jueves, 31 de marzo de 2011

Piratas y Censores

ESPIRALES ELÍPTICAS

                          Piratas y Censores

                                                  Por: Francisco Chaves Guzmán


Llevo varios días buscando información sobre una película checa que vi hace más de treinta años en el cine-club Juman. Su título era “¡Que viva la república!” y su director se llamaba Karel Kachyna. Me pareció un film muy bello y recuerdo (con permiso de la memoria) que trataba, en clave psicoanalítica, de la vida interior de un anciano y de un niño que se evadían a través de ensoñaciones, cada cual a su forma, de los horrores de la segunda guerra mundial. No he podido encontrar noticia del director ni de la película en ninguna de las enciclopedias de cine que he consultado. ¡Y muy poquito en internet!

Y yo me pregunto: ¿es posible que desaparezcan, sin dejar rastro ninguno, en la era de la información, un documento que ha sido público y las trazas que forzosamente tuvo que dejar a su paso? Parece que sí. Y lo que es peor: puesto que no existe, nadie lo ha echado en falta.

No creo que el “gran hermano” de George Orwell tenga nada que ver en esto. Pero sí que los caminos por los que transitan los censores presentan muchas novedades, para conseguir que su labor sea al tiempo eficiente y soterrada. Pondré un ejemplo.

Cuando yo era un chaval, todas las bibliotecas públicas guardaban un libro que se recomendaba a los jovencitos para elevar su decencia y decoro. Era “Energía y Pureza”, del obispo húngaro Tihamér Tóth. Cuando el paso de los años dejó en evidencia los errores e inexactitudes que contenía, alguien decidió que su desaparición se imponía para detener la rechifla que a su respecto comenzaba a extenderse. Y el libro fue sustraído por manos anónimas de los anaqueles de las bibliotecas públicas. Pero en este caso la pérdida no ha sido absoluta, pues la biblioteca de la Generalitat en Barcelona lo había microfilmado y las copias están a disposición de los usuarios.

Pero, en la mayoría de los casos, el oscurecimiento de una obra se lleva a cabo bajo la luz de los focos y sin que quepa la menor protesta. Pues se trata sencillamente de evitar su edición. Que es lo que pasa con la ópera prima de Carlos Saura, “Los Golfos”, considerada por los críticos una obra maestra, pero que su “mal estado” impide su puesta en circulación. ¡Como si fuese la única película en mal estado! O con el primer cortometraje de Alejandro Amenabar, “La Cabeza”, que no ha tenido la suerte de los posteriores y es imposible de encontrar. O lo que comienza a pasar con todas las películas de Carles Mira, consideradas por los guardianes de la corrección como ejemplo máximo de la incorrección.

Eso por no hablar de las novelas jamás traducidas y editadas en castellano. ¿Conoce alguien “Les Garçons”, de Henry de Montherlant? En ella, un grupo de muchachos expulsados con mucho deshonor de un colegio, son homenajeados a título póstumo, por medio de un monolito en la entrada del mismo colegio, tras morir todos ellos en defensa de su país en el transcurso de la primera guerra mundial. El tema se las trae, es cierto, pero ¿no disfrutaría el lector español, tanto como el francés, con los intríngulis de la historia?

También hay novelas, en el fondo editorial de algunas empresas, que pasan al limbo del olvido tras una primera edición de gran éxito. Tal es el caso del “El viaje de los siete demonios”, de Mujica Láinez. Tanto Montherlant como Mujica Láinez son autores de reconocida fama universal, no estamos hablando de recién llegados. ¿Qué pasa? Y los ejemplos pueden multiplicarse en todas direcciones.

Viene todo esto a cuento de las interminables discusiones sobre la propiedad intelectual y sobre la propiedad industrial de las obras de arte. ¿Qué ocurre si alguien cuelga en Internet una de estas obras escamoteadas? ¿Pone en entredicho la propiedad intelectual de la misma? ¿Pone en entredicho la propiedad industrial, cuyos derechos no se ejercen? ¿O están los propietarios llevando a cabo una acumulación de bienes con fines especulativos, como otros hacen con el trigo o el petróleo? Y dando un paso más, ¿no podría considerarse que las dificultades que se ponen a las copias no tienen solamente un manifiesto afán recaudatorio, sino también un latente afán censor?

Cabría preguntarse si el pirata es quien roba un trozo de pan cuando tiene hambre o quien acumula el trigo para ponerlo en circulación a precios desorbitados.

Por otra parte, no hay que olvidar que los “consumidores” de “productos” culturales tienen un apetito insaciable, pues su sed de conocimientos jamás queda satisfecha. Y que son, además, gourmets valentísimos, capaces de incorporar a su menú los manjares más exóticos salidos de las cocinas de los artistas e intelectuales.

Si hablo de “consumidores” es porque eso somos para la mayor parte de la industria cultural. Si hablo de “productos” es porque eso es lo que piensan que son las “cosas” que nos venden.

Publicado en Diario Lanza el 30 de Marzo de 2011