lunes, 17 de octubre de 2011

Medea

Galería de Inmortales

           MEDEA
                                   Por: Francisco Chaves Guzmán

Pero cuando se ultraja a una mujer
en lo que concierne
a su lecho nupcial,
no hay alma más cruel que la suya.
(“Medea”, Eurípides)

                                   Abajo, las rosadas arenas de la legendaria Cólquide son bañadas por las aguas del mar Negro. Medea viste un sencillo y elegante traje de chaqueta, color hueso, con estrecha falda de tubo, que recuerda la moda francesa de los años sesenta. Estamos sobre una terraza de piedra, a la sombra de una parra, justo encima de la ensenada a la que hace tres mil años arribó la nave Argos, portadora de la mayor carga de héroes nunca conocida en la historia de los hombres ni de sus creaciones literarias.
                                   Medea tiene la mirada perdida entre las lejanas cumbres del Cáucaso, ariscadas e impenetrables como su propio pensamiento, quizás envuelto de nuevo por los miembros ardientes del inolvidable Jasón.


Medea.- Como verá, es cierto que volví a la patria de mis antepasados, de la que nunca debí partir.
Periodista.- A la patria que traicionó.
Med.- Los pecados de amor suelen ablandar el corazón de los dioses. Y son perdonados.
P.- ¿De amor o de lujuria?                                                 
Med.- ¿Qué sería del amor sin voluptuosidad?
P.- Sócrates y Platón pensaban que, privado de ella, el amor llegaba a su verdadera realización.
Med.- Esa es la filosofía de quienes vendieron la civilización griega a las hordas bárbaras.
P.- Usted era una bárbara.
Med.- Una bárbara que se civilizó entre las piernas de Jasón, al arrullo de sus murmullos de placer.
P.- Hasta que recuperó su primitiva crueldad.
Med.- Cuando a una mujer se la ultraja en lo concerniente al lecho nupcial, no hay alma más cruel que la suya. ¿Qué quiere, verme privada de la voluptuosidad de la vida?
P.- ¿No hay en usted otro pecado de soberbia?
Med.- No puedo soportar servir de escarnio a mis enemigos.
P.- Créame, señora, que yo no he venido aquí para escuchar versos de Eurípides.
Med.- Tiene usted razón, pero no puedo evitar el sacar a relucir mi vena teatral. Le debo mucho a Eurípides.
P.- Mas Eurípides sólo cuenta un momento de su vida, el más trágico y desgraciado.
Med.- ¿Quién se acordaría de mí, de una pobre mujer, si no hubiera matado a mis hijos?
P.- ¿No se avergüenza de ello?
Med.- Fue por amor.
P.- Solamente por venganza.
Med.- Porque eran los hijos de Jasón, el peor de los hombres, la más injusta de las criaturas.
P.- Usted llevaba la muerte por doquier. Y ese delito, el asesinato, es el más ingrato a los dioses.
Med.- Zeus me ayudó en mi venganza.
P.- Usted descuartizó a su propio hermano para poder saciar sus lascivos deseos con Jasón.
Med.- Es cierto. Apolonio de Rodas lo cuenta en su epopeya sobre la expedición de los Argonautas. No puede negarme que también lo hice por amor.
P.- Supongo que también por amor asesinó a Pelias, a Creonte, a Glauce, a Perses, y conspiró para matar a Teseo.
Med. - Gracias a todas esas acciones sigo viva en la memoria de las gentes. Y, además, gracias a ellas, contribuí a terminar con la dictadura de los hombres. He traspasado la barrera del tiempo para iluminar la pintura, la ópera e incluso el cine. Soy una auténtica heroína.
P.- Una heroína sanguinaria.
Med.- Que inspiró la extraordinaria música que Cherubini compuso en mi honor. ¿Ha oído a María Callas cantar alguna de aquellas maravillosas arias? Soy consciente de estar en perenne deuda con esa inigualable soprano, que paseó mi nombre por los mejores escenarios del mundo. Y no cabe duda de que también le inspiró a usted esta entrevista.
P.- ¡La Callas! También protagonizó una película.
Med.- ¡Sublime! La de Pasolini.
P.- Algo complicada de ver, con los asesinatos del rey y de la princesa repetidos.
Med.- Mire: Pasolini intentó zaherirme, sacando trapos sucios. Pero no contó con que yo asumo esos trapos como limpios. En esa película decidí volverme atrás de mi intención de dar muerte por medio del fuego de esas dos personas, ya que el fuego purificador debía ser guardado para un tercero.
P.- Para el criadito.
Med.- Para el criadito adolescente con quien mi marido jugueteaba a mis espaldas.
P.- ¿No eran, pues, celos de la hija del rey?
Med.- Según Pasolini, no son tan arrasadores como los otros. Según yo misma, tampoco.
P.- En ese caso, no entiendo por qué Eurípides nos hurtó esa información.
Med.- Porque en ese tiempo nadie hubiese comprendido que una mujer se sintiese ofendida por las aventuras efébicas de su marido.
P.- ¿No?
Med.- Se consideraba que los efebos no ponían en peligro la posición de la esposa ni la economía familiar. Sin embargo, otra mujer podía hacerlas saltar por los aires. Le recomiendo que lea, a este respecto, un ensayo de la historiadora Eva Cantarella, titulado Según Natura.
P.- Entonces, ¿qué le iba a usted en ello?
Med.- Me propuse reparar esa injusticia histórica.
P.- Así que Pasolini jugó a favor de Medea.
Med.- Son los efectos inesperados que conlleva toda acción. Lo que, en lenguaje coloquial se llama "salir el tiro por la culata". Usted mismo puede desencadenar, con sus entrevistas, ese tipo de efectos.
P.- Soy consciente de ello, pero me arriesgo.
Med.- Usted también cree en la insoslayabilidad de los procesos históricos.
P.- Que no se producen independientemente de la acción de los seres humanos. Por eso no me quedo fuera.
Med.- ¿Ve como se confunde al tildarme de criminal?
P.- No veo la necesidad de todas esas muertes, ni aún en el caso de que los fines pudiesen justificar los medios. Continúo creyendo que usted es una psicópata.
Med.- ¿Que no eran necesarias? ¿Sabe quién robó el Vellocino de Oro? ¿Lo sabe?
P.- Jasón, claro, con su ayuda. Pero no me extrañaría que fabricase una nueva argucia. ¿No fue Jasón?
Med.- Fui yo, ayudada por Jasón.
P.- ¿Usted?
Med.- Utilicé a Jasón como agente de mis propios intereses.
P.- ¿Y dónde se encuentra el Vellocino ahora?
Med.- Naturalmente aquí, en mis manos. Yo tengo el símbolo mágico del poder imperecedero.


                        En el horizonte occidental del mar en calma, el sol, alegoría de Zeus, abuelo de Medea y traicionado también por ésta, se esconde tal vez para siempre. Detrás de nosotros, por Oriente, Selene se levanta majestuosa y virginal.
                        Al despedirme de Medea, pienso dónde estará la verdad en este complicado rompecabezas. Tal vez escondida en cada una de las seis caras de cada uno de los infinitos cubos de madera que lo componen. Cae le tarde y, desde el Cáucaso, un viento gélido acerca el desgarrador lamento de Prometeo.

Publicado en Diario Lanza el 17 de Octubre de 2011

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