ESPIRALES ELÍPTICAS
Francisco Nieva, Príncipe de Pantaélica
Por: Francisco Chaves Guzmán
Estábamos en plena transición política cuando fui espectador, en un local casi clandestino valenciano, de una representación teatral, a cargo de un grupo aficionado de Elche, que me dejó entusiasmado. La obra se llamaba “El Monje Entreverado” y el cartel anunciador no hacía referencia alguna a su autor.
Meses después, en el transcurso de un viaje a la ciudad de Elche—viaje artístico, político y amoroso, constelación perfecta en los tiempos que corrían—supe que el dramaturgo responsable de “El Monje Entreverado” se llamaba Francisco Nieva y que el verdadero título de la obra era “Coronada y el Toro”, siendo el monje entreverado nada más que uno de sus personajes.
Supe también que el disfraz nominativo con que se presentaba la obra de teatro no se debía sólo al intento de burlar la censura, sino también al propio autor, que era muy celoso de sus creaciones y nada propenso a permitir que nadie las llevase a escena sin su directa supervisión. Comprendo y comparto las razones de Francisco Nieva a ese respecto, pero la verdad es que la puesta en escena a la que asistí era un magnífico espectáculo teatral y que gracias a ella me convertí en infatigable seguidor del autor. Pues he de confesar que, en aquel momento, yo no tenía la menor idea de quien pudiera ser el tal Francisco Nieva.
Con el paso del tiempo —el Tiempo, ese gran aliado de los buscadores de tesoros, de tesoros auténticos, no los inservibles del oropel y la quincallería— descubrí que “Coronada y el Toro” no era un casual estallido de luz, sino que formaba parte de un cuerpo artístico armonioso con el que resultaba por completo consecuente. Y la publicación de su “Teatro Completo”, en 1991, constituyó un festín propio de sibaritas capaces de administrar con tiento sus exquisitas delicias. Exquisitas por la rotundidad con que se mezclan ingredientes de diversa naturaleza. Donde el texto es un jardín de singularidades lingüísticas en el que se refocilan creativamente los giros nacidos espontáneamente en la calle y el discurso reglado de las academias.
El teatro de Francisco Nieva supone la abolición de las convenciones morales, el trastrocamiento de los roles a cada cual adjudicados. No existen diferencias entre el comportamiento de los nobles y de los criados, entre los vicios de los supuestamente honorables y de los supuestamente degenerados, entre los grandes gestos de los dirigentes y el egoísmo rampante de los súbditos, entre la luminosidad engreída del ave fénix y las sombras siniestras de la rata de alcantarilla. Supone, en definitiva, mostrar en público las endebleces ideológicas, los auténticos bajos instintos, la palabrería vacua, los disfraces con que se oculta la realidad y las tristes miserias de los que se creen protegidos por la fortuna. Es el espejo en que se refleja la hipocresía que anida en todos los rincones y de la fuerza telúrica que es necesario poner en juego para dar un paso liberador.
Personalmente, tengo especial debilidad por las obras que pertenecen a la época, llamada por los críticos, del Teatro Furioso. Además de “Coronada y el Toro” son imprescindibles muestras de ese momento “La Carroza de Plomo Candente”, “El Rayo Colgado” y “Los Españoles Bajo Tierra”. Sin olvidar algunos espectáculos trepidantes, como “El baile de los Ardientes” o “El Manuscrito Encontrado en Zaragoza”, versión teatral de la novela homónima de Jan Potocki. Esta ha sido precisamente la última obra suya que he visto representada. Era tal el vigor de lo contado en escena que algún jovencito tuvo que ser evacuado del teatro, a media función, preso de lágrimas e histeria, acongojado y acojonado.
Ahora bien, si su teatro divertido y onírico ya le tiene reservado un sitio de honor en la historia de la literatura, de lo que creo no puede caber la menor duda, su producción novelística está llamada a proporcionarle un pedestal en el Olimpo de los elegidos. En especial, la portentosa “Viaje a Pantaélica”, en mi opinión una de las cumbres de la literatura universal, que comenzó a escribir cuando era casi un adolescente y acabó tres o cuatro décadas más tarde, siendo ya un dramaturgo de peso. En ella se narra la expedición iniciática y aventurera del joven Cambicio de Santiago desde su Galicia natal hasta la fabulosa Pantaélica, suma de cuantas intrigas ha conocido la humanidad, y de sus andanzas por los interminables pasillos palaciegos, donde cada recoveco constituye una nueva sorpresa política y filosófica que le hará más sabio y más decidido. La inmensa imaginación del autor y su dardo punzante llevan al lector a un éxtasis alucinatorio, donde los personajes se cruzan y entremezclan con los de sus dramas.
Ante tales muestras de ingenio, sus premios literarios y su sillón en la Academia no son sino jalones referenciales de su excelencia literaria. En mi magín he creado una distinción nueva, pensada exclusivamente para él: la de Príncipe de Pantaélica.
Publicado en Diario Lanza el 19 de Mayo de 2010
domingo, 23 de mayo de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)