La Memoria y el Azar
Por: Francisco Chaves Guzmán
Acaba de publicarse en España, por primera vez, la filmografía completa de Fernando Arrabal. Sus películas, que nunca fueron estrenadas en España, y que para mi eran únicamente títulos sin significado, han dado pie a estas líneas. Pero es necesario que vayamos por partes.
Cuando a finales de los años setenta comenzaron a publicarse sus obras teatrales en nuestro país, su lectura fue para mí un descubrimiento luminoso y pronto me convertí en un lector devorador de todos sus escritos y devorado por ellos: se convirtió entonces en una referencia importante. Hasta que conocí a su personaje predilecto: él mismo.
Entonces fui apartándome de su obra poco a poco, pues su histrionismo compulsivo quedaba en contradicción con mi forma de ser. Ese personaje que representaba ante los medios de comunicación, lenguaraz e irrespetuoso, quedaba en las antípodas de lo que yo consideraba digno de atención y crédito. Seguí leyendo sus obras, pero con menos delectación y provecho que anteriormente.
Ahora sus películas me han obligado a recapacitar sobre esa ruptura, que ha estado en trance de ser definitiva. Por dos razones. La primera, que he comprendido que su histriónico personaje era sólo eso, un personaje. La segunda, porque son bellísimas, de una estética irreprochable, y de una imaginación desbordante.
Bella e imaginativa es “Iré como un caballo loco”, una muestra de respeto interracial trufado de un humor negro estrafalario. En mi opinión, la mejor de sus películas. Porque “Viva la muerte” y “El árbol de Guernica” soportan el peso de un exceso de militancia política explícita además de un exceso de datos autobiográficos que no le hacen ningún bien, aunque su factura cinematográfica es de muy alta calidad. Y “Adiós, Babilonia” es cine experimental cuya fórmula está siendo repetida veinte años después, por algunos cineastas jóvenes, en forma de videoarte. El feminismo radical de esta película es mucho más sincero y rebelde que el que se vende hoy en los grandes almacenes. “El cementerio de automóviles” y “El emperador de Perú” son, en mi opinión, sus producciones más flojas, una por ser gratuitamente provocadora y la otra por ser gratuitamente amable, al menos en apariencia.
A este respecto es preciso tener en consideración que el primer cine de Arrabal sigue inmediatamente en el tiempo a la última etapa de su época “pánica”, la revolucionaria, que coincide con la descomposición del régimen franquista, con el que tenía cuentas pendientes que saldar. Ya se sabe que el tardofranquismo entraba a todos los trapos en su afán por mantener la ortodoxia, y esa circunstancia daba alas a Arrabal para sacar de sus casillas a puristas y censores. Pero, en mi opinión, esto no fue sino un paréntesis motivado por un hecho histórico, pues creo que los intereses de Arrabal no son políticos, sino artísticos en general y por el teatro en particular. Esto no significa que Arrabal no tenga posturas políticas, que las tiene y bien marcadas, mas sus prioridades están en el universo de la creación, donde sí aparecen como uno de sus componentes.
Cuando en 1960 funda, junto a Topor y Jodorowosky, el movimiento “pánico”, que parte del surrealismo, su objetivo es ir más allá del surrealismo mismo, instaurando una libertad total del artista. Ello entronca con su teatro “efímero”, efímero porque, al basarse en la casi completa improvisación de los actores, no podía ser representado dos veces de la misma manera. Así lo efímero lleva a lo burlesco, y lo burlesco a lo “pánico”, lo que hace referencia al dios Pan, que amenizaba y horrorizaba a un tiempo con su cohorte de ninfas y sátiros. Y este es el espíritu del teatro de Arrabal en toda su trayectoria, antes, en y después del movimiento “pánico”, divertir y asustar en una ceremonia catártica que sirviese de revulsivo al espectador.
Esto puede comprobarse incluso en sus obras de juventud, cuando las influencias del “postismo” de Edmundo de Ory y Ángel Crespo eran evidentes. “Pic-Nic” y “El Triciclo”, escritas en los primeros años cincuenta, ya cuentan con ese impulso catártico, donde yo creo que se encuentra la fuerza vital de toda su obra, teatral, novelística, poética, ensayística o cinematográfica.
Cuando el personaje histriónico por él ha inventado vaya diluyéndose en el transcurso de los años, permanecerá su obra utópica y burlesca. Una frase suya lo explica: “El papel del artista es combinar la vida, que es memoria, con el hombre, que es azar”.
Publicado en Diario Lanza el 11 de Marzo de 2010