domingo, 20 de junio de 2010

Félix Grande, una Danza Salvaje

ESPIRALES ELÍPTICAS

      Félix Grande, una Danza Salvaje
                                                Por: Francisco Chaves Guzmán


       Cuando en el siglo XI el persa Omar Kheyyam, uno de los más grandes matemáticos de la historia y uno de los padres de la matemática moderna, escribía entre teorema y teorema su libro de versos “Rubaiyat” difícilmente podría haber pensado que cerca de mil años después un español de la comarca de La Mancha lo tomaría como punto de partida para un poemario que acabaría ganando el Premio Nacional de Poesía.
      Porque si Félix Grande tituló su libro “Las Rubáiyátas de Horacio Martín” no puede caber duda de que, lo mismo que es preciso considerar a Horacio Martín un alter ego del autor —heterónimo es palabra que me produce tremendo rechazo—, es también absolutamente lógico pensar que la otra parte del título, Las Rubáiyátas, ha de ser un homenaje al escritor persa. De hecho, ambos libros comparten, además del título, pasión, sensualidad, alegría, placer, júbilo. Y un tremendo amor por el amor y por las palabras convertidas en música. El hecho de que, mientras Omar Kheyyam dedica su libro a las cinturas de coral, Félix Grande lo dedique a los pechos boreales es meramente circunstancial e histórico, porque un mismo corazón salvaje y lúdico late en los versos de ambos.
      Mas también hay diferencias. La obra de Omar Kheyyam, escrita en la vejez, tiene el tinte del descreimiento, de la fatiga: el autor sabe que los días de las suaves mejillas y de la embriaguez compartida han llegado a su fin. Que le toca beber el vino de la soledad y que el recuerdo de los amores ya idos es el arma que le queda para herir a los puritanos, a los poderosos y a los hipócritas. Eso y un humor
corrosivo, cuando dice, por ejemplo, “No pretendo pedir el perdón de mis culpas // pues creo irreverente hablar con los dioses”.
      Mientras tanto, cuando escribe sus Rubáiyátas, Félix Grande tiene toda la fuerza de la juventud. Nos encontramos, por tanto, ante una obra profética, rebelde y, en el mejor sentido de ambas palabras, utópica y revolucionaria. Aún tiene tiempo de beber en compañía y besar todos los pechos del mundo. Su arma es el futuro plagado de “gemidos insurrectos”, de “placer inexorable”, del “antiguo canto de los cuerpos”. No le hace falta el humor. Porque sus palabras se clavan, sin necesidad de paños calientes, en el corazón de los impostores cuando dice, por ejemplo, “Mientras nos lo prohíben // juguemos, sí, con fuego. // Un himno a los que viven // como una brasa el juego” o “¡Gracias, dioses, porque también // el placer es inexorable!”.
      Otra diferencia notable radica en el tipo de lenguaje empleado. Omar Kheyyam utiliza un vocabulario muy sencillo, directo, en el que la poesía está basada más en la idea que en la forma, en el que las urgencias expresivas tienen más peso que las cabriolas, tal vez porque la necesidad de gritar es perentoria y no admite la menor dilación.
      Félix Grande también grita y de manera contundente. Pero su grito, aunque firme, es más sosegado, más armonioso. Puesto que tiene por delante toda una vida para recalcarlo, puede permitirse bailar con los versos una danza salvaje, basada en el ritmo interno y en la elección da cada palabra, acelerando y ralentizando hasta envolver al lector con una espiral de colores y notas de la que no puede zafarse hasta finalizar el último verso del último poema.

      Además, Félix Grande se declara dueño de su propio destino. En la lucha contra un entorno hostil, al que ataca con virulencia, sólo cuenta con su valor y con su amor, pues es un hombre comprometido consigo mismo y con sus ideas, para quien el triunfo radica en el mero hecho de la batalla. Entretanto, Kheyyam se muestra satisfecho por dejar su futuro en manos del destino.
      Dos formas poéticas distintas y dos posturas diferentes ante la vida para dos escritores que comparten bases filosóficas semejantes, pues ambos parten del modelo epicúreo y hedonista, aunque matizado por el signo de sus particulares tiempos históricos.
     Terminaré diciendo que, para mí, Félix Grande es un poeta esclarecido y esclarecedor. Que en todos los recitales poéticos que doy siempre hay, al menos, uno de sus poemas. Porque la pasión y el ritmo de sus composiciones son muy adecuados para la poesía leída y comunicada en voz alta. Resulta maravilloso observar cómo tiembla el auditorio cuando escucha recitar cualquiera de sus Rubáiyátas.
      (Y un paréntesis final para advertir que la única traducción del poemario de Omar Kheyyam, de las que conozco, que merece ese nombre es la de José Gibert, que publicó Plaza y Janés en 1969).

Publicado en Diario Lanza el 16 de Junio de 2010