lunes, 10 de octubre de 2011

Alonso Quijano

Galería de Inmortales

                         ALONSO QUIJANO
                                                       Francisco Chaves Guzmán

Siempre, Sancho, lo he oído decir,
que el hacer bien a villanos
es echar agua en la mar.
(“El Quijote”, Miguel de Cervantes)

               El despacho sugiere rústica nobleza. Sencillez, desahogo y apego a las comodidades, pero sin ostentación. El aire acondicionado sirve de contrapunto a los solemnes muebles de roble y a los sillones de cuero repujado. En la pared del fondo este, junto a la puerta que da paso a la biblioteca, cuelga un retrato a carboncillo que reproduce a un Miguel de Cervantes ensimismado, tal vez melancólico. Según he visto al llegar, la casa solariega está rodeada de un zócalo añil y cubierta de tejados casi planos. Estamos en La Mancha.
               Alonso Quijano, embutido en un elegante terno azul marino, hace oficio de hidalguía ofreciéndome un cigarrillo. Sobre la mesita baja, que sirve de frontera entre nuestros respectivos asientos, hay dos vasos de tinto y unos taquitos de jamón y queso.


     Alonso Quijano.- Sepa que es la primera entrevista que concedo en los últimos cuatrocientos años. ¿Sorprendido?
     Periodista.- No sabía que fumase.
     A. Q.- Cuando uno es inmortal tiene tiempo sobrado para ejercer todos los vicios y todas las virtudes. Me gusta mucho fumar y considero que saber gozar de los placeres constituye una gran virtud.
     P.- El inmortal Miguel de Cervantes lo quiso a usted más frugal, más sobrio.
    A. Q.- Y lo soy. Jamás me verá ni borracho ni ahíto. Pero de eso a abjurar de lo que la sabia naturaleza ha puesto a nuestro alcance... hay un gran trecho. Por otra parte, no olvide que aquí el inmortal soy yo: Miguel de Cervantes lleva siglos bajo una losa.
     P.- Pero él fue su creador.
     A. Q.- ¿Y qué? Sólo tuvo la suerte de encontrarme en su camino, junto a gitanillas, rinconetes, fregonas, celosos y otros individuos de segunda fila. Mientras vivió se lo di todo, como un enamorado. Ahora soy libre para toda la eternidad: fracasó su intento de asesinato.
     P.- ¿Asesinato? No le comprendo.
    A. Q.- Los escritores tienen algo así como un complejo de Edipo al revés. Están celosos de nuestra fama. A las gitanillas y a los rinconetes les dejan vivir en paz, pero a nosotros, cuando advierten que somos arquetipos eternos, pretenden eliminarnos de un plumazo con su cálamo, haciéndonos morir en escena. Le perdono, porque reconozco que también le debo algo. Pero no olvido. Cuando me dejó contrito a las puertas del Hades, yo había escapado ya de sus manos... mas pasemos a otra cosa, no nos pongamos trascendentales. ¿Le gusta mi casa? ¿Es como esperaba?
     P.- No cabe duda de que estamos en un lugar de La Mancha.
     A. Q.- Aunque por seguridad no debemos decir cuál.
     P.- ¿Todavía?
     A. Q.- Me molestaría verme asediado por una legión de reporteros y fotógrafos. O peor aún: de poetastros dispuestos a utilizar mi jardín como plataforma de juegos florales.
     P.- La verdad, nunca pensé encontrarle aquí, en pleno corazón de La Mancha. Yo le suponía muy lejos, para despistar a sus admiradores.
     A. Q.- Habitamos un mundo tan complicado, tan enrevesado, que se tienen serias dificultades para captar las cosas sencillas. Y lo sencillo, lo natural, es que yo viva en mi casa.
     P.- Rodeado de miles de libros, según he podido comprobar en su biblioteca. ¿Cuáles son ahora sus lecturas favoritas?
     A. Q.- Leo casi todo lo que cae en mis manos, todo lo que me enseña algo del pasado y del futuro, de la tradición y de la innovación. Lo que no me interesa es el presente, porque está comprimido y carecemos de perspectiva iluminadora.
     P.- Pero usted, siendo inmortal, ha de vivir siempre en el presente.
     A. Q.- ¡Se equivoca! Soy inmortal precisamente por vivir el pasado y el futuro.
     P.- ¿He de suponer, pues, que ya no está interesado en deshacer los terrenales entuertos, como en otro tiempo?
     A. Q.- No se confunda: el análisis de los avatares históricos me da aún más fuerzas para socorrer a los menesterosos.
     P.- Veo que continúa considerándose un caballero andante.
     A. Q.- ¿Por qué no? Mientras haya malandrines... ¡pero sin histrionismo!
     P.- Yo imaginaba que ustedes, los inmortales, llevaban una vida plácida, casi contemplativa.
     A. Q.- Yo soy un hombre de mi tiempo, de todos mis tiempos, aunque muchos me querrían como un mero adorno.
     P.- Señor don Quijote, ¿está usted loco?
     A. Q.- Por favor, no me llame así. Utilice mi apellido, si no le importa... ya no frecuento los caminos.
     P.- Perdón, señor Quijano, lo comprendo.
     A. Q.- A través de los siglos se ha demostrado que los hombres más cuerdos han de hacerse pasar por locos para escapar de la hoguera. Así que es cierto, ¡estoy loco!
     P.- ¿También loco de amor? ¿Sigue viéndose con Dulcinea?
     A. Q.- Si tuviese fresca la lectura de mi biografía, recordaría que nunca vi a la tal Dulcinea... y espero no encontrarla jamás. No querrá que festeje con una zagala de pelo en pecho. Digamos, para no cargar las tintas, que mi delirio por Dulcinea fue un episodio de amor cortés, una necesidad literaria.
     P.- ¿Tiene algún amigo del alma, alguien a quien esté realmente reconocido?
     A. Q.- Sin lugar a dudas, siento inmenso afecto por el Caballero de la Blanca Luna, de alma noble, por cuya intercesión dejé de pasar apuros en las cañadas y en las ventas. A Sancho también le aprecio, más no puedo tomar en consideración su gramática parda de labrador.
     P.- En el refranero hay mucho conocimiento.
     A. Q.- Y muchas contradicciones. Todas las máximas se corresponden con otras que defienden lo opuesto. Además desconfío absolutamente de las sentencias manoseadas, pues carecen de rigor, vanos intentos de hacer perdurar el presente, como le comentaba antes. Fórmulas paralizadoras, ungüentos de buhonero.
     P.- ¿Como el bálsamo de Fierabrás?
     A. Q.- Sepa usted, amigo mío, que no hay mejor bálsamo que un vaso de vino. Por cierto, ¿le apetece otro?
     P.- Gracias, es exquisito. ¿Sabe?, pienso que también en usted hay algo de contradictorio.
     A. Q.- Propio de nuestro carácter. Los manchegos nos debatimos entre la realidad inmovilizadora y unos sueños inalcanzables. Sólo nos encontramos a nosotros mismos cuando iniciamos un largo y duradero viaje, lejos de la opresión de este cielo plano y de esta tierra llana.
     P.- ¿Quiso Cervantes decir esto?
     A. Q.- No lo sé, aunque pienso que no es improbable. Pero permítame que le diga que las conclusiones ha de sacarlas usted solo.
     P.- Le agradezco su hospitalidad y la sinceridad de sus respuestas, muchas de ellas completamente inesperadas para mí.
     A. Q.- ¿De qué le serviría a usted, y a sus lectores, una entrevista plagada de lugares comunes?


               El sol se oculta tras unos lejanos y oscuros cerros. Sobre el horizonte, las nubecillas deshilachadas ofrecen una gama infinita de cálidos colores. A un lado de la carretera, los verdes se multiplican en mil tonalidades. Al otro, una ligera brisa acaricia el ondulado campo amarillo. En medio del suave oleaje se levanta, majestuosa, una encina centenaria. Bandadas de vencejos surcan el aire alocadamente. Los grillos hacen sonar el canto de sus élitros.
               A causa de una tormenta vespertina, huele fuerte a trigo. Aunque a estos detalles solamente prestan atención los que ya vuelven del largo viaje.

Publicado en Diario Lanza el 10 de Octubre de 2011

1 comentario:

  1. Felicidades por el retrato. Resulta tan insólito, y al mismo tiempo tan fiel al temperamento del personaje, que a partir de ahora me será difícil imaginarlo sin la extensión que le has aportado.

    Puesto que tenía una vaga idea de tu galería de exquisitos antes de haber leído nada, confieso que me había predispuesto a encontrar un alarde retórico de erudición literaria antes que un fresco vibrante donde abundan los guiños, como esa nítida reflexión sobre las contradicciones del pueblo manchego.

    Si me lo permites, quisiera aprovechar la ocasión para citar un texto "quijanesco" que el diario reseñado al pie de tu magnífica entrevista quiso publicarme a condición de someterlo a un intenso (y prescindible) trabajo de peluquería.

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