lunes, 16 de junio de 2014

El Nombre De La Rosa


ESPIRALES ELÍPTICAS
           El Nombre de la Rosa
                                         Francisco Chaves Guzmán

            El montaje teatral llevado a cabo por Garbi Losada y José Antonio Vitoria sobre “El Nombre de la Rosa” está a la altura en fuerza dramática, atributos estéticos y puesta en escena de la novela de Umberto Eco y de la película de Jean Jacques Arnaud. Lo que no es poco, pues novela y película son dos cumbres de la narrativa y del cine.
            Lo cierto es que la forzosa esquematización de la obra de Umberto Eco no le hace perder ninguno de sus valores, que, en todo caso, se potencian gracias a la cercanía y la inmediatez. En virtud de la velocísima sucesión de cuadros, confiriéndole un ritmo trepidante, los espectadores se encuentran irremediablemente envueltos en los asuntos que afrontan Guillermo de Baskerville y su pupilo Aldo de Melk, los dos religiosos franciscanos que intermedian entre los intereses políticos y religiosos.
 
 

            Cuando su labor se ve empañada por los ominosos asesinatos ocurridos en la abadía benedictina que da albergue a las delegaciones papal y real, el joven Aldo comprenderá ciertas cosas que van a iluminar el resto de su existencia: que el miedo es terreno en el que el poder construye su impunidad; que la manipulación de la realidad se encuentra en el origen del miedo; que los fundamentalismos individuales constituyen el sostén de los fundamentalismos colectivos, abriendo así  las puertas a la manipulación.
            En el escenario, las páginas de un libro gigantesco nos hacen saber, al abrirse, cómo la libertad está en función del conocimiento, cómo la risa es un arma de manumisión, cómo las artimañas de quienes ocupan el poder son siempre las mismas, aunque las formas sean circunstanciales; cómo el laberinto, universal y totalizador, con que nos desorientan para impedir el acceso a la comprensión de la realidad, debe ser destruido si se quiere obtener la sabiduría y a la verdad.
            Si algún “pero” se le puede poner, de lo que no está libre ninguna actividad artística, es el de haber potenciado la sexualidad de algunas escenas en detrimento del erotismo, omnipresente en las obras narrativa y cinematográfica. Cuestión que en “El Nombre de la Rosa” ni facilita la comprensión del espectador ni añade ningún nuevo dato, siendo precisamente el erotismo, no la sexualidad, lo que define la novela de Humberto Eco.

Publicado en Diario Lanza el 16 de Junio de 2014 

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