El Poeta Ensimismado
Por: Francisco Chaves Guzmán
A veces, los versos fluyen del poeta con la naturalidad de las cosas cotidianas, sin visible esfuerzo, mansamente unos días, estrepitosos otros, entre gritos y susurros, con la sonoridad de una cascada o con la paz de un remanso.
Así es la poesía de Damián Manzanares, palabras en enjambre dibujando cabriolas, que parecen seguir la “Preceptiva Poética” de León Felipe. Porque su poesía nace de un interno fulgor, de una pulsión ignota que utiliza el verso como vehículo, las palabras como cauce y las ideas como mapa. Pero no es verso, ni palabra, ni idea, sino una necesidad vital que se manifiesta a su través.
Esta es la razón por la que yo no veo en Damián Manzanares lo que algunos críticos ven o dicen ver: un poeta social, un poeta amoroso, un poeta místico. No. Yo en Damián Manzanares sólo encuentro un poeta. Un poeta ensimismado, exiliado en sí mismo. Que vive, sueña y ama al albur de la poesía. En la que su pensamiento, sus lágrimas y su manera de estar son ya poesía.
Esta materialización, que no es su poesía, sino la expresión externa de ella, es la que se sirve de la técnica para darla a conocer y crear un puente codificable que la acerque al lector.
Ahí nace su total desapego por la rima, que utiliza en contadísimas ocasiones, como si la considerase una forma ajena a la poesía, una simple aliteración malabarista que otros emplean para captar y encantar al lector, que se vería atrapado en sus redes. Por el contrario, el ritmo que impone a sus poemas está profundamente estudiado, tal vez porque piensa que música y poesía comparten idénticos principios de belleza y vigor: la versificación en diverso metros, del bisilábico al alejandrino, le sirve para expresar diversos estados de ánimo, alegría y tristeza, esperanza y abatimiento, excitación y mesura. Porque su poesía intimista es un compendio de pasiones, dudas, heroísmo, amor, virtud, tropiezos. Un tobogán de percepciones y sensaciones que lo catapulta a la trascendencia.
Todo ello es factible encontrar en las páginas de su trilogía Aires Nuevos, que es mi preferida, compuesta por los libros Río de Cielo, En tu regazo y Loas a Vela. Y también en sus posteriores poemarios De celestes amores y Poemas blancos, este último magníficamente prologado por Mari Carmen Matute.
Creo objetivo añadir que estas líneas son, también, un homenaje a nuestra inveterada amistad. Una amistad no basada en las coincidencias, sino en el mutuo respeto a trayectorias bien diferentes y bifurcantes. Una sana amistad, en las antípodas del amiguismo clientelista.
Publicado en Diario Lanza el 20 de Julio de 2009