Pangloss
Francisco Chaves Guzmán
No quiero zaherir
la vanidad de nadie,
pero ruego
a las personas soberbias
que reflexionen
sobre este cálculo.
(Cándido, Voltaire)
Estamos en una posada cualquiera de cualquier cruce de caminos de nadie sabe qué país del mundo. Hay un silencio aterrador, a intervalos roto por un crujido que se diría provenir de las profundidades telúricas, pero que tal vez no sea sino la respiración forzada de una viga carcomida por las termitas. La llama de la vela que nos alumbra parece momificada, pues no hay ni un soplo de aire. Las bombas que caen por doquier producen un frío espectral que, de pie junto a nosotros, nos muestra los rasgos criminales de la violencia y de la soberbia.
Frente a mí, al otro lado de la mesa y de la vela, cuyas sombras acentúan las deformidades de su rostro macilento, Pangloss bebe pequeños sorbos de agua en un tazón resquebrajado.
Pangloss.- Convendrá conmigo en que es un regalo para los sentidos el disfrute de tanta tranquilidad, tanta paz.
El Periodista.- Debo advertirle que lo que usted designa como paz, para mí se llama guerra.
Pangloss.- No será usted otro de esos pesimistas que gozan chafándonos a los demás la alegría de vivir...
P.- No me considero tal.
Pangloss.- Entonces, ¿qué es usted?
P.- Me temo que en este momento creo ser, en contra de mi voluntad, corresponsal de guerra.
Pangloss.- ¡Ya está! El temor y la duda.
P.- Tengo algunas certezas, ¿sabe?
Pangloss.- Cíteme alguna.
P.- En primer lugar, tengo la completa seguridad de que esto es una guerra. Y en segundo lugar, que quienes, como usted, llaman paz a la violencia, son unos embaucadores.
Pangloss.- Eso es una necedad.
P.- ¿Una necedad tan grande como pensar que "todo está bien"?
Pangloss.- No saque de contexto la frase que Voltaire puso en mi boca. Siempre será mejor llamar paz a la guerra que guerra a la paz. Es más positivo. ¿No le parece?
P.- Lo mejor es llamar a cada cosa por su nombre.
Pangloss.- Olvida que los nombres de las cosas son convenciones inventadas por los humanos. Una matanza heroica sería lo mismo que una matanza salvaje si el interés general no les prestara un calificativo.
P.- ¡Ya! La guerra humanitaria.
Pangloss.- ¡Exacto! Como todo el mundo debiera saber, de las desventuras particulares nace el bien general.
P.- De modo que cuanto más abundan las desdichas, más se difunde el bien. ¿No es así?
Pangloss.- Veo que conoce profundamente a Voltaire. Pero tenga en cuenta que, al hacerme pronunciar esa frase, Voltaire trató de desprestigiarme; sin embargo, lo que consiguió es que usted conozca mejor mi filosofía que la de él.
P.- Se confunde. Lo que verdaderamente he aprendido es a desenmascarar a los conformistas.
Pangloss.- Tengo derecho a serlo. Y a insuflar mi pensamiento en las cabezas de mis alumnos.
P.- Pero no a cambiar arbitrariamente, con ánimo de crear confusión, las palabras que designan la realidad.
Pangloss.- Es usted un moralista.
P.- Por supuesto. Cuénteme qué ha sido de Cándido.
Pangloss.- Supongo que se encuentra no lejos de aquí.
P.- Diríase que usted y sus alumnos tienen propensión a vivir en una tierra en llamas. ¿A esto les conduce su filosofía?
Pangloss.- Y, sin duda, también marcha, en pos, como siempre, de la bien amada, de la sin par Cunegunda.
P.- ¿Aún?
Pangloss.- Siguiendo los dictados de la Naturaleza.
P.- ¿Puede la Naturaleza hacer desear tanta fealdad?
Pangloss.- Como bien sabe, todo es una cuestión de causas y efectos. Y la fealdad de Cunegunda no tiene sino efectos beneficiosos.
P.- Beneficiosos para el bien general, he de suponer.
Pangloss.- Acierta en la suposición pues, a veces, el bien general coincide con el bien particular.
P.- De su razonamiento deduzco que la fealdad de Cunegunda resulta beneficiosa para Cándido.
Pangloss.- Naturalmente. En primer lugar, impide que Cándido se líe a cornadas con sus celosos pensamientos. Y, además, sirve como prueba de virilidad, pues las mujeres bonitas pueden parecer apetitosas a los mismísimos eunucos.
P.- Estoy dispuesto a reconocer esa mayor virilidad si alguien acepta que yo tengo mejor buen gusto.
Pangloss.- Lo del buen gusto es una convención propia de intelectuales insatisfechos. Un amaneramiento. Puedo demostrarle que este cubículo en que nos encontramos es la más bella estancia sobre la faz de la tierra.
P.- No veo cómo.
Pangloss.- Puesto que las cosas no pueden ser de otra forma que como son, este es el lugar más bello y acogedor.
P.- Yo creo que sí pueden ser de otra forma.
Pangloss.- ¡Oh, un revolucionario! Siga, siga así, y terminará como terminan todos los revolucionarios.
P.- Las andanzas de usted, señor Pangloss, no parecen indicar que a los conformistas les aguarden vivencias más dichosas.
Pangloss.- Pero tenemos la ventaja de afrontarlas mejor, sabiendo como sabemos que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
P.- Ya veo lo que significa eso para usted. Que entre tormento y tormento, la única forma de hacer la vida soportable es trabajar sin razonar.
Pangloss.- Razonar es una carga tan pesada que sólo nosotros, los filósofos, tenemos espaldas para sufrirla.
P.- ¿Filósofo usted?
Pangloss.- Conseguí mi titulación en una Universidad alemana. No tiene importancia cual, pues todas, de cualquier tiempo y lugar, disputarían por tenerme en su claustro.
P.- ¡No me diga!
Pangloss.- Recuerde que la de Coimbra decidió que achicharrar a unos cuantos desheredados era un remedio seguro contra los terremotos.
P.- ¿Qué me quiere decir con eso?
Pangloss.- Que yo también soy la causa de un efecto.
P.- ¿De verdad cree toda esta patraña?
Pangloss.- Sepa que he padecido mucho, pero habiendo sostenido una vez que todo iba bien, seguiría sosteniéndolo aunque creyese lo contrario.
Ya fuera de la posada, soy testigo de un carnaval siniestro. ¡Cómo bailan alegremente la peste, la guerra, el hambre y la muerte! La música y la luz la ponen, en los cuatro puntos cardinales, los bombardeos humanitarios, que parecen inventados, también, en la Universidad de Coimbra.
Y pienso que tengo mala suerte, muy mala, al no comprender cuanta belleza y bondad hay en esta pacífica guerra. Al no estar dispuesto a participar en el espectral banquete de la victoria.
Publicado en Diario Lanza el 27 de Febrero de 2012