viernes, 24 de septiembre de 2010

LA NOVELA ANTIUTÓPICA

ESPIRALES ELÍPTICAS

La Novela Antiutópica

                                                                                                           Por: Francisco Chaves Guzmán

            El género llamado ciencia-ficción presenta dos rasgos que constituyen el denominador común de todas las obras a él adscritas: que la acción tiene lugar en el futuro y que dicha acción ocurre en un entorno tecnológicamente muy avanzado. Novela, cine y cómic se han encargado durante décadas de poner a nuestra disposición innumerables ejemplos que comparten esos rasgos.
            Pero ahí terminan las similitudes del género, que se ha desgajado en multitud de ramas hasta constituir cada una de ellas un subgénero con reglas y premisas propias. Así tenemos el subgénero “de aventuras”, que no va más allá de ser un pasatiempo cuya línea argumental la constituyen amores y heroísmos varios, traspasados de otros ámbitos más tradicionales a los que se les ha añadido algún vehículo interplanetario. Existe también el subgénero “catastrofista”, anunciador de exterminios masivos, cuya dosis de moralina es directamente proporcional a la cantidad de palabras escritas y cuyo mensaje de tonos apocalípticos hace temblar a los chicos descarriados. Y el subgénero “esotérico”, encargado de llenar las galaxias de espíritus benévolos y maléficos, capaces de explicar el cosmos a quienes no están dispuestos a prestar atención a la teoría del big-bang. Y algunos otros subgéneros, como el “erótico”, el “patriótico” o el “infernal”.
            Pero, entre todos ellos, el más sugerente es el “didáctico”. Que utiliza fábulas galácticas para explicar el mundo actual, las intrigas políticas, la aparición de las religiones, la función del periodismo y hasta los vaivenes del precio del trigo o las diferentes posturas respecto a la utilización de la energía atómica. Todo ello a la luz de la biología, la historia y la sociología. Cabe señalar a Isaac Asimov como el más destacado de sus intérpretes, en especial por su heptalogía sobre Las Fundaciones.
            En efecto, este tipo de ciencia-ficción intenta dar a conocer el mundo actual con claves provenientes de los últimos descubrimientos de las ciencias físicas y sociales, procurando al lector datos y relaciones de una forma divulgativa y amena, con diferentes niveles de lectura. Pero no ha llegado a la Historia de la Literatura por generación espontánea, sino que es descendiente directo de otro tipo de novelas que difícilmente pueden encuadrarse en la ciencia-ficción, pero que comparten con ella la ubicación de la trama en el futuro y el entorno tecnológico avanzado: las novelas políticas y filosóficas que denunciaron a mediados del siglo pasado los peligros inmediatos que se cernían sobre la libertad. Aunque es necesario decir que tanto el futuro como la tecnología utilizados en ellas son un mero velo tras el que se presenta la realidad en toda su crudeza. Huxley, Bradbury y Orwell son los autores más clarividentes, en mi opinión, y más leídos de cuantos se han acercado a esta forma de examinar el mundo circundante.
            En “Un Mundo Feliz”, Aldous Huxley presenta una ciudad compartimentada en castas, en el que la igualdad oficialmente promulgada esconde el dominio absoluto de una de las castas, en el que la paz es simplemente un corolario de la sumisión, en que la sumisión se logra suministrando una droga destructiva, en el que la libertad sexual consiste en las relaciones compulsivas entre individuos previamente autorizados y en la que el poder omnímodo tiene instrumentos legales para eliminar cualquier disidencia.
            En “1984”, George Orwell nos muestra una sociedad en el que el lenguaje ha sido forzado de tal manera que los ministerios de la Guerra, del Interior y de Información reciben los nombres de Paz, Amor y Verdad. En la que no existe el menor atisbo de vida privada, porque el ciudadano no ve la televisión, sino que es visto por ésta y tiene la obligación de estar continuamente dentro del radio de acción de una pantalla. En la que las noticias se fabrican y se eliminan atendiendo a las necesidades del poder.
            En “Fahrenheit 451”, Ray Bradbury da vida a un cuerpo de bomberos cuya función no es apagar los incendios, sino provocarlos, dedicado exclusivamente a quemar los libros que aún guardan los ciudadanos y las bibliotecas clandestinas. En un contexto en el que la mayor virtud es la delación y el mayor delito la curiosidad intelectual, estando prohibido todo aprendizaje que no sea relativo al trabajo para el que se ha sido programado.
            El hecho de que en estas novelas la trama carezca de importancia, y sirva solamente como telón de fondo al dibujo de los regímenes totalitarios que describen, ha propiciado que su paso al cine no haya sido especialmente afortunado, pues únicamente Truffaut ha conseguido dar en la tecla exacta con su “Fahrenheit”.
            Puesto que este tipo de novela no es ciencia-ficción, tal vez sea deseable denominar al conjunto de ellas de alguna manera. En tal caso, me uno a quienes han optado por darle el nombre de Antiutopía, puesto que se empecinan en describir formas de gobierno en las antípodas de lo deseable.
  
Publicado en Diario Lanza el 23 de Septiembre de 2010