lunes, 1 de diciembre de 2014

Medianoche En París


ESPIRALES ELÍPTICAS
             Medianoche en París
                                                               Francisco Chaves Guzmán

            Algunas veces, no me cabe duda, también es bueno ir al cine con el ánimo dispuesto, simplemente, a pasar un buen rato. Lejos de los grandes temas filosóficos y sociales, que no debemos dar por superados pero sí momentáneamente aparcados. Para conseguirlo es preciso encontrar una película inteligente, bien diseñada, que nos ofrezca grandes placeres estéticos y que nos trate como a personas con la cabeza bien amueblada y no como consumidores de bazofia.

 
            Un ejemplo actual de tal tipo de cine lo encontramos en la ingeniosa “Midnight In Paris” (los distribuidores españoles decidieron respetar el título original), con la que el brillante Woody Allen retoma la senda de su cine más divertido e inteligente, proponiendo un viaje en el tiempo a los felices años veinte y, desde allí, en un doble bucle, una visita a la bohemia de los últimos románticos.
            Y así, tomando unos tragos por los tugurios de Montmartre y del Quartier Latin en noches frenéticas y delirantes, cruzar unas palabras con los grandes escritores de la época, comprender las visiones multiformes de las vanguardias, incluso observar la danza de algún torero hispano, pues allí estaban todos los que tenían algo que decir, en una república de las artes donde a nadie se le pedía su pasaporte ni el certificado de buenos modales.
            Y es de esta forma, a través de una comedia vertiginosa, que Woody Allen compara el París actual, abarrotado de turistas uniformados, con el de entonces, ocupado por artistas en trance y de donde los turistas puritanos huirían aterrorizados. Woody Allen muestra toda la nostalgia que siente por un tiempo definitivamente desaparecido. Pues ya se sabe que sí es posible sentir nostalgia por momentos y situaciones que nunca se han vivido.
            “Midnight In Paris” es una obra para los sentidos. La música, el jazz, inunda toda película. La fotografía de un París decadente llena el espíritu de belleza. Yo diría que se pueden oler las calles tras la lluvia y el humo de los cigarros, que la absenta quema las gargantas, que el espectador es capaz de sentir bajo sus dedos la textura de muebles y vestidos. Y que merece la pena aunque sólo sea por oír las palabras de aquellos creadores que cambiaron el arte y la literatura.

Publicado en Diario Lanza, de Ciudad Real, el 1 de Diciembre de 2014.

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