lunes, 26 de diciembre de 2011

Don Juan Tenorio

Galería de Inmortales

               DON JUAN TENORIO
                                      Francisco Chaves Guzmán
Me hacéis reír,
don Gonzalo,
pues venirme a provocar
es como ir a amenazar
a un león con un mal palo.
(Don Juan Tenorio, J. Zorrilla)

     Estamos en un patio andaluz que parece un decorado de los Álvarez Quintero. Es decir, estallan geranios, resplandecen rejas y Don Juan se abanica, sentado en un sillón de enea. Yo ocupo otro igual, en ángulo recto con el suyo, junto a un botijo. Sobre la mesa, frente a nosotros, un encaje hecho a ganchillo, y sobre éste dos catavinos con manzanilla. Junto a la escalera que se abre al piso principal, un gato sestea. Estamos en Sevilla.
     Don Juan me pregunta si me manda traer un abanico. Le contesto que en mi región no se lleva el que los hombres se abaniquen. Ríe con suficiencia.

     Don Juan.- Pues no sabe lo que se pierde... claro que yo no voy a tratar de desengancharle de sus costumbres. Pero al grano, ¿qué desea que le cuente?
     Periodista.- Todo
     Don Juan.- ¿Todo? Ese todo está en docenas de poemas, de obras de teatro, de novelas. En cientos de ensayos, en miles de artículos. ¿Qué más pretende que conozcan sus lectores?
     P.- Algo inédito sobre su alma sevillana.
     Don Juan.- ¿Alma sevillana? Pero si yo nací norteño. Aprendí a andar en las cantigas gallegas, después emigré a Europa, en los cantares de gesta. Y sólo vine al sur cuando la fama se desparramaba de mis alforjas. Vivo en Sevilla de mis rentas.
     P.- Me refiero a su alma sevillana por adopción.
     Don Juan.- Mire: yo soy un ciudadano del mundo que acrecienta su hacienda cada vez que un escritor se decide a imaginar unas cuantas tonterías sobre mí. ¡Se han escrito tantas!
     P.- Pero la fama de usted depende de ellos.
     Don Juan.- ¡Lo sé! Y les estoy agradecido... aunque escriban tonterías. Sin embargo existen diferencias: hace quinientos años quedaban fascinados por mi reputación, hace doscientos y trescientos querían manipularme políticamente, ahora sólo pretenden el sueldo de una editorial. El mundo está degenerando.
     P.- No tiene usted buena opinión de los tiempos actuales, me parece.
     Don Juan.- ¿Y cómo quiere que la tenga si los comendadores de hoy dan por restablecido el honor de sus hijas cuando un juez fija una cantidad económica como compensación? Junto al honor se ha perdido la inocencia.
     P.- Es una forma civilizada de arreglar los contenciosos, de conseguir la paz social.
     Don Juan.- ¿Usted cree? Yo antes pienso que la Justicia, empecinada en llevar los ojos vendados, no observa en su propio espejo cómo adopta los rasgos del alcahuete, que en absoluto le atañen. Yo no entro en ese mercadeo.
     P.- ¿Quiere decir que se ha retirado? ¡Esa sí que es una primicia para mis lectores!
     Don Juan.- Ya empieza a inferir tonterías... como casi todos. ¡Genio y figura!... hasta la sepultura. Existen, entre los mares y los montes, tantas formas de burlar...
     P.- ¿Sigue siendo, pues, su divisa esa tan cínica de "largo me lo fiáis"?
     Don Juan.- Con más razón que nunca: en la galería de los inmortales el tiempo es infinito.
     P.- Y doña Brígida, ¿le sigue echando una mano de vez en cuando?
     Don Juan.- ¡Calle! Está como enfurecida desde que le ha salido tanta competencia desleal... ¡Pobre! Con los servicios que ha prestado a la humanidad...
     P.- Sí que es triste condición... ¿qué le interesa más, las conquistas o la inmortalidad?
     Don Juan.- La inmortalidad, que me permite conquistas infinitas. A veces no hace falta ni mover un dedo, ¿sabe?
     P.- ¿Quién cree usted que ha prestado mejores servicios a su inmortalidad, Tirso o Zorrilla?
     Don Juan.- Todos por igual. Mi caso es un continuo histórico, en el que todos han intervenido como piezas de un engranaje perfecto. ¿Qué me dice de Byron, de Molière? Sin embargo, tengo una debilidad, Mozart. ¡Qué prueba de amistad, llevarme a la ópera, a mí, que no tengo la menor sensibilidad musical!
     P.- ¿Y Said Armesto?
     Don Juan.- Su aportación fue muy importante. Otra pieza insustituible del engranaje. Pero él no me amaba.
      P.- ¿Le amaba acaso Marañón? ¿O Gonzalo Lafora?
      Don Juan.- No hay peor plaga para la humanidad que los científicos con ínfulas metafísicas. Carecen de poesía.
      P.- Como su espada.
      Don Juan.- Mi espada es juego y es poesía, porque está al servicio de la imaginación. Pero mi éxito no depende de la esgrima, sino del arte de la seducción.
      P.- ¿No ahondamos en Marañón?
      Don Juan.- ¿Para qué? Todo auténtico poeta tiene tras de sí miles de marañones fabricando pruebas falsas.
      P.- Que, a veces, coinciden con la realidad.
      Don Juan.- ¿Es usted un hombre o una estatua de piedra?
      P.- ¿Como el comendador?
      Don Juan.- Usted lo ha dicho. Pero aquello fue únicamente una obra de teatro: una utilización política.
      P.- A la que usted se prestó.
      Don Juan.- En la que yo me reí de la bobaliconería y beatería de muchos de ustedes.
      P.- Dicen que usted es un " intuitivo del amor", que una simple mirada le basta para descubrir, estudiar e hipnotizar a su presa. ¿Es cierto?
      Don Juan.- Lo dijo Gonzalo Lafora, pero es cierto. También dijo: "su ojo inquieto es certero como el de un matador de toros, que averigua al momento la psicología de su enemigo, apenas le ha trasteado con un pase de prueba". También es cierto. Aunque yo cambiaría la palabra "psicología" por la palabra "debilidades". Tenga en cuenta que mi arte no se basa en la utilización de una pócima mágica, sino en el conocimiento del alma humana.
      P.- ¿Podemos lanzar desde aquí un mensaje de tranquilidad a los papás, las mamás y las asistentas sociales?
      Don Juan.- En absoluto. Le recordaré un verso de Miguel Hernández: "¿quién al huracán retuvo prisionero en una jaula?".
      P.- ¿Es usted una fuerza de la naturaleza?
      Don Juan.- Véalo por sí mismo: no se pueden poner puertas al campo.
      P.- Le noto muy embebido de sí mismo.
      Don Juan.- Estoy seguro de que seré santo y seña de la próxima revolución. Le apuesto lo que quiera.
      P.- No me atrevo a apostar en su contra.
      Don Juan.- Así evita perder.
     En el reloj cercano suenan las doce, la hora del Ángelus. Don Juan da por concluida nuestra charla: “He de irme, no debo dejar que pase sin mi presencia el tiempo del recogimiento... ¡Ah, soy devoto de mi oficio!... y no olvide llevar un poco de optimismo a sus pobres lectores”.
     El gato continúa sesteando junto a la escalera, mientras las campanas tañen anunciando la llegada de Don Juan a su reclinatorio en la iglesia.

Publicado en Diario Lanza el 26 de Diciembre de 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

Max Demian

Galería de Inmortales

                         MAX DEMIAN
                                                         Francisco Chaves Guzmán

Ningún hombre ha sido nunca
por completo él mismo.
Pero todos aspiran
a llegar a serlo.
(Demian, Herman Hesse)

      Cinco meses me ha hecho esperar Max Demian, al otro lado de la línea telefónica. Para comunicarme, por boca de un lacayo -"el señor no quiere que le moleste: usted sería la última persona a la que concedería una entrevista"- que me había hecho perder el tiempo.
     Pero no soy de los que se dejan amilanar por las malas maneras: así pues, he decidido inventarme este diálogo e imaginar que tiene lugar con un tablero de ajedrez entre ambos, con las fichas en posición de batalla. Alguien podría pensar que tal cosa no es muy ética, pero yo estoy decidido a no perder esta entrevista. Cosas peores se han hecho para conseguir una exclusiva

     Max Demian.- Le advertí que no deseaba recibirle. Tengo muy malas referencias suyas.
     El Periodista.- Ha intentado tomarme el pelo una vez más, dándome largas innecesariamente.
     Max.- Usted no tiene derecho...
     P.- ¿Que no? Dialogar con los personajes de los libros es un derecho inalienable del lector.
     Max.- Que yo no le concedo.
     P.- No querrá que los lectores nos traguemos, sin ponerlo en duda, todo cuanto un escritor quiera contarnos. Una obra de arte, considerada así, se parecería mucho a una consigna totalitaria.
     Max.- Usted no es aceptado en nuestra casa.
     P.- Ni usted en la mía. Una vez puesta de relieve la enemistad que nos une, ¿le importaría decirme qué buscaba usted en Emil Sinclair, su protegido?
     Max.- Ayudarle. Franz Kromer intentaba, haciendo uso de la fuerza, convertirlo en su esclavo.
     P.- No mienta: cuando usted hizo amistad con Sinclair, todavía no sabía de la existencia de Kromer.
     Max.- Sinclair estaba en peligro.
     P.- Sí: le acechaba el peligro de preguntarse qué había más allá del estrecho trozo de mundo que le habían asignado.
     Max.- ¡Exacto!
     P.- Y usted lo conjuró impidiendo que Kromer, hijo y nieto de obreros, tuviese influencia sobre él.
     Max.- Fue necesario.
     P.- ¿Y cómo consiguió quitarlo de enmedio?
     Max.- Es un secreto.
     P.- Que yo conozco.
     Max.- ¿Usted?
     P.- ¡Sí! Le amenazó con hacer públicos sus inconfesables pecadillos adolescentes. Es usted un chantajista de la peor ralea. Desde luego, mucho peor que Kromer.
     Max.- No le consiento que me insulte. Kromer intentaba llevar a Sinclair por los caminos de la depravación y la subversión.
     P.- ¿Cómo supo tal cosa? ¿Sólo casualmente?
     Max.- Esa insinuación es inaceptable. Yo salvé al muchacho de la peor de las desdichas, de una vida alejada de la virtud.
     P.- ¿Es usted un ángel?
     Max.- Sinclair me consideraba así.
     P.- ¿Cómo lo consiguió? ¿Contándole historias bíblicas trucadas, heterodoxas en apariencia?
     Max.- Necesitaba un juego que le alejase de sus incipientes malos pasos.
     P.- ¿O mostrándole sus músculos curtidos al aire libre y desarrollados en el gimnasio?
     Max.- Tuve que aplicarle pequeñas cantidades de virus de maldad para inmunizarle contra el mal. Le vacuné contra sí mismo.
     P.- Y luego le incitó a llevar a cabo un largo periplo de aprendizaje.
     Max.- Los jóvenes necesitan pisar el mundo, desasosegarse, vadear el lodazal.
     P.- Siempre que tengan un ángel-guía, ¿verdad? Y, más tarde, usted desapareció completamente de su vida para que él, consciente de su abandono, tuviera mala conciencia, ya que usted era su conciencia.
     Max.- Yo no le hubiese aportado nada en esos momentos. Podría pensar que le coartaba, impidiéndole ejercer su búsqueda.
     P.- Pero el viaje iniciático también estaba trucado.
     Max.- ¿Por qué piensa tal cosa?
     P.- Porque un rito de iniciación sirve para partir desde una nueva base, no para volver al mismo sitio.
     Max.- Es usted un demagogo.
     P.- Y usted un embaucador.
     Max.- Es un juicio carente de pruebas.
     P.- Usted engañó a Sinclair haciéndole creer que su viaje le llevaba a otro lugar. Sin embargo, al final del camino, encontró el mismo mundo burgués, los mismos prejuicios, las mismas creencias anquilosadas. Se había convertido en aquel de quien huía, no en aquel a quien buscaba. Luego estaba trucado, bien trucado.
     Max.- Es ahora un hombre responsable, honesto, casto y comedido.
     P.- No cabe duda: es usted un verdadero personaje de Herman Hesse.
     Max.- Hesse fue un gran hombre. Y un gran escritor.
     P.- Yo, contrariamente a lo que me dice, en cada ocasión que veo a un muchacho con un libro suyo bajo el brazo, me echo a temblar.
     Max.- Es usted un subversivo.
     P.- Y usted un moralista, que vive de vender pastillas de moralina en las puertas de los institutos. Y me parece que con nefastas consecuencias: ha dejado enganchados a muchos.
     Max.- Para mi mayor gloria. He conseguido arrinconar a todos los de su ralea, a cuantos se le parecen a usted.
     P.- Usted no puede disfrutar de su gloria.
     Max.- ¿Por qué no? ¿Quién me lo impedirá? ¿Alguno que se le parezca?
     P.- Usted es un espíritu puro, y los espíritus puros ni sufren ni disfrutan. En resumen, que usted no existe.
     Max.- ¿Que no existo?
     P.- Yo sé por qué no quiso concederme esta entrevista. No podía: porque no existe.
     Max.- Está diciendo disparates.
     P.- En absoluto. Herman Hesse quiso engañar al lector, indicando que el personaje de Sinclair era autobiográfico. Mentira: el personaje autobiográfico, el ángel-fuhrer, era usted. Y como Hesse ha muerto, usted no existe.
     Max.- Es usted una cloaca de perversiones.

      Imagino ahora que la entrevista finaliza en medio del estruendo formado por la patada que Max Demian ha propinado al tablero de ajedrez. Cuyas fichas vuelan a cámara lenta, para volver a caer en posiciones que presagian mi triunfo.
      ¡Jaque mate!, le digo. Y su imagen se desvanece.

Publicado en Diario Lanza el 19 de Diciembre de 2011

lunes, 12 de diciembre de 2011

Sally la Atómica

Galería de Inmortales

                      SALLY LA ATÓMICA
                                                     Francisco Chaves Guzmán

El muchacho:
"¿Por qué no te convertiste
en muchacha?"
El Fénix:
"Porque te amo a ti
tal como eres".
(Samarkanda, Antonio Gala)

 
     Un club de alterne, en una carretera de montaña de cualquier parte. Lo que llaman música es un ruido estridente y repetitivo. En las mesas cercanas a la nuestra, las chicas y sus clientes ponen precio a las caricias entre arrumacos esperpénticos. El deseo sexual y el deseo económico tejen algo así como una cortina de intereses alrededor de cada pareja, lo que nos permite ser invisibles durante nuestra plática.
     Enfrente de mí, Sally bebe té con hielo en un vaso de whisky. Va muy pintada, casi grotescamente pintada, y su cuerpo aparece enfundado en un mínimo vestido negro por cuyo escote rebosan dos esferas puntiagudas, que tienen vida propia. Cada vez que toma la palabra, hace un brusco movimiento de cabeza, hacia la izquierda y hacia lo alto, que le permite ondear su melena oxigenada. Al retomar la cabeza su posición normal, los ojos grises se pierden en un círculo mareante.
     Sally.- ¡Pero qué pasa! ¿Dice que me quiere hacer una entrevista?
     El Periodista.- Pues sí.
     Sally.- Mira que me han propuesto cosas en las casas de putas, pero esta novedad es el acabose.
     P.- Déjeme que le explique.
     Sally.- ¿Y en qué idioma piensa entrevistarme, en francés o en griego? Mire que no estoy para perversiones. Supongo que esto de no tutearnos formará parte de su rollo fetichista, para excitarse cuando me pregunte por la primera vez en que mi vecinito...
     P.- No me interesa usted como puta.
     Sally.- ¡Anda éste! ¿Pues como te intereso entonces, rico, como profesora de italiano? ¡Que te follen! Lo mejor será que te presente a Flori la Desesperada, especialista en bichos raros...
     P.- Quien me interesa es Sally la Atómica.
     Sally.- ¡Quién es usted! ¿Cómo conoce mi antiguo nombre de guerra?
     P.- El libro, la obra de teatro.
     Sally.- Yo no sé nada de libros.
     P.- “Samarcanda”. ¿No le dice nada ese título?
     Sally.- Es el único libro que tengo, el único que he leído y el único que hojeo todos los días de mi vida.
     P.- ¿Para comprenderse a sí misma?
     Sally.- ¿Cómo ha podido encontrarme?
     P.- Porque soy periodista. Y mi trabajo consiste en sacar a la luz las cosas que están escondidas.
     Sally.- No comprendo qué busca en mí.
     P.- La obra me ha hecho reflexionar...
     Sally.- Reflexión es lo que pedía su autor en el prólogo. Pero yo únicamente soy un personaje secundario, una ramera de paso, más insignificante que el perro Zegrí.
     P.- Me parece que no estoy de acuerdo. Creo que usted, Sally, es muy importante en la obra.
     Sally.- Por favor, no me llame Sally aquí. Ahora tengo otro nombre y no quiero que nadie conozca mi pasado.
     P.- De acuerdo, ha sido una falta de tacto. Como le decía, creo que usted es fundamental en la trama.
     Sally.- Pero, ¿qué quiere realmente?
     P.- Que me ayude a comprender los actos de Bruno y Diego. Nada más.
     Sally.- Pero si está clarísimo. Me di cuenta enseguida.
     P.- Ya lo imaginaba, aunque sobre el escenario usted parecía no enterarse de nada.
     Sally.- Oiga, que yo soy puta, pero no tonta. Y a los hombres los conozco con mirarles los zapatos.
     P.- Hábleme de ellos.
     Sally.- A Bruno le cogí la pluma en cuanto lo vi por primera vez.
     P.- ¿Sí?
     Sally.- A pesar de su apariencia de chulo, de duro, de vividor.
     P.- ¿Y a Diego?
     Sally.- Con él tardé un poquito más. Sólo un poquito más.
     P.- Pero usted se enamoró de ambos.
     Sally.- No es la palabra ni el sentimiento exacto. En realidad, deseaba colgarme una medalla.
     P.- ¿Qué...?
     Sally.- Imagínese un pistolero, en una película del Oeste, haciendo una muesca en su arma, cada vez que se carga a un tipo.
     P.- ¿...?
     Sally.- Nosotras hacemos una muesca en el pintalabios por cada maricón al que le cambiamos el gusto.
     P.- ¿Por qué?
     Sally.- Piense en el papelón que haríamos las putas si a los tíos les diese por enrollarse entre ellos. ¡La ruina!
     P.- ¿Y tiene muchas muescas?
     Sally.- ¡Ja, ja! ¡Montones! Pero no es sólo eso, que también interviene un cierto orgullo, una sensación de poder.
     P.- ¿Nada más?
     Sally.- Y también la obra buena que poder presentar a san Pedro en las puertas del Paraíso.
     P.- ¿Es creyente?
     Sally.- No lo dude. Y devota de la Blanca Paloma. ¿Se imagina a una puta atea?
     P.- De cualquier modo, en el caso de Bruno y Diego no tuvo usted éxito.
     Sally.- No lo tuve. Y eso que me lo monté con uno, luego con el otro y después con los dos juntos. Pero me equivoqué, perdí el tiempo. Claro que, al principio, yo no sabía nada.
     P.- ¿Del amor que se tenían entre sí?
     Sally.- Cuando dos tíos se cuelgan tanto, la experiencia dice que no hay nada que hacer.
     P.- Por eso se marchó.
     Sally.- Me di por vencida cuando empezaron a sentirse celosos por mi culpa.
     P.- ¿Siendo tan distintos entre ellos?
     Sally.- Tan distintos y tan iguales.
     P.- Uno, acción e individualismo. El otro, introspección y altruismo
     Sally.- A veces pienso que no eran sino las dos caras de una misma moneda. Que eran la misma persona con dos comportamientos distintos, pero no contradictorios, sino complementarios.
     P.- Y que es por esa razón que el segundo cayó muerto por los disparos dirigidos al primero.
     Sally.- Y por lo que se llamaban con montones de nombres distintos durante su conversación.
     P.- Porque pensaban que su dualidad constituía una característica común a todos los hombres.
     Sally.- Por eso murieron juntos, aunque uno aparentase permanecer vivo.
     P.- Pero, en ese caso, ¿por qué la utilizaron a usted como compañía sexual?
     Sally.- Porque los hombres tienen miedo. Para conjurarlo, tienden a negarse a sí mismos.
     P.- ¿Qué pintan en todo esto el hachís y la cocaína?
     Sally.- Los utilizaban con el mismo objetivo, el de entretenerse para no confesarse su amor.
     P.- Usted también tiene miedo.
     Sally.- Únicamente tengo miedo de dejar de ser puta. Por favor, váyase y no vuelva.
     En el aparcamiento se mezclan pesadamente los olores del tomillo, la gasolina y la marihuana. Algunos clientes maduros se hablan a gritos con voz etílica mientras orinan entre los automóviles. Un grupo de jóvenes ríe a carcajadas junto al porche. Un perro de raza indefinida pasea errabundo entre las ruedas.
     Se oye la voz de Sally: “Zegrí, Zegrí, bonito, ven aquí. Zegrí, ¿dónde estás?”

Publicado en Diario Lanza el 12 de Diciembre de 2011

lunes, 5 de diciembre de 2011

Encolpio

Galería de Inmortales

                          ENCOLPIO
                                                Francisco Chaves Guzmán

No puede beber
el infeliz Tántalo,
aunque esté metido en el agua
y acuciado por el deseo.
(El Satiricón, Petronio)

     Bañada por el mar Jónico, a los pies de los Apeninos Calabreses, Crotona vigila la entrada del golfo de Tarento desde las ventanas de sus casas, mezcla exhaustiva de ocres, amarillos y granates. Aquí nadie recuerda que frente a sus costas naufragó, hace dos mil años, la nave del legendario Licas, un trirreme que conducía al destierro a la lasciva Trifena. Según Petronio, árbitro romano de la elegancia, era entonces Crotona una ciudad que rendía culto al dinero y cuyos habitantes se dividían en dos clases: los que trataban de captar una herencia y los que eran captados.
     En una taberna del puerto, especializada en el servicio de vino con miel, me recibe Encolpio, tan joven, tan apuesto, tan bello como se nos relata en El Satiricón. La mar está en calma y el furioso aquilón no desmembra el velamen de los modernos navíos allí fondeados.
     Encolpio.- Me sorprende su interés. No acostumbro a concitar otra atención que la de los círculos más eruditos, que la de los estudiosos más recalcitrantes. Por tal razón, una entrevista periodística es algo totalmente inesperado para mí.
     Periodista.- Imagínese que nuestro pensador Menéndez y Pelayo consideraba un crimen traducir El Satiricón a las lenguas vulgares. Por respeto al latín, decía.
     Enc.- Pues mi latín no era precisamente una exquisitez.
     P.- Quizá por eso le tenía respeto a la obra, porque podía escandalizar a los no muy letrados.
     Enc.- ¡En verdad que existen intelectuales preocupados por la moral privada! ¡Menos mal que Fellini no era de su ralea!
     P.- El hecho de que Fellini llevase al cine sus aventuras constituyó un acto revolucionario. No tanto por lo que contaba, sino porque la historia proviniese de un clásico.
     Enc.- Porque hay gentes que piensan que los clásicos sólo escriben sobre lo moralmente bello, aderezándolo con bellísimos versos.
     P.- Lo que demuestra que no han leído a los clásicos.
     Enc.- A Horacio, a Virgilio, a Catulo.
     P.- Sin embargo, a los muchachos les obligan a aprender la lista de sus nombres en el bachillerato.
     Enc.- Para que les odien, sin lugar a dudas.
     P.- Si les enseñasen a leerlos, seguro que tomaban el estudio con más ahínco.
     Enc.- ¡Sin duda alguna! Pero dígame, ¿cuál es el motivo de su interés por mi persona?
     P.- Verá... como todo el mundo sabe, las nueve décimas partes de sus aventuras se han perdido en la encrucijada de los siglos...
     Enc.- ¿Perdido dice? ¡Masacrado! Los copistas medievales hicieron desaparecer la mayor parte de mi vida, preocupados por las buenas costumbres y por la salvaguarda del poder político.
     P.- ... y desearía tener acceso a los capítulos que nos faltan.
     Enc.- Como usted bien conoce, no estoy autorizado a desvelar por mí mismo los secretos enterrados por el tiempo.
     P.- ¡Lo sé, lo sé! De ninguna manera intento hacerle traicionar las leyes de la Literatura. Sin embargo, tal vez podría darme alguna pista, encaminar mis pasos hacia la luz.
     Enc.- Comprendo su curiosidad. Sepa que yo mismo estimo improbable que esa pérdida de mi memoria sea definitiva. Tal vez en alguna inaccesible biblioteca, incluso, ¿por qué no?, en las secretas cuevas del Vaticano...
     P.- Su comentario me recuerda las novelas de André Gide y de Roger Peyreffitte.
     Enc.- Dos escritores en las antípodas ideológicas, pero con idéntica rebeldía contra lo establecido.
     P.- ¿Me decía...?
     Enc.- Que jamás se debe perder la esperanza.
     P.- Para confirmarlo estoy aquí.
     Enc.- Por otra parte, alguien debe conocer la clave que abre las puertas blindadas de los infiernos de las grandes bibliotecas.
     P.- Delenda est censura.
     Enc.- ¡Delenda est stultitia!
     P.- También querría que me aclarase algunas dudas sobre su vida conocida.
     Enc.- Como qué.
     P.- Me resulta raro encontrarle aquí solo, sin la compañía de Ascilto y Gitón.
     Enc.- A los Asciltos los secuestran y los devuelven los bucles del tiempo, que se comporta como el oleaje del mar. En cuanto a los Gitones, simplemente se pierden hasta ser reemplazados por otros nuevos.
     P.- ¿No hay dulzura sin amargura?
     Enc.- No hay rosas sin espinas.
     P.- Defíname a Eumolpo.
     Enc.- Un depredado convertido en depredador, literalmente ahogado en el oro advenedizo.
     P.- ¿Trimalción?
     Enc.- Un trepador que intenta disimular su analfabetismo extendiendo cheques por millones de sestercios.
     P.- ¿Licas?
     Enc.- Un imbécil disfrazado de capitán de yate.
     P.- ¿Trifena?
     Enc.- Una ninfómana enloquecida por su deseo de jovencitos ambiguos. Como puede ver, todos personajes universales, a los que puede encontrar hoy mismo en cualquier ciudad del mundo.
     P.- ¿Y usted, Encolpio?
     Enc.- Yo soy un pícaro.
     P.- ¿Al uso de los pícaros del barroco español?
     Enc.- Habría que matizar.
     P.- ¿En qué sentido?
     Enc.- Bien... yo soy el primer pícaro con solvencia literaria. Los pícaros del barroco nacen como influencia mía, copian mi peripatético destino.
     P.- No me negará que derrochan imaginación.
     Enc.- Tal vez ese derroche de imaginación no sea sino consecuencia de las artimañas que debían utilizar para burlar a los inquisidores.
     P.- Estimo tal burla de gran valor.
     Enc.- ¡Sin duda! Mas yo los encuentro encorsetados, rígidos, como incapaces de inventar una cabriola, pues callan buena parte de sus experiencias. Hoy diríamos que son políticamente correctos.
     P.- Su crítica no es muy ortodoxa.
     Enc.- ¿Y cuándo ha sido ortodoxo el pensamiento de un verdadero pícaro? Mire: las andanzas y las experiencias de los pícaros son muy similares en todo lugar y en toda época. Los prejuicios de sus héroes barrocos están fuera de lugar, pues no se corresponden ni con su clase social ni con su marginalidad.
     P.- ¿Me lo cuenta en serio o en broma?
     Enc.- Llevo dos mil años ejerciendo de pícaro. Conozco las calles, los baños, los parques y las tabernas de los cinco continentes. He sido unas veces aupado y otras derrotado por la Fortuna. He conocido a millones de colegas. ¿Cree que le engaño? La crítica social que hace el pícaro literario no es sino un corolario de su forma de vida.
     P.- ¿Quedan muchos de ustedes en el mundo actual?
     Enc.- Se lo aseguro: muchísimos. Y ahora tendrá que perdonarme, pero parto de inmediato hacia Tarento con unos amigos.
     Desde la puerta de la taberna le veo acercarse a un velero desde cuya proa le saluda un hombre de mediana edad, que viste pantalón blanco y blazier azul marino, calza zapatos negros y se cubre con una gorra de plato. A su lado, acodada en la barandilla, está pensativa una mujer todavía joven, ataviada con un vaporoso vestido verde esmeralda y un fulard de seda.
     Puedo oír perfectamente las palabras, acercadas por la brisa, con que los saluda Encolpio: “Hola, Licas; hola, Trifena; ¿ya llegaron Ascilto y Gitón?”

Publicado en Diario Lanza el 5 de Diciembre de 2011