lunes, 31 de octubre de 2011

Guillermo Brown

Galería de Inmortales

           GUILLERMO BROWN
                                           (Francisco Chaves Guzmán)
A nadie le gusta aburrirse tanto,
es que han olvidado cómo divertirse.
Apuesto a que disfrutarían
como cualquiera
si pudiesen recordar cómo hacerlo.
(Guillermo el Luchador, Richmal Crompton)

                                   Con la circunspección que merece el rito, de los bolsillos del anorak ha ido extrayendo, lentamente, los tesoros más preciados hoy por hoy. Media docena de artilugios electrónicos, desde simuladores de lactantes hasta armas virtuales de destrucción total, se desparraman sobre la superficie plástica del pupitre. Hay, además, un reloj de funciones múltiples, un teléfono móvil en desuso, varias vendas elásticas y un llavero del que pende la miniatura de un patín en línea.
                                   La dirección del colegio me ha concedido el tiempo del recreo de la mañana para entrevistar al alumno Guillermo Brown, legendario caudillo de "Los Proscritos".



            Guillermo Brown.- ¿Por qué me llama Guillermo? Mi nombre es William. ¿Qué significado tiene ese apodo?
            Periodista.- No, no es un apodo, sino la traducción al español de tu nombre. Así se te conoce en mi país.
            G.B.- No sabía que mi fama hubiese llegado tan lejos, ni que suscitase allí el menor interés.
            P.- Fuiste nuestro héroe durante varias generaciones.
            G.B.- No es para menos. Mis hazañas han marcado un hito en la estrategia de la guerra de guerrillas. No es fácil superarme ni como pirata, ni como rebelde, ni como conquistador, ni como gangster, ni como luchador, ni como...
            P.- Sin embargo, estás cayendo en el olvido: no es fácil encontrar ninguna de tus novelas en los estantes de las librerías.
            G.B.    .- Digamos que soy políticamente incorrecto.
            P.- ¡No me digas!
            G.B.- ¡Sí! Hubo un tiempo en que fui utilizado como ejemplo de comportamiento deseable, comportamiento que estaba en las antípodas del que se espera de los muchachos de hoy.
            P.- Querrás decir de los niños.
            G.B.- Por mucho que se empeñen algunos visionarios en enmendarle la plana a la naturaleza, los niños dejan de serlo a partir de cierto momento. La fisiología tiene mucha más fuerza que todas sus prédicas. ¡Papel mojado!
            P.- ¡...!
            G.B.- Y el que intenten condenarme al olvido no hace sino enseñarme que las normas y los principios son relativos y cambiantes. ¿No le parece?
            P.- Mis lectores no van a creer que estos comentarios sean de alguien de tu edad.
            G.B.- Confieso que soy muy jovencito... Pero tenga en cuenta que llevo más de medio siglo teniendo trece años. ¿Se imagina todo lo que se puede curiosear en ese tiempo? Recuérdeselo a sus lectores.
            P.- Pero eso no es extrapolable a tus compañeros de ahora, menos experimentados.
            G.B.- ¡Naturalmente que no! Pero que nadie piense que se han caído de un guindo. Puedo asegurarle que son mucho menos tontitos de lo que piensan sus papás y sus niñeras estatales.
            P.- Estás generalizando.
            G.B.- ¡Hombre! Aquí hay de todo, como en la viña del Señor. ¿Se dice así?
            P.- Hablas de los que tienes más cerca, a quienes habrás atraído hacia tu causa.
            G.B.- Lo tengo absolutamente prohibido. No puedo hablar con ninguno, puesto que ninguno puede leer las novelas que sobre mis hazañas escribió Richmal Crompton. Me limito a observar, con mucha atención, claro.
            P.- Me parece que quieres darme gato por liebre: no veo entre tus actuales tesoros ningún tirachinas ni botes con escarabajos.
            G.B.- ¿Cree que soy un suicida? El disimulo es la primera virtud de un buen espía.
            P.- ¿Hay aún Proscritos?
            G.B.- ¿Qué sería del mundo sin ellos?
            P.- ¿Y continúan construyendo cabañas secretas?
            G.B.- Los refugios son el único antídoto conocido contra la intromisión de las personas mayores. Hay que dar esquinazo a los psicólogos y a los asistentes sociales, peores aún que las solteronas gruñonas de antaño.
            P.- ¿Existe algún arma contra ellos?
            G.B.- ¡Oh, sí! Les dices que tienes un trauma horrible porque no hay televisión en tu cuarto de baño, o porque el profesor te obliga a mantener silencio en clase, y se encuentran realizados de por vida.
            P.- ¿Así de fácil?
            G.B.-  Aunque los traumas que verdaderamente les llenan de felicidad son de otra índole. ¡Obsesos!
            P.- ¿Y las chicas?
            G.B.- ¡Oh!... son muy buenas estudiantes...
            P.- Seamos serios...
            G.B.- Es que me está recordando usted a miss Victoria, la pedagoga del colegio.
            P.- ¿Miss Victoria? Me la presentaron con otro nombre.
            G.B.- Su nombre es Jeremiah, pero la apodamos Victoria por su parecido físico con esa reina del siglo diecinueve. Usted, como es extranjero, no habrá visto ningún retrato suyo.
            P.- Dejemos a miss Victoria. ¿Continúas llevándote igual de mal con las chicas?
            G.B.- ¿A qué chico normal de mi edad puede importarle eso? Tenemos otras prioridades.
            P.- Pero ahora compartís muchas más cosas, el trato es infinitamente mayor.
            G.B.- Porque si no las tratas te llevan a que te interrogue miss Victoria.
            P.- No me negarás que estas nuevas costumbres son más naturales.
            G.B.- La verdad: los chicos de mi edad pasamos de las chicas. Aunque los muy obedientes no se separan de ellas.
            P.- ¿No eres un poquito machista?
            G.B.- A mí lo que me parece discriminatorio es ufanarse de su compañía como se presume de unas zapatillas deportivas de marca.
            P.- Al menos ya no les tiras de las trenzas...
            G.B.- Ya no llevan trenzas. Pero admito que antes éramos exagerados en el distanciamiento. ¿Sabe? Es la primera vez que me permiten estar con un adulto ajeno al sistema educativo desde hace muchos años.
            P.- Es porque la mayoría de los adultos no hemos interiorizado las nuevas costumbres; nuestras opiniones podrían ser nocivas para vosotros.
            G.B.- Sin embargo nos permiten escucharlos en las cadenas de radio y televisión.
            P.- Porque los locutores sí las han interiorizado.
            G.B.- Me huelo que también usted es un buen Proscrito. Me hubiese gustado conocerle antes.
            P.- Te aseguro que nos hemos conocido.
            G.B.- Dígale a sus lectores que nosotros leemos a hurtadillas los periódicos, buscamos en el doble fondo de las bibliotecas y escuchamos detrás de la puerta.



                  El timbre que pone fin al recreo estalla en los rincones del patio y una algarabía tronante se acerca al aulario con la irresistible fuerza de una marabunta. “Por favor, ¿podría enviarme clandestinamente un tirachinas? Tengo entendido que los españoles son estupendos”, pregunta Guillermo.
                 En el porche del colegio me despiden el director, el psicólogo, miss Victoria, la asistenta social, el presidente de la Asociación de Padres, el sacerdote, el pastor, el rabino y el guardia jurado.


Publicado en Diario Lanza el 31 de Octubre de 2011

lunes, 24 de octubre de 2011

Tartufo

Galería de Inmortales

            TARTUFO
                       Francisco Chaves Guzmán

Pero como el honor
no se ve exteriormente,
sino que cada cual
lo tiene escondido,
parecen más valientes
los que meten más ruido.
(Tartufo, Molière)

                                   Versalles. Desde la mansarda en que está situado el despacho de Tartufo se observa una amplia panorámica de la ciudad. A la izquierda, los cuarteles de la Guardia Real; a la derecha, el palacio de Luis XIV. Más allá la geometría perfecta de los jardines y el dibujo en cruz de los canales. Un rebaño de lanudas ovejas es fotografiado por los turistas. El despacho parece un museo barroco: los sillones, mesas, relojes y cuadros son un compendio de filigranas. Y los lomos de los libros están grabados en oro.

                                   Tartufo parece exultante, embutido en su terno gris, que contrasta con la corbata granate, moteada con diminutas coronas reales y aún más pequeñas flores de lis.


            Tartufo.- Aquí me tiene, a pocos metros de donde vi la luz por vez primera, de ese palacio que yo considero de mi propiedad, pasto ahora de los enjambres de turistas, ajenos a su sentido y a su grandeza.
            Periodista.- Tenía entendido que usted vivía en París.
            Tart.- Desde allí llevo los negocios, pero no puedo permanecer alejado de lo que son mis raíces.
            P.- ¿Nostalgia?
            Tart.- En absoluto. Creo que habitamos una época dorada, el escenario perfecto para gentes de mi raigambre.
            P.- ¿Para los hipócritas?
            Tart.- Llámenos como quiera, si necesita de una terminología que le permita clasificar la realidad.
            P.- Por esa respuesta, más que de un hipócrita da la apariencia de un cínico.
            Tart.- Las virtudes se presentan en ramilletes, como las flores. O como los brazos de un candelabro.
            P.- Se dice que es usted inmensamente rico.
            Tart.- Ni puedo ni quiero negarlo. Pero no vaya a creer que la riqueza es el corolario obligado de la hipocresía. Hay mucho hipócrita muerto de hambre.
            P.- ¿A qué achaca, pues, ese cuerno de la abundancia que son sus finanzas?
            Tart.- A la inteligencia, naturalmente. Y a la fe. No olvide que la riqueza es una prueba de haber sido elegido por la divinidad.
            P.- Esa idea es protestante. Más: es el espíritu mismo del protestantismo. Yo le creía católico.
            Tart.- Todos somos protestantes actualmente.
            P.- La mayor parte de la población francesa es católica. De todo el sur de Europa.
            Tart.- De boquilla. El día en que al Papa se le ocurra hacer una declaración que no guste, la masa le retirará de inmediato el beneficio de la infalibilidad.
            P.- Existen creencias muy arraigadas.
            Tart.- No se deje engañar. Incluso algunas congregaciones religiosas de nuevo cuño, que aparentan casi enarbolar el estandarte del fundamentalismo católico, están en realidad incorporando a su fe lo que usted bien llama el "espíritu del protestantismo".
            P.- Entonces, ¿ha renegado usted del catolicismo?
            Tart.- No, no. ¿Qué necesidad tengo de papeleos innecesarios que le robarían tiempo a mis negocios?
            P.- Ahora sí veo al hipócrita. Por un momento pensé que había equivocado al personaje.
            Tart.- No tema. Los hipócritas somos necesarios para el buen funcionamiento de la sociedad.
            P.- No debía pensar lo mismo el Rey cuando le mandó encarcelar.
            Tart.- No debe hacer caso de ese infundio: Molière tenía por costumbre dar a sus obras un desenlace inverosímil.
            P.- ¿Por qué le zahirió Molière con tanto rigor?
            Tart.- Molière era un libertino. Por eso me atacaba.
            P.- ¿Un libertino?
            Tart.- En aquella época llamábamos así a los librepensadores.
            P.- ¿Un librepensador que adulaba al Rey?
            Tart.- Que le divertía con juegos florales mientras esperaba el momento de cortarle la cabeza.
            P.- No le gustan los librepensadores, ¿verdad?
            Tart.- Son la semilla del desorden, del pecado, de la subversión. Un peligro para el Estado.
            P.- ¿Y la libertad?
            Tart.- Es lo más hermoso que tenemos, la radiante consecuencia de la evolución histórica. Que ha de defenderse con uñas y dientes.
            P.- Eso es lo que dicen los enciclopedistas, los intelectuales.
            Tart.- No se confunda. Lo que realmente intentan es poner todo en tela de juicio, entronizar la duda, cayendo en el relativismo cultural y en la anarquía de las costumbres.
            P.- Pero todo es relativo. Usted mismo ha cambiado su conciencia religiosa, su comprensión de la realidad social.
            Tart.- Ya nada es relativo; habitamos la era de la certeza. Hemos alcanzado la verdad, tras siglos tanteando a ciegas. Es por esta razón que no debe permitirse que los llamados intelectuales pongan en peligro las maravillosas cotas de libertad alcanzadas.
            P.- ¿Cuál es el auténtico sentido de la libertad?
            Tart.- Por supuesto, que el descubrimiento de la verdad.
            P.- ¿Y qué hacer con los intelectuales liberticidas?
            Tart.- Ese asunto es competencia judicial y policial. Es preciso ser muy severos, aunque no creo necesario reinstaurar la hoguera.
            P.- ¿Tengo que pensar, en consecuencia, que la persecución de la lujuria ya no se encuentra entre sus prioridades?
            Tart.- No desbarre. Esos vicios nefandos ponen en entredicho la estabilidad política y económica. La verdad que hemos conquistado ofrece los cauces naturales de comportamiento. Además, puesto que los delitos del pensamiento presentan ciertas dificultades para ser perseguidos con éxito, bien podemos emplear los atentados a las buenas costumbres para acabar con nuestros enemigos.
            P.- ¿Qué aconseja, pues, a mis lectores para el disfrute de la verdad?
            Tart.- Que se conviertan en defensores activos de la libertad, que renuncien a las obras y a las pompas que los falsos intelectuales les han tendido como trampa, que sigan las directrices que se les dan desde nuestros medios de comunicación. Y que entren a formar parte de las asociaciones que sirven para desenmascarar a todos aquellos que son incapaces de comulgar con nuestra verdad. La verdadera libertad consiste en hacer aquello que se ha decretado como obligatorio y renunciar a todo lo que se ha prohibido.
            P.- Le noto solidario.
            Tart.- Lo soy. Gasto parte de mis beneficios en sufragar organizaciones solidarias.
            P.- ¿Sabe, señor Tartufo? Desconocía esta nueva forma de comprender y asimilar la libertad. Muchas gracias por abrirme su solidario corazón.
            Tart.- De nada, amigo, de nada.


                                   Vuelvo a París sin perder un instante, a oxigenarme en el Jardín de Luxemburgo, donde los alumnos del cercano liceo Fenelon pasean sus libros displicentemente, pero en absoluto ajenos a la sombra de Tartufo, que escudriña en sus bolsillos.
                                   “Bonjour, monsieur, ¿pourriez-vous me dire ou se trouve la Fontaine de Médicis?”, me pregunta un jovencito cuyos revoltosos rizos le enmarcan el rostro. “Oui, là-bas, à gauche”
                                   Gracias, muchacho, me has salvado el día.

Publicado en Diario Lanza el 24 de Octubre de 2011

lunes, 17 de octubre de 2011

Medea

Galería de Inmortales

           MEDEA
                                   Por: Francisco Chaves Guzmán

Pero cuando se ultraja a una mujer
en lo que concierne
a su lecho nupcial,
no hay alma más cruel que la suya.
(“Medea”, Eurípides)

                                   Abajo, las rosadas arenas de la legendaria Cólquide son bañadas por las aguas del mar Negro. Medea viste un sencillo y elegante traje de chaqueta, color hueso, con estrecha falda de tubo, que recuerda la moda francesa de los años sesenta. Estamos sobre una terraza de piedra, a la sombra de una parra, justo encima de la ensenada a la que hace tres mil años arribó la nave Argos, portadora de la mayor carga de héroes nunca conocida en la historia de los hombres ni de sus creaciones literarias.
                                   Medea tiene la mirada perdida entre las lejanas cumbres del Cáucaso, ariscadas e impenetrables como su propio pensamiento, quizás envuelto de nuevo por los miembros ardientes del inolvidable Jasón.


Medea.- Como verá, es cierto que volví a la patria de mis antepasados, de la que nunca debí partir.
Periodista.- A la patria que traicionó.
Med.- Los pecados de amor suelen ablandar el corazón de los dioses. Y son perdonados.
P.- ¿De amor o de lujuria?                                                 
Med.- ¿Qué sería del amor sin voluptuosidad?
P.- Sócrates y Platón pensaban que, privado de ella, el amor llegaba a su verdadera realización.
Med.- Esa es la filosofía de quienes vendieron la civilización griega a las hordas bárbaras.
P.- Usted era una bárbara.
Med.- Una bárbara que se civilizó entre las piernas de Jasón, al arrullo de sus murmullos de placer.
P.- Hasta que recuperó su primitiva crueldad.
Med.- Cuando a una mujer se la ultraja en lo concerniente al lecho nupcial, no hay alma más cruel que la suya. ¿Qué quiere, verme privada de la voluptuosidad de la vida?
P.- ¿No hay en usted otro pecado de soberbia?
Med.- No puedo soportar servir de escarnio a mis enemigos.
P.- Créame, señora, que yo no he venido aquí para escuchar versos de Eurípides.
Med.- Tiene usted razón, pero no puedo evitar el sacar a relucir mi vena teatral. Le debo mucho a Eurípides.
P.- Mas Eurípides sólo cuenta un momento de su vida, el más trágico y desgraciado.
Med.- ¿Quién se acordaría de mí, de una pobre mujer, si no hubiera matado a mis hijos?
P.- ¿No se avergüenza de ello?
Med.- Fue por amor.
P.- Solamente por venganza.
Med.- Porque eran los hijos de Jasón, el peor de los hombres, la más injusta de las criaturas.
P.- Usted llevaba la muerte por doquier. Y ese delito, el asesinato, es el más ingrato a los dioses.
Med.- Zeus me ayudó en mi venganza.
P.- Usted descuartizó a su propio hermano para poder saciar sus lascivos deseos con Jasón.
Med.- Es cierto. Apolonio de Rodas lo cuenta en su epopeya sobre la expedición de los Argonautas. No puede negarme que también lo hice por amor.
P.- Supongo que también por amor asesinó a Pelias, a Creonte, a Glauce, a Perses, y conspiró para matar a Teseo.
Med. - Gracias a todas esas acciones sigo viva en la memoria de las gentes. Y, además, gracias a ellas, contribuí a terminar con la dictadura de los hombres. He traspasado la barrera del tiempo para iluminar la pintura, la ópera e incluso el cine. Soy una auténtica heroína.
P.- Una heroína sanguinaria.
Med.- Que inspiró la extraordinaria música que Cherubini compuso en mi honor. ¿Ha oído a María Callas cantar alguna de aquellas maravillosas arias? Soy consciente de estar en perenne deuda con esa inigualable soprano, que paseó mi nombre por los mejores escenarios del mundo. Y no cabe duda de que también le inspiró a usted esta entrevista.
P.- ¡La Callas! También protagonizó una película.
Med.- ¡Sublime! La de Pasolini.
P.- Algo complicada de ver, con los asesinatos del rey y de la princesa repetidos.
Med.- Mire: Pasolini intentó zaherirme, sacando trapos sucios. Pero no contó con que yo asumo esos trapos como limpios. En esa película decidí volverme atrás de mi intención de dar muerte por medio del fuego de esas dos personas, ya que el fuego purificador debía ser guardado para un tercero.
P.- Para el criadito.
Med.- Para el criadito adolescente con quien mi marido jugueteaba a mis espaldas.
P.- ¿No eran, pues, celos de la hija del rey?
Med.- Según Pasolini, no son tan arrasadores como los otros. Según yo misma, tampoco.
P.- En ese caso, no entiendo por qué Eurípides nos hurtó esa información.
Med.- Porque en ese tiempo nadie hubiese comprendido que una mujer se sintiese ofendida por las aventuras efébicas de su marido.
P.- ¿No?
Med.- Se consideraba que los efebos no ponían en peligro la posición de la esposa ni la economía familiar. Sin embargo, otra mujer podía hacerlas saltar por los aires. Le recomiendo que lea, a este respecto, un ensayo de la historiadora Eva Cantarella, titulado Según Natura.
P.- Entonces, ¿qué le iba a usted en ello?
Med.- Me propuse reparar esa injusticia histórica.
P.- Así que Pasolini jugó a favor de Medea.
Med.- Son los efectos inesperados que conlleva toda acción. Lo que, en lenguaje coloquial se llama "salir el tiro por la culata". Usted mismo puede desencadenar, con sus entrevistas, ese tipo de efectos.
P.- Soy consciente de ello, pero me arriesgo.
Med.- Usted también cree en la insoslayabilidad de los procesos históricos.
P.- Que no se producen independientemente de la acción de los seres humanos. Por eso no me quedo fuera.
Med.- ¿Ve como se confunde al tildarme de criminal?
P.- No veo la necesidad de todas esas muertes, ni aún en el caso de que los fines pudiesen justificar los medios. Continúo creyendo que usted es una psicópata.
Med.- ¿Que no eran necesarias? ¿Sabe quién robó el Vellocino de Oro? ¿Lo sabe?
P.- Jasón, claro, con su ayuda. Pero no me extrañaría que fabricase una nueva argucia. ¿No fue Jasón?
Med.- Fui yo, ayudada por Jasón.
P.- ¿Usted?
Med.- Utilicé a Jasón como agente de mis propios intereses.
P.- ¿Y dónde se encuentra el Vellocino ahora?
Med.- Naturalmente aquí, en mis manos. Yo tengo el símbolo mágico del poder imperecedero.


                        En el horizonte occidental del mar en calma, el sol, alegoría de Zeus, abuelo de Medea y traicionado también por ésta, se esconde tal vez para siempre. Detrás de nosotros, por Oriente, Selene se levanta majestuosa y virginal.
                        Al despedirme de Medea, pienso dónde estará la verdad en este complicado rompecabezas. Tal vez escondida en cada una de las seis caras de cada uno de los infinitos cubos de madera que lo componen. Cae le tarde y, desde el Cáucaso, un viento gélido acerca el desgarrador lamento de Prometeo.

Publicado en Diario Lanza el 17 de Octubre de 2011