ESPIRALES ELÍPTICAS
Se Armó La De San
Quintín
Francisco
Chaves Guzmán
¿Qué circunstancias son necesarias
para que se arme la de San Quintín? Nadie conteste: es una pregunta retórica,
pues todo el mundo sabe, poco más o menos, con qué ingredientes se monta un
buen follón.
Además, lo que Nieves Concostrina
persigue en “Se Armó La De San
Quintín” no es la búsqueda científica ni filosófica de las causas últimas, sino
algo tremendamente más sencillo, aunque no esté al alcance de todos: ilustrar
con buen humor. Una variante jovial del enjundioso “enseñar deleitando”.
Pues Nieves Concostrina no es
solamente una escritora avezada en las sutiles artes del humor negro, el
silogismo rocambolesco o el ingenio acrobático, sino también una consumada prestidigitadora
, capaz de sacar de su chistera literaria prodigiosas palomas multicolores y
apabullantes fantoches casi mitológicos. Por tal razón, en este libro, segunda
parte de sus “Menudas Historias De La Historia ”, viene a dar testimonio de trescientos
hechos —unos graciosos, otros desgraciados— ocurridos a través de los siglos a
toda clase de personajes más o menos jocosos u odiosos.
A partir del medio técnico de una
prosa directa y afilada, la escritora se recrea, y nos recrea, en un viaje a
través de los despropósitos, disparates y jugarretas que eminentes capitostes
han llevado a cabo con naturalidad de bailarinas. El chiste y la ironía le
sirven para dejar desnudos, como en el cuento, a los petulantes que decían
vestir los lujosos atavíos de la valentía, el discernimiento, el altruismo o la
continencia. Y, así, permitir al lector mirar por el ojo de la cerradura de la Historia y ver a los
personajes tal cómo eran, lejos de la seriedad o el cretinismo, según los
casos, que les confieren los libros de texto.
La sátira y la sorna, la mordacidad
y la rechifla desplazan, pues, a los sesudos academicismos para enseñarnos que
todo suceso tiene múltiples dimensiones, que los entusiasmos deben ser
revisados a la luz de la letra pequeña, que los decretos son a veces dictados
por la adrenalina, que las seguridades pueden ser vencidas por una ligera
brisa. Y que los humanos, todos los humanos, sean reyes o poetas, comparten la
altura de miras con las asperezas a ras de suelo.
Publicado en Diario Lanza el 17 de Marzo de 2014
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