Vampiros exquisitos
Por: Francisco Chaves Guzmán
Aunque desde el siglo XVII el príncipe Vlad —una mezcla de historia y leyenda— había conquistado la pluma de ciertos escritores, y algunos cuentos sobre el personaje comenzaban a difundirse por buena parte de Europa, no fue hasta la eclosión del Romanticismo que el mítico vampiro tomó auténtica carta de naturaleza literaria. Goethe y Potocki, además de otros muchos poetas de le época, incluyeron el vampirismo en sus novelas. Pero actualmente la más recordada de todas ellas es “El Vampiro”, de Polidori, sin lugar a dudas a causa de que fue pergeñada al tiempo que el “Frankenstein”, de Mary Shelley, en el transcurso de unas vacaciones que pasaban en Suiza junto a Lord Byron y Percy B. Shelley.
Este largo periodo de gestación del personaje del Vampiro guarda una gran similitud con el de Don Juan, pues éste también había aparecido casi de incógnito en las cantigas gallegas medievales y tuvo que esperar varios siglos para ser tomado en consideración por los grandes escritores y expandirse después por los territorios lingüísticos de diferentes literaturas.
Lo cierto es que el Vampiro sentaba bien a la estética y a la ideología romántica, con su gusto por lo medieval, con sus ruinas preñadas de misterios, con el estremecimiento producido por la confluencia de lo bello y de lo sublime sobrecogedor. Pero no del todo, pues el paisaje era connatural a ese movimiento artístico —basta recordar los óleos de Friedrich o de Gericault— y el Vampiro necesitaba espacios cerrados, simas sin luzPor tal razón, el Vampiro tuvo que esperar casi otro siglo para hallar el momento adecuado en que mostrarse en todo su esplendor literario, cuando Bram Stocker le adjudicó el nombre de Drácula en una novela de arquitectura perfecta. Pero Stocker no trabajó en el vacío, sino apoyado en un nuevo movimiento pictórico que hundía sus raíces precisamente en el romanticismo, pero prefería los interiores neogóticos a los paisajes abiertos: el Simbolismo. Moreau, Delville, Ensor, Klimt, y Munch, por citar a los más relevantes seguidores de esta corriente artística, habían encontrado el habitat perfecto para el monstruo de las tinieblas.
Afortunadamente, los mitos literarios no pueden cerrarse en sí mismos. Su propio carácter de mito obliga a los artistas a darles nueva vida acorde con el cambio que traen las vicisitudes de los tiempos. Tal cosa ha ocurrido siempre, y a todos los mitos, y cuanto más universales han sido más secuelas han producido.
Una, de gran importancia, se llama Lestat, nombre que ha dado Anne Rice a su propio vampiro, casi otro siglo después que el de Stoker. La inmensa saga vampírica de Anne Rice cuenta con docenas de novelas, pero sólo tres merecen alguna atención, “Entrevista con el Vampiro”, “La Reina de los Condenados” y “Lestat el Vampiro”. Esta última es una auténtica obra de arte, de un ritmo trepidante y un análisis exhaustivo del mundo actual bajo múltiples disfraces.
Por supuesto, el Lestat de Rice se fundamenta en otro movimiento artístico, el posmodernismo, que intenta ser suma y superación de todos los anteriores, manejando a un tiempo elementos románticos, simbólicos, realistas y de todas las vanguardias. Personalmente, no tengo especial sintonía con el posmodernismo, que me parece un batiburrillo de ideas y sensaciones, pero sí el convencimiento de que Lestat va a dar mucho más que hablar de lo que ahora podemos imaginar. ¿Por qué? Porque es un modelo nuevo. Frente al Drácula de instintos primarios, que se alimenta para la supervivencia, corroído por su propia maldad, atroz y deforme, se levanta Lestat. Que le gusta vivir en grandes palacios, rodeado de obras de arte, amigo de las fiestas y de los oropeles, orgulloso de sí mismo, bello, aficionado a los bocados exquisitos.
Es preciso hacer mención, aunque muy somera, de los cineastas. El “Vampyr” de Dreyer y el “Nosferatu” de Murnau son obras estéticamente perfectas, pero aportan poco de nuevo, como no sea una denuncia de la maldad del poder absoluto. La “Entrevista con el Vampiro” de Jordan y el “Drácula” de Coppola siguen la estela de Lestat y Drácula, pero se limitan a ser superproducciones sin más afán que el espectáculo. Caso distinto es el de Polanski, cuyo “El Baile de los Vampiros” rompe para siempre con el vampiro tradicional. Y también el de Herzog, cuyo “Nosferatu” muestra los primeros signos, aunque aún muy leves, de un vampiro sofisticado. Puede que la influencia de ambos en Anne Rice haya sido más que anecdótica.
Queda por saber qué tipo de vampiro aportará la literatura en los próximos cien años, pero es seguro que el modelo seguirá mutando y que, sin duda, será sorprendente.Publicado en Diario Lanza el 23 de Abril de 2010