lunes, 30 de enero de 2012

Hari Seldon

Galería de Inmortales

           Hari Seldon
                                 Francisco Chaves Guzmán

Ahora la tormenta se cierne
sobre las ramas del Imperio.
Escuche con los oídos
de la psicohistoria,
y oirá el crujido.
(Fundación, Isaac Asimov)

     En la isla de Paros, al sur de Mikonos, vive actualmente Hari Seldon, el más grande héroe de la literatura fantástica. Fundador de la Enciclopedia, creador de la Psicohistoria, avanzado discípulo de Maquiavelo, salvará el Imperio Galáctico de la ruina total gracias a su habilidad política y a sus conocimientos científicos. Naturalmente, no es al ideólogo a quien busco, sino al humanista, al aventurero.
     Su casa se levanta en la ladera de un cerro, que domina un exuberante valle perfumado por jazmines. Vides, olivos e higueras nos rodean por todas partes. Un grupo escultórico que representa la confraternización entre Dionisos y Apolo preside la biblioteca.
     Hari Seldon.- Ya conoce usted mi amor por la cultura helena, que recibí, junto a la existencia, de Isaac Asimov. Venero especialmente a Aristóteles: de su "Política" se generaron muchos de mis teoremas matemáticos, y en su "Segunda Poética" aprendí la necesaria cordura.
     El Periodista.- ¿Ha tenido acceso a la "Segunda Poética? Siempre creímos que se había perdido.
     Seldon.- De ninguna manera. El incendio que destruyó la biblioteca de Alejandría no afectó a los manuscritos, que habían sido trasladados de antemano a las galerías secretas de un antiguo monumento funerario. El incendio fue un ardid político para quitar de la circulación muchos textos considerados peligrosos para la "Pax Romana". Le cuento todo esto a sabiendas de que a ustedes no les servirá de nada, con el único fin de satisfacer su curiosidad.
     P.- Se lo agradezco. ¿Le importaría decirme dónde se encuentran actualmente los manuscritos?
     Seldon.- Fueron descubiertos hacia el año seis mil de la Era Galáctica, gracias a un visor atómico, y llevados a Trantor. Ahora son estudiados en su Universidad.
     P.- De la que usted era catedrático de Psicohistoria, además de fundador de esa extraordinaria ciencia. ¿Qué es exactamente la Psicohistoria?
     Seldon.- Bueno... no exactamente su fundador, ya que basé mis investigaciones en conocimientos previos: me limité a poner orden en miles de teoremas matemáticos desperdigados. Para que lo comprenda intuitivamente, la Psicohistoria es la capacidad de predecir el futuro político a través de la Estadística, basándose en el conocimiento histórico y en la psicología social. Naturalmente, la mayor dificultad estriba en la enorme cantidad existente de variables independientes.
     P.- ¿Algo así como la Campana de Gauss, pero más avanzada?
     Seldon.- ¡Así es! El camino se despejó cuando conseguimos convertir la primitiva Campana de Gauss en tridimensional, asignando un tercer eje a la Historia. El definitivo éxito lo conseguimos cuando fuimos capaces de añadir un cuarto eje para la Sociología.
     P.- ¿Cuatro dimensiones?
     Seldon.- Lo que nos permite efectuar predicciones muy exactas con un reducido número de datos.
     P.- Y de esa forma vaticinó usted la llegada del caos y la caída del Imperio.
     Seldon.- Sí. Trantor parecía una república bananera, cuyo monocultivo era la burocracia. Además, la camarilla del emperador, formada por políticos ineptos y corruptos, pretendía que la Historia se inmovilizara, como si eso fuese posible. Todo ello desembocó en un auténtico colapso.
     P.- Entonces, para salvar la civilización, usted se enfrentó al Imperio.
     Seldon.- Enfrentarse no es la palabra adecuada.
     P.- ¿Cual es la adecuada?
     Seldon.- Maniobré para desmembrar sus obsoletas estructuras.
     P.- ¿Por qué eligió al planeta Terminus para la Primera Fundación?
     Seldon.- Muy sencillo: cuando se produce un colapso político se hace necesaria una acción social radical, lo que ustedes llamarían revolucionaria. Para conseguirlo, no hay otro camino que llevar a las gentes al límite, donde no tengan más remedio que actuar. Al límite: por eso elegí Terminus.
     P.- Muy ingenioso.
     Seldon.- También lo aprendí de Aristóteles.
     P.- ¿De Aristóteles?
     Seldon.- Yo leo entre líneas.
     P.- ¿Y la Segunda Fundación?
     Seldon.- No será usted un agente del Imperio...
     P.- Le aseguro que sólo soy un periodista.
     Seldon.- Los periodistas también toman partido.
     P.- En realidad... no soy un periodista.
     Seldon.- ¿Ah, no?
     P.- No. El periodismo me permite descargar la dosis cotidiana de adrenalina. Pero la verdad es que soy un estudioso de la Sociología y de la Historia, además de tener, como usted, un especial afecto por la Grecia clásica. Salvadas las distancias, yo también soy psicohistoriador... hambriento de conocimiento.
     Seldon.- ¿Y qué desea aprender?
     P.- Cómo enfrentarme a la crisis actual. Seguro que usted ha hecho algunos cálculos. ¡Que sabe!
     Seldon.- Por supuesto. Mas no puedo intervenir: no estoy en mi tiempo. Pero le diré algo muy importante, en forma de oráculo: "Una vez cada cuatrocientos años, la sangre de Orfeo, muerto por las mujeres tracias, riega los surcos del Mediterráneo. Y es señal de que un mundo se acaba". Este arcano esconde una constante histórica.
     P.- ¿Debo creer que en el Mediterráneo se oculta la semilla de lo nuevo?
     Seldon.- ¡Debe saberlo!: es otra constante histórica.
     P.- ¿Es el momento de crear una Fundación?
     Seldon.- Están ustedes estancados. Deben buscar su Terminus.
     P.- ¡Ah, no! Yo no deseo sumarme a los conejillos de indias que dan palos de ciego. Le repito que yo también tengo mucho de psicohistoriador. Deseo unirme a la Segunda Fundación.
     Seldon.- Eso es difícil. No creo que esté preparado. Debería empezar por descifrar el oráculo propuesto.
     P.- Está usted endiosado.
     Seldon.- No es culpa mía. Yo pretendía ser un hombre, sabio, pero sólo un hombre. Fue Asimov quien me convirtió en un diosecillo, ante quien se postró toda la galaxia.
     P.- Parece que le guarde rencor.
     Seldon.- No es rencor, sino desacuerdo. Asimov no supo zafarse de su ancestral cultura judía. De ahí provienen sus contradicciones.
     P.- No esperaba esta declaración.
     Seldon.- Sí. Introdujo en una extraña coctelera el darwinismo científico, la teoría de la conspiración, la ingeniería social, el relativismo cultural, el eclecticismo moral, el determinismo histórico, el líder carismático y el pueblo elegido. Comprenderá que con ese mejunje es muy difícil hacer psicohistoria.
     P.- Al menos, sus novelas fueron muy divertidas... y muy didácticas. ¿Sabe que muchos de sus lectores se acercaron posteriormente a Marvin Harris y Noam Chomsky?
     Seldon.- Estoy enterado. Dos grandes pensadores, dos grandes analistas de las constantes históricas. Con la ventaja sobre mí, para ustedes, de que son de su generación.
     P.- ¡Por la Gracia de Seldon! ¡Estamos de acuerdo!
     Seldon.- Por favor, no me tome el pelo.
     P.- En absoluto. Mi exclamación se debe a que acabo de descifrar el enigma del oráculo.
     Seldon.- Eso le allana el camino hacia la Segunda Fundación.
     P.- No quiero pecar de optimista...
     Seldon.- Pero sea cuidadoso con lo que sabe...
     Anochece. Los efluvios del jazmín adormecen nuestras mentes y los sentidos danzan en armoniosa algarabía. Las palabras se disipan, mientras la lira de Orfeo nos escuda de las ominosas asechanzas del Imperio.
     La noche en Paros es transparente, límpida. Sobre nuestras cabezas, millones de estrellas de la Galaxia dan forma a la bóveda celeste.

Publicado en Dierio Lanza el 30 de Enero de 2012

lunes, 23 de enero de 2012

Lo - Li - Ta

Galería de Inmortales

              LO – LI - TA
                                      Francisco Chaves Guzmán


Quiero protegerte, querida,
de todos los horrores
que ocurren a las niñas
bajo los cobertizos
de los caminos.
(Lolita, Vladimir Nabokov)

     La sala es un batiburrillo de patines, raquetas, peluches, calcetines, revistas ilustradas, zapatillas deportivas, carteles de cine, azules vaqueros desgastados, horteras postales turísticas y pintalabios de todos los colores. En un tocadiscos, el vinilo gira a treinta y tres revoluciones por minuto. Los sonidos que produce se mezclan con los chillidos agudos de los dibujos animados que pasan por una cadena de televisión. Un sol crepuscular se filtra por los visillos de la ventana, chillonamente decorados con dibujos de Micky Mouse, produciendo un efecto desconcertante.
     En una baja mesa rectangular hay abiertas tres bolsas de palomitas, que Lolita devora mecánicamente, mientras que su mano derecha sostiene un gigantesco helado de fresa.
     Lolita.- ¿Quiere que le presente a Dick, mi marido?
     P.- No he venido para entrevistar a Dolly Schiller, sino a Dolly Haze.
     Lolita.- ¡Es tan bueno mi Dick! Un corderito. Y tiene un nombre tan precioso, tan estimulante. Fue lo primero que me atrajo de él.
     P.- ¿Dick? ¡Ah, ya!
     Lolita.- Veo que conoce el inglés arrabalero.
     P.- Prefiero el francés.
     Lolita.- ¿Habla francés? Comme est belle cette langue!
     P.- Bellísima, sin lugar a dudas.
     Lolita.- ¡Bien! ¿Y qué desea saber de Dolly Haze?
     P.- ¿Podríamos prescindir durante unos minutos de la televisión, la radio y la música disco?
     Lolita.- ¡Oh, perdone... estoy tan acostumbrada! ¿Quiere tomar unas palomitas?
     P.- ¿Es cierto que tu padre...?
     Lolita.- Llamémosle Humbert.
     P.- De acuerdo. ¿Es cierto que Humbert te destrozó la vida?
     Lolita.- Sí. Muy cierto.
     P.- Al abusar de ti reiteradamente.
     Lolita.- ¡Oh, no! Él era incapaz de tal cosa.
     P.- ¡No me digas...!
     Lolita.- Mi padre, bueno, Humbert, era un hombre muy conservador y extremadamente religioso.
     P.- No eran esas mis noticias.
     Lolita.- Él deseaba representar el prototipo de americano medio, con todos sus prejuicios y miedos.
     P.- Pero si era un inmigrante reciente.
     Lolita.- Precisamente por eso. Quería integrase en su nuevo ambiente, y ponía en ello la dedicación propia del neófito.
     P.- ¿Por qué, entonces, esas memorias autoinculpatorias, en que se declara raptor, violador y asesino?
     Lolita.- ¿No recuerda usted que, en el último capítulo de ellas, pide a la Justicia que sea dura con respecto a las violaciones y benévola con los otros delitos? ¡He ahí la cuestión!
     P.- No veo la relación.
     Lolita.- Humbert estaba obsesionado con los pecados de la carne, con las infracciones de su código sexual.
     P.- Entiendo aún menos la causa por la que escribió esa confesión pormenorizada.
     Lolita.- Como mal menor.
     P.- Pero si él pretendía integrarse en la sociedad americana y entendía que para ello necesitaba transmitir un halo de rigidez moral, ¿por qué razón se declara impúdico y, además, sin serlo?
     Lolita.- Oiga, señor, ¿usted por quién se interesa? ¿Por Humbert o por Dolly?
     P.- Por Dolly, naturalmente.
     Lolita.- Entonces pregúnteme cómo Humbert destrozó mi vida. ¿Sabe que es usted muy atractivo?
     P.- ¿Cómo te destrozó la vida, Lolita?
     Lolita.- Sacándome de mi entorno, quitándome los amigos, llevándome a ciudades desconocidas, sometiéndome a vigilancia.
     P.- Por celos...
     Lolita.- ¡Que ya le he dicho que no!
     P.- ¿Entonces?
     Lolita.- Me hizo un daño irreparable. Por su culpa tengo que soportar a Dick, que lo único bonito que tiene es el nombre.
     P.- Dime, pues, por qué lo hizo.
     Lolita.- La misma razón que le llevó a sacarme de Ramsdale fue la que le inclinó a escribir esas memorias.
     P.- ¿Cuál?
     Lolita.- Quiso cargar con toda la culpa para que nadie jamás supiese que su Lolita, su Dolly, su hija, no necesitaba que nadie la sedujese, que la nínfula sabía perfectamente dónde encontrar ogros complacientes, y someterlos a su capricho.
     P.- ¿Con todo su poder demoníaco?
     Lolita.- Y con su hechizo seductor. ¿No le doy miedo?
     P.- Sin lugar a dudas.
     Lolita.- ¿Sabe que le puedo corromper y meterle después en chirona?
     P.- ¿Qué razón podrías tener para tratar así a tus presas?
     Lolita.- Que no dan todos los antojos, que se rebelan. Y sobretodo, porque es una forma muy higiénica de quitártelos de enmedio cuando te cansas de ellos.
     P.- ¡Qué barbaridad!
     Lolita.- ¿Le escandalizo?
     P.- No. Me desazonas.
     Lolita.- C'est la vie, monsieur!
     P.- Así que tú, en Ramsdale...
     Lolita.- En el campamento, en el Cazador Furtivo, en Duk-Duk...
     P.- ¿Había otras nínfulas en Ramsdale?
     Lolita.- Bueno... alguna que otra. Pero no me gusta hablar de personas ausentes. Oiga, lo suyo no será curiosidad morbosa...
     P.- Puedo asegurarte que mi interés es periodístico.
     Lolita.- ¡Ya, como todos! Interés periodístico, pedagógico, cultural, fotogénico, psicológico... ¿De verdad no le resulto atractiva?
     P.- Con mis entrevistados mantengo una relación meramente profesional. Me gustaría saber qué ha sido de tu padre.
     Lolita.- ¡Pobre! A pesar de todo, le tengo lástima. Pasó mucho tiempo en un psiquiátrico, ¿sabe? Le dio por creerse el senador McCarty, que, por cierto, yo no sé quién es ese señor.
     P.- Y ahora, ¿a qué se dedica?
     Lolita.- Se hizo predicador televisivo. Creo que tiene mucho éxito.
     P.- En cuanto a Nabokov, ¿qué pinta en todo esto?
     Lolita.- Eran muy amigos. Se conocieron en Europa.
     P.- Tú también has tenido éxito. Has llegado al cine, nada menos que de la mano de Kubrick y de Lyne... tu sueño dorado.
     Lolita.- ¡Odio esas películas! ¡Qué vergüenza, esas viejas de veinte años haciendo de nínfulas!
     P.- Gracias, Lolita, ha sido una charla muy instructiva.
     Lolita.- Hasta la vista, mon bijoux, espero que nos…
     ¡Extraño destino! ¡Pobre nínfula! ¿Dónde tu belleza? ¿Dónde tu ingenuidad? ¿Dónde tu poder demoníaco y seductor? ¡Qué cruelmente te han tratado los guardianes de tu inocencia!
     Adiós, madame Schiller. Espero que no volvamos a encontrarnos.

Publicado en Diario Lanza el 23 de Enero de 2012

lunes, 16 de enero de 2012

Hamlet

Galería de Inmortales

             HAMLET
                                   Francisco Chaves Guzmán

Hay tantas cosas
entre el cielo y la tierra,
amigo Horacio,
que nuestras mentes
no se han atrevido
ni tan sólo a imaginar...
(Hamlet, William Shakespeare)

     Estamos en el escenario de un teatro decimonónico, cuya ubicación no puedo desvelar pues me he comprometido a ser discreto. Únicamente diré que nos encontramos en el sur de Inglaterra, a pocas millas de unos procelosos acantilados. El escenario ha sido convertido en estudio, en el cual habita el príncipe Hamlet. A la izquierda, una cortina esconde, a medias, el lugar que hace las veces de dormitorio; a la derecha, una biblioteca bien poblada; a nuestra espalda, un amplio ventanal se abre sobre los bosques que debieron servir de ornamento a cualquier obra petrificada
     A dos metros de nuestros asientos, el telón nos separa del húmedo patio de butacas.
     Hamlet.- Amo el teatro, ¿sabe? Aquí nací y aquí perduraré a través de los tiempos.
     El Periodista.- Tal vez alguna comodidad suplementaria...
     Hamlet.- ¿Para qué? ¿Para adocenarse? Aquí se respira la realidad humana, con sus pasiones, sus intrigas. Amores, traiciones, odios... todo está aquí, como en el tubo de ensayo de un científico. ¿No cree que vale la pena?
     P.- Sí. Se lo he oído decir muchas veces.
     Hamlet.- Mi sino es repetirme... sólo que unas veces me repito mejor que otras. Por ejemplo, no estoy seguro de que usted acierte a retratarme en esta entrevista.
     P.- Le confieso que soy algo heterodoxo.
     Hamlet.- ¡Ya sé! He leído alguna de sus charlas con otros de mis colegas. También sé que es muy aficionado al cine.
     P.- Mucho. ¿Qué opinión le merece el cine?
     Hamlet.- Es un arte nuevo, que me sirve espléndidamente. Tengo muchos metros de celuloide en mi haber. Además hay que reconocer que ciertas cintas son realmente luminosas, como, por ejemplo, la versión que sobre mí rodó Lawrence Olivier.
     P.- ¿Y la de Franco Zefirelli?
     Hamlet.- Digamos que no siempre se acierta...
     P.- Eso es casi una evasiva.
     Hamlet.- A las que ustedes, los periodistas, nos obligan al tratar de comprometernos.
     P.- Pero parece que a usted no le ha importado mucho el comprometerse.
     Hamlet.- Sólo en las cosas importantes... y tras haber despejado muchas dudas.
     P.- Pues la verdad es que no le noto a usted muy vacilante.
     Hamlet.- Comprenderá que en esta conversación no se dilucida el destino de un reino...
     P.- Pero sí algo irónico.
     Hamlet.- Perdóneme, no intento molestarle. Es la fuerza de la costumbre.
     P.- ¡Ya! Como los manjares del duelo y del banquete nupcial.
     Hamlet.- Soportar o rebelarse, esa es la cuestión.
     P.- Cuando la filosofía se convierte en política.
     Hamlet.- Ahí es donde merece la pena plantearse cuantas dudas sean necesarias. Aunque sólo haya un camino para un alma noble: rebelarse.
     P.- Lo cual puede ser muy peligroso.
     Hamlet.- ¡Hombre! Una cosa es ser noble y otra, bien distinta, hacer el necio. La práctica de la rebelión es imposible si se desconoce las armas con que se cuenta.
     P.- En algún sitio he leído que, bien utilizada, puede ser más mortífera una sonrisa que una daga.
     Hamlet.- Depende del carácter de cada cual. A mí me va mejor hacerme el loco. Pero, en el fondo, es una cuestión de simple estrategia.
     P.- Que puede tener efectos no deseados.
     Hamlet.- Toda acción los tiene. Las muertes de Polonio y Ofelia no eran necesarias ni deseadas, pero se justifican por sus resultados.
     P.- ¿Por sus resultados? Tampoco fueron excelentes, con todos ustedes muertos en montonera.
     Hamlet.- Ahora quien ironiza es usted... mas... no se trataba de salvar unas vidas, sino de salvar unos principios.
     P.- Ahora es usted quien debe perdonarme a mí.
     Hamlet.- No se preocupe.
     P.- ¿Amaba usted a Ofelia?
     Hamlet.- No estoy seguro. El amor es otra de las cuestiones que requieren sistemática duda.
     P.- ¿Y el fantasma de su padre?
     Hamlet.- Puedo asegurarle que cuando los muertos salen de sus tumbas se acerca el Apocalipsis. Lo que, traducido a términos entendibles, significa que cuando se sacan los muertos a pasear es porque el orden social está en crisis. Es el primer síntoma.
     P.- ¿Sabe que hay muchos Hamlets distintos?
     Hamlet.- Se confunde. Lo que ocurre es que la extraordinaria densidad de la obra de Shakespeare impide, en la práctica, que sea representada literalmente. Lo que tiene por consecuencia que cada maestrillo tire de la manta para sí mismo. Sin embargo, la idea fundamental suele quedar a salvo: la lucha del individuo contra el poder usurpador.
     P.- En la época barroca, los papeles femeninos eran representados por hombres. ¿Qué consecuencias para la escena ha tenido el que las mujeres accediesen a ella?
     Hamlet.- Que las Ofelias sean menos ambiguas...
     P.- ¿...?
     Hamlet.- ...y que los muchachos perdiesen sus propios papeles... que los representan señoritas. Todo sigue igual. Nada cambia.
     P.- Eso sí es una sonrisa
     Hamlet.- No esté usted tan seguro. Tal vez sea una daga disfrazada.
     P.- Quiero preguntarle algo muy personal.
     Hamlet.- Atrévase.
     P.- ¿Por qué vive usted en Inglaterra?
     Hamlet.- Porque soy inglés
     P.- Pero siempre creímos que usted era príncipe de Dinamarca.
     Hamlet.- Shakespeare sabía cuidar de su cabeza. En aquellos tiempos, María Estuardo, madre del rey, no escatimaba infidelidades conyugales, y al hijo, Jacobo I, nunca le faltaron amantes en sus cámaras. El hecho de que éste decidiese contraer matrimonio con Ana, princesa danesa, convenció a Shakespeare de que esa nacionalidad sería una transferencia motivada y comprendida. Puedo asegurarle que soy inglés.
     P.- ¡Menuda primicia!
     Hamlet.- No es sino un detalle que muchos han dejado pasar por alto: ya tiene lo que buscaba. Y ahora ha de disculparme: como le anuncié, no dispongo de mucho tiempo.
     Tras el telón, en el patio de butacas, se oyen ruidos y voces. Hamlet me despide amablemente con estas palabras: "Van a proyectar una película, como todos los días. La de hoy creo que tiene por título “Los Descerebrados Sincrónicos”. Una forma que tiene mi padrastro, el usurpador Claudio, de desviar la atención de sus súbditos".
     Salgo huyendo precipitadamente para no enfrentarme al reino del horror y de la tiranía. Lo confieso, no soy tan valiente como el príncipe Hamlet.

Publicado en Diario Lanza el 16 de Enero de 2012

martes, 10 de enero de 2012

Fernando Martínez Valencia

 
      Fernando Martínez Valencia ha presentado sus dos últimas creaciones literarias, AZULEJO y EL ESPÍRITU DE LOS OBJETOS.
     AZULEJO es una colección de aforismos o epigramas con los que se acerca a las cuestiones que siempre han hecho soñar y temblar a los hombres, cuando menos a los hombres inteligentes. Como son la soledad, el amor, la vida, el fracaso, la muerte, el placer y las dudas.
     En cuanto a EL ESPÍRITU DE LOS OBJETOS, constituye un ensayo cuyo objetivo radica en humanizar los objetos, desde la duda sistemática, para que ellos nos humanicen también a nosotros mismos.
     La presentación de ambos libros fue un acontecimiento intelectual, en el que el parlamento de Fernando estuvo a gran altura, alcanzando auténtica brillantez.

lunes, 9 de enero de 2012

Maurice

Galería de Inmortales

                    MAURICE
                                       Francisco Chaves Guzmán

¿Es que no veis
cuál es mi situación?
¿Es que acaso no veis
que aquí inventamos
historias que sólo pueden ocurrir
entre estas cuatro paredes?
(Severa Vigilancia, Jean Genet)

     La celda donde Maurice cumple su perpetua condena antes parece habitación de hospital que cuchitril carcelario. La cama de hierro está cubierta por sábanas muy blancas, la ducha disimulada tras impolutas cortinas, el ventanal de doble cristalera carece de rejas. Hay un televisor y una estantería repleta de libros perfectamente ordenados. Sin embargo, las paredes están cubiertas por amarillentos recortes de prensa desde donde nos miran, con duras facciones, los más afamados bandidos. Uno de ellos, que tiene por apodo Ojos Verdes, reina en solitario sobre la cabecera de la cama. Entre los dientes tiene un racimo de lilas, sus flores preferidas, que alguien ha pintado con un rotulador.
     Acorde con lo observado por Jean Genet, Maurice es un joven guapito y bajo. Más bien delgado, pero fuerte, con mejillas sonrosadas y mentón lampiño. En el labio superior se adivina una esperanza de bozo.
     Maurice.- ¿Me presta unos cigarrillos?
     El Periodista.- Sólo tienes diecisiete años. Deberías saber que el reglamento no permite fumar a los menores.
     Maurice.- ¡Pamplinas! ¿Cree que soy menor?
     P.- No. No lo creo.
     Maurice.- Llevo fumando desde la época del charlestón y se les ocurre ahora que soy demasiado joven. ¡Majaderos!
     P.- Pienso como tú.
     Maurice.- ¡Y mafiosos! ¿Sabe cuánto cuesta un paquete de Gitanes en el mercado negro? ¿Y una botella de vino?
     P.- No me digas que se puede conseguir aquí todo eso... en un módulo de reinserción considerado ejemplar.
     Maurice.- ¡Qué manía con llamar módulos a las cárceles! Y sí, se puede conseguir. Y cigarrillos de cocaína cortada con arsénico. Y vino de alcohol metílico. Igual que en la calle.
     P.- Y prohíben los Gitanes...
     Maurice.- ¡Para que compremos toda esa mierda!
     P.- Toma un cigarrillo.
     Maurice.- Gracias, señor. ¿Sabe?, no entiendo qué ha visto en mí. Mejor hubiera entrevistado a Ojos Verdes. ¡Qué rico el cigarrillo!
     P.- Te ha salido un ovillo perfecto.
     Maurice.- Antes los hacía de distintos tamaños y colaba el pequeño por el centro del grande. Ya no tengo práctica, como no nos dejan fumar...
     P.- Me interesas porque te considero un personaje clave en la obra de Genet.
     Maurice.- Los hay mucho mejores. Como Querelle, como Stilitano, como Divers. Al fin y al cabo Severa Vigilancia es una de sus obras menos importantes.
     P.- Es una obra de juventud: Genet tenía tu edad cuando la escribió.
     Maurice.- Cuando era un menor...
     P.- Tenía bastantes más años, pero continuaba siendo un adolescente ingenuo y soñador.
     Maurice.- ¿Como yo?
     P.- Creo que tú eres el molde de los personajes que has nombrado. Sin duda ellos están más elaborados, más compactos, pero tienes ya los rasgos psicológicos que los han hecho inconfundibles.
     Maurice.- Es lo más bonito que me han dicho nunca.
     P.- En tu alma habita ya el alma de todos ellos.
     Maurice.- ¡Lástima que no sea usted un asesino!
     P.- ¿Por qué?
     Maurice.- Porque recortaría su fotografía de un periódico y la pondría junto a todas estas. Junto a la de Ojos Verdes, a la cabecera de la cama. Me mola usted.
     P.- No comparto vuestro estilo de vida.
     Maurice.- Pura casualidad. Una mala racha de viento podría haberle puesto una chirla en la mano.
     P.- Tú no llegaste a tanto.
     Maurice.- Un simple tirón. Pero tengo agallas para el crimen, créame. Lo que pasa es que Jean Genet truncó mi carrera al dejarme aquí dentro para siempre.
     P.- ¡Vamos, vamos...!
     Maurice.- A los demás les permitía pasear por el mundo entre condena y condena, para realizar todo tipo de fechorías. ¡Yo hubiese sido mejor que Querelle!
     P.- ¿También en la traición?
     Maurice.- ¡Por supuesto! Asesinato, violación y traición son las tres pruebas de los auténticos duros.
     P.- ¿Para qué tanto horror?
     Maurice.- Para hacerse respetar y amar. Para que tu fotografía esté en todas las celdas de las prisiones. ¿Verdad que son cabezas como la mía, con mi carita de gamberro, las que todos querrían recortar de los periódicos?
     P.- No comprendo por qué.
     Maurice.- Porque las fotografías de los asesinos huelen a sangre, a semen, a sudor, a flores, a lluvia, ¿no lo sabía?
     P.- Deberías intentar salir de aquí.
     Maurice.- ¿Y qué, si lo intentase? Nadie puede sacarme de donde me dejó Genet, se lo repito.
     P.- ¿Quieres, acaso, convertirte en el rey de la cárcel?
     Maurice.- En la cárcel ya no hay reyes, sólo pringaos. Camellos temblorosos, ladrones de guante blanco, homicidas locos... y yo, un tironero de tres al cuarto. ¿Quién va a ser el rey de esta cárcel?
     P.- Pero pasarán cosas...
     Maurice.- En la cárcel se cuentan demasiadas historias, pero pasar, lo que se dice pasar, no pasa nada. Ya no es como antes, cuando yo compartía celda con tipos duros, corridos, capaces de cometer todos los crímenes.
     P.- Estas mejor así, en tu celda individual...
     Maurice.- Aburriéndome como una ostra, sin nadie a quien admirar, salvo a los de las fotos, que me las dejan tener porque los guardianes de ahora desconocen su significado.
     P.-... con gente de tu edad...
     Maurice.- Papanatas modernillos sin el menor interés.
     P.-... y seguro.
     Maurice.- ¿Y para qué sirve tanta seguridad?
     P.- Digo yo que para que nadie se aproveche de tu juventud.
     Maurice.- Está visto. Ustedes, los periodistas de este tiempo, tienen más prejuicios que las beatas de hace un siglo. De mí no se aprovecha nadie si yo no quiero.
     P.- Pero...
     Maurice.- ¿No habíamos quedado al principio de la entrevista en que no me consideraba un crío? Páseme otro cigarrillo, por favor.
     P.- Toma.
     Maurice.- Todo es cuestión de mala suerte.
     P.- ¿Es una excusa?
     Maurice.- En absoluto. ¿Se imagina a un duro yendo a la cárcel sin haber tenido mala suerte?
     P.- ¿Por haberse dejado coger?
     Maurice.- Por ser un muerto de hambre obligado a demostrar toda la vida que no es un blando, que no es un arrugao.
     P.- Aquí también hay gente de clase acomodada.
     Maurice.- Unos advenedizos. No son de los nuestros.

     Tras la mirilla de la puerta, el vigilante nos avisa que ha concluido nuestro tiempo. Subrepticiamente, dejo en la mano de Maurice dos paquetes de Gitanes.
     En su despacho, el director de la prisión se interesa por el éxito de mi entrevista. Le prometo enviarle un ejemplar del periódico: “No le va a gustar”. Me contesta que está seguro de ello: “No soy partidario de esta relajación de la disciplina. Su visita no va a mejorar la reinserción del muchacho”. Puede que tenga razón, pero tampoco la empeorará.

Publicado en Diario Lanza el 9 de Enero de 2012

lunes, 2 de enero de 2012

Santiago Nasar

Galería de Inmortales

                SANTIAGO NASAR
                                                        Francisco Chaves Guzmán

La gente
que regresaba del puerto,
alertada por los gritos,
empezó a tomar
posiciones en la plaza
para presenciar el crimen.
(Crónica de una Muerte Anunciada,
Gabriel García Márquez)

      Cientos de kilómetros al sur de su tierra natal, en una vieja ciudad de la Cordillera Occidental, tiene su domicilio Santiago Nasar. A través de los ventanales abiertos entra en su casa la brisa, que huele a pólvora, y los ruidos de la calle, en su mayor parte secos estampidos con que las fuerzas litigantes se destrozan mutuamente.
      Regulares, paras, narcos, guerrilla... han hecho de Colombia una ensalada cuyos genuinos sabores se convierten en indetectables, porque la sangre con que ha sido aliñada los ha enmascarado.

     Santiago Nasar.- ¿Que con quién estoy? Si me lo hubiera preguntado hace cincuenta años, cuando vivía con mi madre entre la Guajira y Cartagena, le hubiese mentido diciéndole que no entendía de política. Ahora, no. He visto mucho y carezco de miedo. Sólo puedo estar con los campesinos sojuzgados. Ellos son mi gente.
     El Periodista.- ¿Abrazó, pues, la causa revolucionaria? Usted era un vástago de familia acomodada.
     Nasar.- ¿Acomodada? Una familia campesina, a la que la Fortuna había otorgado cierto desahogo. Pero campesinos. ¿Sabe?, no creo que mi labor sea abrazar causas, pero no puedo evitar ser un testigo muy objetivo. Y, en último caso, estoy con quien está mi creador.
     P.- Pero García Márquez, su creador, como usted dice, huyó de Colombia cuando vinieron mal dadas.
     Nasar.- Yo diría que muy prudentemente.
     P.- ¿Porque estaba su muerte anunciada?
     Nasar.- Por supuesto. A diferencia mía, que fui el último en enterarse de que le iban a matar, García Márquez lo supo con tiempo suficiente para poner tierra por medio. Luego volvió, cuando el peligro había pasado para él.
     P.- ¿Por qué le mataron a usted? ¿Tiene su muerte alguna explicación?
     Nasar.- ¡Naturalmente! En su tierra, en Castilla, manejan ustedes un dicho popular que puede aclararla.   
     P.- Dígame cuál.
     Nasar.- Pues que "entre todos la mataron y ella sola se murió". Es lo que me pasó a mí.
     P.- ¿Y cuándo tuvo conciencia de la relación entre el dicho y su asesinato?
     Nasar.- En el mismo momento en que me enteré de que me iban a matar, supe también que mi muerte era segura. Al intentar escapar, obedecí al instinto, pero estaba racionalmente seguro de que no había solución.
     P.- ¿Por qué?
     Nasar.- Porque fui el último en enterarme, lo que significa que el pueblo necesitaba sangre. ¿Ve?, entre todos me mataron, como en el dicho castellano.
     P.- ¿El pueblo? A usted lo mataron dos hombres ebrios y descerebrados.
     Nasar.- Está equivocado. Los hermanos Vicario hicieron honor a su apellido. Ángela, al acusarme de la pérdida de su doncellez, y sus hermanos Pedro y Pablo, al asestarme las puñaladas, obraron por cuenta ajena, vicariamente.
     P.- ¿Por cuenta del pueblo?
     Nasar.- Exactamente.
     P.- Pero usted era muy querido, y su familia respetada. De hecho, la mayoría de sus vecinos intentó evitar la tragedia.
     Nasar.- Pero no lo consiguieron. Cuando el alma colectiva de un pueblo necesita un chivo expiatorio, todas las demás consideraciones resultan vanas. No me irá usted a decir que en el país en que vive no ocurre lo mismo.
     P.- No me atrevo a contestarle que no.
     Nasar.- ¿Se da cuenta? Cuando se necesita sangre ritual no es difícil encontrar un testigo y un verdugo.
     P.- ¿Ritual?
     Nasar.- Sí.
     P.- ¿....?
     Nasar.- Sí. Porque lo importante, entonces, no radica en la verdad de los hechos, ni en la importancia del delito, sino que la ejecución se convierta en un Auto de Fe, en que la colectividad sea atemorizada y uniformada por la naturaleza catártica de la venganza. ¿Verdad que no es muy distinto a las maniobras que puso en marcha la Inquisición en Europa?
     P.- Con otros métodos.
     Nasar.- Lo que cuenta es el resultado. Y la indefensión de la víctima.
     P.- Y... ¿por qué precisamente usted?
     Nasar.- Me tocó la china.
     P.- ¿El destino?
     Nasar.- ¡No! Es más lógico pensar que, al tener yo alguna notoriedad, el ejemplo sería más contundente.
     P.- ¿Hubo, pues, una conspiración?
     Nasar.- ¿En contra mía? De ninguna manera. La conspiración es permanente, caiga quien caiga.
     P.- ¿Sabe que la teoría de la conspiración está considerada como inverosímil y paranoica?
     Nasar.- No son necesarias las acciones puntuales cuando todo el mundo ha interiorizado su deber.
     P.- ¿Sedujo usted a Ángela Vicario?
     Nasar.- Puedo asegurarle que no. Pero carece de importancia. Ángela pudo perder el himen en accidente doméstico o ser amante de docenas de hombres. Sigue careciendo de importancia. La inmensa mayoría de las muchachas no finalizan vírgenes la adolescencia. Luego es un asunto trivial.
     P.- Y a usted lo matan acusándole falsamente de una trivialidad...
     Nasar.- Le repito que a la colectividad no le importa en absoluto. Lo esencial es que quede claro quién tiene el poder. Y han de hacerlo recordar de vez en cuando.
     P.- ¿Me va a decir quién lo tiene?
     Nasar.- No es necesario. Usted y yo ya sabemos quienes condenan a los hombres a la miseria económica y la miseria sexual.
     P.- ¿Guarda rencor a los hermanos Vicario?
     Nasar.- No. Eran dos pobres brutos que no sabían qué hacían ni por qué lo hacían.
     P.- A quienes la Justicia declaró inocentes...
     Nasar.- ¡Claro! Estaban apuntalando la paz social...
     P.-... a pesar de que el juez instructor sí conocía bien los hilos.
     Nasar.- Jamás olvidaré sus palabras: "Dadme un prejuicio y moveré el mundo". Pero, ¿qué puede hacer un pobre juez?
     P.- ¿Qué hacer?
     Nasar.- ¿Qué hacer?
     Afuera, los disparos aislados se han convertido en ráfagas de ametralladora. Nos hemos visto obligados a refugiarnos en el sótano, rodeados de hombres y de niños cuyos horrorizados rostros son la imagen de la guerra interminable.
     No he tenido tiempo de comentarle a Santiago Nasar que la Crónica de una Muerte Anunciada es la novela que más me ha hecho llorar. No por un exceso de sensiblería. He llorado mucho por no haberla escrito yo. Sana envidia.

Publicado en Diario Lanza el 2 de Enero de 2012