lunes, 14 de noviembre de 2011

Sherman McCoy

Galería de Inmortales

                    SHERMAN McCOY
                                               Francisco Chaves Guzmán

Un liberal es un conservador
que ha sido detenido por la policía.
(La Hoguera de las Vanidades, Tom Wolfe)

     Un modesto apartamento en un viejo edificio de cualquier barrio venido a menos. New York. Mister McCoy, desaliñadamente vestido, tiene el pelo revuelto y barba de varios días. Es joven, alrededor de los cuarenta, observa con el mentón en lugar de con los ojos, su mirada perdida es la de un visionario y se le notan ademanes de patricio desclasado.
     Me ha ofrecido cerveza barata en cristal de Sajonia. Una estantería desvencijada sostiene un par de docenas de libros lujosamente encuadernados. En una alacena con estantes forrados de plástico hay tres auténticas y barrocas porcelanas de Sèvres. Las cortinas y sillones son de un marrón no muy limpio, pero sobre una rinconera hay un ramo de rosas rojas. Eclecticismo cutre y posmoderno de yuppy completamente arruinado.
     McCoy.- Odio a los periodistas, como usted sabe.
     Periodista.- Ya le expliqué que no soy exactamente un periodista, sino un escritor que ama el riesgo de la entrevista.
     McCoy.- Tampoco me gustan los escritores.
     P.- Tampoco soy un escritor al uso, sino alguien que escribe.
     McCoy.- No veo la diferencia.
     P.- La diferencia radica en que escribo por pasión.
     McCoy.- Me suena a cuento chino, pero haré como que le creo. Ahora, dígame, ¿qué quiere de mí?
     P.- Si estoy aquí es con la única finalidad de hacerle una pregunta: ¿es usted una rata, Mister McCoy?
     McCoy.- Por supuesto.
     P.- ¿Está seguro?
     McCoy.- ¡Completamente! Lo soy desde que aquella otra rata mordió mi mano en los calabozos de la policía. Tal vez me insufló su espíritu. ¿Qué le parezco ahora?
     P.- Una rata.
     McCoy.- ¿Lo ve?
     P.- Pero no desde ese momento, sino también antes, cuando era millonario, un terrible chacal de Wall Street.
     McCoy.- En el mundo sólo hay ratas y putas. Luego existen subdivisiones: negros, decoradores, abogados, ladrones, periodistas, asesinos, policías, pastores, drogadictos, camareros, etc, etc, etc, infinitas subdivisiones.
     P.- Y, ¿a qué tipo pertenece usted?
     McCoy.- ¡A ninguno! ¡Yo soy la Gran Rata! Si antes era Amo del Universo, desde mi oficina de Wall Street, ahora soy la Rata Universal, y voy a terminar con todas esas ratas de pacotilla.
     P.- Está usted pirado, Mister McCoy.
     McCoy.- ¿Loco yo, el gran genio del Mercado de Bonos?
     P.- ¿No quiere usted a nadie?
     McCoy.- ¡A nadie!
     P.- ¿Ni siquiera a su hija?
     McCoy.- Los niños tardan poco en convertirse en adultos. ¡A nadie!
     P.- ¿Ni a usted mismo?
     McCoy.- Yo estoy muerto. Morí en el mismo instante en que me detuvo la policía.
     P.- Creí que usted pensaba que cuando a un conservador lo detiene la policía se convierte en liberal, no en muerto.
     McCoy.- Era Tom Wolfe, con su seca ironía de rata escritora, quien pensaba así. Pero sí, lo soy, soy un liberal.
     P.- ¿Qué entiende por eso?
     McCoy.- Que hay que acabar de una vez con este sistema injusto y coactivo.
     P.- No me dirá también que es un revolucionario...
     McCoy.- ¡Claro que lo soy! Es preciso derribar todas las estructuras de un sistema que permite a un vago, un negro, un pobre, un analfabeto, arruinar la vida de un Amo del Universo. Es preciso que la Ley sea la ley de los Amos, la ley del Dinero.
     P.- Es usted algo peor que un loco.
     McCoy.- ¿Un fascista?
     P.- No. Algo muchísimo peor que un fascista.
     McCoy.- ¿Y usted? ¿Qué es usted?
     P.- Como diría un poeta de mi tierra, yo soy, simplemente, y en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.
     McCoy.- No llego a entender lo que significa.
     P.- Pues significa que pertenezco al grupo de los que piensan que es preciso acabar con la tropelía, hasta no dejar piedra sobre piedra...
     McCoy.- ¡Es de los míos!
     P.-... pero en sentido opuesto al suyo, pues opino que es detestable un sistema que embrutece a los ciudadanos, donde la justicia es simple simulacro, cuyas piedras angulares son la dentellada y la manipulación, en el que el beneficio es fin último de la vida.
     McCoy.- Es usted una rata comunista. ¿Quién le ha concedido visado para entrar en los Estados Unidos?
     P.- No se excite: me limito a citar las denuncias que hace Tom Wolfe, un compatriota suyo, su biógrafo. Y él no es un izquierdista; más bien todo lo contrario.
     McCoy.- ¡Miente! Tom Wolfe, en la crónica de los hechos que me conciernen, se limitó a exponer la tremenda iniquidad de que fui víctima.
     P.- Todos admitimos que su detención y proceso fueron tremendamente arbitrarios. Le calumniaron, le maniataron, le dejaron indefenso. Un grupo de individuos que puso su propio beneficio por encima de la justicia y de la libertad.
     McCoy.- Lo admite.
     P.- Han hecho con usted lo mismo que se hace a diario con millones de personas. Pero usted no se rebela contra la injusticia, sino contra la pérdida de su impunidad como depredador, como animal carroñero, que desde las oficinas del poder condena a la mayoría de la población a la miseria y a la estulticia.
     McCoy.- ¡Me insulta en mi propia casa!
     P.- Ustedes, los Amos del Universo, han creado una alimaña, un sueño infamante, una estructura de mentiras. Pero su alimaña es tan ciega y demente que ataca a sus propios dueños. Es como un robot que no hubiese aprendido las reglas de la robótica. ¿Entiende este lenguaje?
     McCoy.- Pero... ¿cómo se atreve un hispano, un provinciano, a venir aquí, a la capital del mundo, a impartir lecciones de moral y de política? Cuando es seguro que su analfabetismo funcional le impide conocer la estructura espiritual del mercado de valores, el hálito vital de acciones y bonos, la erótica de la compraventa.
      P.- Conozco lo imprescindible, Mister McCoy: que el éxito de una operación bursátil no depende de los fundamentos económicos de la compañía en la que se invierte, sino de los vaivenes especulativos a que están sometidas las acciones por parte de los Amos del Universo.
     McCoy.- ¡Esto no se lo consiento! ¿Cómo podría funcionar el mundo sin un Mercado serio y globalizado que aborte las veleidades éticas de los estetas de la moral?
     P.- Le ha salido una frase preciosa, Mister McCoy, pero carente de sentido. Recuerde que ahora es usted tan pobre como yo, incluso un poquito más.
     McCoy.- Sólo de forma pasajera. Volveré a compartir las riquezas de los de mi clase social en cuanto haya cumplido mi labor justiciera, eliminando a los que se atreven a poner en peligro los privilegios de nuestra raza superior...
     P.- No es la cárcel, sino el manicomio el lugar en que merece estar.
     McCoy.-... como un pistolero del tiempo de los pioneros, limpiando de seres inferiores las feraces llanuras de América.
     P.- Es usted un payaso.
     McCoy.- ¡Fuera de mi casa!... llamaré a la policía... ¡subversivo!... canalla... ¡fuera de mi casa!
     La babélica New York hiede, hiede el taxi que me lleva al aeropuerto, hiede la Quinta Avenida, hiede la efigie de la libertad de empresa, hiede cada metro cuadrado de la ciudad, como descubrió Tom Wolfe en cada página de su novela.
     Y lo peor es que el hedor, que sus habitantes confunden con agua de rosas por la fuerza de la costumbre, tiene sucursales en todos los barrios del Imperio.

Publicado en Diario Lanza el 14 de Noviembre de 2011

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