Los Silencios del Poeta
Por: Francisco Chaves Guzmán
¿No es jugar con las palabras y con las ideas el habitat natural de un escritor? Es jugando con ellas que José María González Ortega nos propone, en su poemario Hablar con el Silencio, editado por la B.A.M., un desafío que el lector avezado no podrá rehuir. Y ese reto, al quedar patente en el título de la obra, impregna de manera forzosa a su totalidad y a cada una de sus partes.
Pues, como a ningún lector le puede pasar inadvertido, la expresión “hablar con el silencio” cabe ser entendida de dos formas distintas: bien considerando el silencio como objeto, como interlocutor de quien habla; bien considerando el silencio como sujeto, como estado de quien habla. ¿Cuál de las dos cosas hace el autor en este libro?
Por una parte, José María González intenta hablar al silencio, establecer con él un diálogo que ilumine las siniestras brumas de la soledad, abrir una puerta a la comprensión del vacío circundante, romper el círculo vicioso del menosprecio y el agasajo. Pero el silencio, ominoso y despreciable, se niega a responder. No por maldad, sino porque su esencia es el mutismo. Y, por más que José María convoque los espíritus de sus más queridos amigos poetas, el silencio se enroca en sí mismo, orgulloso de su ser inabordable, ensimismado en su propia necedad narcisista.
Este silencio cósmico, este silencio de los dioses, este silencio de los poderosos se alimenta de la sensación de soledad de las naturalezas sensibles, sin cuyas preguntas el silencio, para demostrar su enorme poder, se vería obligado a estallar en sonidos multiformes, autoinmolándose al perder su propio fundamento. Al fin y al cabo, el objetivo del silencio es reducir al silencio a quienes tienen algo que decir.
Por otra parte, José María González consigue que sus silencios hablen, añadiéndolos como parte fundamental a su discurso poético, como argamasa de su estilo literario. Pues estos silencios del poeta son de naturaleza bien distinta, son maneras expresivas que informan tanto como las palabras, ya que permiten que estas respiren y adquieran una melodía que amplifica su sentido y belleza, dotándolas de significados emergentes. Los silencios son las ventanas del edificio poético: este se airea a través de ellas y consigue dotarse de unidad armónica.
Estos silencio son la música de la poesía, el escenario desnudo en que las ideas danzan, formando figuras sobrecogedoras, realizando coreografías alucinantes, aldabonazos que mantienen despierto el entendimiento del lector, guiños para conseguir la complicidad, brumas que invitan a la sonrisa, dramas que esconden arcanos que deben mantenerse en claroscuro.
Estos son los dos tipos de silencio con que José María González nos reta. Desde sus silencios creativos interpela al silencio negro de la indiferencia, dejando al lector entre ambos, obligado a convertirse en adalid de su causa. Incluso la contumacia en el heptasílabo sirve para resaltar los silencios, pues proporciona al conjunto del poemario una mayor serenidad e impide perder la mirada en otros juegos estilísticos aquí innecesarios, impide aparentar que el dolor no fluye, impide olvidar que los ideales están en almoneda.Publicado en Diario Lanza el 26 de Febrero de 2009