Galería de Inmortales
GUILLERMO BROWN (Francisco Chaves Guzmán)
A nadie le gusta aburrirse tanto,
es que han olvidado cómo divertirse.
Apuesto a que disfrutarían
como cualquiera
como cualquiera
si pudiesen recordar cómo hacerlo.
(Guillermo el Luchador, Richmal Crompton)
Con la circunspección que merece el rito, de los bolsillos del anorak ha ido extrayendo, lentamente, los tesoros más preciados hoy por hoy. Media docena de artilugios electrónicos, desde simuladores de lactantes hasta armas virtuales de destrucción total, se desparraman sobre la superficie plástica del pupitre. Hay, además, un reloj de funciones múltiples, un teléfono móvil en desuso, varias vendas elásticas y un llavero del que pende la miniatura de un patín en línea.
La dirección del colegio me ha concedido el tiempo del recreo de la mañana para entrevistar al alumno Guillermo Brown, legendario caudillo de "Los Proscritos".
Guillermo Brown.- ¿Por qué me llama Guillermo? Mi nombre es William. ¿Qué significado tiene ese apodo?
Periodista.- No, no es un apodo, sino la traducción al español de tu nombre. Así se te conoce en mi país.
G.B.- No sabía que mi fama hubiese llegado tan lejos, ni que suscitase allí el menor interés.
P.- Fuiste nuestro héroe durante varias generaciones.
G.B.- No es para menos. Mis hazañas han marcado un hito en la estrategia de la guerra de guerrillas. No es fácil superarme ni como pirata, ni como rebelde, ni como conquistador, ni como gangster, ni como luchador, ni como...
P.- Sin embargo, estás cayendo en el olvido: no es fácil encontrar ninguna de tus novelas en los estantes de las librerías.
G.B. .- Digamos que soy políticamente incorrecto.
P.- ¡No me digas!
G.B.- ¡Sí! Hubo un tiempo en que fui utilizado como ejemplo de comportamiento deseable, comportamiento que estaba en las antípodas del que se espera de los muchachos de hoy.
P.- Querrás decir de los niños.
G.B.- Por mucho que se empeñen algunos visionarios en enmendarle la plana a la naturaleza, los niños dejan de serlo a partir de cierto momento. La fisiología tiene mucha más fuerza que todas sus prédicas. ¡Papel mojado!
P.- ¡...!
G.B.- Y el que intenten condenarme al olvido no hace sino enseñarme que las normas y los principios son relativos y cambiantes. ¿No le parece?
P.- Mis lectores no van a creer que estos comentarios sean de alguien de tu edad.
G.B.- Confieso que soy muy jovencito... Pero tenga en cuenta que llevo más de medio siglo teniendo trece años. ¿Se imagina todo lo que se puede curiosear en ese tiempo? Recuérdeselo a sus lectores.
P.- Pero eso no es extrapolable a tus compañeros de ahora, menos experimentados.
G.B.- ¡Naturalmente que no! Pero que nadie piense que se han caído de un guindo. Puedo asegurarle que son mucho menos tontitos de lo que piensan sus papás y sus niñeras estatales.
P.- Estás generalizando.
G.B.- ¡Hombre! Aquí hay de todo, como en la viña del Señor. ¿Se dice así?
P.- Hablas de los que tienes más cerca, a quienes habrás atraído hacia tu causa.
G.B.- Lo tengo absolutamente prohibido. No puedo hablar con ninguno, puesto que ninguno puede leer las novelas que sobre mis hazañas escribió Richmal Crompton. Me limito a observar, con mucha atención, claro.
P.- Me parece que quieres darme gato por liebre: no veo entre tus actuales tesoros ningún tirachinas ni botes con escarabajos.
G.B.- ¿Cree que soy un suicida? El disimulo es la primera virtud de un buen espía.
P.- ¿Hay aún Proscritos?
G.B.- ¿Qué sería del mundo sin ellos?
P.- ¿Y continúan construyendo cabañas secretas?
G.B.- Los refugios son el único antídoto conocido contra la intromisión de las personas mayores. Hay que dar esquinazo a los psicólogos y a los asistentes sociales, peores aún que las solteronas gruñonas de antaño.
P.- ¿Existe algún arma contra ellos?
G.B.- ¡Oh, sí! Les dices que tienes un trauma horrible porque no hay televisión en tu cuarto de baño, o porque el profesor te obliga a mantener silencio en clase, y se encuentran realizados de por vida.
P.- ¿Así de fácil?
G.B.- Aunque los traumas que verdaderamente les llenan de felicidad son de otra índole. ¡Obsesos!
P.- ¿Y las chicas?
G.B.- ¡Oh!... son muy buenas estudiantes...
P.- Seamos serios...
G.B.- Es que me está recordando usted a miss Victoria, la pedagoga del colegio.
P.- ¿Miss Victoria? Me la presentaron con otro nombre.
G.B.- Su nombre es Jeremiah, pero la apodamos Victoria por su parecido físico con esa reina del siglo diecinueve. Usted, como es extranjero, no habrá visto ningún retrato suyo.
P.- Dejemos a miss Victoria. ¿Continúas llevándote igual de mal con las chicas?
G.B.- ¿A qué chico normal de mi edad puede importarle eso? Tenemos otras prioridades.
P.- Pero ahora compartís muchas más cosas, el trato es infinitamente mayor.
G.B.- Porque si no las tratas te llevan a que te interrogue miss Victoria.
P.- No me negarás que estas nuevas costumbres son más naturales.
G.B.- La verdad: los chicos de mi edad pasamos de las chicas. Aunque los muy obedientes no se separan de ellas.
P.- ¿No eres un poquito machista?
G.B.- A mí lo que me parece discriminatorio es ufanarse de su compañía como se presume de unas zapatillas deportivas de marca.
P.- Al menos ya no les tiras de las trenzas...
G.B.- Ya no llevan trenzas. Pero admito que antes éramos exagerados en el distanciamiento. ¿Sabe? Es la primera vez que me permiten estar con un adulto ajeno al sistema educativo desde hace muchos años.
P.- Es porque la mayoría de los adultos no hemos interiorizado las nuevas costumbres; nuestras opiniones podrían ser nocivas para vosotros.
G.B.- Sin embargo nos permiten escucharlos en las cadenas de radio y televisión.
P.- Porque los locutores sí las han interiorizado.
G.B.- Me huelo que también usted es un buen Proscrito. Me hubiese gustado conocerle antes.
P.- Te aseguro que nos hemos conocido.
G.B.- Dígale a sus lectores que nosotros leemos a hurtadillas los periódicos, buscamos en el doble fondo de las bibliotecas y escuchamos detrás de la puerta.
El timbre que pone fin al recreo estalla en los rincones del patio y una algarabía tronante se acerca al aulario con la irresistible fuerza de una marabunta. “Por favor, ¿podría enviarme clandestinamente un tirachinas? Tengo entendido que los españoles son estupendos”, pregunta Guillermo.
En el porche del colegio me despiden el director, el psicólogo, miss Victoria, la asistenta social, el presidente de la Asociación de Padres, el sacerdote, el pastor, el rabino y el guardia jurado.