ESPIRALES ELÍPTICAS
Almodóvar y el Psicoanálisis
Por: Francisco Chaves Guzmán
El Nuevo Centro para el Psicoanálisis, dependiente de la Universidad californiana de Los Ángeles, analiza en la actualidad las películas de Pedro Almodóvar, tratando de desvelar sus componentes ocultos, sus reminiscencias infantiles, las fantasías, las angustias, las contradicciones y el laberinto de su pensamiento. Nada nuevo: la misma institución ha llevado a cabo otros programas monográficos sobre varios cineastas. Y los debates en los cine-clubs siempre han tenido como componente esencial la búsqueda del alma de la obra.
En realidad, esto viene de muy atrás. Ya en la Grecia clásica los baqueteados humanos que pedían consejo al oráculo de Apolo recibían una respuesta cifrada para cuya descodificación necesitaban la ayuda mediadora de un mago. Del mismo mago que también descubría el simbolismo de los sueños.
Tuvieron que pasar más de dos mil años para que este trabajo pasase de los magos a los hombres de ciencia. Para que Sigmund Freud explicase los mecanismos oníricos en “La Interpretación de los Sueños” y que Wilhelm Reich aclarase muchos aspectos del hombre acorazado en “Análisis del Carácter”. Fue el propio Freud quien, en “Psicoanálisis del Arte”, puso la primera piedra para estos estudios que ahora lleva a cabo la Universidad de Los Ángeles. Y, en la actualidad, la investigación más avanzada en materia artística sigue este camino, en el que resultan paradigmáticas obras de dos eminentes ensayistas americanos, James Saslow, autor de “Ganímedes en el Renacimiento”, y John Symonds, autor de “Vida de Miguel Ángel Buonarroti”.
Deberíamos ahora preguntarnos cuál es la finalidad de estos estudios y la razón por la que son necesarios. Está claro que su objetivo es el conocimiento completo y profundo de la obra, buscando con especial énfasis los mecanismos psicológicos y sociológicos que la enmarcan, es decir, el contexto capaz de explicarla en su integridad. En cuanto a la necesidad, viene determinada porque el mensaje de un autor está manipulado por el mismo autor, que da por ya sabidas ciertas informaciones y que oculta, tras el capote de lo manifiesto, la parte latente de su discurso, que suele ser la más importante.
Con esta misma finalidad ha tomado cuerpo una nueva disciplina universitaria, llamada “Análisis de Contenido”, que desmenuza las partes de un discurso cualquiera para desentrañar lo oculto, lo no dicho que forma parte de todo mensaje. El ensayo de Laurence Bardin, que toma el título de la nueva disciplina, “Análisis de Contenido”, es un magnífico manual que enseña a navegar por estos procelosos océanos.
Desde luego, este análisis va más allá de ser un instrumento dedicado al estudio de las artes plásticas y es susceptible de ser utilizado para interpretar cualquier tipo de comunicación, sea esta filosófica, histórica, política, periodística e, incluso, en las meras relaciones profesionales o amistosas. Y está basado en el principio fundamental que utilizó Freud para el estudio de los sueños: que la parte de ellos que se recuerda es solamente un engaño que sirve para camuflar la parte no recordada, que es la significativa.
En las décadas centrales del siglo pasado dos eminentes filósofos españoles comenzaron a utilizar conceptos premonitorios a este respecto. En su “Biografía de la Filosofía”, Julián Marías expone con toda claridad que el pensamiento está mediatizado por componentes históricos, que lo modulan. Y Ortega y Gasset, en “Origen y Epílogo de la Filosofía”, enseña que la visión de un objeto sólo nos muestra una parte de su realidad. O sea, que todo es relativo, lo cual ha sido el principio de las ciencias físicas y sociales de las últimas décadas y que hoy sufre los furiosos embates del fundamentalismo político, religioso y social.
En este escenario se enmarca la investigación con que la Universidad de Los Ángeles pretende llegar a los elementos preconscientes y subconscientes que sirven de contexto real a la obra cinematográfica de Pedro Almodóvar.
Pero no es la primera vez que Almodóvar es sometido a este tipo de indagación. Ya a mediados de los años ochenta, con motivo de una multitudinaria rueda informativa que ofreció en el cine Quijano, tuvo que aguantar que uno de los espectadores le enumerase una serie de relaciones ocultas que asomaban entre los fotogramas de sus películas. El espectador era yo mismo. Y, como ambos éramos aún jóvenes e impulsivos, organizamos un buen rifirrafe delante de un auditorio de medio millar de personas. Hoy, en las cercanías de la edad provecta, ninguno de los dos repetiría tan desafortunada actuación. Ni yo me atrevería a ofrecer una serie de datos que no estaban contrastados, ni él a responder desaforadamente.
Hoy me limitaría a decir que su cine es técnica y estéticamente irreprochable, pero que no comparto el sustrato emocional que lo anima. Es decir, que me estimulan sus significantes, pero no sus significados.
Publicado de Diario Lanza el 14 de Abril de 2011
miércoles, 20 de abril de 2011
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