lunes, 7 de noviembre de 2011

Conde Arnaldos

Galería de Inmortales

                       CONDE ARNALDOS
                                           Francisco Chaves Guzmán


¡Quién hubiese tal ventura,
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan!
(El Conde Arnaldos, Anónimo)

     Una pequeña y arenosa cala en el litoral levantino, defendida por riscos altísimos y puntiagudos como las almenas de un onírico castillo medieval. Todo es silencio, salvo el respirar del mar. Calma. Apenas una leve brisa y el vuelo reposado de un ave de bellísimo plumaje. El sol se levanta perezoso, apenas recostado en el horizonte, mientras una barca de pescadores faena a lo lejos. Huele a sal. Es un tibio amanecer del final de la primavera, tal vez comienza el día más largo del año. Hay varios capazos repletos de naranjas y limones. Del puchero que hierve al fuego brota el vapor de un café muy aromático. Un cachorro de indefinida raza se deja acariciar la nuca por mi mano, entre ronroneos que simulan ser ladridos.
     El conde Arnaldos, que viste de blanco inmaculado, me sirve café, me ofrece azúcar, enciende su pipa. Estamos sentados a la mesa en dos sillones de mimbre de alto respaldo. El mar nos contempla con curiosidad.

     Arnaldos.- ¡Bienvenido a la Arcadia!
     Periodista.- No se puede negar que este lugar es un remanso de paz. ¿Cómo lo consigue?
     Arn.- Todo radica en proponérselo.
     P.- ¿No se encuentra demasiado solo?
     Arn.- No le digo ni que sí ni que no. Porque la compañía o la falta de ella pertenecen al ámbito de lo privado.
     P.- Lo asumo. Perdone mi indiscreción, pero se sabe tan poco de usted...
     Arn.- ¿Tan poco?
     P.- Solamente trece versos. Exactamente, doscientas ocho sílabas, ciento veintisiete palabras. Para una biografía no es mucho.
     Arn.- En las que la fuerza poética puede multiplicar indefinidamente sus relaciones a través de un juego casi orgiástico de significantes y significados.
     P.- Lo sé, lo sé. Pero yo me debo a mis lectores y ellos están ávidos de información, de conocimientos.
     Arn.- Resulta difícil comprender esta curiosidad actual que pretende convertir un poema pluridimensional en un mensaje publicitario plano. No estoy tan alejado del mundo como para no conocer las tendencias intelectuales que lo asolan, pero me hallo lejos de compartir estas modas.
     P.- No es eso lo que buscan mis lectores.
     Arn.- Pues, ¿qué tipo de lectores tiene?
     P.- Afortunadamente, de los que desean proseguir con el juego de relacionar significantes y significados.
     Arn.-Imagino que sus lectores deben ser considerados como bichos raros en esta selva de uniformidad mediática.
     P.- Por suerte, hay muchos más bichos raros de lo que parece. Pero esta condición suele pertenecer también a la esfera de lo privado.
     Arn.- No me diga que aún quedan reductos de intimidad ahí fuera.
     P.- A pesar de las intrigas...
     Arn.- En ese caso, seré menos escueto de lo que tenía decidido. Si sus lectores son excepcionales, haré yo también una excepción.
     P.- No me ira a decir el contenido de la canción que cantaba el marinero...
     Arn.- ¡Je, je! Usted sabe que tal cosa es imposible...
     P.- ¿Porque aún la desconoce o porque se encuentra ligado a un juramento?
     Arn.- Digamos que pertenece a un ritual de iniciación reservado a unos pocos elegidos, que han de comprometerse en una causa común. Tras pasar todas las pruebas.
     P. ¿Le está permitido decir en qué consisten esas pruebas?
     Arn.- Sólo de la primera, la que se utiliza para captar neófitos: leer repetidamente, y con mucha atención, el romance del conde Arnaldos.
     P.- ¡Ja, ja! Tiene sentido del humor...
     Arn.- Es uno de los síntomas de haber sido iniciado con absoluto éxito.
     P.- Eso significa que conoce la canción.
     Arn.- Piense lo que crea que debe pensar. Será útil para usted y para sus lectores.
     P.- No le puedo ocultar que me parece, al mismo tiempo, una sentencia, una trampa y un acertijo.
     Arn.- Es lo propio de la magia.
     P.- ¿De la magia?
     Arn.- ¿No le parece que es preciso tener excepcionales poderes para decir y no decir al mismo tiempo?
     P.- Me da la impresión de que intenta jugar conmigo. ¿No es así?
     Arn.- Y usted conmigo. Usted pregunta y yo contesto. Y, sin embargo, ninguno de los dos preguntamos ni contestamos.
     P.- Luego estamos en un círculo mágico.
     Arn.- Exactamente.
     P.- ¿Me dirá, al menos, si los ritos son órficos o eleusinos?
     Arn.- ¿Qué le hace pensar que pudieran serlo?
     P.- Una intuición.
     Arn.- Pues bien, tienen algo de ambos. Pero no tema: no van a venir las mujeres tracias a lapidarnos.
     P.- A pesar de haberlo pensado, no deja de sorprenderme que tales ritos llegasen hasta el medioevo ibérico.
     Arn.- Los árabes trajeron un poco de todo.
     P.- ¿También las velas de seda y las jarcias de cendal?
     Arn.- La sensualidad a una tierra arisca que, prácticamente, había caído en la barbarie.
     P.- ¿Podría pensarse, pues, que el autor fuese árabe o descendiente de árabes?
     Arn.- Puede creerme si le digo que de tal cosa no tengo la menor idea. Pero no cabe duda de que fue un hombre tremendamente refinado.
     P.- Y en aquella época, en la península ibérica, los únicos refinados y sensuales eran los musulmanes.
     Arn.- No olvide que los zéjeles de Al-Andalus se escribieron cuando nuestro idioma estaba todavía en fase de formación.
     P.- Permítame que retome el hilo de nuestra charla. ¿Le puedo preguntar que intentaba cazar con un halcón en la orilla del mar? ¿Sardinas?
     Arn.- En la mañana de San Juan todo era posible.
     P.- ¿Era? Todavía se reúnen las gentes alrededor de las hogueras esperando el amanecer.
     Arn.- Por favor, no me hable de eso. Las masas de hoy salen de fiesta, sin saber por qué, cuando lo ordena el alguacil de turno. Patético.
     P.- ¿Todo era posible?
     Arn.- Todo. Hasta que las amarras de una barca de pescadores fueran de gasa transparente.
     P.- ¿Incluso que los peces se paseasen sobre la superficie del mar?
     Arn.- Incluso que los marineros cantasen.
     P.- ¿De verdad no me puede decir ese cantar?
     Arn.- Yo no digo esa canción sino a quien conmigo va.

     Tras la entrevista he vuelto a leer el romance del conde Arnaldos decenas, cientos, tal vez miles de veces, no sé si en un segundo o en millones de años. Venturas, galeras, cendales, halcones, mástiles, marineros, se unen de infinitas formas en un mar que es sosegado y tempestuoso al mismo tiempo.
     Ahora sé que una de esas infinitas posibilidades es literalmente la canción del marinero. Y que todas las demás también lo son.

Publicado en Diario Lanza el 7 de Noviembre de 2011

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