lunes, 6 de febrero de 2012

Gregor Samsa

Galería de Inmortales

             Gregor Samsa
                                     Francisco Chaves Guzmán

La familia
había sido azotada
por una desgracia,
inaudita hasta entonces
en todo el círculo
de sus parientes y amigos.
(La Metamorfosis, Frank Kafka)

     Praga, aterida de frío, metamorfoseada en escenario de hielo. De los árboles cuelgan ramas de nieve, las aristas de los edificios están talladas en cristal, los perros callejeros han quedado convertidos en blancos muñecos. Por encima de las chimeneas, las columnas de humo se despeñan, tras dibujar una cabriola elíptica, sobre el asfalto, recubierto de mugre congelada. El agua inmóvil de las fuentes semeja un paisaje de estalactitas y el latido de la ciudad ha emigrado, junto con las aves, hacia latitudes más cálidas.
     Desde la habitación de Gregor Samsa se entrevé, no sin dificultad, a través de jirones de niebla, la fachada grisácea del hospital cercano.
     Gregor Samsa.- ¡Qué triste es el invierno! ¡Siempre invierno!
     El Periodista.- Ya falta poco para la primavera.
     Samsa.- No existe la primavera.
     P.- ¿No?
     Samsa.- No para los monstruos.
     P.- Ya imaginaba encontrarle bajo los efectos de la depresión.
     Samsa.- Motivos tengo. Estará de acuerdo conmigo en que me ha caído en suerte uno de los destinos más crueles e injustos de la historia de la literatura.
     P.- Se lo concedo. Pero es preciso sobreponerse para evitar la progresión de la esquizofrenia...
     Samsa.- Se confunde si piensa que estoy esquizofrénico. Nada más lejos de la realidad, pues no soy yo quien cree ser un monstruo, sino los demás quienes me ven así.
     P.- Admítame, al menos, que es un caso de paranoia.
     Samsa.- ¿Y quién no se cree perseguido, habiendo sido salvajemente maltratado y humillado por cuantos le rodean?
     P.- Reconozco que yo también temí encontrar un animal inmundo al cruzar el umbral de su casa.
     Samsa.- La maledicencia anida en todos los rincones de la ciudad, como un virus destructivo.
     P.- ¿Nunca ha dudado?
     Samsa.- ¡Oh, sí! Al principio creí ser un asqueroso bicharraco, un insecto repulsivo, que debía morir reventado para dar tranquilidad a sus vecinos.
     P.- ¿Ya no?
     Samsa.- Hace mucho tiempo que sé con seguridad cómo se produjo mi caída en desgracia.
     P.- ¿Odia a Kafka?
     Samsa.- En absoluto.
     P.- ¿Le ha perdonado?
     Samsa.- No tengo nada que perdonarle. Kafka se limitó a transcribir una historia que corría de boca en boca. En todo caso, debería estarle agradecido por devolverme mi humanidad, al contarle a todo el mundo lo terriblemente injusto de mi situación.
     P.- Él también le creyó un monstruo.
     Samsa.- No. Si se preocupó por mí es porque sabía que no lo era. Para advertir que cualquiera es susceptible de ser tratado como tal.
     P.- Entonces, ¿quién maquinó su desgracia?
     Samsa.- Cuando las habladurías llegaron a su masa crítica, mi caso estalló como una bomba.
     P.- Daría usted pábulo a la maledicencia.
     Samsa.- No puedo negar que siempre tuve un punto de inconformismo, que jamás admití la idoneidad de las estructuras sociales. Por eso odiaba mi trabajo, por ser un trabajo alienante.
     P.- En ese caso se encuentran muchos individuos.
     Samsa.- Pero la lotería no les toca a todos.
     P.- No le entiendo.
     Samsa.- Es bien sencillo. Toda sociedad necesita de la disidencia, en todos los aspectos de la vida, pues en caso de no haberla quedaría anquilosada. Pero al mismo tiempo que la necesita, la teme, pues puede subvertir sus estructuras. La solución es convivir con la disidencia, pero presentándola con un rostro monstruoso.
     P.- Sigo sin entenderle.
     Samsa.- Pues que la sociedad convierte en monstruos, aleatoriamente, a una serie de ciudadanos. Y nadie sabe a quién puede tocarle: es como la lotería.
     P.- Esto me recuerda una película española
     Samsa.- ¿Cuál?
     P.- “El Bosque del Lobo”, de un tal Pedro Olea.
     Samsa.- He de verla.
     P.- Se la recomiendo. Pero dígame, lo que acaba de contarme, ¿lo sabía usted entonces?
     Samsa.- No. A principios del siglo pasado, la sociología y la antropología todavía estaban balbuceantes.
     P.- ¿Y le sirve de algo saberlo ahora?
     Samsa.- ¡Por supuesto! El conocimiento, el saber, ayuda a comprender los mecanismos que pueden hacer de la vida un purgatorio y de la justicia una entelequia.
     P.- Pero eso no cambia su situación.
     Samsa.- Mi marginación, no. Mas sí mi manera de afrontarla.
     P.- ¿Ve alguna salida a su estado?
     Samsa.- Cuando se cae en la marginación, no hay vuelta atrás. Afortunadamente, tampoco hay vuelta atrás desde el conocimiento. Así que estamos con las espadas en alto.
     P.- Pienso que si todos cuantos se encuentren en situación parecida...
     Samsa.- Imposible. La inmensa mayoría se han convencido a sí mismos de que verdaderamente son unos monstruos.
     P.- Sin embargo, al interiorizar su papel han dejado de ser disidentes.
     Samsa.- ¡Claro! Por lo que inmediatamente son reemplazados. Voy a hacerle la confidencia de un axioma.
     P.- Le atiendo con atención.
     Samsa.- Que en un modelo de sociedad dado, el porcentaje de disidentes es invariable. Y que, como corolario, si cualquier cataclismo eliminase por completo a un tipo de disidentes, el tejido social se encargaría de reponerlos de forma inmediata. Si no se reponen, cambia el modelo de sociedad.
     P.- ¿Es usted un chivo expiatorio?
     Samsa.- Creo que no hay duda al respecto.
     P.- ¿Sin solución?
     Samsa.- En la guerra vale todo.
     P.- ¿No llegará la primavera?
     Samsa.- La primavera siempre llega para los mismos. Sin embargo, lo que me permite seguir vivo es un rayo de esperanza.
      P.- Le encuentro mucho menos abatido que al comienzo de nuestra charla.
      Samsa.- Su visita ha hecho que me sienta mejor. El mayor problema al que nos enfrentamos los monstruos es el de la soledad.

     Al despedirnos, Gregor Samsa me asegura que no intenta esconderse tras la teoría de la conspiración. Y que, por supuesto, no es adepto al darvinismo social: “Estaría muy mal visto que yo creyese en esas cosas, y ya tengo suficientes problemas. Tampoco creo en las brujas; pero haberlas, haylas”.
     Desde mi butaca del avión, mientras me alejo, observo con estremecimiento la quietud, la abulia, la soledad, que invaden Praga, barrio idéntico a todos los demás barrios de la aldea universal.

Publicado en Diario Lanza el 6 de Febrero de 2012

1 comentario:

  1. Percibo con Gregorio Samsa cierta implicación emocional propia de los que no actúan por conveniencia, los discrepantes y discordes siempre a reflujo de la sociedad.

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