lunes, 22 de septiembre de 2014

Doce Hombres Sin Piedad


ESPIRALES ELÍPTICAS
            Doce Hombres Sin Piedad
                                                                  Francisco Chaves Guzmán

            No estaría de más en este momento volver a ver “Doce Hombres Sin Piedad”, la película que Sidney Lumet rodó sobre un texto de Reginald Rose en 1957. Yo tuve la suerte, cuando tenía doce años, de asistir pasmado a su proyección y puedo asegurar que condicionó mis gustos cinematográficos y mis posteriores convicciones éticas. En su defecto, también tenemos a mano la versión que en 1973 hizo Gustavo Pérez Puig. Ambos filmes se ciñen escrupulosamente a la obra original, tienen la cadencia adecuada y muestran interpretaciones memorables.
 
 

            “Doce Hombres Sin Piedad” tuvo la osadía de llamar por su nombre a temas tan escabrosos como la idoneidad del jurado, la manipulación de las pruebas, la exactitud de los testimonios, los prejuicios universales, los odios exacerbados, el desprecio hacia los más débiles, la manipulación mediática, las garantías procesales, la falta de espíritu crítico, las amenazas más o menos encubiertas al disidente, la inocencia culpable del individuo masificado o la personalidad puritana como fuente de derecho.
            Y si recomiendo revisitar este título no es por la nostalgia que aglutina a tantos cinéfilos, sino porque, lamentablemente, estas cuestiones han dado sus frutos en forma de parecidos o más peliagudos asuntos y porque los casi sesenta años transcurridos han servido, como máximo, para encalar la fachada. Sobra con poner el oído en los lugares públicos para conocer el concepto que del orden y de la justicia tienen algunos sectores. Y su desconocimiento sobre el papel que juegan las diferentes instituciones. De lo cual son culpables los demagogos que excitan los bajos instintos en lugar de la razón.
            La vida está judicializada. La presunción de inocencia deja paso a la presunción de culpabilidad. La privacidad es ya cosa del pasado, porque el derecho a la intimidad ha sido puesto en entredicho por los nuevos “cazadores de brujas”. Algunos medios de comunicación dan por sentado el carácter ilegal de conductas que no lo son. Se amplían las figuras delictivas, se ensalza el mamporro y la venganza...
            Estas son las razones para volver a ver “Doce Hombres Sin Piedad”, obra que nos enseña que la realidad depende, literalmente, del tipo de gafas con que se la mire.

Publicado en Diario Lanza el 22 de Septiembre de 2014

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