martes, 22 de noviembre de 2011

Ángel Crespo

ESPIRALES ELÍPTICAS

                          Ángel Crespo
                                               Por: Francisco Chaves Guzmán

     En todo intelectual existe un momento en que las ideas que han ido formándose con lentitud y algo desordenadamente eclosionan en una catarsis, que es la puerta a una nueva concepción personal e innovadora de cuanto le rodea, impeliéndole a abrir nuevos caminos en una exploración sin límites entre los surcos del conocimiento.
     En todo viajero hay también un instante en el que percibe que las fronteras que ve desde su buhardilla constituyen un telón que guarda secretos de otras tierras y otros hombres que él necesita someter a examen.
     Cuando el intelectual y el viajero se encuentran en el mismo individuo las sinergias producidas pueden dar lugar a grandes artistas, capaces de generar obras modélicas y una empatía que le pone en contacto creativo con todo lo humano.
     Este es el caso de Ángel Crespo, para quien, como para Antonio Machado, son sus huellas el camino. Y bien podríamos preguntarnos en qué momentos se produce la masa crítica que permite aflorar al intelectual y al viajero. Sabido es que determinar tal cosa es cuestión ardua, pues los propios sujetos de la revelación no son conscientes de ello. Sin embargo, en el caso de Ángel Crespo tenemos un documento, en forma de poema, que nos puede acercar a la respuesta. El poema lleva por título “Ciudad Natal”, y lo que nos dice en él sobre los jardines del Prado significa una ruptura total con su tierra —la nuestra— y con las estructuras sociales que en ella se daban.
     Y es gracias a esa ruptura, dolorosa y mágica, que Ángel Crespo se aventura por caminos físicos y espirituales que le harán recorrer geografías y pensamientos hasta entonces ignorados, para convertirse en un hombre nuevo, para llegar a ser un referente de la cultura española, para viajar de la provincia al mundo.
     Podría decirse que, de la misma manera que a Unamuno “le dolía España”, a él le “dolía Ciudad Real”. Pero de una manera tan cercana y directa que tuvo que marcharse, harto de un sistema social que se le hacía irrespirable, para dar aire a su poesía casi adolescente. En un viaje iniciático sin retorno, pues jamás deseó volver la vista atrás ni el reencuentro con las gélidas rosas de los jardines del Prado.
     Su adscripción al postismo, movimiento que pretendía haber superado todos los “ismos”, lo puso en contacto con muchos jóvenes que, con el tiempo, serían luz de las letras y de las artes en España: el poeta Edmundo de Ory; el dramaturgo, entonces pintor, Francisco Nieva; Benjamín Palencia y Gregorio Prieto; Chicharro y Tapies. Del intercambio entre todos ellos surgió una pléyade de artistas comprometidos, políticamente incómodos, formalmente irreverentes, que contribuyó a cambiar el panorama cultural del país entero.
     Y, aunque Ángel Crespo siguió escribiendo y publicando poemarios cada vez más sutiles y laboriosos, su enorme facilidad para los idiomas le deparaba el triunfo en una faceta que tal vez no había previsto: sus traducciones del portugués, del inglés, del francés y del italiano, idiomas que dominaba al igual que el catalán y el latín, donde había ensayado los primeros pasos siendo todavía un niño. Numerosos premios europeos lo atestiguan, además de que al final de su vida le fue concedido en dos ocasiones el Premio Nacional de Traducción. Así se reconocía su obra en España, adonde volvió desde su voluntario exilio tras la normalización política.
     Por otra parte, su labor docente en las Universidades de Puerto Rico, Venecia y Washington, que jamás se sabrá si fueron consecuencia del exilio o punto de partida del mismo, le permiten poner en funcionamiento su instinto viajero, traspasar al fin aquellos cerros que le ocultaban el infinito, conocer de primera mano otras culturas que sí estaban dispuestas a darle cobijo.
     Pero tengo que reconocer que para mí, de toda su obra, lo que más emociones me causan son aquellos romances juveniles, que dibujaban vibraciones intensas a través de rimas audaces y metáforas imposibles. Romances que suelo recitar en público tantas veces como ocasiones me dan para ello. Llenos de calor y luminosidad frenética, aunque las provincianas rosas del Prado sólo significasen para él desprecio y frío.

Publicado en Diario Lanza el 3 de Noviembre de 2011

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