lunes, 17 de febrero de 2014

La Biblia de Neón

ESPIRALES ELÍPTICAS
              La Biblia de Neón
                                       Francisco Chaves Guzmán

            Cuando leí, hace ya bastantes años, “La Conjura de los Necios” me pareció un libro luminoso y corrosivo, en el que el sarcasmo habitaba entre sus páginas, creciendo en ellas, explorándolas en una reinvención de sí mismo. El sarcasmo convertido en una especie de héroe mitológico capaz de las mayores hazañas, que tomaba la forma de una bola demoledora para convertir en añicos las estructuras sociales que se pensaban de acero.  



            Lo que no hice entonces fue leer la otra novela de John K. Toole, “La Biblia de Neón”. Porque me dejé llevar por el prejuicio que la condenaba a entenderse como literatura juvenil. Y no sólo por estar dirigida a adolescentes, sino también por haber sido escrita por un adolescente. Ahora, superado el prejuicio, he tenido la suerte de saborearla como si de un manjar exquisito se tratase.
            Lo es, un manjar exquisito. No puede negarse que su autor era un muchacho de dieciséis años cuando la escribió, pero qué dieciséis años más bien aprovechados. Tampoco resulta imposible que un chaval de la misma edad nade en ella como pez refocilándose en la corriente, pero no cualquier chaval. Porque la novela es un río de aguas turbulentas del que únicamente pueden salir victoriosos los lectores expertos.
            “La Biblia de Neón” utiliza con absoluta maestría una falsa ingenuidad infantil para diseccionar, como en la mesa de un forense, los restos corrompidos de un pueblucho de la América Profunda. Un pueblucho en el que todo es falso, como la falsa ingenuidad del joven escritor, hasta las colinas de arcilla en que se levantan las nuevas urbanizaciones, hasta la Biblia de neón que el predicador ha mandado instalar en el tejado de su templo, hasta el patriotismo provinciano y excluyente de los lugareños, hasta el altruismo de las huestes puritanas, hasta la honestidad de los que tiran la primera piedra.

            John K. Toole, a los dieciséis años, tenía, en el plano meramente literario, la facultad de sugerir con auténtica maestría los diferentes escenarios en que se desarrolla la novela, haciéndolos perceptibles a los sentidos. Y la destreza para unir esos escenarios con una habilidad que arrastra al lector. Es inexplicable el por qué, en muchas bibliotecas, la “Biblia de Neón” está catalogada como literatura infantil. Tal vez por el mismo prejuicio que yo mismo tuve un día. 

Publicado en Diario Lanza el 17 de Febrero de 2014   

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