jueves, 27 de enero de 2011

Sara Avisón

          Sara Avisón se ha metido en el bolsillo a los espectadores del programa “Cerca de ti” y ha logrado clasificarse para participar en el programa “A tu vera”.
          Sara, que une a su voz melodiosa y llena de registros una especial capacidad interpretativa, muestra un excelente grado de empatía con los personajes de las canciones. Y eso, en la copla, es fundamental, pues en el género de la emotividad ser capaz de transmitir emociones significa tener al público ganado.
          Su carácter fuerte, su simpatía desbordante y sus ojos brillantes complementan su retrato de artista, ahora en plena evolución y llena de expectativas que se corresponden con su talento.
          Pues lo mejor está por llegar.

viernes, 21 de enero de 2011

Ejército de Salvación

ESPIRALES ELÍPTICAS


                              Ejército de Salvación

                                                      Por: Francisco Chaves Guzmán



            En mi anterior artículo cometí el error de adjudicar nacionalidad americana a una película inglesa
—“Oliver”, de Carol Reed—. Agradezco a los lectores que han señalado el gazapo, en sus mensajes a mi correo electrónico, las molestias que se han tomado. Pues, aunque las conclusiones que se derivaban de mi exposición no padecían merma, siempre es oportuno dejar las cosas en su justo punto. Quiero creer que la confusión se ha debido a una confluencia entre el exceso de confianza y un defecto de memoria.

            Pero como no hay mal que por bien no venga, al repasar mis notas por este motivo he topado con otro Oliver, en este caso Cronwell, que da nombre a la película que Ken Hughes filmó en 1969, destacable por su ritmo y ambientación pero discutible en lo relativo a la precisión histórica. Pues si bien Ken Hughes, en su “Cromwell”, retrata con veracidad las virtudes de valentía y arrojo que adornaron al personaje en su lucha contra la monarquía absoluta, también escamotea al lector las sombras del mismo.

          Veamos. Cromwell no sólo depuso y ajustició a Carlos I de Inglaterra en 1649, sino que su régimen republicano fue una dictadura tan fuerte como la del monarca, basada en los principios políticos del filósofo Hobbes, que eran los que alumbraban la monarquía absoluta. Es más, a su muerte lo sucedió su hijo Richard, en 1658, con lo que se mostró como un adelantado a su tiempo al instaurar la república hereditaria, moda que hoy se multiplica por diversos países de varios continentes. Su ideal político consistía en una mezcla entre el totalitarismo y el puritanismo, que llevó a su máximo grado al prohibir el teatro, el género literario que había sido gloria del barroco inglés. Claro que no sin causa, pues se dictaminó que el teatro era el caldo de cultivo de la relajación de la moral y las buenas costumbres.

          Cuando, en 1660, el pueblo se levantó contra la república y aclamó como rey a Carlos II, hijo del anterior monarca, los puritanos fueron perseguidos y, en número considerable, emigraron a las colonias inglesas de América del Norte, donde configuraron el actual puritanismo americano. De éste, la expresión más folclórica, pero no la más inocente, la han constituido las Damas del Ejército de Salvación. Su intolerancia y fundamentalismo se han reflejado en el cine en gran cantidad de películas, pero en dos de ellas se ha hecho en todo su horror y crudeza. Se trata de los filmes “La Herencia del Viento”, de Stanley Kramer, y “La Pequeña”, de Louis Malle, en las que el fanatismo religioso y político, hermano gemelo del fanatismo racista del Ku Klux Klan, se muestra en todos sus componentes de odio y violencia.

          Claro está que el puritanismo de Cromwell no es una singularidad histórica, sino que ha estado enraizado a través de los siglos en todas las sociedades que han entronizado la intransigencia. Ya Platón, en “La República”, sostenía la necesidad del autoritarismo como salvaguarda del estado y aconsejaba a su discípulo Dión de Siracusa su puesta en práctica en el gobierno de Sicilia. Tal vez a esto deba Platón ser el filósofo de la antigüedad más respetado en el mundo moderno.

         Desde luego las prohibiciones jamás son gratuitas, sino que se deben a justificadas circunstancias, como las de Cromwell con el teatro en pro de las buenas costumbres. Como la del sapientísimo Alfonso X, que basó la prohibición de las relaciones homosexuales en que eran las causantes de las sequías y los terremotos, tal y como figura en “Las Partidas”, código penal que legó a la humanidad. Como la de la carne de cerdo, nefando animal que no era grato a los dioses —hubo que esperar cientos de años para que el antropólogo cultural Marvin Harris mostrase las razones auténticas en su ensayo “Vacas, cerdos, guerras y brujas”, un lujo del pensamiento—. Como la de las patatas en Europa central durante el siglo XVIII, por sus propiedades alucinógenas—que sirvió para salvaguardar los intereses de los aristócratas terratenientes que cultivaban cereales y no querían la competencia del tubérculo—. Como la de la Ley Seca americana, que se promulgó como cortafuegos contra el crimen—y provocó el reinado del crimen y de las mafias—. Las racionalizaciones se han convertido siempre en la coartada de las decisiones políticas controvertidas. Decisiones políticas que no podrían llevarse a cabo sin un anterior amansamiento y adoctrinamiento de una parte de la opinión pública, parte proclive a obligar a los demás, y a sí mismos, a desfilar bajo las horcas caudinas.

         Y los prohibicionistas de todas las latitudes cuentan siempre con el apoyo beligerante del Ejército de Salvación, sea cual sea su nombre y parafernalia en cada momento histórico. Ejército que dedica sus esfuerzos a salvarnos a todos del pecado, del delito, del vicio, de la enfermedad, de la locura, de la muerte, de la risa, del llanto, de los sueños, de los placeres. Y de Epicuro, el filósofo maldito.

Publicado en Diario Lanza el 21 de Enero de 2011

domingo, 16 de enero de 2011

Javi López

        Javi López ha estrenado en el Teatro Quijano la película “Marisa”, una tragicomedia de la vida cotidiana.

       En “Marisa” hacen acto de presencia de nuevo las mejores cualidades del Javi López cineasta. Por una parte, el sentido del humor, trufado de blanco y negro, de una enorme inteligencia. De otra, la calidad técnica, que le sirve para ofrecer un producto de muy bella factura.
       También es necesario referirse a su personal interpretación de la pintura de Friedrich, que me parece valiente y divertida.
       Sin olvidar a los actores, cuyas interpretaciones están a la altura de la dirección.

miércoles, 12 de enero de 2011

El Hombre de la Mancha

ESPIRALES ELÍPTICAS

          El Hombre de la Mancha

                                                 Por: Francisco Chaves Guzmán

        Ver a Peter O’Toole en el papel de Don Quijote es un espectáculo grandioso. Ver a Sofía Loren en el papel de Dulcinea no le va a la zaga. Verlos juntos en la película musical que dirigió Arthur Hiller en 1972 es un menú digno de sibaritas. Oírlos cantar los temas que propuso el compositor Lawrence Rosendhal es una delicia estética. Pero la película “El Hombre de la Mancha” es más: un ritmo perfecto, un montaje minucioso y un guión repleto de guiños inteligentísimos.
        Hay que decir que a los puristas cinematográficos y cervantinos no les convenció del todo la película. A los primeros porque no respetaba la estructura fílmica propia de Hollywood. A los segundos porque la personalidad del Quijote de O’Toole no se adaptaba a las glosas canónicas. Nada nuevo: todo el cine que tiene a Don Quijote como protagonista ha sido tildado, como mínimo, de decepcionante y malogrado. Antes y después que Arthur Hiller ya sufrieron de incomprensión Pabst (1932), Adlon (1979), Kosintsev (1957), Gutiérrez Aragón (1991), Rafael Gil (1947) y hasta el mismísimo Orson Welles.
   Nacen estas consideraciones del maratón de cine musical a que me he sometido gustoso durante los últimos días. Añadiré que soy un aficionado fiel, pero crítico, del cine musical americano, sobretodo del que Hollywood ha sabido durante décadas fagocitar de la invención artística de los compositores y escenógrafos de Broadway.
        Desgraciadamente, nunca he asistido a una representación en Broadway, por lo que carezco de elementos de juicio que me permitan valorar el glamour, la estética rutilante y los profundos embelesos de que hablan los iniciados (lo que tampoco tiene importancia, porque carezco de afecto hacia el “american way of life” y jamás me he planteado visitar aquellas tierras).
        Así que lo único que conozco de Broadway son las copias en audio de sus grandes éxitos y los remakes estrenados en la Gran Vía madrileña, que me han dejado más frío que caliente. Eso y los gloriosos transplantes que los cirujanos de Hollywood han llevado a cabo de la práctica totalidad de los musicales que allí nacieron.
       Y puedo decir que en estos transplantes sí he encontrado emociones fuertes y duraderas, profundidades soterradas, placer estético que lleva casi a la levitación, interpretaciones magistrales, la inmensa fuerza de las canciones aparentemente intranscendentes, ruinas brillantes, inmensos espacios vacíos.
        Incluso de algunas obras bien edulcoradas, que no constituyen precisamente el subgénero de mis preferencias, es posible entresacar instantes deliciosos. Por ejemplo, es inenarrable escuchar cantar a Louis Armstrog “Hello Dolly”, la canción que da título a la película del mismo nombre. Y también oír a Christopher Plumier en “Edelwais”, del film “Sonrisas y Lágrimas”, que te hace caer rendido ante los múltiples encantos de la familia Trapp de esta versión cinematográfica.
        Pero mis gustos personales transitan otros caminos menos trillados, menos acaramelados. Cercanos a la insumisión, a lo estrafalario, a lo iconoclasta, a la rebeldía, a lo que pone en entredicho los más firmes principios, las verdades eternas, las convenciones sociales, las cobardías individuales.
        Estas razones son las que me llevan a considerar “La Leyenda de la Ciudad sin Nombre” mi musical favorito. Esta película, que estuvo a punto de provocar la ruina de la Paramount a causa del boicot a que fue sometida en Norteamérica, y que salvó los muebles económicos en el sur de Europa, es una mezcla de alegría y optimismo, en la que Lee Marvin es a la vez la representación de la ternura y de la malicia absolutas. Otro ejemplo podría ser el de “Cabaret”, de Bob Fosse, en la que, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo, se muestran las pasiones humanas en toda su crudeza. Y el “Oliver” de Carol Reed, donde, bajo la apariencia del melodrama, se ridiculiza de mil maneras la hipocresía y los ritos de una sociedad enferma.
         A este tipo de cine pertenece “El Hombre de la Mancha”. Arthur Hiller, su director, hace, como Cervantes, una crítica feroz del ensamblaje social, pero no se limita a copiar, sino que crea una nueva atmósfera, con el aire fresco necesario para que la figura del Quijote siga deshaciendo entuertos, atacando fantasmas absolutamente reales.
         En general, el cine musical no tiene buen cartel en España, igual que no lo tienen las adaptaciones del Quijote. Pero ambas cosas tienen elementos estéticos e ideológicos que las hacen imprescindibles. Los mitos necesitan reinterpretarse continuamente para demostrar que siguen vivos.

Publicado en Diario Lanza el 15 de Diciembre de 2010

sábado, 8 de enero de 2011

Ángel Romera

  
            La edición crítica de la Obra Dramática Completa de Félix Mejía, a cargo de Ángel Romera, ha visto al fin la luz. Acaba de ser editada en la Biblioteca de Autores Manchegos, colección de la Diputación Provincial de Ciudad Real.
            Tras años dedicados a la investigación del autor decimonónico, Ángel Romera culmina uno de los retos intelectuales a que dedica su vida, después de haber publicado con anterioridad la edición crítica de la Autobiografía de Juan Calderón.
            Las obras de Félix Mejía, que se habían perdido en su totalidad, han sido rescatadas del olvido gracias a Ángel Romera, que las ha encontrado en bibliotecas de América del Norte y Central.
            Félix Mejía, político y escritor revolucionario del siglo XIX, vuelve a su tierra casi doscientos años después, tras haber sido censurado, perseguido y expulsado de ella.
Justicia Histórica.