lunes, 30 de abril de 2012

ASÍ COMENZÓ

CRÓNICA ONÍRICA DEL SIGLO XXI


                          Así comenzó

                                              Francisco Chaves Guzmán


     Ahora que finalizó, por fin, el siglo XXI, creo que aceptarán ustedes mi propuesta de rememorar en estas páginas los hechos que marcaron este periodo histórico, hechos cuyo conocimiento y estudio nos permitirán comprender, poco más o menos, los vericuetos por los que unos han llegado a su Arcadia y otros se han despeñado.

     Para ello voy a entresacar, del marasmo de información disponible, un solo acontecimiento anual, capaz de dibujar las luces y las sombras, de escenificar el espíritu que latió durante esos doce meses —y, a veces, alguna otra cosilla que amenice la lectura—. Soy consciente de que tal forma de observación no es muy científica, pero sí es lo que a este cronista del pasado le pide el cuerpo. Y lo que a ustedes les parecerá más divertido.

     En realidad, tal sucesión de acontecimientos debería llevar por título “Anales del Siglo XXI”, de acuerdo con su condición de hechos memorables, pero mi editor se opuso a la utilización de una palabra que podría tener connotaciones escatológicas. Escatológico en su acepción de excrementicio, no de postrimería.

     Quiero advertir que esta Crónica partirá del año 2016. ¿Por qué? Pues porque, en mi opinión, los primeros tres lustros del siglo supusieron nada más que un compás de espera, un tira y afloja en el cambio de modelo. Terremotos, olimpiadas, violencias, celebraciones, etcétera, eran cuestiones manidas a través de los tiempos. Lo novedoso vino después, ¡y con qué ganas! Ya sé que este razonamiento no es compartido por la mayoría de los estudiosos de la Historia, pero mi intención es proporcionar respuestas imaginativas y perspicaces a ustedes, mis lectores.

     En el primer capítulo podrán encontrar, pues, el hecho cumbre del año 2016, una primicia informativa cuyo conocimiento se les ha negado hasta ahora. Les espero la próxima semana, en el mismo lugar.

Publicado en Diario Lanza el 30 de abril de 2012

Y, como complemento, os ofrezco esta extraña fotografía, que he encontrado navegando por internet, de un obsesivo camino hacia lo desconocido:

miércoles, 25 de abril de 2012

Nueva Sección


CRÓNICA DEL SIGLO XXI

     Terminada mi colaboración en el Diario Lanza que ha llevado por título “Galería de Inmortales”, que espero os haya gustado tanto como a mí escribirla, es el momento de anunciaros el comienzo de una nueva sección.


     Que llevará por título genérico “Crónica Onírica del Siglo XXI”. Se publicará, como la anterior, todos los lunes en el Diario Lanza y en este Blog. E intentaré en ella exponer los peligros a que nos enfrentamos en el futuro si no le ponemos remedio. Eso sí, con suficientes dosis de ironía y distanciamiento para que nos permita una mirada sosegada y esperanzada.

     Quiero agradeceros a todos los que me seguís tanto en el Periódico como en el Blog vuestra deferencia y ánimo. Las cifras de visitas en este último son verdaderamente satisfactorias y dan fuerzas para continuar inventando situaciones que os lleven a visitarme de nuevo.

     Espero que esta nueva sección sea de vuestro gusto tanto como las anteriores.

lunes, 23 de abril de 2012

Tolín

Galería de Inmortales

                  Tolín
                               Francisco Chaves Guzmán

¿Es preciso contar
cómo destrozó el amor,
cómo desgarró la amistad,
cómo desmoronó sonrisas,
cómo exterminó palabras,
cómo despedazó caricias?
(Retrato del Héroe Sumiso,
Francisco Chaves)

     Confieso que si me encuentro en un carromato de circo, rodeado de objetos innecesarios y contradictorios, es con la esperanza de captar la curiosidad de ustedes e incitarles a leer mi novela “Retrato del Héroe Sumiso”, cuyo número de lectores no es aún el adecuado. Tal vez porque soy más ducho en la muy alegre ceremonia de la fabulación que en la tristísima del marketing y del pasilleo.
     No debería ser preciso decir que estoy aquí de incógnito, disfrazado de pies a cabeza para que Tolín, su protagonista, no me reconozca, concediéndole así un sosiego del que tal vez no disfrutaría delante de su creador. Tolín me sirve café en una taza descascarillada y ennegrecida, sobre una mesa mugrienta, mientras se oye una charanga que trata de llamar la atención de los probables y deseados espectadores.

     Tolín.- Perdone, pero aquí no se vive en la abundancia ni en la pulcritud.
     El Periodista.- No se preocupe. Lo entiendo perfectamente: la vida nómada suele acarrear ciertos inconvenientes.
     Tolín.- ¡Y que lo diga! Para mí, hecho al “dolce far niente” y a la molicie, ha sido muy duro acostumbrarme a esto.
     P.- Efectivamente, su creador no le dejó en muy buena posición.
     Tolín.- ¡Qué le vamos a hacer! Cada cual ha de arrastrar la cruz que le ha colgado el destino.
     P.- Y el sambenito.
     Tolín.- ¡Qué me va a decir usted! Por cierto, estoy asombrado: pensé que nadie había leído esta novela. Y más asombrado aún de que un periodista se preocupe por ella y por mí.
     P.- Su creador me ha pedido que le haga esta entrevista, a ver si entre todos conseguimos multiplicar el número de lectores de la obra. Pequeños favores que nos hacemos entre escritores: hoy por ti, mañana por mí.
     Tolín.- ¿No se le llama a eso prevaricación literaria?
     P.- Todavía no. Pero se llamará algún día. No puede usted imaginarse la cantidad de literatos que han llegado al Parnaso por el sólo hecho de arrimarse al sol que más calienta.
     Tolín.- He oído hablar de ello. Yo tenía un amigo, creo que se llamaba Miguel, que me hablaba de estas cosas.
     P.- Se llamaba Miguel. ¿Qué tipo de relación tuvieron?
     Tolín.- Tumultuosa.
     P.- ¿Es usted meramente ambiguo?
     Tolín.- Mire usted, yo soy un muchacho del montón, un muchacho que tuvo la mala suerte de servir de campo de batalla para una lucha entre diversas facciones. Mi familia, mis amigos, mis amigas, todas las instituciones de la ciudad, hasta el mismo escritor, libraron una guerra cruentísima sobre mi piel.
     P.- Y usted se creyó muy importante, incluso ayudó a diversas milicias, cambiando de bando según el curso de los acontecimientos.
     Tolín.- Sí. Creí que disputaban por mí, cuando en realidad no era sino un instrumento que todos utilizaron para exhibir sus armas y su poder.
     P.- ¿También Miguel?
     Tolín.- Prefiero no tocar ese tema, si no le importa.
     P.- Está usted en su derecho.
     Tolín.- Muchas gracias.
     P.- Hay quien dice que el autor no hizo sino tomar a un muchacho real y trasvasarlo a la novela.
     Tolín.- No es cierto, yo tengo mi propia personalidad. Lo que pasa es que los escritores no crean sobre el vacío, sino sobre unas situaciones sociales y políticas dadas. Con esas premisas, no resulta difícil encontrar parecidos. Ya le he dicho que soy un muchacho del montón.
     P.- ¿Intenta convencerme de que lo que se cuenta en la novela, en contra de lo que se podría pensar, no es un suceso extraordinario, sino algo cotidiano que puede ocurrir en cada esquina?
     Tolín.- Significa que refleja un hecho sociológico, no una anécdota individual.
     P.- Donde a usted le toca el papel de tontito.
     Tolín.- Unos hacen de asesinos, otros de valientes, otros...
     P.- ¿Y la voluntad?
     Tolín.- Nosotros, los personajes de ficción carecemos de voluntad. Los humanos sí la tienen, pero no suelen activarla. ¿Cree que yo asesiné a Miguel por gusto? No podía sublevarme contra los dictados externos.
     P.- Veo que no es usted un ignorante.
     Tolín.- Tuve un buen maestro.
     P.- Y Miguel un mal discípulo.
     Tolín.- No lo niego. Pero él trató de convertirme en un ser humano y yo tengo, decididamente, vocación de marioneta.
     P.- ¿Por eso está en el circo?
     Tolín.- Porque al escritor se le pasó por el magín dejarme aquí, aunque tengo que reconocer que a mí esto de la farándula siempre me ha gustado. Algún día haré teatro en serio.
     P.- Está soñando.
     Tolín.- Me gusta soñar: sólo entonces veo un atisbo de libertad. En eso sí me parezco a un ser humano.
     P.- ¿Y qué personaje le gustaría encarnar?
     Tolín.- El de Adela, la hija menor de Bernarda Alba. Ella pudo hacer lo que deseó, en lo que se nota que era el ojito derecho de Lorca.
     P.- Pero ella murió.
     Tolín.- Yo cambiaría esta inmortalidad de papel que tengo por poder amar de nuevo a quien realmente me gusta.
     P.- Usted amó mucho a las tres arpías.
     Tolín.- No me haga reír: ellas también formaban parte del guión. En realidad, he pasado toda mi vida representando un personaje, siempre el mismo, obligado a repetir obedientemente, hasta la saciedad, incluso las menores inflexiones de voz. Las arpías hicieron exactamente lo mismo. Son también personajes que se repiten, como cacatúas.
     P.- En cuanto a los dos alcaldes gemelos, cree que podríamos...
     Tolín.- Lo siento. La función de noche está a punto de comenzar. ¿Le importaría dejarme solo para prepararme?
     P.- En absoluto.
     Tolín.- ¡Ah!... puede volver cuando quiera... continuaríamos esta conversación tan agradable... me recuerda usted a alguien... no, no sé a quién... tengo tan mala memoria...
     P.- Le confieso que sería un placer poder continuar esta charla con menos prisas.
     Tolín.- El placer será mío.
     Fuera del carromato, payasos, equilibristas, domadores, toda la “troupe” se arremolina sin sentido, lanzándose requiebros y órdenes. A lo lejos, la multitud festiva espera, con las entradas en la mano, a que se abran las puertas.
     Junto a los músicos, que afinan sus instrumentos, cabriola el garañón negro, aquel que unas veces volaba y otras bailaba sevillanas. Veo muy difícil que sea capaz de acompañar a Tolín en su número de funambulismo, pues está completamente borracho.

Publicado en Diario Lanza el 23 de Abril de 1012, Día del Libro

lunes, 16 de abril de 2012

El Ángel Demoníaco

Galería de Inmortales

             El Ángel Demoníaco
                                             Francisco Chaves Guzmán


De todos modos,
esto es cierto:
sea cual fuere
el significado de mi grito,
está destinado a perdurar
más allá de todo fin posible.
(Teorema,
Pier Paolo Pasolini)

     No resulta sencillo identificar el lugar en que nos hallamos. ¿Etéreo? Sí, pero también de una concreción física apabullante. Diríase una nube a la que sostienen inabarcables columnas de granito. No tiene patria, aunque quizá nos encontramos en el norte de Italia, porque muy cerca se oyen frases que guardan la sonoridad del dialecto friuliano. Tal vez nos encontramos en Túnez, o en Siria, o en La India, llegados en compañía de un demonio con rostro angelical. Tampoco es improbable que naveguemos a bordo de una plataforma, filmando la transformación de cúpulas y torres en carnosos senos y erectos penes.
     El ángel demoníaco viste con corrección, a la manera deportiva de los jóvenes de clase media. Sonríe armoniosamente. Digamos que es agraciado, algo tímido, de afable predisposición. Sobre su regazo, cogido con ambas manos, mantiene un libro de Rimbaud. Aparenta esperar una mirada de aliento, o de súplica, para dar comienzo a la acción.
     Ángel.- Supongo que sabe que soy hombre de pocas palabras.
     El Periodista.- ¿Me permite que le llame Ángel?
     Ángel.- No veo por qué no.
     P.- Puesto que Pasolini omitió su nombre tanto en su novela como en su película...
     Ángel.- Me parece adecuado.
     P.- No puede imaginar lo mucho que le agradezco el haberme recibido, conociendo su gusto por la soledad y el ensimismamiento.
     Ángel.- Y yo el que me visite, teniendo en cuenta el temor que infundo. No se sentirá usted mismo azorado...
     P.- En absoluto. Hace tiempo que traspasé los siete círculos del fuego.
     Ángel.- Lo sé. He leído algunas obras suyas. Pero dígame, ¿en qué puedo ayudarle?
     P.- En lo de siempre. Saber más. Sobre usted.
     Ángel.- Sobre mí y sobre “Teorema” ya dio Pasolini todas las explicaciones en la entrevista que concedió a Jean Duflot.
     P.- Muy interesantes. Pero yo deseo tener su propia versión. Por cierto, fue en el transcurso de dicha entrevista cuando Pasolini dijo que usted era un ángel.
     Ángel.- Y que aprovecharon muchos críticos para llevar el agua sagrada de “Teorema” al molino del catolicismo.
     P.- Sin entender que para un ateo como Pasolini lo sagrado tiene poco que ver con la institución religiosa.
     Ángel.- ¿Quiere una versión más, entre las muchas dadas?
     P.- ¡Exacto! Y en primer lugar, ¿es usted un ángel?
     Ángel.- ¡Je, je! Bueno, sí. En cierto modo, sí. Tiene que tener en cuenta que soy protagonista de una anunciación. Además, a través de mí, se produce una revelación.
     P.- La revelación del erotismo, de la sexualidad sin barreras. Eso no parece ser muy angelical.
     Ángel.- Tenga en cuenta que el erotismo es un hecho cultural, que viene determinado por los hábitos de conducta y las complejas formas del pensamiento colectivo.
     P.- ¿Qué quiere decir con eso?
     Ángel.- Que el erotismo puede ser, y lo ha sido muchas veces, un elemento sagrado de una cultura.
     P.- ¿Cómo explicar, entonces, que los personajes de la novela, a quienes usted había revelado el erotismo, siguieran caminos tan tortuosos?
     Ángel.- El miedo. Se vieron a sí mismos tan alejados de las convenciones sociales, les entró tal ataque de pánico, que decidieron exiliarse de su nuevo conocimiento. La verdad es que al traicionarme a mí se traicionaron a sí mismos.
     P.- ¿Traicionaron a Dios?
     Ángel.- A lo sagrado, llámese Jehova o Dyonisios.
     P.- ¿También Pablo, el padre?
     Ángel.- No. El padre sí encontró el erotismo sagrado. Por eso huyó al desierto y gritó proclamando su existencia y su ser. Digamos que se aprestó a atravesar el desierto buscando la tierra prometida.
     P.- ¿El erotismo prometido?
     Ángel.- Desde luego. Pero no sólo la sexualidad, sino también el erotismo de las pequeñas cosas, del pensamiento, del espíritu...
     P.- Pero las relaciones de usted con los integrantes de la familia no fueron precisamente platónicas.
     Ángel.- Fueron sexuales y completas. Uno no puede andarse con remilgos si anuncia la nueva revolución.
     P.- Que para la mayoría significó un fracaso.
     Ángel.- Muchos son los llamados y pocos los elegidos. Pero no creo que debamos hablar de fracaso: puesto que desconocemos el final de sus respectivas historias, no sabemos si el fracaso fue permanente. Una revolución puede tener, tiene, efectos a largo plazo.
     P.- ¿Cabe, pues, alguna esperanza?
     Ángel.- Sin lugar a dudas. Estoy contento con mi trabajo, creo no haber sembrado en baldío.
     P.- ¿No es demasiado optimista?
     Ángel.- Sin optimismo no son posibles ni las revelaciones ni las revoluciones. Y hay un dato que me avala: mientras los miembros de esta familia huían de mí, en pos de su propia destrucción, no dejaban de buscarme.
     P.- ¿Es tan importante el erotismo, la sexualidad?
     Ángel.- Voy a proponerle una filigrana mental. Imagínese por un momento que la Lombardía desease verdaderamente la independencia. ¿Qué hacer para lograrlo? Imagínese que los habitantes de todas las ciudades y pueblos de la cuenca del río Po organizan una espontánea bacanal en las calles y en los campos. ¿Cómo le haría frente el estado?
     P.- Eso es política-ficción.
     Ángel.- Le advertí que era una filigrana. Pero es también una parábola. Para concretar que no es posible la libertad individual ni la independencia de criterio sin dinamitar la represión sexual.
     P.- ¿Me habla de la miseria sexual y de la miseria económica? ¿Es usted comunista?
     Ángel.- Soy marxista. El comunismo no ha sabido hacer frente a sus propias contradicciones.
     P.- ¿No está usted pasado de moda?
     Ángel.- Ya le he dicho que toda revelación fructifica a largo plazo.
     P.- Acláreme a qué fines puede servir la represión de la sexualidad. No lo veo claro.
     Ángel.- Siendo la sexualidad un bien gratuito e inagotable, es una competencia demasiado grande para los mercaderes. La sociedad de consumo no hace otra cosa que arrebatarles la sexualidad a los hombres para vendérsela después, descafeinada y envuelta en celofán de colorines, como si fuese una manufactura.
     P.- Pero la represión sexual ha existido siempre, no es monopolio de nuestra cultura.
     Ángel.- Efectivamente, como siempre han existido los mercaderes. Mientras los haya, mercaderes de cualquier cosa, física o mental, no se permitirá disfrutar de un bien tan placentero sin pagar por él un alto precio. Sea cual fuere el tipo de precio que se pague.
     P.- ¿Y cuál es el teorema que nos propone?
     Ángel.- El corolario de esta conversación. Dice así: “esparcid unas gotas de sexualidad libre en la sociedad burguesa, y ésta saltará rota en mil pedazos”. No es sólo un teorema, sino también una profecía.

     Las facciones del ángel comienzan en este momento a transfigurarse. Lentamente, su rostro adquiere los gestos y las arrugas del propio Pasolini, que ya filma con pasión desde la plataforma voladora.
     Porque, efectivamente, como ya intuí al comienzo de la entrevista, navegamos a bordo de un plató cinematográfico. Ahora a mucha altura. Y la distancia permite observar que los falos y senos, en que se habían convertido las torres y cúpulas, están perfectamente alineados. Y forman una inmensa cruz gamada sobre la ciudad de los mercaderes. De la misma forma en que ya lo advirtiera Pasolini en otra de sus novelas, “Petróleo”.

Publicado en Diario Lanza el 16 de Abril de 2012

lunes, 9 de abril de 2012

Dorian Gray

Galería de Inmortales

                 Dorian Gray
                                          Francisco Chaves Guzmán


Es triste pensarlo,
pero no puede dudarse
que el talento
dura mucho más que la belleza.
(El Retrato de Dorian Gray,
Oscar Wilde)

     Sobre la mesa de su despacho londinense, perfectamente doblado, hay un ejemplar del sensacionalista The Sun. La mesa, al igual que los sillones y un arcón victoriano, es de regia caoba. Todo lo demás es pura floritura: las cortinas de terciopelo con bordados casi surrealistas; la cenefa, que reproduce gárgolas, sobre las paredes de un rosa muy pálido; los medallones, remarcados en plata, que muestran miniaturas campestres de Gainsborough; la falsamente servicial sonrisa del mayordomo, al servirnos el té en unas porcelanas barrocas, modelos del refinamiento.
     Y Dorian Gray, con sus aristocráticas maneras de movimiento envarado, de educado distanciamiento, de interpretación exclusiva del dandismo.
     Dorian Gray.- He realizado un gran esfuerzo para atenderle, créame. A última hora he recibido una invitación muy importante, diría que trascendental.
     El Periodista.- Se lo agradezco enormemente. Esta entrevista también es muy valiosa para mí.
     Dorian Gray.- Admiro a las personas que han de trabajar para ganarse la vida. Debe tener una gran fuerza romántica estar expuesto a quedar en el arroyo si el ominoso Destino decide que pierdas el trabajo.
     P.- ¡No lo sabe usted bien!
     Dorian Gray.- Pero lo imagino. En los salones también se habla de la pobreza y de la caridad.
     P.- ¿Es usted un hombre gris, señor Gray?
     Dorian Gray.- ¿Pretende insultarme?
     P.- Le recuerdo que habíamos pactado que en este coloquio no habría condiciones previas.
     Dorian Gray.- No tiene importancia: estoy acostumbrado al escándalo y a la maledicencia.
     P.- ¿Es un hombre gris?
     Dorian Gray.- A Oscar Wilde le parecía gris todo aquello que no fuese corromper a los jovencitos. Por eso me llamó Gray, por no ser un degenerado. Pero en inglés americano, para marcar más las distancias.
     P.- Él decía no buscar amantes, sino amigos.
     Dorian Gray.- Oscar trató de ridiculizarme. ¿Sabe que el primer título de mi novela fue “The importance of being Gray”? El mismo chiste que con Ernest. Indica poca imaginación para un poeta. Cambió el título de la obra cuando sus amigos se lo recordaron.
     P.- Era un gran poeta, un gran novelista, admirable, sobretodo por haberle alumbrado a usted.
     Dorian Gray.- Su verdadera vocación era la pintura al óleo.
     P.- ¿Tuvo relaciones eróticas con él, señor Gray?
     Dorian Gray.- ¡Qué disparate! Los novelistas y sus personajes no tienen otra relación que la meramente literaria.
     P.- No ha contestado a mi pregunta. ¿Es Dorian Gray el sosia de Alfred Douglas?
     Dorian Gray.- Me limito a ser el paradigma del libertino victoriano. He marcado un hito.
     P.- Reconozco que lo que dice es cierto. Entonces, ¿fue amante de Basil Hallward?
     Dorian Gray.- Como personaje de ficción, no tengo nada que ocultar. Basil hizo mi retrato porque mi belleza exaltó sus sentidos y su sensibilidad.
     P.- Le retrató en cuerpo y alma, le descubrió, le dijo quién era. Y usted le traicionó con Henry Wotton.
     Dorian Gray.- Henry me salvó de las garras de Basil, que atenazaban mi tierna piel adolescente, de un amor que se aprovechaba de mi ingenuidad.
     P.- Henry tampoco era inmune a su belleza.
     Dorian Gray.- No es lo mismo tener debilidades en las cimas del libertinaje que ser esclavo de sentimientos afeminados.
     P.- Me parece que usted no necesita de sentimientos para ser afeminado.
     Dorian Gray.- Una pose, para atraer a las mujeres.
     P.- Me parece que su espíritu mujeriego también es una pose. Una pose para olvidar y hacer olvidar sus pensamientos más íntimos.
     Dorian Gray.- Es usted muy escrupuloso, como Basil Hallward.
     P.- Me temo que no, señor Gray. Pero tampoco soy un cínico superficial, como Henry Wotton. Prefiero la armonía que surge al combinar lo apolíneo con lo dionisiaco. Me parece usted vulgar.
     Dorian Gray.- ¿Vulgar el árbitro de la elegancia, el dandi por excelencia, el más bello de los hombres?
     P.- Vulgar por faltar a su palabra, por su frivolidad, por cometer un crimen, por no respetar a sus amigos.
     Dorian Gray.- Yo no tengo amigos.
     P.- ¿Por qué lo mató? ¡Dígamelo! No tiene nada que perder... está usted a salvo.
     Dorian Gray.- Le voy a ser sincero. Basil era el espejo en que yo me miraba. Mi conciencia más íntima, porque él sabía todos mis secretos, todos mis deseos, todo aquello que yo quería borrar de la memoria.
     P.- ¿Y Sibila? ¡Pobre muchacha!
     Dorian Gray.- Yo la amaba.
     P.- ¡Qué mentiroso es usted!
     Dorian Gray.- Por favor, no...
     P.- ¡Sibila, qué nombre más adecuado! El oráculo que le anunció que se convertiría en un asesino... que jamás dejaría de ser el malicioso muchacho que se dejaba admirar por Basil.
     Dorian Gray.- No sea cruel...
     P.- Confiese que cuando Sibila bajó del escenario y dejó de ser una heroína de teatro, que cuando tomó cuerpo ante usted y usted la besó, supo que ella no podría nada contra las llamas del vicio y de la lujuria que le devoraban.
     Dorian Gray.- No, por favor...
     P.- ¿Le recuerdo una frase suya?
     Dorian Gray.- “Sólo Sibila hubiese podido salvarme”.
     P.- Y aún otra: “estamos en la patria de la hipocresía”.
     Dorian Gray.- La reconozco como mía.
     P.- Usted es la patria de la hipocresía.
     Dorian Gray.- Tenía miedo.
     P.- Y mala conciencia. Y unos deseos terribles de confesar todas sus supercherías. Pero no: en vez de hacerlo, se rodeó de bordados, de tapices, de joyas.
     Dorian Gray.- Y de mujeres.
     P.- De muchas mujeres. Dígame, señor Gray, ¿no le hubiese gustado cambiar un poco de su belleza por algo de inteligencia?
     Dorian Gray.- En absoluto. Sólo el vulgo necesita de la inteligencia para prosperar. En la clase alta nos bastamos con la perspicacia.
     P.- Me parece usted un imbécil.
     Dorian Gray.- Bueno... no soy del todo idiota. ¿Ve qué bien vivo? Además, desde que me suicidé me tienen las gentes en mejor concepto... será por lo del arrepentimiento.
     P.- Querrá decir del simulacro de suicidio. Hubiese sido capaz de hacerlo media docena de veces al día: en el doble intento narcisista de atraer la atención y desviarla al mismo tiempo.
     Dorian Gray.- ¿Ve como no soy tan imbécil?
     Mientras el mayordomo me acompaña observo que, tras de un biombo, se encuentra una reproducción del tríptico del Jardín de las Delicias. Ya en la puerta, me vuelvo hacia Dorian Gray: “¿Le importa decirme de qué trata la ineludible cita que tiene después?” Sonríe: “Voy a presidir un pase de modelos en la discoteca Skarnio. Intentamos hacer una cuestación con fines humanitarios. ¿Le interesa conocer a alguna de las chicas?”
     No puedo dejar de lanzar una mirada lenta y ostensible al cuadro que el biombo trata de esconder, sin conseguirlo.

Publicado en Diario Lanza el 9 de Abril de 2012

lunes, 2 de abril de 2012

Bernarda Alba

Galería de Inmortales

                Bernarda Alba
                                        Francisco Chaves Guzmán

Es así
como se tiene que hablar
en este maldito pueblo sin río,
pueblo de pozos, donde siempre
se bebe el agua con miedo
de que esté envenenada.
(La Casa de Bernarda Alba,
F. García Lorca)

     En el patio de su casa de siempre, a la sombra de una parra, Bernarda Alba escudriña mi rostro y mi atuendo, como tratando de adivinar quién es este periodista capaz de marinar en su mar de luto. Las olas son los vestidos negros, ligeramente mecidos por la brisa, que contrastan con las blancas paredes y con los geranios que pueblan varias filas de macetas.
     La Poncia nos ha servido limonada, para desaparecer luego como una sombra, murmurando, hasta refugiarse detrás de la puerta. Muy cerca, las campanas de la iglesia llaman a los fieles. Bernarda se santigua.
     Bernarda Alba.- Bueno, pues usted dirá.
     El Periodista.- Antes de nada, señora, quiero agradecerle su deferencia al admitirme en la intimidad de su hogar.
     Bernarda.- Es usted el primer hombre que cruza el umbral de esta casa desde...
     P.- ¿Desde que murió su marido?
     Bernarda.- Desde que huyó Pepe el Romano, saltando aquella tapia del fondo.
     P.- Así pues, existió Pepe el Romano, aunque jamás apareciese en escena.
     Bernarda.- ¡Existió! Y en caso contrario hubiésemos tenido que inventarlo. No se consigue la paz, la unidad de la casa sin un enemigo del que defenderse.
     P.- Un enemigo muy apuesto, según parece.
     Bernarda.- El diablo suele adoptar formas bellas en su afán por conseguir que se le abran las puertas. Y, cuando ya está dentro, deshecha el disfraz y destruye la honra y la armonía.
     P.- Pero usted no es creyente.
     Bernarda.- Yo me limito a cumplir mis obligaciones de mujer decente: pago al tendero, lapido a las deshonestas y me santiguo ante el altar.
     P.- Sin embargo, tiene usted un punto de rebeldía. Al abominar de la injusta condición femenina...
     Bernarda.- ¡Ya sé lo que va decirme! Que tal rebeldía está en contradicción con el acatamiento puntilloso de mi papel.
     P.- Me ha leído el pensamiento.
     Bernarda.- Es fácil leerles el pensamiento a ustedes, los ciudadanos de este siglo.
     P.- ¿Qué intenta decirme?
     Bernarda.- Que ustedes también acatan su papel, igual que nosotros hicimos con el nuestro. Eso es lo que interesa al que manda: la obediencia al dictado de turno, sea éste el que sea. Y, para colmo, ustedes no se rebelan ni siquiera en sus sueños.
     P.- Es usted muy dura.
     Bernarda.- Es un rasgo de mi carácter. Conozco el mundo... lo conozco. ¿A quién esperaba encontrar, a una Bernarda Alba acoquinada y enquencle?
     P.- Pero sus hijas se han ido, han salido, viven en un mundo diferente, lleno de posibilidades y expectativas. Sus hijas se han liberado del yugo que la sociedad, los hombres y usted misma les impusieron.
     Bernarda.- No me haga reír. ¿Un mundo diferente? ¿Está seguro? Mis hijas se dedican ahora a velar por la virtud de los hombres de la misma manera que antes se velaba por la de ellas. Ahora es de los hijos, no de las hijas, de quienes se vigilan las salidas de casa.
     P.- ¿Quién le ha contado eso?
     Bernarda.- Yo no necesito separarme de este pozo para saber cuanto pasa en el mundo.
     P.- Mundo que es muy distinto...
     Bernarda.- No sea ingenuo: la Poncia sigue escuchando tras de las puertas, los hombres siguen haciendo alarde de sus conquistas y mis hijas siguen zurrándose por cualquier barbilampiño que se les cruza.
     P.- ¿Intuía todo esto García Lorca?
     Bernarda.- ¿Don Federico? ¡Pues claro! ¿Por qué cree que escenificó la vida de mi casa? Pues porque era un hombre cabal, sensible. Un hombre libre que soñaba con un mundo en el que los hombres y las mujeres disfrutaran de la libertad. Un hombre que odiaría tanto el entramado manipulador que ustedes han construido como la manipulación caciquil que conoció de primera mano.
     P.- Por eso lo mataron.
     Bernarda.- Por eso: por sus ideas políticas y por su forma de existencia. ¿Cree que don Federico sería hoy menos perseguido, menos acosado, que lo fue en su tiempo? ¿Dónde se encuentra la diferencia?
     P.- Muchos historiadores dicen que sus preocupaciones eran estéticas, literarias, no políticas.
     Bernarda.- ¡Los historiadores...! También dicen que yo soy una simple mujer de pueblo... ¿Sabe por qué? Para desactivarme, para robar mi aureola de mito.
     P.- Sus declaraciones no van a caer nada bien entre los filólogos.
     Bernarda.- ¡Que el diablo se los lleve! Yo fui su gran heroína, la mujer fuerte con quien él contaba para derribar las alambradas físicas y mentales. ¿Cree usted que Bernarda Alba es un monstruo autoritario? ¡En absoluto! Bernarda Alba es el banderín de enganche que, mostrando la represión y la dictadura, debería llevar a las mujeres hacia la igualdad.
     P.- Todo esto me recuerda una frase de Lorca: "Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura..."
     Bernarda.- "...para ayudar a los que buscan las azucenas". Pero no pudo ser.
     P.- ¿Por qué está tan segura?
     Bernarda.- Porque siempre ganan los que arrasan las azucenas.
     P.- ¿No estaremos ahogándonos en un vaso de agua?
     Bernarda.- Estamos en un pozo sin fondo.
     P.- ¿Hay que nadar y guardar la ropa?
     Bernarda.- Es preciso esperar a que amaine la tormenta.
     P.- Pero este lago es un espejo en calma.
     Bernarda.- ¡Líbrenme los dioses de las aguas mansas, que de las bravas me libro yo!
     P.- ¿No estaremos haciendo rayas en el agua?
     Bernarda.- Gato escaldado, del agua fría huye.
     P.- ¿No tiene esperanza?
     Bernarda.- ¡Oh, sí! Tendremos que volver a empezar por rebelarnos interiormente.
     P.- Tal vez sus nietas...
     Bernarda.- Mucho tendrían que cambiar... pero no hay nada imposible.
     P.- Si las cosas están así, ¿qué le vamos a hacer?
     Bernarda.- No bromee. Pero esa es la frase que más se oye a través de estas paredes.
     P.- ¿Silencio?
     Bernarda.- ¡Silencio! Estamos en un mar de fango.
     Las campanas de la iglesia avisan para la novena del patrón del pueblo. Mi anfitriona se disculpa: “Tengo que ir, ¿me comprende? Es preciso hacerse pasar por modelo de virtudes hasta que llegue el momento. La verdadera diferencia radica en que, mientras yo no creo en los curas, mis nietas sí creen en los pinchadiscos. ¡Habrá que esperar!”.
     La Poncia aparece en la puerta trayendo una toquilla negra.

Publicado en Diario Lanza el 2 de Abril de 2012