ESPIRALES ELÍPTICAS
Francisco
Chaves Guzmán
Cuando leí, hace ya bastantes años,
“La Conjura
de los Necios” me pareció un libro luminoso y corrosivo, en el que el sarcasmo
habitaba entre sus páginas, creciendo en ellas, explorándolas en una
reinvención de sí mismo. El sarcasmo convertido en una especie de héroe
mitológico capaz de las mayores hazañas, que tomaba la forma de una bola
demoledora para convertir en añicos las estructuras sociales que se pensaban de
acero.
Lo que no hice entonces fue leer la
otra novela de John K. Toole, “La
Biblia de Neón”. Porque me dejé llevar por el prejuicio que
la condenaba a entenderse como literatura juvenil. Y no sólo por estar dirigida
a adolescentes, sino también por haber sido escrita por un adolescente. Ahora,
superado el prejuicio, he tenido la suerte de saborearla como si de un manjar
exquisito se tratase.
Lo es, un manjar exquisito. No puede
negarse que su autor era un muchacho de dieciséis años cuando la escribió, pero
qué dieciséis años más bien aprovechados. Tampoco resulta imposible que un
chaval de la misma edad nade en ella como pez refocilándose en la corriente,
pero no cualquier chaval. Porque la novela es un río de aguas turbulentas del
que únicamente pueden salir victoriosos los lectores expertos.
“La Biblia de Neón” utiliza con
absoluta maestría una falsa ingenuidad infantil para diseccionar, como en la
mesa de un forense, los restos corrompidos de un pueblucho de la América Profunda.
Un pueblucho en el que todo es falso, como la falsa ingenuidad del joven
escritor, hasta las colinas de arcilla en que se levantan las nuevas
urbanizaciones, hasta la Biblia
de neón que el predicador ha mandado instalar en el tejado de su templo, hasta
el patriotismo provinciano y excluyente de los lugareños, hasta el altruismo de
las huestes puritanas, hasta la honestidad de los que tiran la primera piedra.
John K. Toole, a los dieciséis años,
tenía, en el plano meramente literario, la facultad de sugerir con auténtica
maestría los diferentes escenarios en que se desarrolla la novela, haciéndolos
perceptibles a los sentidos. Y la destreza para unir esos escenarios con una
habilidad que arrastra al lector. Es inexplicable el por qué, en muchas
bibliotecas, la “Biblia de Neón” está catalogada como literatura infantil. Tal
vez por el mismo prejuicio que yo mismo tuve un día.
Publicado en Diario Lanza el 17 de Febrero de 2014