ESPIRALES ELÍPTICAS
El Rey de los Alisos
Por: Francisco Chaves Guzmán
Las dificultades que a veces se tienen para comprender lo que en apariencia son inaprensibles cabriolas de un texto poético, o de una obra artística en general, están determinadas por nuestra negativa a reconocerles su condición de seres vivos. Que, como estos, nacen, crecen, se multiplican y mueren. Sólo que la muerte de la obra de arte no viene determinada por su desaparición física, sino por su incapacidad para crear nuevas formas en los talleres mentales de nuevos artistas. En el mundo del arte, como en el neo darwinismo, la selección natural no implica únicamente supervivencia, sino también aptitud reproductiva.
Esto quiere decir que el tono vital de una novela o de un poema no depende en exclusiva del número de ediciones que se publiquen, sino, sobretodo, de su capacidad para engendrar descendientes artísticos.
Estas incipientes reflexiones sirven aquí para enmarcar la peripecia de una obra escrita en su juventud por Wolfgang Goethe. Que no es su “Fausto” ni su “Werther”, justamente conocidas y reconocidas por cuantas generaciones de lectores han aparecido durante doscientos años. Sino un pequeño poema, en forma de balada, que llevaba por título “El Rey de los Alisos”. En él Goethe defiende la vida como aventura personal sin límites. La muerte, que el padre del protagonista asume como real, significa la emancipación del hijo adolescente. Y también denuncia que el exceso de vigilancia y burbuja aséptica lleva a la ruina física, moral e intelectual.
Hay que hacer notar que prácticamente al mismo tiempo Hölderlin escribía su “Hiperión”, una de las cumbres de la poética romántica, donde defendía asimismo la aventura y el riesgo como formas naturales de la existencia. Y que un siglo más tarde Sigmund Freud utiliza la muerte como símbolo orgásmico y señala a la madre sobreprotectora —el entramado social— como promotora del apocamiento de los jóvenes.
Pero no es hasta 1970 que un emergente novelista francés recibe la llama que había prendido el poeta alemán. En efecto, Michel Tournier escribe entonces la novela “El Rey de los Alisos”, homónima de la balada alemana, en cuyas páginas reconoce expresamente haber sido inspirado por los versos de Goethe y que le vale el premio Goncourt. Es más, en la mayor parte de sus novelas posteriores está presente el espíritu que animaba aquella balada romántica, como ejemplifican “Los Meteoros” y, sobretodo, “La Gota de Oro”, cuyo alto contenido poético la convierte en una de las referencias ineludibles de la letras francesas del siglo XX.
De esta forma se rescata del olvido un poema “menor”, desdeñado por críticos y filólogos durante casi doscientos años, de un poeta “mayor”.
Y se pone en funcionamiento el molino de la historia y del arte, en el que se amasa la semilla de la genialidad y de la sensibilidad, esparciendo a los cuatro vientos las sutilezas y argucias de los encantadores de palabras.
Esta es la razón por la que sólo un año después el cineasta Louis Malle lleva a la pantalla “Un Soplo en el Corazón”, cuyo motivo fundamental es precisamente la balada de Goethe. Aunque los críticos tienden a desviar la atención del espectador hacia las anécdotas incestuosas que abren y cierran la película, estas no son nada más que prolegómenos y corolarios de un tríptico en el que el plano central es “El Rey de los Alisos”. No en vano Louis Malle tiene una especial sintonía con la adolescencia y está considerado como un gran director de actores jóvenes, como demuestra con suficiencia en “Zazie en el Metro”, “La Pequeña”, “Lacombe Lucien” y “Adiós Muchachos”.
En 1976, el pedagogo, también francés, René Scherer utiliza la balada de Goethe como fundamento de su ensayo “Álbum Sistemático de la Infancia”, en el que arremete fieramente contra el sistema educativo del mundo occidental, al que acusa de responsable de la estulticia y de domesticador implacable. Porque piensa, como Bertolt Brecht, que “no hay enemigo más peligroso para el elefante selvático que el elefante domado”.
Y, en una especie de justicia poética universal, el cineasta germano Volker Schlöndorff adapta para la pantalla la citada novela de Michel Tournier, bajo el nombre de “El Ogro”, devolviendo así “El Rey de los Alisos” a sus raíces alemanas. En una variedad de pirueta elíptica, que es como suelen expresarse los sujetos históricos.
Tal vez no sea necesario añadir que yo, alcanzado por el oleaje causado por el renacimiento de un poema, me convierto en brizna de hierba que las ondas acarician para tomar, aunque sea muy levemente, una nueva dirección.
Publicado en Diario LANZA el 19 de Julio de 2010
sábado, 31 de julio de 2010
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