domingo, 22 de marzo de 2009

El Museo Gregorio Prieto, Laberinto Iniciático

ESPIRALES ELÍPTICAS

          Laberinto Iniciático
                                                  Por: Francisco Chaves Guzmán


      Desde mi primera visita, el Museo Gregorio Prieto de Valdepeñas me sumió en una especie de fascinación que ahora, tras una década e innumerables paseos por sus salas, comienzo a conseguir descifrar.
     Ya no me quedan dudas: el Museo Gregorio Prieto constituye un viaje iniciático, que conlleva una catarsis, que tiene como corolario la aparición de una nueva mirada. Una mirada que explica la de su creador: de cuando fui presentado, hace muchos años, a Gregorio Prieto, en presencia de Rosa Chacel, no recuerdo ninguna de las pocas palabras que intercambiamos, pero sí sus ojos, profundos e inteligentes, sosegados y soñadores tras haber hollado tantos caminos.
     Así que el periplo vital del pintor fue traspasado a su Museo, que, en realidad, es un Laberinto, al que se debe acudir lleno de valentía y curiosidad. Tan cierta es su condición de Laberinto que al visitante escéptico le puede cerrar el paso, saltando desde un óleo, el mismísimo Minotauro. Que nunca tuvo por misión destruir a ningún Teseo, sino producir en cualquier Teseo un estado de tensión tal que le transmutase en héroe y constructor de civilizaciones.


     Mas nadie debe arredrarse: todo Laberinto tiene salida y, para encontrarla, sólo es necesario aventurarse en él bien pertrechado. Con ese fin, los responsables del Museo, a la entrada del mismo, han dispuesto una sala en la que se encuentran los alimentos artísticos de que se nutrió el pintor, indispensables también para el visitante que pretenda explorar sus pasillos. Se trata de la colección privada del pintor, compuesta por obras de los más grandes representantes de todas las vanguardias, de Dalí a Chirico, de Picasso a Nieva. ¡Oh, en qué intrépidos descubridores nos hemos ya convertido!
      Ha llegado el momento de traspasar el umbral. Tomemos un camino al azar. ¿Adónde nos lleva? Al Mediterráneo de nuestros ancestros, a Grecia y Roma, a la dorada época helenística. Pasada por el tamiz del poeta Cavafis, a quien Gregorio Prieto rinde un alto homenaje. (Tal vez se oye un grito de asombro). Tabernas, marineros, lupanares y columnas corintias forman un paisaje de sensualidad y erotismo de una limpieza exquisita.
     Luego, tras elegir en una bifurcación al azar, como hizo Edipo entre Tebas y Corinto, llegamos a una sala inmaculada, donde se guardan sus obras de adolescencia, los sutiles cuadros impresionistas de El Paular, los rincones de Aranjuez, los paisajes vascos.
     Un pasillo tomado en ángulo recto, bajo la vigilancia de arcángeles medievales, lleva a la Cámara Secreta, que sirve como monumento a la Generación del 27. Los retratos que Gregorio Prieto hizo a Cernuda y García Lorca, en una atmósfera de recogimiento. El recuerdo de Vicente Alexandre, Miguel Hernández, Rafael Alberti… no en vano él fue miembro de esa generación, el pintor del 27. (Hay un silencio estremecedor).
     Se sale de allí a través de una extensa galería, envueltos por las carcajadas que lanzan desde sus paredes los “collages” alucinatorios, compuestos por vírgenes, desnudos, toreros, pájaros y flores. Es su contribución al postismo, el movimiento artístico de Edmundo de Ory y Ángel Crespo, que habría de señalar la superación de las vanguardias y todos sus “ismos”, asumiéndolas y reverdeciéndolas.
     Todo se convierte en un torbellino. Que nos lleva, sin que nuestra voluntad intervenga ya, por bancales sembrados de amorosos maniquíes, jardines ingleses habitados por dibujos de finísimo trazo, bosques de naturalezas muertas donde renacen las obras de los grandes poetas.
     Vueltas, vueltas. Ingravidez. Una espiral de sensaciones. Nos creemos perdidos para siempre, engullidos por el abrazo galáctico del Laberinto. Pero no. De pronto se hace la calma. Sin tener conciencia de cómo ha sucedido, nos encontramos ante un óleo grandioso que lleva por nombre "El Centro del Mundo". Su luz, su vigor, su armonía indican que la aventura ha concluido, que frente a él se encuentra la salida del Laberinto, que la respuesta del Oráculo está llena de sentido, que el Minotauro nos traspasó su poder, que el viaje iniciático ha servido para mucho. Que la aventura ha comenzado.

Publicado en Diario Lanza el 20 de Marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

Sonrisas Furtivas

ESPIRALES ELÍPTICAS

                           Sonrisas Furtivas
                                                   Por: Francisco Chaves Guzmán

     ¿Existe el Cine de Autor o es solamente una figura inventada por los estudiosos y los críticos? Véase el caso de José Luis Margotón: cómo pergeña guiones, localiza exteriores, realiza el “casting” de quienes interpretarán sus películas, las dirige, lleva a cabo el montaje, selecciona la música… y, poniéndose la cámara al hombro, se lanza a la aventura de narrar historias insobornables.
     ¿El resultado? Hablo hoy de dos películas que definen su naturaleza como creador de sueños, Uñas de Escolopendra y Pitos y Flautas. Entre ambas dibujan un mosaico de veintiún micrometrajes que forman una unidad temática y estilística, a la manera de un poema cinematográfico compuesto de diferentes movimientos, cada uno de los cuales apuntala armoniosamente al conjunto.
     Y lo consigue de una manera en apariencia sencilla: primeros planos grotescos, contraluces atrevidísimos, engarzamientos musicales sutiles, diálogos costumbristas, monólogos introspectivos, cámara subjetiva… y una gran dirección de actores, como demuestra el hecho de haber sabido coordinar el trabajo de una treintena de aficionados, en su mayoría primerizos, resaltando sus cualidades y escondiendo su inexperiencia. Cabe consignar el descubrimiento de Eduardo Prada como actor con multitud de registros y recursos.
     José Luis Margotón no esconde sus referentes, sino que los muestra de manera explícita dedicando algunos de los episodios a sus cineastas más admirados: Blake Edwards, Bergman, Buñuel, Pasolini. Y también, implícitamente, al cine mudo y al documental.
     Con estas referencias, no es de extrañar que estas obras de José Luis Margotón sean un cine de humor, unas veces fabricado con “gags” efectistas, otras proponiendo paradojas contundentes, otras más utilizando un finísimo olfato intelectual que anima a descubrir relaciones causales inverosímiles, que tal vez otros soslayarían como tributo a lo correcto. Un humor descarnado y ácido, que no propone la carcajada ruidosa, sino la sonrisa cómplice del espectador.
     Ni puede resultar extraño que este cine sea ideológico y que, por lo tanto, se pongan en tela de juicio las convicciones, las convenciones, las creencias, los partidismos, las costumbres. Ni que se haga preguntas acerca de la moral, el amor, el sexo y la muerte. De tal manera que la sonrisa propuesta por este humor jamás será ostensible pasatiempo, sino furtiva connivencia.
     Ni tampoco debería extrañar que contenga múltiples imágenes surrealistas. Pero no herméticas ni cabalísticas, antes bien divertidos instrumentos que alivian la carga intelectual y allanan el camino hacia lo que he llamado sonrisa furtiva (no en vano eran tales cineastas los referentes).
     En mi opinión, Uñas de Escolopendra y Pitos y Flautas son dos películas esclarecedoras y regocijantes, que mantienen al espectador no entretenido, sino expectante. Y se me ocurre parafrasear a Gabriel Celaya diciendo que “la sonrisa es una arma cargada de futuro”.

Publicado en Diario Lanza el 12 de Marzo de 2009