viernes, 21 de enero de 2011

Ejército de Salvación

ESPIRALES ELÍPTICAS


                              Ejército de Salvación

                                                      Por: Francisco Chaves Guzmán



            En mi anterior artículo cometí el error de adjudicar nacionalidad americana a una película inglesa
—“Oliver”, de Carol Reed—. Agradezco a los lectores que han señalado el gazapo, en sus mensajes a mi correo electrónico, las molestias que se han tomado. Pues, aunque las conclusiones que se derivaban de mi exposición no padecían merma, siempre es oportuno dejar las cosas en su justo punto. Quiero creer que la confusión se ha debido a una confluencia entre el exceso de confianza y un defecto de memoria.

            Pero como no hay mal que por bien no venga, al repasar mis notas por este motivo he topado con otro Oliver, en este caso Cronwell, que da nombre a la película que Ken Hughes filmó en 1969, destacable por su ritmo y ambientación pero discutible en lo relativo a la precisión histórica. Pues si bien Ken Hughes, en su “Cromwell”, retrata con veracidad las virtudes de valentía y arrojo que adornaron al personaje en su lucha contra la monarquía absoluta, también escamotea al lector las sombras del mismo.

          Veamos. Cromwell no sólo depuso y ajustició a Carlos I de Inglaterra en 1649, sino que su régimen republicano fue una dictadura tan fuerte como la del monarca, basada en los principios políticos del filósofo Hobbes, que eran los que alumbraban la monarquía absoluta. Es más, a su muerte lo sucedió su hijo Richard, en 1658, con lo que se mostró como un adelantado a su tiempo al instaurar la república hereditaria, moda que hoy se multiplica por diversos países de varios continentes. Su ideal político consistía en una mezcla entre el totalitarismo y el puritanismo, que llevó a su máximo grado al prohibir el teatro, el género literario que había sido gloria del barroco inglés. Claro que no sin causa, pues se dictaminó que el teatro era el caldo de cultivo de la relajación de la moral y las buenas costumbres.

          Cuando, en 1660, el pueblo se levantó contra la república y aclamó como rey a Carlos II, hijo del anterior monarca, los puritanos fueron perseguidos y, en número considerable, emigraron a las colonias inglesas de América del Norte, donde configuraron el actual puritanismo americano. De éste, la expresión más folclórica, pero no la más inocente, la han constituido las Damas del Ejército de Salvación. Su intolerancia y fundamentalismo se han reflejado en el cine en gran cantidad de películas, pero en dos de ellas se ha hecho en todo su horror y crudeza. Se trata de los filmes “La Herencia del Viento”, de Stanley Kramer, y “La Pequeña”, de Louis Malle, en las que el fanatismo religioso y político, hermano gemelo del fanatismo racista del Ku Klux Klan, se muestra en todos sus componentes de odio y violencia.

          Claro está que el puritanismo de Cromwell no es una singularidad histórica, sino que ha estado enraizado a través de los siglos en todas las sociedades que han entronizado la intransigencia. Ya Platón, en “La República”, sostenía la necesidad del autoritarismo como salvaguarda del estado y aconsejaba a su discípulo Dión de Siracusa su puesta en práctica en el gobierno de Sicilia. Tal vez a esto deba Platón ser el filósofo de la antigüedad más respetado en el mundo moderno.

         Desde luego las prohibiciones jamás son gratuitas, sino que se deben a justificadas circunstancias, como las de Cromwell con el teatro en pro de las buenas costumbres. Como la del sapientísimo Alfonso X, que basó la prohibición de las relaciones homosexuales en que eran las causantes de las sequías y los terremotos, tal y como figura en “Las Partidas”, código penal que legó a la humanidad. Como la de la carne de cerdo, nefando animal que no era grato a los dioses —hubo que esperar cientos de años para que el antropólogo cultural Marvin Harris mostrase las razones auténticas en su ensayo “Vacas, cerdos, guerras y brujas”, un lujo del pensamiento—. Como la de las patatas en Europa central durante el siglo XVIII, por sus propiedades alucinógenas—que sirvió para salvaguardar los intereses de los aristócratas terratenientes que cultivaban cereales y no querían la competencia del tubérculo—. Como la de la Ley Seca americana, que se promulgó como cortafuegos contra el crimen—y provocó el reinado del crimen y de las mafias—. Las racionalizaciones se han convertido siempre en la coartada de las decisiones políticas controvertidas. Decisiones políticas que no podrían llevarse a cabo sin un anterior amansamiento y adoctrinamiento de una parte de la opinión pública, parte proclive a obligar a los demás, y a sí mismos, a desfilar bajo las horcas caudinas.

         Y los prohibicionistas de todas las latitudes cuentan siempre con el apoyo beligerante del Ejército de Salvación, sea cual sea su nombre y parafernalia en cada momento histórico. Ejército que dedica sus esfuerzos a salvarnos a todos del pecado, del delito, del vicio, de la enfermedad, de la locura, de la muerte, de la risa, del llanto, de los sueños, de los placeres. Y de Epicuro, el filósofo maldito.

Publicado en Diario Lanza el 21 de Enero de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario