VÍCTOR FRANKENSTEIN
(Francisco Chaves Guzmán)
Hay muchas cosas
cuyo secreto podríamos dominar
si la cobardía o el descuido
no interfirieran
en nuestra investigación.
(Frankenstein, Mary Shelley)
Es la casa de Víctor Frankenstein, eternamente sumido en la batalla dantesca. Lo que no le impide mostrar su hospitalidad: me ha servido una excelente cerveza en una jarra de porcelana y plata, auténtica pieza de museo.
Frankenstein.- No es necesario que le pruebe que he llevado y llevo una vida tormentosa.
Periodista.- Casi apocalíptica, diría yo. ¡Menuda refriega tenemos ahí fuera!
Fr.- Encargada ex profeso para darle un marco adecuado a su visita.
P.- Se lo agradezco. Y celebro que aún tenga sentido del humor.
Fr.- Lo recuperé cuando Mary Shelley me dejo por muerto en los mares de hielo. Y dos siglos son tiempo suficiente para mirar la realidad con ojos menos afiebrados, con algún sentido del equilibrio.
P.- En relación con ese trágico momento, siempre me he preguntado cómo consiguió el monstruo entrar en la nave.
Fr.- No entró. Ya estaba allí, conmigo, como siempre, como ahora mismo.
P.- ¿Quiere decir que puede aparecer por la puerta...?
Fr.- No se asuste. Está completamente tranquilo... desde el momento en que desapareció mi complejo de culpabilidad por haberle dado vida.
P.- ¿Y dice que está aquí?
Fr.- No puede estar en otra parte, sino aquí, en mi sillón, en mi propio cuerpo. ¡Yo soy el monstruo!
P.- ¿Usted? Pero Mary Shelley contó cómo usted mismo lo fue creando, a partir de material de deshecho, hasta darle vida, en las tortuosas noches de su primera juventud.
Fr.- ¿Quién puede creer esas tonterías? Yo hice un monstruo de mí mismo.
P.- ¿Un caso de doble personalidad?
Fr.- ¡En absoluto! Tal cosa la inventaron los psiquiatras mucho tiempo después, para explicar con subterfugios aquello a lo que no querían dar explicación ninguna.
P.- Más bien para atajar el peligro que supone una personalidad anormal, si me permite expresar mi opinión.
Fr.- ¿Anormal? Todos llevamos dentro un monstruo, un monstruo maravilloso que sólo desea ser amado. Cuando aceptamos al monstruo que somos, éste se convierte en el amigo soñado.
P.- Perdóneme, señor Frankenstein, pero tengo la impresión de que intenta buscar excusa para los horribles crímenes que cometió en su juventud, si es cierto que usted es el monstruo.
Fr.- ¡Ja, ja, ja! Yo no he matado en mi vida ni una mosca... puede tener la seguridad de ello.
P.- Su hermano, su padre, su esposa, su amigo...
Fr.- No, no. Está confundiendo la realidad con los recursos que un escritor emplea para captar la atención de sus lectores, para amarrarlos al libro que tienen entre las manos. Si el novelista, si el poeta no exagerase, no idealizase, ¿quién le iba a prestar atención?, ¿cómo burlaría la censura?
P.- ¿Entonces...?
Fr.- Y si esto es válido para cualquier escritor, ¡imagínese para un romántico!... siempre en el límite de todas las experiencias.
P.- Pienso que algo tiene que haber de cierto.
Fr.- En efecto. Me quedé solo, pues no pudieron perdonarme. Mi padre no me negó el pan, pero sí el afecto, además de separar de mí al pequeño William, con lo que perdí a los dos. Justine, la criada, no existió nunca, una mera invención de la escritora en su búsqueda del clímax trágico. Mi amigo Clerval decidió retirarme la palabra durante nuestro viaje a Inglaterra, tras una noche de juerga. En cuanto a Elizabeth, cometí el error de ponerla al corriente de mis secretos en el transcurso de nuestra noche de bodas.
P.- La amenaza del monstruo: "recuerda que estaré a tu lado la noche de bodas".
Fr.- ¡Exacto!
P.- Empiezo a comprender.
Fr.- ¿Usted cree?
P.- Lo intento.
Fr.- Así pues, pasé la juventud huyendo de mí mismo y sin poder escapar. Mi otro yo siempre sabía encontrarme.
P.- No podía escapar a su destino.
Fr.- No tuve ni la cobardía suficiente para olvidar la realidad, ni la valentía de afrontarla. He ahí la verdad.
P.- Me gustaría saber cómo descubrió a su "monstruo" entre comillas.
Fr.- Llegué a la Universidad de Ingolstadt recién cumplidos los diecisiete años, era libre por primera vez. Tardé en descubrirme a mí mismo lo que tarde en pasear confiadamente por sus calles.
P.- A donde usted llegó con ansias de comerse el mundo, de conocer los secretos de la naturaleza y del alma humana.
Fr.- Cosa que he conseguido.
P.- ¿Sí?
Fr.- Los "monstruos" entre comillas se nutren de sabiduría.
P.- Esta frase vale una entrevista.
Fr.- Me alegro por usted.
P.- El "monstruo" entre comillas, ¿continúa teniendo ese aspecto tan repulsivo?
Fr.- De ninguna manera. Míreme bien: soy atractivo, fuerte, inteligente, culto. Estoy fuera de la detestable mediocridad. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
P.- Y los demás, ¿cómo le ven?
Fr.- Los demás ven monstruos por todas partes por la sencilla razón de que saben que los monstruos no existen.
P.- ¿Mary Shelley, también?
Fr.- No. Ella también está fuera de la mediocridad.
La tormenta amaina. El lago es ahora una balsa de aceite. Las luces de la nocturna Ginebra invitan al sosiego, mientras parpadean las estrellas entre jirones de nubes. “Le agradezco su visita. ¿Me permite que le obsequie con esta jarra en la que ha bebido, traída desde Ingolstadt cuando aún huía de todo?”
En el porche de la casa, Víctor Frankenstein me abraza para despedirme, creo que con sincero afecto.
Publicado en Diaio Lanza el 28 de Novirmbre de 2011