ESPIRALES ELÍPTICAS
La Gran BellezaFrancisco Chaves Guzmán
“La Gran Belleza”, último
largometraje del director italiano Paolo Sorrentino, es una película de
indudables valores estéticos, bien montada, con una banda sonora aceptable y
trabajos interpretativos de mucha enjundia.
En ella, un famoso escritor, al que
da vida magníficamente Toni Servillo, trata de retomar el camino del éxito y
sale en búsqueda de la gran belleza que le inspire y fortalezca, pero tras un
alocado periplo acaba confesando que no la ha encontrado por ninguna parte. Y,
en mi opinión, aquí estriba el gran valor de la película, en la denuncia
sistemática de una realidad en que todo se ha convertido en inconsecuente y
anodino.
Pienso que se equivocan quienes creen
que esta película es heredera del cine de Fellini. Allí existía una atmosfera
lúdica y vitalista para envolver con grandes dosis de humor los dislates en que
incurrían todos los habitantes del retablo, barroco al tiempo que surrealista,
que dibujaba cada película. Se daba por sabido entonces que aquel tipo de cine era
una danza interminable, donde cada personaje se ensamblaba con todos los demás
armoniosamente, en que se anunciaba un futuro más grato y divertido.
No es así en “La Gran Belleza”, en
la que ya no hay pasos de baile, sino grandes tropezones, y no por incapacidad
de Sorrentino, sino porque así la quiere el autor, desmembrada y triste, fría
como un témpano de hielo, donde el dislate provocador ha sido sustituido por la
mera estupidez de los involucrados, donde la sexualidad lúdica ha dado paso al
compulsivo sexo posmoderno, donde lo que se anuncia no es el nacimiento de un
halagüeño futuro, sino la muerte de un presente fallido e ignominioso.
Por momentos, “La Gran Belleza”
puede parecer una obra diletante, pretenciosa, vacía, insustancial. No es así. Los
diletantes y pretenciosos son los personajes que el “alter ego” del director,
el escritor interpretado por Toni Servillo, ha ido mostrándonos a lo largo de
la película, para lo que no ha tenido que echar mano de grandes dosis de
imaginación, porque pueblan las cloacas de todas las ciudades. Lo que es
imperdonable es la decisión de Sorrentino de llorar y tropezar con ellos en vez
de destruirlos a carcajadas, que es lo que con tanta maestría hizo Fellini.
Publicado en Diario Lanza el 30 de Junio de 2014