lunes, 20 de febrero de 2012

Thomas Törless

Galería de Inmortales

                Thomas Törless
                                      Francisco Chaves Guzmán

Febriles sueños
rondan el alma,
corroen los firmes muros
y abren de pronto
inquietantes,
trágicas calles.
(Las Tribulaciones
del Joven Torless,
 Robert Musil)

     Más allá de Berlín y de los bosques de Bandeburgo, cercana al Oder, se levanta una vieja fortaleza de cuatro torres idénticas, vigías de la llanura inmensa y helada, paisaje casi infinito tachonado por raquíticas arboledas que rompen la uniformidad de la niebla gris. Thomas Torless me recibe de pie, casi marcial, con su altivo gesto adolescente, enfundado en un capote colegial, en lo que alguna vez fue patio de armas del castillo.
     Tiene dieciséis años, pero su mirada es fría, profunda, cuando poco después me invita a tomar asiento junto a la chimenea en que parecen crepitar sus pensamientos.
     Torless.- Usted dirá en qué puedo ayudarle.
     El Periodista.- Me ha costado mucho trabajo dar con su paradero: en su novela, Robert Musil no señaló dónde se ubicaba el castillo.
     Torless.- Lo siento, hace un día de perros.
     P.- Verá, el motivo de mi visita es que deseo presentarle a mis lectores.
     Torless.- No tengo mucho tiempo, ¿sabe?, aún sigo investigando sobre los números imaginarios. Pero no seré descortés.
     P.- Le adelanto que vengo avisado con respecto a su coartada matemático-filosófica.
     Torless.- ¿Por qué no me tutea? Sólo soy un muchacho.
     P.- También vengo avisado sobre cómo es capaz de utilizar la coartada de su adolescencia. Sé que es usted un adulto, tal como corresponde a su edad.
     Torless.- ¿Le apetece un caldo caliente?
     P.- Se lo agradezco. He tenido un viaje infernal.
     Torless.- Es nuestro clima, donde su curten los hombres fuertes. Dígame qué desea saber.
     P.- Por qué despreciaba a todos. A sus profesores, a sus condiscípulos, a Bozena.
     Torless.- Los profesores eran unos viejos vencidos por la debilidad y mis compañeros unos simples brutos. En cuanto a Bozena, una prostituta no merece mi atención.
     P.- Una prostituta a la que usted pagó.
     Torless.- Para ver hasta dónde es capaz de arrastrarse la escoria humana cuando desaparecen las bridas.
     P.- Eso mismo dijo usted de Basini.
     Torless.- Basini era un ser inferior, una rata de laboratorio.
     p.- Usted sabe que Basini era un muchacho como los demás, a quien sus compañeros, con ayuda de usted, degradaron hasta lo inconcebible.
     Torless.- Soy inocente de esos cargos.
     P.- Permítame que le recuerde que usted pasó de la inocencia a la colaboración. Y de ahí a la tortura, al chantaje y a la traición.
     Torless.- Recuerdo que me daba mucho asco.
     P.- Hubo un momento en que le ofreció su amistad.
     Torless.- Por favor...
     P.- Séame sincero.
     Torless.- Es preciso aprender a olvidar aquellos recuerdos que pueden dañarnos. Hace tanto tiempo de todo esto... tanto tiempo...
     P.- ¿No será mejor aprender a recordar?
     Torless.- Olvidar, recordar... sólo existimos en nuestros actos... presentes. No me considero culpable.
     P.- Pero los demás eran unos brutos, como antes los ha calificado, incapaces de conocer la trascendencia de sus actos. Únicamente usted sabía de su catadura moral. Y en lugar de impedir la tragedia, se sumó a las fuerzas de la destrucción.
     Torless.- Dejé hacer. Era una imparable avalancha.
     P.- ¿Sabe que está usted considerado como la premonición del nazismo a nivel literario?
     Torless.- Es un papel que me asignó Robert Musil.
     P.- Sin embargo, el cineasta Wolker Schlondorff intentó dulcificar su figura, lo hizo más humano. ¿Por qué? ¿Por qué le exoneró de alguno de sus actos?
     Torless.- Porque en los años sesenta, cuando Schlondorff filmó su película sobre mí, era políticamente correcto perdonar los pecados de juventud.
     P.- ¿No le está agradecido?
     Torless.- En absoluto: me trató como a un mequetrefe. En cuanto a Musil, no le perdono que me dejase anclado en esta indefinición, en este interminable compás de espera.
     P.- Cada personaje ha de cargar con su propio papel... gracias al cual adquiere fama universal.
     Torless.- ¿Quiere que le confiese algo?
     P.- Podría decir que es el objetivo de mi entrevista y de este largo viaje.
     Torless.- Escuche con atención. Estoy harto de mi inacabable juventud, que no me sirve para nada, sino para medrar. Y estoy harto de mi cobardía, que me ha convertido en un antihéroe, incapaz de utilizar su inteligencia para trascender de la mediocridad. Desearía que llegase un novelista, un dramaturgo, un poeta, que me retomase, que me liberase, que diese sentido a mi vida.
     P.- Eso no es nada fácil. Usted sabe que el mito tiene ciertas limitaciones.
     Torless.- Tal vez habría sido preferible ser torturador en un campo de exterminio en vez de colaboracionista por miedo a no se sabe qué. Tengo mala conciencia.
     P.- Es usted un cobarde.
     Torless.- ¡Ojalá! Así sería algo. En cierta ocasión, Basini me dijo: "si estuvieras en mi lugar, Torless, te comportarías del mismo modo que yo". Era cierto. Contribuí a su martirio por miedo a ser yo el martirizado. Basini fue el chivo expiatorio al que todos cargamos con nuestras debilidades, nuestras perversidades, nuestras culpas. Para purificarnos en la hoguera que a su alrededor encendimos.
     P.- ¿Y ahora?
     Torless.- Ahora temo ser yo el chivo expiatorio. Cuando los jóvenes leen Las Tribulaciones del Joven Torless cargan sobre mí todas sus debilidades y todos sus vicios. Piensan que soy el único felón, el único traidor, el único hipócrita de toda la Historia. Usted mismo está convencido de ello.
     P.- En absoluto. Pienso que usted es un producto de las circunstancias, pero eso no le libra de sus responsabilidades. En cuanto a lo que acaba de contarme, creo que es otra patraña, una nueva excusa, ahora plañidera. A mi no puede engañarme: le he estudiado a fondo.
     Torless.- No irá a darme un consejo.
     P.- Sí. Que cuente a todo el mundo lo que Musil calló y también lo que Schlondorff borró. ¡Escriba su autobiografía!
     Torless.- Pero yo no soy escritor.
     P.- Contrate a uno. Es usted tremendamente rico. ¿No era su deseo, según me comentaba hace un momento?
     Torless.- ¿Y de qué serviría?
     P.- De penitencia por sus terribles culpas.
     Torless.- En cierta forma, le agradezco su sinceridad.
     Tras los ventanales, la fuerza de la lluvia gélida continúa en aumento. Inmensos nubarrones negros vuelan hacia el Este, donde el Oder ruge amenazante contra los diques. Mientras, un criado vestido de librea nos sirve otra taza de caldo caliente.
     Nos miramos en silencio, como si ninguno de los dos quisiese rasgar el velo que cubre la iniquidad de los actos del joven Torless.

Publicado en Diario Lanza el 20 de Febrero de 2012

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