     P.- No veo la relación.
     Lolita.- Humbert estaba obsesionado con los pecados de la carne, con las infracciones de su código sexual.
     P.- Entiendo aún menos la causa por la que escribió esa confesión pormenorizada.
     Lolita.- Como mal menor.
     P.- Pero si él pretendía integrarse en la sociedad americana y entendía que para ello necesitaba transmitir un halo de rigidez moral, ¿por qué razón se declara impúdico y, además, sin serlo?
     Lolita.- Oiga, señor, ¿usted por quién se interesa? ¿Por Humbert o por Dolly?
     P.- Por Dolly, naturalmente.
     Lolita.- Entonces pregúnteme cómo Humbert destrozó mi vida. ¿Sabe que es usted muy atractivo?
     P.- ¿Cómo te destrozó la vida, Lolita?
     Lolita.- Sacándome de mi entorno, quitándome los amigos, llevándome a ciudades desconocidas, sometiéndome a vigilancia.
     P.- Por celos...
     Lolita.- ¡Que ya le he dicho que no!
     P.- ¿Entonces?
     Lolita.- Me hizo un daño irreparable. Por su culpa tengo que soportar a Dick, que lo único bonito que tiene es el nombre.
     P.- Dime, pues, por qué lo hizo.
     Lolita.- La misma razón que le llevó a sacarme de Ramsdale fue la que le inclinó a escribir esas memorias.
     P.- ¿Cuál?
     Lolita.- Quiso cargar con toda la culpa para que nadie jamás supiese que su Lolita, su Dolly, su hija, no necesitaba que nadie la sedujese, que la nínfula sabía perfectamente dónde encontrar ogros complacientes, y someterlos a su capricho.
     P.- ¿Con todo su poder demoníaco?
     Lolita.- Y con su hechizo seductor. ¿No le doy miedo?
     P.- Sin lugar a dudas.
     Lolita.- ¿Sabe que le puedo corromper y meterle después en chirona?
     P.- ¿Qué razón podrías tener para tratar así a tus presas?
     Lolita.- Que no dan todos los antojos, que se rebelan. Y sobretodo, porque es una forma muy higiénica de quitártelos de enmedio cuando te cansas de ellos.
     P.- ¡Qué barbaridad!
     Lolita.- ¿Le escandalizo?
     P.- No. Me desazonas.
     Lolita.- C'est la vie, monsieur!
     P.- Así que tú, en Ramsdale...
     Lolita.- En el campamento, en el Cazador Furtivo, en Duk-Duk...
     P.- ¿Había otras nínfulas en Ramsdale?
     Lolita.- Bueno... alguna que otra. Pero no me gusta hablar de personas ausentes. Oiga, lo suyo no será curiosidad morbosa...
     P.- Puedo asegurarte que mi interés es periodístico.
     Lolita.- ¡Ya, como todos! Interés periodístico, pedagógico, cultural, fotogénico, psicológico... ¿De verdad no le resulto atractiva?
     P.- Con mis entrevistados mantengo una relación meramente profesional. Me gustaría saber qué ha sido de tu padre.
     Lolita.- ¡Pobre! A pesar de todo, le tengo lástima. Pasó mucho tiempo en un psiquiátrico, ¿sabe? Le dio por creerse el senador McCarty, que, por cierto, yo no sé quién es ese señor.
     P.- Y ahora, ¿a qué se dedica?
     Lolita.- Se hizo predicador televisivo. Creo que tiene mucho éxito.
     P.- En cuanto a Nabokov, ¿qué pinta en todo esto?
     Lolita.- Eran muy amigos. Se conocieron en Europa.
     P.- Tú también has tenido éxito. Has llegado al cine, nada menos que de la mano de Kubrick y de Lyne... tu sueño dorado.
     Lolita.- ¡Odio esas películas! ¡Qué vergüenza, esas viejas de veinte años haciendo de nínfulas!
     P.- Gracias, Lolita, ha sido una charla muy instructiva.
     Lolita.- Hasta la vista, mon bijoux, espero que nos…
     ¡Extraño destino! ¡Pobre nínfula! ¿Dónde tu belleza? ¿Dónde tu ingenuidad? ¿Dónde tu poder demoníaco y seductor? ¡Qué cruelmente te han tratado los guardianes de tu inocencia!
     Adiós, madame Schiller. Espero que no volvamos a encontrarnos.

Publicado en Diario Lanza el 23 de Enero de 2012

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