jueves, 17 de febrero de 2011

El Poeta de las Cenizas

ESPIRALES ELÍPTICAS
                     
                        El Poeta de las Cenizas

                                                                      Por: Francisco Chaves Guzmán

            “El Poeta de las Cenizas”.  Este es el título que llevaba un monólogo autobiográfico escrito por Pier Paolo Pasolini, en verso libre, durante el año 1966. En esta especie de memorias hacía un repaso de su vida, no sólo literaria y artística, y anunciaba las obras que por entonces pretendía llevar a cabo en el futuro inmediato, con especial atención a los dramas que conformarían su Teatro de la Palabra. Para acabar confesando que lo que realmente le gustaría hacer “es huir al campo y allí dedicarme a componer música, la más alta expresión artística”.
            Pero Pasolini no estaba especialmente dotado para la música, por lo que nunca pudo dedicarse a esa vocación emergente. Y eso que en su extensa actividad creativa, conjunto de muy variadas ramas artísticas, era precisamente el sentido musical el denominador común que confería unidad al conjunto de su obra, en la que el ritmo constituía el rasgo inconfundible.
            Precisamente con este título, “El Poeta de las Cenizas”, Pasolini quería hacer referencia a su poemario “Las Cenizas de Gramsci”, ideario político y humano de una fuerza arrolladora, puede que la cumbre de su poesía, género que le abrió las puertas para llevar a cabo toda su obra artística posterior. O, tal vez, ese título fue una pulsión premonitoria, pues algunos de sus biógrafos intentan atribuirle esa habilidad basándose en el ritual de muerte que padece el cuervo profesoral de la extraña y prodigiosa película “Pajaritos y Pajarracos”.
            Premonitorio o no, Pasolini labraba su destino al escribir “El Poeta de las Cenizas”, donde arremetía con virulencia contra todos los estamentos del poder de la Italia de las mafias y las corrupciones, dejando desnudos, ante la atónita mirada de sus paisanos, a burgueses, políticos y eclesiásticos. Durante los diez años siguientes Pasolini fue un vendaval que hizo temblar instituciones, prejuicios y conformismos. Un vendaval que se convirtió en uno de los intelectuales más respetados, temidos y odiados.
            Cuando fue asesinado en la playa de Ostia, en 1975, había empezado a escribir “Petróleo”, un gigantesco retablo sobre las miserias económicas e ideológicas, del que sólo hemos heredado medio millar de páginas, pues el resto nos las robaron los sicarios que lo torturaron, del mismo modo que al viejo profesor de la citada “Pajaritos y Pajarracos”, entre el alborozo de los guardianes del orden establecido. Pero ese medio millar de páginas da una idea bastante exacta de quién era él y quiénes eran sus enemigos.
            Esta denuncia sistemática de la opresión y la manipulación constituye, asimismo, el alma de sus artículos periodísticos, que a partir de 1968 se convierten en referencia obligada por el impacto que suscitan. Es periodismo polémico, duro, cáustico, que provoca continuamente al sistema político y a las columnas sociales que lo sustentan.
            Para entonces su cabeza ya tiene precio y chacales de todos los colores se disputan sus cenizas. El oasis de la pintura, los oleos de vivos colores y las acuarelas de la vida cotidiana, compensados como partituras musicales, le sirven de reposo y le nutren de ritmo vital para continuar el camino hacia la inmolación.
            Pero la condena a muerte de Pasolini comienza a gestarse diez años antes. Cuando la publicación de sus novelas “Muchachos de la Calle” y “Una Vida Violenta” desata primero el furor, luego la ira y más tarde la sed de venganza. Pues ambas son retratos muy realistas de la vida en los suburbios, igual que “Mamma Roma”, que después llevaría al cine. Contar la verdad, sin veladuras ni artificios, era mucho más de lo que los intolerantes estaban dispuestos a tolerar.
            Y el cine. El humor multicolor y la alegría vital de “Trilogía de la Vida”. El tratado de las contradicciones que estimula “Teorema”. Los fundamentos reales y fingidos de los celos en “Medea”. El estudio filosófico del augurio, tan cercano a Shakespeare y Calderón, en “Edipo Rey”. La religiosidad no institucional de “El Evangelio según San Mateo”. La falacia como postura política en “Pocilga”. Los entresijos del arte en “El Requesón”. El cine como banderín de enganche de la libertad y de la rebelión.
            La orden de ejecución se produjo cuando en el universo pasoliniano se conjuntaron la publicación de una obra de teatro, “Calderón”, la filmación de una película, “Saló”, la edición de un libro de poemas, “La Nueva Juventud”, y la filtración de las primeras páginas de “Petróleo”.
            Las cenizas del poeta. De un poeta que, como el Ave Fénix, resurge de sus propias cenizas y alumbra la imaginación de nuevos lectores y espectadores, que hoy devoran con entusiasmo sus libros y sus películas buscando las claves que les permitan comprender los tortuosos caminos recorridos en el laberinto de la historia para llegar hasta aquí. 

Publicado en Diario Lanza el 16 de Febrero de 2011  

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