lunes, 3 de noviembre de 2014

El Bosque Del Lobo


ESPIRALES ELÍPTICAS
             El Bosque Del Lobo
                                          Francisco Chaves Guzmán

            Es muy comprensible que una comunidad se una para librarse del monstruo que acecha y que tal acción sirva para reforzar la cohesión de los individuos que la forman. Lo que plantea serias dudas morales radica en la fabricación del monstruo por ese grupo social con el fin de tener asegurado el momento catártico de su persecución. Mayores dudas aún ofrece el hecho de que se escoja a un niño para prepararlo desde su infancia en ese papel, un niño que se convence a sí mismo de su condición de malvado. Cuando el colmo de la maldad estriba en que familiares, amigos, vecinos y autoridades hayan trabajado al unísono para tener disponible al chivo expiatorio en el momento adecuado.
 

 

            Esta es la historia que en 1970 cuenta Pedro Olea en su película “El Bosque Del Lobo”, que consiguió despistar de forma milagrosa a la censura de la época con la ayuda de un guión perfectamente estructurado y de unas interpretaciones geniales. Una de ellas, la de José Luis López Vázquez, a quien por entonces se comenzaba a dar los papeles acordes con su talento que antes le había negado la industria cinematográfica.
            En “El Bosque Del Lobo” aparece un pueblo lleno de supersticiones, de odios, analfabeto y cruel, dispuesto a cualquier cosa por salvar sus tradiciones, entre las que está, naturalmente, la de tener un hombre lobo que los asuste sin pausa y que pueda ser ajusticiado en el momento oportuno. Y el pobre hombre lobo, interpretado por López Vázquez, que desde niño padece ataques epilépticos, comienza a creer las cosas terribles que de él se dicen, hasta convertirse en un desequilibrado capaz de los crímenes más absurdos y horrorosos que puedan imaginarse. Entonces la furia del pueblo se desata.
            Se dice que el mismísimo Carrero Blanco quiso prohibir la película una vez estrenada y que proyectó su ira contra los censores que no habían sabido ver los corolarios sociológicos y antropológicos. Y que no lo hizo, persuadido por sus consejeros, para evitar darle trascendencia y publicidad.
            Por mi parte, debo confesar que, cada vez que veo en los telediarios la venganza rugiente, el odio desmedido, la animalidad vocinglera, recuerdo la persecución del hombre lobo por aquella turba crédula y feroz.

Publicado en Diario Lanza, de Ciudad Real, el 3 de Noviembre de 2014

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